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Por JORGE BERNABE LOBO ARAGON.

Reflexión:

Mi suegro hijo de una familia tradicional del valle de Tafí y gran conocedor de las costumbres y las historias legendarias me describía sobre un caudillo famoso llamado “Túpac Amaru”. Amanecido con las historias y anécdotas familiares que repicaban sobre mí desvelada humanidad empezó a repiquetear sobre mí volátil ser la condición de pájaro volador y soñador. Siguiendo con mi desdoblamiento corporal o bilocación subjetiva comentada en numerosos escritos como “volar como los pájaros”, “mis sueños de vuelo” y “hacía arriba y más allá” he podido lograr una vez más con mi percepción y una magia especial que viene del supremo, una antigua aspiración del hombre de remontarse a las alturas como las águilas. Es así que pude conocer en persona a este personaje magnífico y legendario, que ha despertado la imaginación de escritores e historiadores, haciéndonos soñar con sus heroicas reivindicaciones. Ya de chango, en el colegio leyendo su epopeya, me impresionaba como generaciones de argentinos han crecido sabiendo cómo murió Túpac Amaru, sin recordar cuál fue el motivo de su último suplicio. Así, el último Inca no ha quedado en el imaginario colectivo como el símbolo de la libertad americana sino como el más gráfico ejemplo del descuartizamiento. La forma brutal en que se ejecutaba en esa época, despedazado por cuatro caballos al sacrificado, hacía que la sangre en las venas de algún ancestro aborigen se revelara contra la crueldad, contra la opresión, contra la injusticia de que una raza impere sobre otra. Y es lógico que así sea. Tenemos derecho a exaltar a los héroes de nuestra sangre y satisfacernos de ser continuadores de sus razas. En el heroico Túpac Amaru, pude reivindicar – dejando al margen a los pocos o muchos abuelos venidos de Europa y África-, nuestras esencias americanas, el rechazo a lo importado, y nuestra aceptación a la religión cristiana. Es claro que para eso no se precisa un Túpac Amaru de estampita, o un Túpac Amaru inventado, o de un Túpac Amaru a imagen y semejanza de las ideologías que nos propongamos sostener. Sino el que personalmente conocí en mí revoloteo. El verdadero. El de sangre y hueso, y no al que solamente sirve para sostener ideologías o que lo usan como bandera. Este, ahora también mi amigo, aclaro el verdadero Túpac Amaruc, José Gabriel Condorcanqui, quien tomó el nombre del último emperador de los Incas, se declara ante mi presencia incorpórea, como un creyente católico. Vale decir que su rebeldía – me lo dice mirándome con sus ojos de una vivacidad insostenible – , no se dirige contra la fe que se difunde por todo el país ni en favor del difunto culto del sol. Comete sus pecados, por supuesto, y algunos más espantosos que lo común, pero me cuenta que ese desenfreno y los muchos pillajes – propio de la época – ha sido una política y estrategia para conseguir la adhesión de las masas y no una apostasía de la fe.

También me declara con sencillez y sin soberbia que fue un buen vasallo que obedeció en cuanto pudo con amor la autoridad del soberano. En mi revoloteo incesante junto al cacique, me preguntaba a mí mismo, pero si acata al rey y es un devoto de Dios, ¿por qué de su rebeldía que arrastró multitudes indígenas y lo impulsaron a cometer matanzas? ¿No quería acaso devolver el poder a la mayoritaria raza indígena y rendir al sol el antiguo culto? Pues no. De manera categórica y concluyente. Me lo dice personalmente y en un lenguaje claro que entiendo a la perfección en mi condición etérea Me explica que la legislación colonial no los consideraba iguales a todos los ciudadanos. Que a algunos pueblos y a ciertas comunidades aborígenes, se las eximía del pago de algunos tributos y contribuciones. Lo que reclamaba y enardecía su afán de justicia era nada más que el fiel cumplimiento de esa legislación preferencial, y que a los privilegios otorgados no se los anule en nombre de necesidades fiscales inexistentes. Dicho en otro modo. Su rebelión comienza y termina contra los abusadores y avarientos. Fue entendiendo que debía tomar medidas más radicales ante el azote fiscal y comenzó a preparar la insurrección más extraordinaria de la que tenga memoria esta parte del continente. La independencia propuesta según mi amigo Túpac no era sólo un cambio político, sino que implicaba modificar el esquema social vigente en la América española. Sabe y me lo dijo abiertamente que su movimiento produjo una profunda conmoción en el Perú, grandes transformaciones internas y amplias resonancias americanas. Me contaba como un pasquín de la época ya publicaba sin censura alguna: “muera el mal gobierno; mueran los ministros falsos, y viva siempre La Plata…. Y mueran como merecen los que a la justicia faltan y los que insaciables roban con la capa de aduana”. Como presagiando a través de la prensa lo que viviríamos en nuestro país siglos después. El gran cacique, con lágrimas en los ojos, recordaba la situación de los pobres y de sus niños de ojos tristes. Todavía amargaba su existencia el recordar a sus viejos seguidores con la salud destrozada por el polvo y el mercurio de las minas. Sufría al rememorar nuevamente como sus mujeres veían morir a sus hombres e hijos en opresiones interminables. Nada más que por eso que comenzó a formar su ejército libertador. De a poco, como una hormiga laboriosa empezó con el acopio de armas de fuego las que estaban vedadas a los indígenas. En esas sus primeras tareas, fueron creciendo sorprendentemente con el esfuerzo de abuelos y nietos que se dedicaban a las armas blancas, pelando cañas, y preparando las flechas de la anhelada libertad. Me detallaba con emoción y reconocimiento desbordante, como sus mujeres entretejían con sus manos afanosas, delicadas mantas con los colores prohibidos por los españoles y adoptada como bandera por su milicia libertadora. Los colores del arco iris todavía flamean en los Andes Peruanos. Sí. Sin dudar, los elevados impuestos y las desigualdades insostenibles decidieron a mi nueva amistad comenzar la rebelión, un 14 de noviembre de 1780. Con su autoridad de cacique de tres pueblos empezó la mayor revuelta conocida. Me muestra visiblemente embelesado el famoso bando por el que reivindicaba para sí la soberanía. Proclama que parecía encenderse y brillar como el resplandor de un rayo, entre sus manos rugosas, anunciando de manera solemne que “los Reyes de Castilla han tenido usurpada la corona y dominio de sus gentes, cerca de tres siglos con insoportables gabelas, tributos, piezas, lanzas, aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregidores, y demás ministros: todos iguales en la tiranía, vendiendo la justicia, sin temor de Dios; estropeando como a bestias a los naturales del reino; quitando las vidas a todos los que no supieren robar, todo digno del más severo reparo. Por eso, y por los clamores que con generalidad han llegado al Cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso, ordenamos y mandamos, que ninguna de las personas dichas, pague ni obedezca en cosa alguna a los ministros europeos intrusos”. A pesar de su rebeldía y luego de vencer a los realistas en su primera batalla su hidalguía y magnanimidad despuntaba a flor de piel. Seguía sosteniendo su consigna de ” vivir como hermanos y congregados en solo cuerpo. Cuidando de la protección y conservación de los españoles; criollos, mestizos, zambos e indios por ser todos compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen”. En uno de sus manifiestos que me exhibía amablemente decía “Un humilde joven con el palo y la honda y un pastor rústico libertaron al infeliz pueblo de Israel del poder de Goliat y faraón: fue la razón porque las lágrimas de estos pobres cautivos dieron tales voces de compasión, pidiendo justicia al cielo, que en cortos años salieron de su martirio y tormento para la tierra de promisión. Mas al fin lograron su deseo, aunque con tanto llanto y lágrimas. Mas nosotros, infelices indios, con más suspiros y lágrimas que ellos, en tantos siglos no hemos podido conseguir algún alivio. El faraón que nos persigue, maltrata y hostiliza no es uno solo, sino muchos, tan inicuos y de corazones tan depravados como son todos los corregidores, sus tenientes, cobradores y demás corchetes: hombres por cierto diabólicos y perversos que presumo nacieron del caos infernal y se sustentaron a los pechos de harpías más ingratas, por ser tan impíos, crueles y tiranos, que dar principio a sus actos infernales seria santificar… a los Nerones y Atilas de quienes la historia refiere sus iniquidades… En éstos hay disculpas porque, al fin, fueron infieles; pero los corregidores, siendo bautizados, desdicen del cristianismo con sus obras y más parecen ateos, calvinistas, luteranos, porque son enemigos de Dios y de los hombres; idólatras del oro y de la plata. No hallo más razón para tan inicuo proceder que ser los más de ellos pobres y de cunas muy bajas”. También recuerda con añoranza y cierta tristeza que tras el triunfo de Sangarará, cometió el error de no marchar sobre Cuzco. Los virreyes de Lima y Buenos Aires lograron reunir un ejército de 17.000 hombres. Y esa enorme movilización bélica que había logrado recién comienza a flaquear por una traición interna, cuando la guardia que lo protegía como a un Dios lo empezó a desamparar como así también a su gran familia. A eso lo seguiría una derrota, tras otra y con los valerosos y fieles hombres que le quedaban, logró resistir heroicamente, para después de intentar una fuga, pero fue hecho prisionero y encarcelado. Todo este testimonio y detalle me revela con un dolor visible en su rostro adusto. Se le formó un proceso junto a su familia y a una multitud de prisioneros y nueve son condenados a muerte. Me reconoce que se le prometió enormes privilegios a cambio de entregar a sus subordinados, sobresaliendo una vez más su temple de hombre extraordinario. En su espíritu, naturaleza y serenidad imponderable solamente espetó soy el único conspirador“. Vuestra merced por haber agobiado al país con exacciones insoportables y yo por haber querido libertar al pueblo de semejante tiranía. Aquí estoy para que me castiguen solo, al fin de que otros queden con vida y yo solo en el castigo.” Mi amigo Túpac Amaru fue condenado a muerte y el 18 de mayo de 1781, los rebeldes quedaron expuestos a los “civilizadores”, que los descuartizaron. Su muerte, la de sus seguidores y familia de la manera más abominable y detestable quedará en la historia para siempre. Una función similar a un circo romano. A José Gabriel, el gran Túpac, mi gran amigo nada lo quebrantó. Su robustez de hierro triunfo sobre las cinchas de cuatro caballos que tiraban sobre su cuerpo para dividirlo. El Visitador rendido como el emperador ante el triunfo de un gladiador ordenó al verdugo se le corte la cabeza y debajo de la horca, le sacaran los brazos y pies. De este modo acabaron con mi amigo José Gabriel Túpac Amaru y su mujer Micaela Bastidas, cuya magnificencia llegó a que se lo nominaran reyes del Perú, Quito, Tucumán y otras partes…. ”

 


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Junio 29, 2017