Volando con el Almirante hacia el Alimento Sagrado…

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lobo-tt Por Jorge B. Lobo Aragón.

Vengo afirmando en mis últimos escritos que mi fenómeno de desdoblamiento en vez de ser algo tortuoso es una maravillosa bilocación. Me ha concedido el privilegio de volar como un pájaro vislumbrando y apreciado dimensiones desconocidas a través del universo y más allá. Es que a través de la experiencia invariable mi cuerpo astral con el tiempo regresa al físico con mayor naturalidad. Esos espacios de tiempo o regreso solían angustiarme ante el temor de un despertar sobresaltado. Pero la búsqueda inagotable del conocimiento y mi espíritu aventurero me llevan sin vacilar a través de mi cualidad a lugares cada vez más peligrosos o comprometidos. Nunca puedo saber mi destino, salvo el que Tata Dios me deparo. Es así como volando el cosmos en un aleteo inacabable, he podido relatar vívidamente la mayor parte de la expedición del Almirante. Como un vínculo inalterable entre energías inexplicables, Cristóbal me relata nuevamente como un depositario invariable sus enormes epopeyas. Descubro y advierto nítidamente como Colón encuentra tierra, pero no los espléndidos imperios que buscaba y perseguía. Sino indios desnudos con escasas industrias. En Guanahaní, alza en su navío a varios nativos que le servirán de guías y a medida que comienzan a entenderse, le sirven de intérpretes ante los demás. Va descubriendo, de isla en isla. Me comenta apesumbrado que le extraña no encontrar ciudades sino pequeñísimas aldeas. Casas de techo de palma con cocos a su alrededor. La gente huye al verlos llegar. Encuentran redes de pesca, anzuelos y arpones trabajados en hueso. Nada más se necesitaba para vivir en un clima paradisíaco. Descubre “Cuba”, y entusiasmado me dice que “es la más hermosa isla que jamás vieron ojos humanos” y se renueva su esperanza de hallar un Gran Reino. Veo que manda dos hombres a explorar y colon-quotepresentarse a las autoridades. Rodrigo de Jerez y Luis de Torres. A este Luis de Torres lo elige por ser un judío converso que habla hebreo, caldeo y árabe. Pero hallan una aldea en la que para entenderse es más práctico el caribe de los indios de Guanahaní que el hebreo y el caldeo. A los cinco días volvía esta comisión cuando, el 5 de noviembre de 1492, encuentran una tribu con las casas más limpias y mejor edificadas, más agricultora que los cazadores de la costa, con abundantes sembrados de legumbres, pimientos, papas, mandioca, algodón y maíz. Ese día los descubridores de América estaban descubriendo alimentos que sólo en América se producían y que gravitarían en la cocina y en la economía de todo el mundo. El maíz como un Maná caído del cielo es encontrado por primera vez por el conquistador. Mazorca que será para siempre su alimento sagrado. Como si su leyenda prodigiosa fuera vacía o baladí se sienta a mi lado a conversar como dos amigos después de una plática pasajera. Me habla únicamente sobre su alimento santo. El Maíz. Le comento lo poco que he leído sobre el mismo y su adaptación en las distintas geografías a través de los tiempos. Su gesto y mirada adquieren una expresión inusual. Sus ojos que han visto y oído lo que ningún ser humano pueda imaginar adquieren un color rojizo nostálgico y a su vez alegre. Encendido. Le reseño que su maíz bendito se lo cultiva al nivel del mar y en el Perú hasta los 4.700 metros de altura; en suelos húmedos y en páramos; entre bosques tropicales y en regiones frías. Que se cultivaba desde la Patagonia hasta el Canadá. Que es en el altiplano es donde existe la mayor cantidad de variedades: blancos, amarillos, colorados, de un azul negruzco y hasta jaspeados; con granos de diversos tamaños y durezas, implantados en hileras rectas, entrecruzadas y helicoidales; plantas que desarrolladas no llegan a la rodilla y otras que se cosechan de a caballo para alcanzar las mazorcas. Que se presta para cruzamientos y desde 1926 se obtienen híbridos de gran rendimiento. Entusiasmado me mira fijamente. Es que me enmudezco por no saber que más explicar. Soy un abogado y no un ingeniero agrónomo. Valiéndome de mis viajes astrales. De mis vuelos y sueños a través de mi cordel inseparable le expongo mi experiencia. Queda absorto. Me mira nuevamente y con un ademán imperceptible me invita a que siga mi relato. Le indico que he podido observar que nunca se abandonaron las variedades autóctonas por resultar útiles para nuevos mestizajes resistentes a las plagas que a veces aparecen. Que su maíz vernáculo es comida, humita, tamal, polenta, choclo y api. Que en el Viejo Mundo es forraje especial para los chanchos. Que también es notable que en estas pampas americanas en las que el maíz nació, por abandono y desidia, se consuman cerdos de Dinamarca y hasta de la China. Siento que mi cuerpo vuelve a sacudirse y a palpitar como pidiendo volver nuevamente a su estado natural. Apenas puedo fijar la vista sobre el gran conquistador y murmuro hacia adentro con un dejo de añoranza y sinsabor. Es que Del Catay que el Almirante buscaba jamás vendrá la comida que somos incapaces de producir en la patria del maíz en donde todavía existe hambre y pobreza.

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