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María Marta García Belsunce (Ciudad de Buenos Aires, Argentina, 24 de abril de 1952 – Pilar, Buenos Aires, Argentina, 27 de octubre de 2002). Fue socióloga argentina, tristemente célebre por ser la víctima fatal de un confuso homicidio que tuvo lugar en el barrio cerrado “El Carmel” en octubre de 2002. Crimen que hasta el día de hoy presenta un sin número de interrogantes. Hija de Horacio Adolfo García Belsunce -un prestigioso jurista argentino- y de María Blanca Luisa Galup, se dedicó los últimos años de su vida a labores sociales, principalmente en organizaciones sin fines de lucro como Red Social. Hasta el día de su muerte fue vicepresidente de la fundación Missing Children Argentina, desde donde -se supo más tarde- investigaba asuntos relacionados al tráfico de menores en la provincia de Buenos Aires, actividad por la cual habría recibido amenazas reiteradas. Actualmente toda su familia está condenada sin una sola prueba, y hay tres perfiles genéticos que no corresponden a ninguno de ellos; no obstante, la justicia no siguió investigando.

 

 

10 de julio 2011

La injusticia de la justicia

Por Mauricio Ortín

 

La novela policial, desde su misma aparición y en adelante, ha conquistado a millones de lectores. Lo propio sucede con las series televisivas y las películas del género. “El secreto de sus ojos”, esa gran película de Juan José Campanella, o “Las crónicas de Bustos Domecq”, escritas por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, -por citar a autores argentinos- se destacan por atrapar al espectador-lector en una trama misteriosa que mezcla la lógica con el suspenso y la emoción. Mas, no solo la ficción posee ese poder. También los casos reales de crímenes complejos no resueltos despiertan la atención del ciudadano común. Los medios masivos de comunicación, que no ignoran el poder hechizante del hecho enigmático y escandaloso, le dan una gran cobertura. La de Policiales es, tal vez, la más leída del diario. Ahora bien, que las cosas sucedan de tal manera (es decir, que los periodistas se ocupen de los casos en una suerte de juicio paralelo) no implica, necesariamente, una garantía para que se haga justicia. A menudo sucede lo contrario y por diferentes razones. Una de ellas, sin duda, es que mientras más escandalosa la noticia sea vende mejor. No tiene, por ejemplo, el mismo valor periodístico el asesinato de una joven catarmaqueña por su novio, que si tal crimen fuera perpetrado por “los hijos del poder” de Catamarca. Claro que, para poner las cosas en su lugar, están los jueces; aunque estos tampoco son de fierro ante la presión de la opinión pública y la publicada. Un sonado caso, en el que distintos factores han “embarrado la cancha” de la Justicia, es el caso sobre el crimen de María Marta García Belsunce. Esta señora fue hallada muerta en su casa el 27 de octubre de 2002. Al principio se pensó que se había tratado de un accidente; luego, en la autopsia (dos meses después), se descubrió que había sido asesinada de cinco disparos en la cabeza. El fiscal Molina Pico acusó al marido, Carlos Carrascosa, por el encubrimiento y/o homicidio de su esposa. También, por encubrimiento, a cinco personas más. Llegado a este punto, conviene aclarar que no soy experto en derecho alguno. Ahora bien, sí tengo formación en Filosofía de la Ciencia y disciplinas afines y es por ello que, habiéndome informado sobre el caso a través de las dos sentencias que emanaron de dos tribunales distintos, encuentro una suerte de aberración inicial que, a mi criterio, debió haber sido motivo suficiente para rechazar la acusación del fiscal Molina Pico. La hipótesis sobre lo sucedido a MMGB, por más original, imaginativa o inteligente que parezca, debe ser corroborada con pruebas o evidencias empíricas. El fiscal no ha presentado siquiera una sola prueba que abone la hipótesis del encubrimiento. Para ello debería demostrar que Carrascosa, Bártoli, Irene Hurtig, Horacio García Belsunce, John Hurtig, la masajista Michelini, el médico Gauvry Gordon y todos los que asistieron o revisaron a MMGB no pudieron no darse cuenta de que había sido asesinada y además que, con el fin de encubrir el crimen, se complotaron para que pareciera un accidente. Pues bien, tal suposición fue categóricamente refutada por el informe de la autopsia que hicieron los médicos forenses. El siguiente es un párrafo crucial de dicho informe: “La persona común, no médico, pudo no haberse dado cuenta tranquilamente de que esas lesiones eran producto de disparos de arma de fuego y en cuanto a un médico no especializado en prácticas forenses, también pudo no haberse dado cuenta”. Téngase en cuenta que el fiscal no objetó ninguna de las afirmaciones de los forenses. De allí que, refutado el soporte principal de la hipótesis acusadora y (aceptado, de hecho, por el fiscal), el complot de Carrascosa con sus familiares, con extraños a los que ve por vez primera (Gauvry Gordon, por ejemplo) y con la masajista Michelini, es nulo o no tiene peso incriminatorio. Tampoco existe en la causa declaración, prueba o indicio alguno (descubierta por el fiscal) que indique tal complot. La cuestión del “pituto” y otras por el estilo, al ser aportadas espontáneamente por los procesados, sugieren más bien la inexistencia de tal complot. Además, a ninguno de los “complotados” los pudo situar en la escena del crimen. Tampoco pudo encontrar un móvil. En suma, el fiscal Molina Pico no tiene nada. Sin embargo, Carrascosa ha sido condenado a cadena perpetua y ahora van por los otros. ­En manos de quiénes estamos! ­Es para espantarse! Como, nobleza obliga, hay que reconocer que los fundamentos del juez Luis María Rizzi para votar por la absolución de Carrascosa están expuestos de manera brillante y con impecable lógica. Mas, “una golondrina no hace verano”.

 

 

10 de septiembre de 2011 

Jueces… se necesitan

Por Mauricio Ortín

 

La calidad de la Justicia en un país, más que con la voluntad de impartirla de sus jueces, tiene que ver con la dosis de injusticia que están dispuestos a soportar sus habitantes. El sistema nunca es perfecto, por ello, uno debe resignarse a lo que se estima como una razonable administración de justicia para un momento y lugar determinado.

Las personas, es un hecho, tienen disímiles posibilidades de obtener justicia; ya sea, cuando acuden a solicitarla o cuando son llamados a rendir cuentas. El tener dinero, fama, influencias o poder es (no siempre) una ventaja; pero, el pertenecer a un país civilizado en el que rige, plenamente, el estado de derecho es, sin duda, la mejor garantía. Mas, no se debe confundir (como es habitual) estado de derecho, con gobierno elegido por el voto popular. No siempre suelen darse juntos. Menos aún, como es obvio, separados.

En la Argentina tenemos un gobierno elegido por el voto popular y jueces designados con arreglo a los dictados de las constituciones nacionales y provinciales.

Ahora bien ¿Tenemos calidad de justicia a la altura de estos tiempos? Poseemos quizás, la que nos merecemos o la que se nos parece; pero, seguramente, no la que debiéramos, si consideramos el gasto que el conjunto de la población hace para mantenerla.

El costo de una justicia del Primer Mundo con el servicio de una del Tercer Mundo. Esta afirmación, que puede parecer exagerada, para mí también lo era hasta que conocí la “africana” sentencia por encubrimiento en el caso por el homicidio de María Marta García Belsunce. Se trata, en mi opinión, del mejor diagnóstico del calamitoso estado en que se encuentra la justicia argentina. Digo esto porque, luego de haber leído y releído sus cuatrocientas y pico de páginas, todavía no entra en mi cabeza como, mamarracho semejante, no haya despertado la indignación y la repulsa espontánea en los argentinos.

Sucede que. aún cuando no es su obligación, los sentenciados (ahora detenidos) han demostrado con creces su inocencia; y, por el contrario, el alegato de la fiscalía y la monstruosa sentencia no han conseguido presentar una sola prueba que demuestre la culpabilidad. Para muestra, un botón.

La sentencia hace suya la absurda y principal teoría de la fiscalía que afirma (en contradicción con las declaraciones de Ortiz, Carrascosa, y otros dos guardias del country) que, el vigilador Ortiz, se encontró con Carlos Carrascosa alrededor de las 19.20 hs. (Carrascosa y Ortiz sostienen que fue, a más tardar, a las 19.00).

Pero resulta que la sentencia, también, da por hecho, que desde su casa Carrascosa hizo un llamado telefónico a las 19.07.58 a OSDE, con el objeto de solicitar asistencia médica (llamado, registrado por la empresa telefónica y cuya conversación fue grabada por la obra social).

Hay que agregar además el llamado del Dr. Zancolli a las-19:16 horas- y dos llamados de OSDE a la casa de Carlos Carrascosa de las 19:13:49 a las 19:15:11 horas (todos atendidos según los registros telefónicos y los testimonios de los que se comunicaron).

De lo que se deduce, necesariamente, que Carlos Carrascosa, Irene Hurtig y Guillermo Bártoli primero, descubrieron su presencia en la casa a través de los llamados telefónicos (a partir del llamado a Osde 19.07.58 hs.) y, luego, de manera incomprensible, abandonaron la escena del crimen (porque según Ortiz en la casa no había ni vehículos ni gente antes que llegara Carrascosa) para luego aparecer Carlos Carrascosa como recién llegando a su casa las 19.20.

Es estúpido pensar que Carrascosa, llegando a esa hora y aparentando que no sabía que su esposa estaba muerta, buscaba instalar una coartada que lo desincrimine ¡Acaso no había llamado a OSDE a las 19.07.58! La versión de los jueces es un insulto a la inteligencia, pues esta dicotomía, planteada en un mismo escrito, es incompatible e irreconciliable con el razonamiento lógico más elemental. Y ésta es sólo una, de las múltiples inconsistencias en las que se incurre.

Sin embargo, ello no ha sido óbice para que un batracio de porte semejante sea tragado, en seco, por los argentinos

¿Dónde están, sino, las decenas de miles de estudiantes y docentes de abogacía, de comunicaciones sociales, de filosofía, etc.?

¿Dónde están los profesionales del derecho con sus colegios, sus congresos y sus bibliotecas?

¿Acaso, no advierten como magistrados y periodistas meten presos a inocentes de la manera más desfachatada y burda?

¿No sienten, siquiera, un poquito de náuseas? No hay nada que repugne más a la conciencia que un inocente preso; tanto que debiera tener el status de delito de Lesa Humanidad.

Por otro lado, la desaprensión y la impiedad con que la prensa tira a los perros a esa familia, es tenebrosa. No es noticia, ni tiene rating, el que la sentencia sea un mamarracho. Salvo excepciones (Pablo Duggan y Raúl Kollman y, seguramente, algún otro que no conozco) los periodistas y los medios no han perseguido esclarecer la muerte de María Marta García Belsunce, sino, más bien, el impacto mediático que los distinga y los proyecte.

Faltan jueces en la Argentina; pero, más todavía, ciudadanos justos.

 



PrisioneroEnArgentina.com

Diciembre 26, 2016