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  Por Alberto Asseff*

   Se sabe: ubicarse es parte de la construcción del éxito. En estos tiempos que el fútbol acapara el interés, todos los espectadores han refirmado el concepto de que el posicionamiento en el terreno de juego es crucial. Luego la diferencia la hacen el esfuerzo, la disciplina, la habilidad y, obvio, la fortuna. Por eso, la ubicación de la Argentina en la Región y en el mundo es decisiva para tentar un camino resurgente, luego de una larga y penosa cincuentenaria – o más – decadencia.

   Muchas veces en este lapso declinante se ha planteado que tenemos que definir “el proyecto de país”. Es la patente confesión de que la caída moral y material del país – que de uno de los seis más fuertes y prometedores devino un siglo después en el insoportable rango de 66°/69°- es consecuencia de que estamos descolocados, que no sabemos quiénes somos, qué queremos y adónde vamos. De tamaño embrollo no puede haber otro resultado que continuar cayendo, vía a la insignificancia.

   Ensayamos la ‘tercera posición’, la neutralidad, el retorno a la primera, entonces con otro nombre –‘tercer mundo’ -, ‘occidentales y cristianos’ – con escasa convicción y nula eficacia -, Mercosur – obra sesgada desde el inicio, trabada en su desenvolvimiento y en franca crisis un cuarto de siglo después de gestada -, unionismo sudamericano o ‘patria grande’, una vaporosa vaguedad y un divague fáctico a la luz de las secuelas que se traducen en la nada misma. Ahora es el tiempo de que la región se vuelca a la izquierda más o menos populista, aunque es notable que la mayoría de los gobernantes parecen tener los pies en la tierra y desechan aventuras emisionistas y el distribucionismo irresponsables. Empero, no se privan de internarse en innovaciones como engendrar ‘estados plurinacionales o multiétnicos’ precisamente en nuestra América que había logrado unificar algunos factores identitarios valiosos: idioma –sin  perjuicio de la sobrevivencia de las lenguas originarias, al igual que en Europa los llamados dialectos y hablas locales; tierra joven y supuestamente dinámica y emprendedora, integradora de todas las razas – que la realidad mostró que era más ilusoria que tangible; y ámbito de paz – no obstante los conflictos como los de Colombia, Centroamérica, los promovidos por el castrismo, el foquismo y tantos otros dislates propios de la embriaguez presuntamente revolucionaria. Locura que costó mucha sangre y enorme atraso y pobreza.

   EE.UU. y Francia son aliados de dos siglos y medio. En una cumbre de sus dos presidentes hace unos días compartieron la alarma ante el renacer del nacionalismo en todo el planeta desarrollado y el emergente, incluidos ellos mismos. Eso fragmenta a Occidente y lo debilita, advirtieron. Se comprometieron a revisar las “fallas” del sobreproteccionismo.

   El escenario nos ofrece una oportunidad del tipo bisagra. La Argentina – tan maltrecha anímicamente y tan lábil económicamente – paradojalmente está en el momento preciso para mutar y virar hacia el rumbo de prosperidad que de tan lejano se nos figura como una fantasía. Alimentos, gas, litio, minerales, energía verde, extensiones para fundar nuevas ciudades, aptitud emprendedora, tradición tecnológica – el Invap es el ejemplo y el emblema- y la apuntada desorientación y adolescencia de timoneles en Occidente son innegables elementos que obran en nuestro favor. La condición es que conceptualicemos y ejecutemos consecuentemente un estrategia internacional de la que dimanen políticas internas que apuntalen ese derrotero de reinventarnos como faro de la Región, con destellos que repercuten mucho más allá. Pensemos en varios Bangladesh, pero no sólo por el fútbol.

   Es en este contexto lo que intenta suscitar el título. Somos Occidente del Sur. Un impulso para renovar a Occidente desde su interior, poniéndole nuestro sello. Para innovar hay que agregar algo distinto. Ese añadido lo tenemos, pero antes que nada debemos reconocerlo y asumirlo.

   Nos hallamos en una época excepcional. Antes se ganaban elecciones prometiendo lo que no se iba a realizar. Hogaño se triunfará diciendo la verdad. Ello incluye a la política internacional. Esta circunstancia es para que nos sintamos orgullosos de ser occidentales del sur. No es ocasión de enmascarar lo que somos o turbarnos por ideologías de la mesa de café nocturno o producto de elucubraciones político-universitarias. La ola de izquierda en nuestra Región pasará porque no tienen ni ideas ni conceptos para impulsar la prosperidad y revertir la pobreza que ha invadido a nuestra América. No aman la Libertad y por eso no podrán abrirse camino. Están en un inexorable extravío. La Argentina occidental del sur, si no enajena la sazón, está en condiciones de ser la vanguardia de una nueva época. Para sí y para toda esta parte del nuevo mundo. Sin aires de grandeza, sólo con visión alta.

   La clave es que no nos avergüenza más reconocernos como occidentales. Le añadimos del Sur no para retacear la idea, sino para otorgarle un valor añadido y significante.

*Diputado nacional (JxC).

 


PrisioneroEnArgentina.com

Enero 27, 2023


 

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