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  Por CLAUDIO VALERIO.

 

“Buenos Aires, cosmópolis y mañana”, dijo de la capital de Argentina un gran poeta. Ese mañana es hoy; en la gran ciudad actual la vida es amable. Quien haya visitado a la Argentina, queda con un nostálgico deseo de volver a verla.

Argentina es uno de los países de mayor cultura musical del mundo. Desde antaño que ha sido reconocida la sensibilidad por lo estético y exquisito del pueblo argentino; por eso su cultura tiene una evidente propensión a lo musical, y a las artes plásticas.

En Argentina el folklore tiene diversas y distintas expresiones según la región geográfica que se considere. Ya sea en las canciones, en las danzas y en lo culinario, en todos ellos está presente el sello que destaca el espíritu nativo entre todos los demás de América, En campos y ciudades se cultiva la tradición: en el interior de la República como costumbre, y en las ciudades por cariño y compenetración con el alma nacional. Y quizás aquí sea interesante resaltar el auge de la música, los bailes nativos y la gastronomía que ha cobrado en la ciudad, al punto de incluirlos en cualquier reunión, y en especial en esos puntos turísticos. Nacido en Buenos Aires, burlón y compadrito. Buenos Aires y el tango son cuerpo y alma de una misma realidad. En el siglo pasado, en el baile de los negros, el sonido de un parche “tan-gó” pudo dar origen al nombre, aunque, según el musicólogo Ortiz Oderico, también el tamboril tenía su antecedente: Shangó, dios del trueno en la mitología de los yorubas de Nigeria. Aunque hoy el tango ocupa el centro de gravedad ciudadano, lo cierto es que nació en los piringundines y burdeles situados en los arrabales más orilleros de Buenos Aires. La proximidad de la pampa dotaba a los tangos de aires de milonga y títulos camperos: El cencerro, La tablada, El buey solo, Bataraz, La trilla, La huella, El baquiano, y otros. La irónica ambigüedad de algunos títulos delata sus raíces prostibularias, como el caso de El choclo, La flauta de Bartolo.

Además del tango, desfilan la chacarera, el gato, el pericón y otros tantos que cobran cuerpo y se adentra en el alma de lo argentino.

El tango y el asado son una síntesis de nuestra identidad y, como toda expresión popular, ambos están íntimamente ligados a los hábitos y costumbres.

Por su devenir histórico, sus orígenes se manifiestan en los arrabales del puerto de Buenos Aires para uno, y el primer frigorífico de Sudamérica instalado en la ciudad de Campana, para el otro. Para ambos, su ascendencia, lengua, rituales y creencias los hacen parte de nuestra identidad cultural caracterizada por un todo de ser un producto de la comunidad.

El choclo (Discépolo)


*Tango 1947*
*Música: Ángel Villoldo*
*Letra: Enrique Santos Discépolo / Juan Carlos Marambio Catán*

Con este tango que es burlón y compadrito
se ató dos alas la ambición de mi suburbio;
con este tango nació el tango, y como un grito
salió del sórdido barrial buscando el cielo;
conjuro extraño de un amor hecho cadencia
que abrió caminos sin más ley que la esperanza,
mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia
llorando en la inocencia de un ritmo juguetón.

Por tu milagro de notas agoreras
nacieron, sin pensarlo, las paicas y las grelas,
luna de charcos, canyengue en las caderas
y un ansia fiera en la manera de querer…

Al evocarte, tango querido,
siento que tiemblan las baldosas de un bailongo
y oigo el rezongo de mi pasado…
Hoy, que no tengo más a mi madre,
siento que llega en punta ‘e pie para besarme
cuando tu canto nace al son de un bandoneón.

Carancanfunfa se hizo al mar con tu bandera
y en un pernó mezcló a París con Puente Alsina.
Triste compadre del gavión y de la mina
y hasta comadre del bacán y la pebeta.
Por vos shusheta, cana, reo y mishiadura
se hicieron voces al nacer con tu destino…
¡Misa de faldas, querosén, tajo y cuchillo,
que ardió en los conventillos y ardió en mi corazón!

Tita Merello, mito eterno…

Tita Merello, es el nombre artístico con que se conociera a Laura Ana Merello, nació en un conventillo de San Telmo, en Buenos Aires, el 11 de octubre de 1904. Fue una  actriz y cantante que dejó una huella imborrable en la historia de la música y del cine argentino. Murió en Buenos Aires el 24 de diciembre de 2002

 

Buenos Aires y el tango son cuerpo y alma de una misma realidad. En el siglo pasado, en el baile de los negros, el sonido de un parche “tan-gó” pudo dar origen al nombre, aunque, según el musicólogo Ortiz Oderico, también el tamboril tenía su antecedente: Shangó, dios del trueno en la mitología de los yorubas de Nigeria. Aunque hoy el tango ocupa el centro de gravedad ciudadano, lo cierto es que nació en los piringundines y burdeles situados en los arrabales más orilleros de Buenos Aires, como los Corrales Viejos (Parque de los Patricios), la Batería (Retiro), Santa Lucía y Barracas al Sur (Avellaneda). La proximidad de la pampa dotaba a los tangos de aires de milonga y títulos camperos: El cencerro, La tablada, El buey solo, Bataraz, La trilla, La huella, El baquiano, y otros. La irónica ambigüedad de algunos títulos delata sus raíces prostibularias, como el caso de El choclo, Tres al hilo, La flauta de Bartolo.

Al tango, esta naturaleza marginal le valió, en una etapa, sea considerado música prohibida. Poco después del Centenario, en algunos cafetines atendidos por camareras, sobre todo en el barrio de La Boca, surgieron los nombres más estelares de la denominada “guardia vieja” del tango, cada uno asociado a un instrumento particular: Agustín Bardi, piano; Francisco Canaro, violín; Eduardo Arolas, bandoneón; Roberto Firpo, piano; Vicente Greco, bandoneón; Samuél Castriota, piano. Ángel Villoldo lanza a la fama dos clásicos: El esquinazo, y El choclo; y Juan de Dios Filiberto, Caminito y Quejas de Bandoneón.

Así el tango ganó auditorios más amplios, que se daban cita en “salones de esparcimiento”, como La marina, La turca, La popular, La taquera, El griego, Las Flores, El argentino y El royal. Estos salones avanzaron hacia el centro de la ciudad, donde los nombres de la Guardia Vieja ya eran pequeños conjuntos que dieron nacimiento a las primeras orquestas. Juan Maglio Pacho se instala en el Bar Corrientes (corrientes al 1400), Eduardo Arolas en el Botafogo (Lavalle y Suipacha), y Roberto Firpo en El Centenario (Avenida de Mayo al 1300). Sin embargo, acorde a un país que buscaba legalizarse culturalmente en Europa, el tango obtuvo reconocimiento oficial en el viejo mundo, donde lo bailó “le tout París”, desde el Zar Nicolás II a Rodolfo Valentino; hasta que el académico Jean Richepin lo ensalzó en la  Academia Francesa, y el mismo Papa Pio X lo absolvió de su pasado pecaminoso y prostibulario. Al fin, el Barón de Marchi organizó una reunión en el Palais de Glace porteño y lo presentó a la alta sociedad de Buenos Aires.

A partir de 1917 irrumpió una nueva generación de compositores e intérpretes: Julio De Caro, Pedro Maffia, Pedro Laurenz, Enrique Delfino, Juan Carlos Cobián, Osvaldo Fresedo, Anselmo Aieta, Sebastán Piana, Osvaldo Pugliese y Edgardo Donato. Pero fue Carlos Gardel quien le dio al tango el espaldarazo definitivo cuando cantó Mi noche triste, de Samuel Castriota y Pascual Contursi. Eso sí, para siempre el tango tendría su impronta nostálgica, dramática, por la cual se lo reconoce hoy en todo el mundo.

Desde mediado de los años 30 en adelante, saltó a la palestra una nueva camada de talentosos instrumentistas y compositores, conocida como Guardia Nueva: Aníbal Troilo, Orlando Goñi, Elvino Vardano, José Basso, Hugo Baralis, Carlos Di Sarli, Juan D’Arienzo, Rodolfo Biaggi, Fulvio Salamanca, Héctor Varela, Miguel Caló, Armando Pontier, Horacio Salgán, Osmar Maderna, Ángel D’Agostino, y un largo y genial etc., etc., cuyo máximo esplendor (la Guardia Vieja ya había sido sucedida por una brillante Guardia Nueva), ocurre los años 40, época de grandes y magistrales orquestas, así como de multitudinarias citas bailables. En esta época se consagran como clásicos los antiguos poetas del tango, como los inmortales Le Pera, José González Castillo, Discépolo, Cadícamo, Celedonio Flores, y se consagran otros nuevos como Homero Expósito, Homero Manzi, Cátulo Castillo, José María Contursi; y cantores de la talla de Floreal Ruíz, Edmundo Rivero, Ángel Vargas.

A partir de la segunda mitad de los 50, un nuevo tango, considerado de vanguardia, irrumpe en Buenos Aires y conquista el mundo. Sin dudas, su epicentro es Astor Piazzolla, cuyas composiciones perfilan un universo en el que se dan la mano las viejas tradiciones tangueras con toques de Ígor Stravinsky y Bela Bártok.

 


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Enero 14, 2021