Volando por Lepanto con mi amigo Cervantes….

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lobo-tt Por Jorge B. Lobo Aragón.

 

En el globo terráqueo la impresionante grandeza de los océanos Indico y Pacífico al tamañito del mar Mediterráneo lo hacen parecer de una ridícula insignificancia. Y sin embargo en ese pequeño mar y en sus ajetreadas costas se han desarrollado las civilizaciones más trascendentes y la cultura ha conocido sus mayores esplendores. Esas aguas mediterráneas que están chorreando tradiciones de griegos y de troyanos, de egipcios y de fenicios, de romanos y de cartagineses, no han de olvidar tampoco las hechurías de tantos piratas que lo navegaron enarbolando una carabela entre dos tibias cruzadas, medrando a costa del intercambio de los pueblos. Ya Julio César tuvo que lidiar con los piratas. Y cuando no eran los piratas los que asaltaban el comercio marítimo, fueron los turcos, que en el siglo XV tomaron Constantinopla y el estratégico paso por los Dardanelos hacia el Mar Negro. Es allí donde mis facultades de bilocación me llevaron, durante mi desdoblamiento a través de un nuevo viaje astral. Es que ese cordel luminoso y extraordinariamente elástico me lleva a tiempos y lugares remotos, que a veces se encuentran diseminados por el cosmos. Espacios que muchas veces pueden ser peligrosos o comprometidos ya que mi cuerpo astral no puede saber su destino. Amanecía el 7 de octubre de 1561 cuando se inició una de las más grandes batallas de la Historia de la humanidad. En esta fecha, en Lepanto se reunieron más del 75 % de las galeras, galeazas, galeotas y fragatas disponibles en todas las flotas del mundo, 580 naves y más de 100.000 hombres. Cifras asombrosas para la época. Esta inmensa fuerza naval, iba a decidir el destino de dos imperios representantes de dos civilizaciones una emergente y otra consolidada en su territorio, oriente y occidente. Estaba absorto en mi vuelo de pájaro en medio de la batalla de Lepanto considerada como el conflicto naval más sangrienta de todos los tiempos. Es que la presencia otomana y del sultán se hacía cada vez más insoportable, y hubo que formar una Liga Santa para limpiar de turcos el mar. A la liga la formaron España, Venecia y Roma, que equiparon 300 barcos bajo las órdenes de don Juan de Austria, hermano natural de don Felipe II, con 80.000 hombres entre marineros y soldados. Los turcos alistaron 250 barcos con 120.000 hombres, y los pusieron bajo el mando de Alí Bajá. Venecia aportó 106 bajeles y 6 galeras enormes, toscas, pesadas, pero con 40 cañones cada una. España menos galeras, pero muchas fragatas, bergantines y buques de ágil maniobra. El pontífice de Roma 12 galeras y 6 fragatas. A sus hombres el Papa les concedió indulgencias equivalentes a las de los cruzados que fueran a rescatar la Tierra Santa. Y todos, de Don Juan al último marinero, confesaron y comulgaron antes de dejar el puerto. Al enemigo lo encontraron metido en el estrecho de Corinto, angosta faja de mar que separa el Peloponeso del resto de Grecia, detrás de las Islas Jónicas, y la batalla se libró frente a la ciudad de Lepanto el 7 de octubre de 1571. Tremenda. Monumental. Un soldado me comentaba con ojos de espanto que “nunca el Mediterráneo vio en sus senos ni volverá a presenciar el mundo conflicto tan obstinado ni mortandad más horrible, ni corazones de hombres tan animosos y encrudecidos”. Triunfo total. El veneciano Barbarigo, que mandaba el ala izquierda, muere ya con la alegría de saber que se ha alcanzado la victoria. Don Juan salió con un pie herido. Alí Bajá muere de un arcabuzazo en la cabeza. El virrey de Argel, excelente marino turco, logra escapar con 40 bajeles 130 barcos quedaron en poder de los cristianos y 90 se echaron a pique o se incendiaron. 25.000 turcos cayeron y 5.000 quedaron prisioneros. 12.000 cristianos cautivos recobraron la libertad. También murieron 8.000 cristianos y se perdieron 15 naves. Años después el soldado español que en aquella batalla perdiera su mano izquierda, y con el que tuve varios encuentros me recordaría que Lepanto fuela más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros”. ¿Un poco exagerado sería ese soldado, o pretendería magnificar la batalla para aumentar la gloria de haber participado en ella? Miguel de Cervantes Saavedra se llamaba el soldadesco. Mi gran amigo. Una amistad que a través de los años ni en las dificultades ni en las pérdidas nos trajeron mayores consecuencias. Solamente amor por la escritura. La pérdida de su mano izquierda la tomo como una causalidad del destino. Gracias a Dios, escribía con la derecha. A mí me quedan las dos manos y mis sueños de pájaro.

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Diciembre 26, 2016


 

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