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 Por CARLOS LEYBA

 

Son muchos los debates que los argentinos nos debemos para poder encontrar la salida de este laberinto de decadencia económica que ya nadie discute.

¿Por qué laberinto? Por que no es fácil encontrar la salida buscada durantes más de cuatro décadas.

Esta decadencia económica y social, y tal vez muchas otras decadencias, que la brutal dimensión de la económica y social ocultan, es un escenario artificioso cruzado por encrucijadas que confunden y tornan imposible encontrar una salida: siempre una pared infranqueable obliga a retroceder sin encontrar una salida.

Lo laberíntico genera angustia. Y le quita autoridad a los que han corrido sin poder encontrar la salida. ¿En qué, en quién confiar?

Cuando llegó José Alfredo Martínez de Hoz (1976) ya estábamos metidos en el laberinto. Pero él, con la fuerza bruta de la Dictadura Genocida, nos empujó hacia adentro. En un panorama sombrío dijo “veo la luz al final del túnel”.

Lo increíble es que 45 años después, cuando esta negrura presente ya estaba cubriendo todo, Gabriela Michetti (2018) – vicepresidente de la Nación – dijo “veo la luz al final del túnel”.

El laberinto es volver a empezar. El día de la marmota.

Quienes nos condujeron y hoy conducen, están como nosotrosen el laberinto. Pero el poder ciega y entonces están a obscuras. Por eso no saben dónde están. Imaginan un túnel y dicen que “ven luz” …que nadie ve.

La imaginación de los gobernantes ha sido rica: desde la inversión de sentido de afirmar que con “la democracia se come, se cura y se educa”, cuando la democracia es plena sólo cuando todos comen, se curan y educan y no al revés, hasta el patético ingreso al primer mundo con Carlos Menem o la “revolución imaginaria” de los Kirchner. Y ahora en el hartazgo de esta secuencia escrita de frustraciones: “el segundo semestre”, “los brotes verdes” y el retorno, despejando hilachas, a un escenario de cuasi default como con el que terminamos en 2001. ¿Cuándo entramos en esta trampa?

Si nos basamos en las estadísticas del PBI por habitante, la respuesta es contundente: entramos en el laberinto de la decadencia hace 45 años.

Decadencia implica que previamente hubo progreso. No hay decadencia sin progreso previo.

Sturzenegger

Revisemos el pasado, ese lugar en el que los argentinos nada podemos acordar. Abordémoslo con estadísticas. Probadas y aprobadas por colegas de distinta visión.

La de aquellos que insisten en recorrer el laberinto buscando la luz al final del túnel, que han sido parte de las gestiones de los últimos 45 años, y la de aquellos que se resistieron a ingresar en él: los menos.  Los que han sido parte en general son ideológicamente neoliberales pro mercado y apertura.

Aclaremos, el neoliberalismo vacía de sentido cualquier referencia al interés general, al bien común, y considera que “el único determinante del comportamientos individuales es el cálculo racional, que en ningún caso está regido por reglas morales”E.Mulot.Veamos.

Hasta 1975 la Argentina fue un país de progreso económico y social. Por cierto, no exento de problemas.

Si hacemos análisis comparativo y nos basamos en lo escrito por un economista ortodoxo y dos veces funcionario en los últimos 45 años, como lo es Federico Sturzenegger, el PBI por habitante de la Argentina se mantuvo en el 75% del de Australia desde 1900 hasta 1975, año a partir del cual nos separamos drásticamente de la trayectoria australiana. Después de 1975 nuestro PBI por habitante cada año fue un porcentaje menor del de Australia.

Australia progresó (y mucho) hasta 1975 (después también), nosotros corrimos a la misma velocidad (no más ni menos) desde 1900 hasta 1975. Entonces nosotros, hasta 1975 y a la misma velocidad que Australia, tuvimos una excelente performance comparativa hasta hace 45 años.

Macri

¿Por qué Mauricio Macri, los “articulistas” pro oficialistas, hablan de 70 años de decadencia si, haciendo la cuenta hasta 1975 hay 45 años que tienen en común la misma visión de lo que debe ser la política pública?

Es fácil constatar que el PBI por habitante de la Argentina entre 1944 y 1975 creció a la misma velocidad que el de los Estados Unidos. Ni más ligero ni más despacio.

En los “gloriosos 30 años” (1944/1975) de la economía occidental, los del Estado de Bienestar, la industrialización, el pleno empleo, el avance de la redistribución progresiva del ingreso, la economía argentina y la economía americana crecimos a la misma velocidad.

La visión dominante era la de las políticas públicas precedidas por el concepto del “bien común”.

Hay más. Dicen J. Llach y M. Lago, dos economistas ortodoxos (el primero funcionario nacional destacado dos veces en el período 1990/2002), en uno de sus libros recientes, sostiene que entre 1963 y 1974 el PBI por habitante de la Argentina creció a mayor velocidad que el PBI por habitante de los países occidentales.

Tres relaciones comparadas – avaladas por protagonistas y policy makers de los últimos 45 años – nos demuestran de manera palmaria que si Australia, Estados Unidos y las economías desarrolladas de Europa Occidental eran economía en progreso, desde antes y hasta 1975 (ellas lo fueron también después) también lo fue, en aquél entonces, la economía argentina porque creció a la misma velocidad. Una opinión unánime: hasta 1975 progresamos, entonces, la decadencia – el ingreso en el laberinto – tiene fecha de inicio.

La enorme diferencia, el brutal abismo, es que todas aquellas economías occidentales siguieron siendo economías de progreso (aunque a distintas velocidades) y la economía argentina, desde 1975 hasta la fecha, ha dejado de serlo.

Hubo progreso comparado (y absoluto) hasta 1975 y particularmente desde 1945.

Miremos las estadísticas del PBI por habitante. Desde 1900 hasta 1945 el PBI ph creció 1,03% anual acumulativo y desde 1945 hasta 1974, 1,98%. De entonces a hoy 0,58% ¿Cuál es entonces el período de mayor crecimiento?¿Cuesta tanto que la unanimidad de los colegas reconozcan los hechos?

Perón

Desde 1975 estamos en decadencia económica medida por el PBI por habitante y en ese laberinto la pobreza se multiplicó a las tasas chinas de 7% anual.

Es necesario aclarar que dado que la población crece sistemáticamente hablar de porcentaje de personas bajo de la lìnea de pobreza es insuficiente. Es imprescindible hablar de número de personas sufriendo la pobreza. Y en ese caso 7% anual acumulativo de crecimiento es lo que ha producido que, de las 800 mil personas estimadas en esa condición en la primera Encuesta de Hogares del Indec (1974) hayamos pasado a 14 millones en los días que corren.

La decadencia no es obra de Mauricio Macri, no lo es el estancamiento de 45 años (eso es el 0,58% de crecimiento anual) ni los 14 millones de pobres. No. La causa es la continuidad de un proceso de extravío en la conducción que gira en el laberinto desde hace muchas gestiones.

Estas desgracias vienen de una catarata que viene tomando fuerza desde la altura de los tiempos de 1975: una bola de nieve de estancamiento.

Mientras en 1974 y antes, el desempleo rondaba el 2/4% y en momento de recesión (que los había) llegaba al 7%. Desde entonces la tasa de desempleo de crisis fue a un ritmo creciente; y cuando esa tasa declinaba, aumentaban varios “compensadores” sistémicos: el retiro del mercado de trabajo por hastío de no encontrarlo, el empleo público sustituto funcional del seguro de desempleo, los distintos tipos de planes e imprescindibles ayudas sociales que no son más que acciones de supervivencia colectiva.

En aquellos años de progreso económico y social irrefutable con los datos, el gasto del Estado nunca representó más del 22 % del PBI, el endeudamiento externo no fue ni remotamente una variable central de la política económica; y la tasa de inflación dificilmente superaba tres veces la tasa media de inflación anual de los países desarrollados.

Martínez de Hoz

En los años de la decadencia iniciada en 1975 y continuada hasta hoy el Estado, con privatizaciones incluidas, creció hasta 42%. El endeudamiento externo, la financiarización de la economía, creció sin pausa y con prisa; y todas las gestiones debieron acudir al auxilio del FMI; y además vivieron en estado de default. Y la inflación – hiper inflaciones aparte – con excepciones que llevaron al estallido de los 2000, siempre estuvo rondando 10 veces la inflación promedio de las economías occidentales.

Hasta 1975 la oferta de bienes públicos – todos lo recuerdan – era razonable, apropiada para un país de desarrollo medio, el hospital público, la escuela pública, la seguridad en las calles, etc.

Seguramente traducido a las palabras del presente “un clima de favorable a la inversión”.

Si Usted quiere aclaro que la fuga del dinero – que la había – iba a los bienes y no a los dólares. No era una fuga verde “casi popular” como la de nuestros días.

Nadie puede negar la existencia de conflictos sociales. Pero tampoco se puede desconocer que la representación social y el diálogo con el poder, excluían la acción directa: la calle no era el territorio cotidiano del conflicto social.

Sin duda, en esos años del Estado de Bienestar, también la minoría regresiva – que finalmente se impuso en 1975 y hasta hoy – se hacía del “Poder” por la fuerza militar (no por las urnas) para “contener y frenar la distribución progresiva del ingreso”. Y también sin duda las ultra minorías armadas de las guerrillas generaban en las calles un clima de temor, tanto durante los gobiernos militares como en el período democrático inaugurado en 1973.

Por eso el General Perón los expulsó de la Plaza llamándolos “imberbes”  y agregando “estos infiltrados que trabajan adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar con que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero”.

Hasta 1975 no hubo ningún período de “déme dos”, ni tampoco la explosión de fortunas súbitas e hiper concentradas que adornan nuestros espacios que imitan al primer mundo, pero con la tosquedad extrema del Hotel de lujo y casino que – en la ciudad de Rosario – está en la vecindad de la villa miseria.

Estas fortunas nuevas, bastante toscas, no se emparentan con las de la “oligarquía ganadera” que crecían cuando crecía el país. Ni con la de la “burguesía industrial” que cuando crecía el país crecía.

En aquél entonces, hasta 1975, fortunas individuales y progreso colectivo, podrían no ir parejas, pero iban para el mismo lado.

Pero hoy, con 45 años de país estancado, mareas de pobreza alrededor de las ciudades, el mayor escándalo es la explosión de fortunas nuevas. Inmensas, bien notables, y como en todo lugar de riquezas súbitas, la de los nuevos ricos, es además de poco mérito todas derivadas de concesiones o contrataciones propias del desguase del Estado. El final de “Zorba el griego”.

Un Estado que ahora representa el 42 % del PBI (el doble de aquella época de los 30 gloriosos) que sobrevive por estar endeudado, que no presta la proporción de los servicios públicos de entonces y que asiste a una privatización continuada de la educación, la salud y del ejército de seguridad privada que hasta atiende en “espacios públicos”. Todo eso es decadencia.

Reagan

Tenemos un Estado sin moneda. Lo que es de una gravedad extrema. Porque es “menos Estado” que el necesario. Y porque se torna un Estado dependiente, ya no del mercado financiero interno, sino – y vaya si lo sufrimos – de las llaves de paso que se abren o se cierran en el exterior y que nos hacen dependientes.

Simplemente hasta 1975 los bancos privados financiaban hipotecas para vivienda a 10,12 o15 años, en pesos y a tasas de interés fijas. Sí, había ilusión monetaria,pero era posible hacer política monetaria.

¿Cómo se dispara la decadencia?¿Cuándo entramos en el laberinto? En 1975 ocurre el “rodrigazo”. Pero no fue solamente una decisión espantosa, errónea, de política económica. Fue, como está de moda ahora señalar, un “intento de cambio cultural”.

Ricardo M. Zinn, el operador e inspirador del golpe económico que tumbó a la Argentina, era un militante de la lucha contra las ideas de desarrollo y justicia. Sostenía que sólo el vigor de los mercados, librados a toda su potencia, era capaz de producir beneficios colectivos e individuales. Nada, decía, justificaba “las políticas”, los “objetivos”, los “programas”. No podían provocar nada positivo.

Todo se dividía en “cuestiones que el mercado ha resuelto y cuestiones que el mercado resolverá”. Para eso había que liberar las fuerzas del mercado y hacerlas liderar por el mercado financiero cuyo regulador de “pasa no pasa” es la tasa de interés de mercado, pura, limpia, sin concesiones. Cuando lo vemos actuar al actual Presidente del BCRA no cabe duda que a todos los mueve el mismo espíritu.

Zinn era un extremista del neoliberalismo que acuñó, durante la Dictadura Genocida, dos frases emblemáticas “los argentinos somos derechos y humanos”, “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Por un lado justificaba la represión salvaje y por el otro justificaba la destrucción del Estado. En ese camino “la Nación” se encogía dos veces. La primera porque no podía amparar la vida de todos los ciudadanos y la segunda porque se sembraba el espiritu de no ser todos partes de la misma Patria.

Zinn junto a Pedro Pou dió origen al CEMA y desde ese centro de pensamiento – Chicago Boys – se construyó una Universidad y se difundió una doctrina, una ideología, poderosa que repite, en lengua nativa, “el Estado no es parte de la solución sino parte del problema” (R.Regan) y “no hay tal cosa como “la sociedad” solo individuos” (M.Tatcher).

Lo más insólito que todos ellos eran miembros de la secta “Los Caballeros del Fuego” que lideraba José López Rega. ¿Podrán imaginarse que su instalación en el poder surgió de las maniobras siniestras del “brujo”?

Thatcher

La deriva de ese pensamiento es el auge financiero, primera etapa, al que contribuyó la demolición del desarrollo industrial nacional.

Zinn acordó con J.A. Martinez de Hoz las medidas del ”rodrigazo”, la resistencia a las mismas conducidas por el sindicalismo – en el marco de la guerrilla que le hacía el juego al golpe con aquello de “cuanto peor mejor” –  fue el fundamento de la Dictadura Militar que puso en marcha la segunda etapa del “rodrigazo”.

El argumento de la apertura irracional de importaciones financiadas con deuda externa, era que se había acabado y fracasado la “industrialización por sustitución de importaciones”.

Que el innegable avance de integración industrial – de la que un ejemplo era la industria automotriz resultado de una integración vertical que producía el 90% de un vehículo y que además exportaba – era “falso” y que había que abandonar ese rumbo de modernización económica y social cuyos resultados ya hemos mencionado.

En 1974 las terminales automotrices y todas las empresas del sector, acordaron el protagonismo exportador automotriz que se frustró con la llegada del neoliberalismo al gobierno.

A partir de esa mirada equivocada (ingenua o perversa) la economía argentina hizo de la industria manufacturera de transformación la madre de la nueva y monumental restricción externa: déficit de 30 mil millones de dólares anuales (2004/2018). Si se crece 1%, las importaciones industriales crecen 3,69%.

El crecimiento, en estas condiciones, genera crisis del balance de pagos.

En “restricción externa estructural” no existe la posibilidad de consolidar una moneda porque dependemos de una moneda que no emitimos; y con el discurso de la desindustrialización forzada, en lugar de producir los bienes que proveean esa moneda, vivimos en déficit permanente de ella.

López Rega

La desindustrialización forzada, que arrastramos hace 45 años, es el motor de la restricción externa y además ha destruído la capacidad de generar empleo productivo urbano. Llevamos  19 caídas del PBI ph entre 1975 y 2018.

Esta mecánica lleva a que la restricción externa, provocada por la desindustralizaciòn, obligue al Estado a paliar las condiciones que genera la falta de trabajo productivo urbano. La primera respuesta que agrava la debilidad fiscal es un empleado público cada 12 habitantes.

La proporción de consumidores de bienes o insumos importados, por la conformación “ensambladora” de la industria, es infinitamente superior a la proproción de productores de bienes o insumos de exportación.

Se genera así la economía de tres déficits: externo, de empleo y fiscal.

Toda política de impulso, en este sistema que rechaza la concertación, es inflacionaria porque no mueve la rueda de la producción sino la de la deuda.

En este contexto, la deuda externa grita y la deuda social angustia.

Entre gritos y angustia, es imprescindible repensar el por qué de la decadencia y romper con el discurso de la justificación que da vueltas en el laberinto sin encontrar la salida. Con las mismas ideas, aunque las personas cambien, nada va a cambiar. Por eso hay que entender por qué la decadencia: ese porque es la única manera de salir del laberinto.

 

Carlos Leyba es economista egresado de la Universidad de Buenos Aires. Realizó estudios de posgrado en la Universidad Libre de Bruselas. Fue profesor regular titular en la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). Durante la presidencia de Perón fue subsecretario general del Ministerio de Economía y vicepresidente ejecutivo del Instituto Nacional de Planificación Económica (INPE), en tal carácter tuvo a su cargo las tareas operativas de la Política de Concertación y del Plan Trienal de Reconstrucción y Liberación Nacional. Fue presidente del Fondo Nacional de las Artes y coordinador de los Informes de Desrrollo Humano (1995-1999) del Senado de la Nación. Consultor del PNUD, del Banco Mundial, del BID y de empresas. Es presidente del Centro de Estrategias de Estado y Mercado (EEM), profesor en la Maestria de Integración de la UBA, columnista económico de la revista Debate y edita la página web nosquedamosenel73. Es autor del libro Economia y Politica en el Tercer Gobierno de Peron.

 


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Septiembre 25, 2019