(Año 1984) Título: De una libreta de apuntes

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En la clandestinidad ¿y ahora, qué?

Estas son hojas de una libreta de apuntes que marcó una época dramática de la vida argentina.

Año 1974. La euforia política por el retorno de Perón estaba dando paso al paroxismo de la violencia ejercida por la guerrilla y al sangrienta réplica de la Triple A. Una semana atrás había fracasado en intento de copar el regimiento de Azul. Este episodio provocó la ruptura de Perón con los grupos Montoneros, hasta entonces llamados el brazo armado del peronismo.

Perón

“La decisión soberana de las grandes mayorías nacionales de protagonizar una revolución en paz, y el repudio unánime de la ciudadanía por este traicionero ataque, harán que el reducido número de sicópatas que va quedando, sea exterminado uno a uno, para bien de la República”.

Lo escribió Perón en una nota dirigida el 22 de enero de 1974 a los oficiales, suboficiales y soldados de la guarnición Azul.

Con este pronunciamiento del entonces presidente, el cronista y su libreta llegaron a un departamento de la calle Cangallo esquina Montevideo para hablar con un hombre clave de ese especial momento político, considerado el mayor ideólogo de la izquierda revolucionaria argentina y hasta entonces amigo personal de Perón, asiduo visitante del líder en su exilio en Puerta de Hierro en Madrid.

Don Rodolfo Puiggrós ya sabía esa tarde que su destino como rector de la Universidad de Buenos Aires estaba sellado.

Puiggrós charlaba, con su sala biblioteca haciendo de fondo. Tomábamos un té. Hablaba de “esperar una situación favorable”, esgrimiendo los mismos planteos estratégicos de Mao Tse Tung aplicados en su teoría de “guerrilla prolongada”.

El ambiente era pesado, Puiggrós no podía ocultar su nerviosismo y preocupación por una reunión que –justo en ese momento – la plana mayor de los montoneros realizaba con Perón en la residencia de Olivos.

Su profunda cultura política indicaba a Puiggrós – y así lo decía – que el resultado de la reunión en Olivos no favorecería a los montoneros, sobre todo por la fuerza que había tomado en el gobierno la derecha del peronismo que tenía en José López Rega su máxima expresión.

De pronto entró su hijo, un muchacho de 21 años, recién casado. Era uno de los activistas montoneros y regresaba de Olivos.

Su rostro era exultante. Ni siquiera saludó. Casi a los gritos anunció:

“Papá le dimos la espalda al viejo y nos fuimos de la reunión. Vamos a entrar en la clandestinidad”.

Don Rodolfo Puiggrós no compartió el entusiasmo del hijo. Por el contrario con voz baja y formal, le hizo una pregunta:

“Y ahora, qué…?

No hubo respuesta. Se la dio el propio Puiggrós. Fue una lección breve y concreta de estrategia política. Una lección para su hijo y para los que aún andan dando vuelta sobre el papel de los montoneros y que cuesta tanto explicar, por aquello de tratar de quedar bien con Dios y con el Diablo, sobre todo en épocas de elecciones.

“En la Argentina y en este momento político, no hay campo de acción para nosotros fuera del peronismo”, dijo Puiggrós.

Hubo un diálogo. El chico Puiggrós justificó la ruptura.

“¿Y qué íbamos a hacer si Perón se negó a cambiar a ninguno de sus gorilas?”

“Cambiar ustedes. Buscar otras caras y otra gente para negociar. En política no hay situaciones congeladas. Ni López Rega ni sus fascistas son permanentes. La verdad es que ahora ellos siguen adentro y nosotros afuera, sin ninguna baraja en la mano”.

El muchacho cortó ahí la charla. Puiggrós también. Fue un diálogo premonitorio que quedó estampado en la libreta de apuntes.

El resto de la historia es pública.

Sesenta días después, un piquete de la Triple A, arrojó al hijo de Puiggrós desde el séptimo piso de la casa donde vivía.

Don Rodolfo Puiggrós se debió exiliar en México, donde falleció.

Los montoneros fueron a la guerra frontal. La perdieron.                           

Justo Piernes

 


PrisioneroEnArgentina.com

Setiembre 1, 2022


 

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