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Por Gabriel Vénica.

Se escucha a los aplaudidores de la década pasada hablar reiteradamente de “ajuste brutal”. Incluso aquellos que se bajaron del barco cuando el barco empezaba a hacer agua (Facundo Moyano entre otros).

Agregan para no quedarse cortos: “hasta ahora Macri sólo ha beneficiado a los ricos” y ejemplifican con el campo al que se le eliminaron algunas de las retenciones.

Es necesario enfrentar estas falacias antes que se vuelvan parte del relato al que son afectos políticos, periodistas y académicos.

Pagar tarifas o pasajes según su costo -lo mismo o menos que lo que se pagaba en el 2002, 2003 o lo que abona habitualmente cualquier habitante de las Provincias- no constituye ningún ajuste brutal.

Ajuste brutal fue haber aniquilado el 40% de los tamberos (7.000) extinguiendo a generaciones centenarias, con los mismos que actualmente cacarean aturdiendo con cifras falsas.

Ajuste brutal fue cerrar las exportaciones y perder los mercados internacionales de carne que nos costaron décadas conseguir y con ellos 40.000 puestos de trabajo directo, mientras se fundían más de 100 frigoríficos y los indignados de ahora atacaban con saña a quienes manifestaban alguna preocupación calificándolos de oligarcas.

Ajuste brutal fue hacer desaparecer a 100.000 productores agropecuarios sin que los promotores del “vivir con lo nuestro” digan una palabra.

Ajuste brutal fue ver pudrirse las frutas en las plantas porque salía más caro cosecharlas que venderlas, a la vez que los corifeos de entonces y los quejosos de ahora se llenaban la boca con la defensa de la mesa de los argentinos y la soberanía alimentaria.

Ajuste brutal fue haber reducido a una generación a la ignorancia con todo tipo de disparates pedagógicos y aprietes a los maestros para que nadie repita; condenando a los chicos a meses enteros sin clases y consagrando un genocidio cultural sin parangón en el que los alumnos no saben leer ni escribir en tercer grado, no comprenden textos en la secundaria y entran a la universidad con menos conocimientos y habilidades que los que hace unas décadas tenían quienes egresaban de séptimo grado.

Ajuste brutal fue haber dilapidado millones en publicidad oficial, envileciendo la moneda mediante una emisión descontrolada, con hospitales sin insumos y rutas que se destruyeron a seis meses de inauguradas.

Ajuste brutal fue permitir que los testaferros y capitalistas amigos del poder se quedasen con 8.000 millones de aportes de los trabajadores con los sindicalistas (a quienes no se le escapa un despedido en pueblo Gómez sin que llamen a un paro general) mirando para otro lado.

Ajuste brutal fue saquear al interior productivo impidiendo el despliegue de una burguesía agropecuaria e industrial genuina, empujando a la gente a hacinarse en las megápolis.

Ajuste brutal fue expulsar a los ancianos de la vereda y a los niños de los baldíos para entregar estos espacios a la delincuencia, confinando a millones de ciudadanos pacíficos a vivir tras las rejas (donde el fútbol gratis reemplazó a la pelota y al potrero).

Ajuste brutal fue usar la AFIP y la SIDE para perseguir a adversarios políticos y a quienes se atrevían a contradecir el discurso dominante.

Ajuste brutal fue vivir sin libertad… en medio de la mentira.

No hay ajuste brutal.

Simplemente nos estamos reconciliando con el principio de realidad y haciéndonos cargo de los cheques sin fondo que irresponsablemente libraron para sostener la idea de una fiesta popular que era para pocos y corruptos.

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