HAY QUE SALVAR AL MONO

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EL SEÑOR DE LA CORTE

Capítulo 2

Hay que salvar al Mono

Desde la infancia, Ricardo Lorenzetti sintió que había nacido para cambiar el mundo. Curioso y observador por naturaleza, se convirtió en un lector incansable. Buscó sin descanso ampliar el horizonte del saber. La política, su gran pasión. Pasado montonero en su juventud de universitario peronista. Arquitecto y constructor minucioso de su destino. Hábil contorsionista para acercarse, hasta donde hiciera falta, junto a los que tenían el poder. De abogado de a pie a juez de la Corte. “¿Dónde carajo está el Mono? ¡El Mono!, ¡el Mono!”, gritaban los militares que derribaron a patadas la puerta de la casa de la calle 9 de Julio, en el centro de la ciudad de Santa Fe, donde vivían cinco estudiantes de la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Eran las 6 de la mañana de un caluroso sábado de 1976, posterior al golpe militar. 56 Los uniformados, a punta de fusil, entraron en patota. Destrozaron los muebles; dieron vuelta los colchones y revisaron, uno por uno, los libros de aquella banda de terroristas o subversivos, como vociferaron a los cuatro vientos para advertir a los vecinos. El único que estaba en ese momento en la vivienda era Horacio Calciati. El joven dormía cuando el grupo de tareas, en compañía de miembros de la Policía Federal, convirtieron el sueño en una pesadilla que recordará hasta el último día de vida. Lo pusieron contra la pared, le separaron las piernas y lo cachearon. De un golpe lo tiraron al piso y, sin dudar un instante, lo intimaron para que confesara dónde ocultaba las armas. Eligió no hablar. Le asestaron un par de culatazos en la cabeza y le patearon las costillas sin descanso. Los gritos de auxilio se oyeron en toda la cuadra. Nadie acudió en su ayuda. Recibió una paliza feroz pero el operativo fue un fracaso. Por más que pusieron patas arriba todas las habitaciones, no encontraron ni una vulgar pistola. Se fueron con las manos vacías, sin llevarse nada ni a nadie. En el piso dejaron, en un charco de sangre, al hombre que únicamente despegó sus labios para expresar su dolor cuando le rompieron la cabeza y le fracturaron, prácticamente, todas las costillas. El Mono no estuvo en aquellas horas dramáticas. Minutos antes Calciati lo había ayudado a escapar por la parte trasera de la casona tras advertir ambos que los militares los seguían. Cuando Lorenzetti se reencontró con Calciati quedó atónito. No podía creer lo que le habían hecho a su amigo, le habían dejado el rostro irreconocible y el cuerpo apenas se podía sostener a sí mismo. “El Mono” no era otro que Ricardo Luis Lorenzetti, militante de la Juventud Peronista (JP), ligada a la organización guerrillera Montoneros. 57 Ricardo Capello, Alberto Infeld y Ricardo Roca, los otros estudiantes que compartían la fatídica casa, se salvaron de la redada de milagro. Ajenos a las actividades de sus dos compañeros, el destino quiso que estuvieran en otro lugar en ese momento. “No quiero ni recordar lo que viví esa noche, me molieron a palos por todas las partes del cuerpo”, recuerda Horacio Calciati. “Yo sabía dónde estaba el Mono”. Fui a avisarle del allanamiento para que huyera y no regresara hasta que se acomodaran los tantos”, detalla con melancolía. “Al día siguiente — continúa— compañeros infiltrados en las fuerzas de seguridad nos informaron que, desde la noche anterior, la manzana estaba vigilada por los militares”. El ahora contador no duda: “Ricardo Lorenzetti es una gran persona y amigo. Siempre me agradeció que le salvara la vida. Nunca lo olvidó. Nos conocemos desde el jardín de infantes, hicimos la secundaria juntos y luego compartimos la etapa universitaria. Tenemos una vida en común. Es una gran persona y gran amigo. Lo volvería a hacer”, 58 garantiza. Los militares querían al Mono porque estaban convencidos de que su organización estudiantil, en realidad, era una tapadera de la guerrilla montonera. Nunca pudieron comprobarlo, pero su olfato —y algunos soplones— les aseguraban que no andaban desencaminados con ellos. Lorenzetti fue uno más en revolverse tras la caída de Isabel Martínez de Perón. Las Juntas Militares que asaltaron el poder, el 24 de marzo de 1976, tenían como objetivo declarado no solo restablecer el orden político y económico, sino también asegurarse el monopolio de la fuerza con la aniquilación de toda expresión de pensamiento crítico. En el camino, y como prioridad, querían terminar con Montoneros —muy activos también durante el efímero y caótico gobierno de la viuda del general— y asestar el golpe final a lo que quedaba de otros movimientos guerrilleros. Entre otros, el atomizado Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que terminaría fusionado con Montoneros. A Lorenzetti lo fueron a buscar en varias oportunidades, pero el destino le tenía preparado un futuro más promisorio que centros clandestinos, vuelos de la muerte o cualquiera de los suplicios que la dictadura acostumbraba a utilizar. A Omar Francisco “el Flaco” Operto, quizás el hoy supremo juez también le deba la vida. Le abrió la tranquera de uno de sus campos (del norte santafesino) y lo mantuvo escondido por algo más de tres meses después del allanamiento de la casa. Cuando las aguas parecieron volver a su cauce y el ruido de las botas se oía lejano, Lorenzetti salió de su madriguera durante el verano de 1977. Había tenido tiempo para pensar y poner en la balanza hasta dónde estaba dispuesto a llegar, a riesgo de perderlo todo. Decidió cuidar mejor sus espaldas, intentar pasar desapercibido y bajar su perfil de militante. Tenía claro que eso no significaría abandonar la política, una pasión que cultiva hasta el día de hoy. En ese terreno ambiguo entre la guerrilla y la juventud peronista, sus compañeros lo recuerdan como un teórico o ideólogo más inclinado a desarrollar estrategias que a empuñar un arma. El Mono volvió con pies de plomo a la facultad y se entregó de lleno a la vida académica. Ese ámbito le resultaba mucho más seguro y gratificante. Intuía que no era un disparate pensar que, en verdad y a su manera, podría “cambiar el mundo”, 59 como, en el fondo, siempre había pensado.

(Extracto del libro de Natalia Aguiar, El Señor de la Corte)

Colaboración: Nora Alicia


PrisioneroEnArgentina.com

Abril 4, 2017


El Señor de la Corte. Prólogo omitido en la primera edición

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El Señor de la Corte. Prólogo omitido en la primera edición


Por Carmen De Carlos


Pensar en el Poder Judicial de Argentina es tener que pensar mucho y no siempre bien. La sospecha sobre miembros de un cuerpo, sin cuya existencia la democracia resultaría imposible, sobrevuela con insistencia desde hace décadas. Una porción significativa del Código Penal podría adaptarse, como una segunda piel bajo la toga, a jueces que tuvieron que salir por la puerta trasera de sus Juzgados. La misma hipótesis podría aplicarse a determinados magistrados que siguen en actividad. El destello que produce el reflejo de la plata provocó –y provoca- ceguera en la ambición de riqueza de esos hombres -y a veces mujeres- que un día eligieron olvidar que representan lo más sagrado de una sociedad: La justicia.
Los medios de comunicación, -con todas sus limitaciones y diversidad de propósitos-, nacieron con la obligada vocación de denuncia de aquellos funcionarios e instituciones que se traicionan a sí mismos y emponzoñan un país. Los periodistas argentinos que conocen de memoria los pasillos de los Tribunales de Comodoro Py y las escalinatas del Palacio de Justicia de la Nación, que es la casa de la Corte Suprema, fueron, en ocasiones históricas, valientes acusadores de aquellos que están más lejos que cerca de la ley. El respaldo de las empresas periodísticas en su trabajo supone una garantía y tranquilidad para ese investigador que tiene los ojos abiertos y el resto de los sentidos, en permanente estado de alerta.
Denunciar el abuso de poder e identificar las diferentes caras de la corrupción no es tarea fácil para nadie. Mucho menos para alguien que, como Natalia Aguiar, no ha tenido a su lado el blindaje de una redacción. Tampoco debió ser sencillo sumergirse en registros mercantiles de Buenos Aires a Salta, con escalas diversas y parada obligada en Rafaela, ciudad de nacimiento del presidente de la Corte Suprema, Ricardo Luis Lorenzetti. El desafío, visto y leído este libro, alcanzó proporciones enormes al rastrear sociedades encadenadas para tratar de localizar al creador de un tablero de piezas diseñado para engordar las alforjas propias a costa de las públicas.
El periodista de investigación –en nuestro caso la periodista- vio multiplicar sus retos al abrirse paso en el camino del presupuesto de la Justicia. Hacerlo significó toparse con sorpresas impactantes. La primera, obras públicas asignadas a constructoras que no llegan a colocar los cimientos o cuando lo hacen, se sostienen con la firmeza de un castillo de naipes. El ejemplo forma parte de una larga serie de hallazgos del libro que dan vértigo.
Zambullirse en los charcos del Poder Judicial puede producir ese efecto. También, superar la capacidad de asombro: Contratos de sistemas informáticos que colapsan, intento de asalto tecnológico a los procesos electorales o el destino poco transparente de cientos de millones –o quién sabe si miles- , son algunos casos que vuelca la autora en estas páginas para arrojar luz donde pareciera imponerse la noche o, deliberadamente, el silencio.
“Hacete amigo del juez”, propone José Hernández en el Martín Fierro. Cumplir con la invitación (lo que significa) es, precisamente, lo que no hizo Natalia Aguiar. Periodista y abogado entendió que las causas de los pobres –y Argentina lo es en la Justicia- no pueden estar sometidas a acuerdos de pulpería. Natalia pasó una década larga atenta a las palpitaciones de los diferentes miembros de la Corte Suprema, conoce cada rincón del Palacio de Justicia y hasta el color de los ladrillos -los limpios y los otros- de la máxima instancia judicial.
Este libro es la prueba de su tenacidad, de la dignidad de una mujer, de una periodista, que estuvo, parodiando la película de Fred Zinnemann, sola ante el peligro de rescatar la verdad. No tuvo detrás un equipo o una cabecera que la sostuviera. El resultado de su esfuerzo es la disección profesional de Ricardo Lorenzetti, el máximo responsable de esa Justicia que Argentina –y el mundo que la conoce- miran con recelo.
La historia del Presidente de la Corte de la Nación pudo ser la historia cristalina de una mente brillante. La biografía que narra Natalia Aguiar, pudo ser la del hombre que la mayoría de los argentinos pensó que era, cuando le designó el ex presidente Néstor Kirchner pero, no lo es. El jurista capaz de poner equilibrio, ser el fiel de la balanza incondicional de la justicia, templar con las presiones de otros poderes y evitar las tentaciones identificadas con el color del dinero, no es el que asoma en la mayoría de las páginas de este libro. En su lugar aparecen términos que ofenderían a una persona de bien: testaferros, fallos tarifados, traición, adjudicaciones a dedo y otras que el lector descubrirá en este informe minuciosamente documentado. También, con justicia, tendrá el lector la versión del protagonista o su derecho a réplica. El broche final es una entrevista que abruma como empieza y desconcierta como termina.
Este libro, en resumen, es una denuncia sin miedo, con documentos como prueba más que indicios, que los hay y son muchos. Este libro, El Señor de la Corte, está repleto de citas y testimonios con nombre y apellidos. Es un trabajo de investigación y desencanto pero también de esperanza. Sin la colaboración de aquellos que ponen su voz al servicio de la periodista, sin el archivo y la información lograda –parte con ayuda de otros jueces, abogados, políticos y miembros de la Judicatura que creen en la justicia-, sospecho que Natalia Aguiar no podría haber llegado tan lejos.
Todas las sociedades, y la argentina no es una excepción, necesitan sentir que la justicia existe. El imperio de la ley es el único ordenamiento imperativo que los ciudadanos entienden imprescindible para sobrevivir con garantías mínimas de seguridad, desarrollo y dignidad. Descubrir el lado oscuro en la cabeza de la justicia y de rebote en buena parte del resto del Cuerpo, pese a las apariencias, es positivo. Saber quién es quién permite identificar a los jueces honorables y estos, aunque a veces surja la duda, existen y son muchos. Algunos, figuran en estas páginas.


Carmen DE CARLOS


ABC (Corresponsal)
www.sudamericahoy.com (Editora General)
Buenos Aires
Carmen de Carlos es la corresponsal del ABC español en la Argentina.

Colaboración: Moni Cam

PrisioneroEnArgentina.com

Marzo 18, 2017

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¿…Y donde está el libro sobre Lorenzetti? Entrevista de Radio Del Plata a Natalia Aguiar

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Extrañas circunstancias rodean el retiro de los comercios del libro El Señor de la Corte, de Natalia Aguiar, que cuenta la vida y obra de Ricardo Lorenzetti, alias El Supremo o El Mono, Presidente de la Suprema Corte de Justicia. La casa editorial afirma que lo retiró de las librerías por un error de imprenta, otros aseveran que se habría perdido en el triángulo de Rafaela.

 

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

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Marzo 1, 2017