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lobo-aragon27272Por JORGE B. LOBO ARAGON

Alguien podría describir la sociedad actual diciendo que establece privilegios en favor de ciertas clases. De una clase muy numerosa, los empleados públicos, que cobran sueldos, gozan de vacaciones y después se jubilan sin haber hecho algunos casi nada, y otra clase, los diputados, con un número más restringido, mejores sueldos, mayores vacaciones, óptimas jubilaciones y que  muchos no  hacen nada. Ese sería un punto de vista exagerado, que tome como general lo que quizás corresponda a casos aislados. La verdad es que la burocracia tiene una función que cumplir, y para que la cumpla se le paga; las distorsiones en los números y los quehaceres han de ser corregibles. Los diputados tampoco son una casta privilegiada sino que cargan la nobilísima misión de legislar; que se limiten a decir sí o no a lo que proponga el Ejecutivo, velando por sus caudales electorales y no por el bien público, seguramente corresponde a una distorsión óptica, y también corregible eligiendo a otros en las elecciones siguientes. Esto quiere decir que la sociedad cuenta con estamentos, como la burocracia o la dirigencia política, que tienen una razón de ser, son razonables, conviene que existan, aunque a veces se infle lo dañoso o lo inútil. Algo similar pasó con las encomiendas. Los conquistadores -ya desde tiempos de Colón– pensaron en la necesidad y la conveniencia de enseñar a los indios la religión, las artesanías, las encomiendas-1industrias, los sistemas de trabajo, el comercio, los hábitos sociales y culturales de una civilización mejor. Pensaron que a cambio de esa educación era justo que pagaran un impuesto, que fácilmente se traduce en servicios personales. Así nace que a conquistadores, pacificadores o pobladores de tierras vacías, el rey les “encomendase” (por eso se llamaron encomiendas)grupos de indios bajo juramento de protegerlos en sus personas y haciendas. El encomendero se beneficiaba con el trabajo de los encomendados, y a veces lo preocupaba más su ganancia que el cuidado al que estaba obligado, pero esos casos -numerosos o no- eran la excepción, la transgresión a la norma. A las encomiendas se las suprimió.  Mal recuerdo por sus abusos, no por la función que cumplieron. Pero condenar globalmente al sistema de encomiendas como perverso, sería tan injusto como vituperar en pleno a la administración pública y a los legisladores acusándolos de lacra social por sus accidentales abusos. Por lo menos eso es lo que yo creo. Que piensa Ud. mi querido lector.  Como soberano tiene la última palabra.

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