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San Miguel de Tucumán, fue fundada el 31 de mayo de 1565 por Diego de Villarroel originalmente en la desembocadura de la Quebrada del Portugués en los campos de Ibatín, pero debido a la mala calidad del agua disponible, al cambio del camino desde y hacia el Río de la Plata y al acoso de los calchaquíes fue trasladada y refundada a su actual emplazamiento en 1685 por Fernando Mate de Luna, en el paraje hasta entonces denominado “La Toma” ubicada en la margen derecha del río Salí. San Miguel, hoy conmemora  a la primera fundación. Su traslado ocurrido 120 años después, concluyó el 29 de septiembre de 1685. Este acontecimiento vuelve una vez más a recordarnos las maravillas del nacimiento. Un milagro cargado de premoniciones. Es que hace casi 453 años Don Diego de Villarroel fundaba la ciudad, y al mismo tiempo la provincia, puesto que la ciudad tendría un tendría un ámbito sobre la que se extendería la actividad de su ciudadanos. Fue explícito, claro. Fundó en nombre de la Santísima Trinidad; de la Virgen María, Madre de Dios; de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, príncipes de la Iglesia, con una especial mención al Apóstol Santiago, “luz y espejo de los Españas”, referencia que está imponiéndonos una vocación de patria; y muy especialmente el fundador nos ofrece el patro­nazgo de “el Bien Aventurado Arcángel San Miguel”, capitán de las milicias celestes cuya activa beligerancia con el Demonio debe servirnos de ejemplo y guía. Villarroel la llama a su ciudad San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión. Nos pone ante una promesa. Que es la promesa de todos nosotros. Comprometernos ante nuestra tierra a cuidarla, fecundarla y fructificaría sin exigir la obligación de una compensación. Es que nosotros necesitamos recordar, los orígenes para entender nuestros compromisos actuales. Lo primero que hace el fundador es crear el cabildo, para que la ciudad tuviera justicia, ya que es impensable una comunidad sin justas relaciones entre sus integrantes.  Les da a los alcaldes ordinarios “send varas de justicia con cruz encima”. Nos está diciendo que lo primero es la justicia, y que la justicia lo ha de tener por encima a Dios. Y a nadie más que Dios. Traza la plaza de la ciudad y en su centro hace plantar el poste de la justicia, palo y picota, la pena que se ha de aplicar a quienes transgredan las justas leyes. Puede pensarse que aludir a la historia es ocuparse de cosas perdida de épocas que nada tienen que ver con la actualidad, de vejeces olvidables. Pero nos debe alentar la voz de don Diego, el fundador, para recordarnos que puso como prioridad y centro de nuestra comunidad a la justicia. Justicia que ha de ser libre que primacía sólo ha de reconocer a Dios Nuestro Señor, y a nosotros, los ciudadanos, nos da de patrón y guía al arcángel que es el campeón de la lucha por las causas Justas. En estos tiempos de crisis y desventuras, pero también de esperanza nos debe reavivar la ilusión y convicción de la promesa de nuestro fundador.

 

Dr. Jorge B. Lobo Aragón

jorgeloboaragon@gmail.com

 


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Junio 1, 2018