La manipulación de testigos en causas de lesa humanidad
Por Emilio Cárdenas (Diario La Nación)
Jean-Pierre Bemba es un desalmado y corrupto político congolés que está, desde junio pasado, cumpliendo una condena de prisión por 18 años. Penalidad que le fuera impuesta por el Tribunal Penal Internacional por la comisión de diversos delitos de lesa humanidad en la República Centroafricana durante el conflicto armado interno que allí ocurriera entre los años 2002 y 2003. Entre ellos, las violaciones sistemáticas de mujeres que en esa condena, por primera vez, se definieron como lo que en esas circunstancias realmente son: crímenes de guerra.
Bemba, sin embargo, acaba de recibir una nueva y segunda condena, que esta vez alcanzó asimismo a dos de sus abogados y a dos de sus ayudantes. Se refiere a las tareas de la defensa del aludido Bemba, realizadas ante al alto tribunal internacional y tiene que ver con la manipulación intencional de los 14 testigos que se presentaran en la referida causa.
Al dictar la sentencia aludida, el presidente del Tribunal Penal Internacional, Bertram Schmitt, señaló que “ningún sistema legal” puede aceptar la manipulación o el direccionamiento de los testigos mediante cualquier inducción o presión destinada a que sus testimonios dejen de lado la verdad. Prohibición que, por lo demás, ha sido reconocida por los tribunales penales internacionales especiales, como son los de la ex Yugoslavia, Ruanda y Sierra Leone.
Ocurre que la manipulación de los testigos, por su perversa gravedad, genera la nulidad de sus respectivos testimonios. La que, por lo demás, es insanable. Absoluta, entonces. La falsificación de la prueba no admite -claro está- otro resultado. Y supone una ofensa gravísima contra la administración de justicia.
“Ocurre que la manipulación de los testigos, por su perversa gravedad, genera la nulidad de sus respectivos testimonios”
La experiencia sugiere que, a veces, son los gobiernos (o sus fiscales) los que influencian o presionan a los testigos para
que de alguna manera ellos obstruyan o distorsionen la verdad, con dichos torcidos. Para así alinearlos con sus objetivos, con frecuencia políticos. También sucede, obviamente, que los propios acusados, o sus abogados defensores, traten (como Bemba) de hacer lo mismo, en procura de diluir las acusaciones que enfrentan. Ambas cosas, está claro, son condenables y generan nulidades.
No está entonces permitido entonces el llamado “coaching” de los testigos. Por ningún motivo. Tampoco para tratar de paliar las consecuencias del tiempo que de pronto pudiera haber transcurrido entre los hechos que se investigan y las declaraciones testimoniales.
Esto último puede hacer caer, por ilegales, a las llamadas “reconstrucciones colectivas” con las que presuntamente se procura “construir o revivir” lo sucedido en el pasado, teñidas casi siempre con un “relato” particular. No se trata, a veces, de “refrescar la memoria”, sino de direccionarla, lo que es por cierto una práctica inaceptable.
A lo que cabe agregar que los testigos con interés en el resultado del juicio tampoco pueden ser considerados independientes. Porque ciertamente no lo son. Y no debieran testimoniar.
Todos los testigos “entrenados” son entonces cuestionables, cualquiera hubiera sido su circunstancial “entrenador”. Y su objetivo.
El tema que el Tribunal Penal Internacional pone ahora sobre la mesa es bien serio. Porque falsificar la prueba es claramente una forma de corrupción. Y, más aún, porque se trata de respetar -o no- el debido proceso legal, que no puede dejarse de pronto de lado sin vulnerar una garantía constitucional individual emplazada en el corazón mismo de las estructuras democráticas y que por ello no puede, jamás, dejarse de lado.
El tribunal internacional deberá ahora determinar específicamente cual es el castigo a imponer a los condenados por manipular testigos, que puede consistir en penas de prisión de hasta cinco años, además de la imposición de multas a los que resulten responsables. Jean-Pierre Bemba y los demás condenados pueden apelar las condenas que se les impongan, dentro de los 30 días.
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La Re-Fabricación de la Memoria
Por Fabian Kussman
Jean Piaget, el sicólogo constructivista suizo, revivía el intento de secuestro del que fuera víctima a muy temprana edad. Rememoraba como su niñera había intentado defenderlo de sus captores, hasta incluso ser herida. Recordaba al policía interviniente y el blanco bastón que este portaba. Sus reminiscencias eran nítidas y muchos pequeños detalles se perpetuaron en su memoria. Años más tarde, su niñera despertó una mañana con un ataque de conciencia y confesó a los padres de Piaget que el mencionado secuestro nunca había ocurrido. La niñera había desatendido a la criatura por unos instantes. Había creado esta historia para ocultar su descuido.
En 1994, durante un debate sobre los terribles hechos sucedidos durante el holocausto judío en un programa de televisión estadounidense conducido por el popular Phil Donahue, una anciana mujer sobreviviente de Auschwitz declaraba afirmativamente sobre la fabricación de jabones con restos de seres humanos asesinados por los Nazis. Manifestaba haber dormido a metros del crematorio. Dada su edad y su traumática experiencia, sentí empatía por la dama. Quería creerle. Pero estaba equivocada.
La opinión popular Argentina tiene una justa debilidad por los familiares de desaparecidos y sobrevivientes de torturas durante el último gobierno de facto. Fue terrible. Es terrible. Hubo otros. Hubo torturados durante el gobierno de Perón (Félix Luna, por ejemplo) Hubo desaparecidos durante el mandato de Perón (Ana Guzzetti, por ejemplo) y hay torturados y asesinados ahora, los hubo en pleno régimen del gobierno Kirchner. Continúa en el día de hoy. Entre estos, los ex uniformados, pero ante ellos no observamos la misma sensibilidad. La opinión popular, un grueso de esta, los ve con otros ojos. El periodismo los llama fascistas y represores -aunque dudo que conozcan el significado de estas palabras- y el gobierno ya los ha sentenciado sean culpables o no. Se encuentren pruebas contra ellos, o no. Es por ello que es importante que estos casos no se traten con la liviandad que impera en una corte Argentina. La culpabilidad se debe pagar, pero los procesos deben ser justos, imparciales. Es la diferencia entre justicia y aberración. Entre la vida y la muerte, si se me permite.
Durante los juicios de la ESMA, se escucharon algunas declaraciones inquietantes por lo trágicas y desgarradoras. Otras asombrosas, por lo insólito y por sus orígenes. Allí, en una corte de la Nación, en un edificio que debería ser un templo de probidad, pundonor y cordura, en la Casa de la Ley, la fiscal Ad Hoc María Soyza Reilly intenta una pregunta para una testigo: “Sabemos de su corta edad al momento de los hechos, pero le vamos a pedir si puede evocar sus recuerdos propios y cuáles son sus recuerdos que fue construyendo a lo largo de los años” La testigo en danza tenía cuatro años al momento de la monstruosa desaparición de sus padres. Su hermana Laura, 11 meses. Esta manifiesta: “La base de mis testimonios más allá del CELS y la parte documental que existió, se basa en testimonios de sobrevivientes…con los cuales tengo relación y vínculo” En su testimonio habla de una imagen de un vehículo rojo que su padre manejaba. “Yo tengo una imagen totalmente fantasiosa de esa camioneta, de haberla visto con una caja de madera…construcción imaginaria…” establece Laura Villaflor en un descargo que mas que propio pareciera ser información de segunda mano.
Con mucho respeto, mi favorito es el testimonio de Angel Strazzeri, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada, en ese Tribunal Oral Federal Número 5: “Toda la información que tenemos es información que uno recibe de los compañeros, de los medios periodísticos, entonces a partir de estas informaciones uno se hace los elementos de juicio para después opinar, que no lo puede hacer con certeza…”
No tengo intención de dudar que estas personas sufrieron y aún sufren la sombra de sus vivencias, pero sus palabras pueden sentenciar inocentes. Una equivocación en esta reconstrucción de la memoria puede costar una vida. Pareciera no importar ya que los jueces no se inmutan ante estas curiosidades y actúan como si hubieran recibido un memorándum o cierta “educación” de círculos superiores con anterioridad.
El juez suplente Pablo Bertuzzi le consulta a un testigo acerca de datos y nombres -considerando estar haciendo el declarante un importante esfuerzo de memoria: “Usted nombró a personas detenidas antes que usted, pero le pido un esfuerzo. Cómo se entera de esto?” El declarante, Lisandro Cubas responde: “De algunos me recuerdo en el momento de los hechos y lo otro tiene que ver con 35 años de ejercicio de la memoria, lectura, lectura de otros juicios, testimonios de testigos…”
Un desvío en estas imágenes fantasiosas puede llevar a que un inocente -cuyo apellido suena “fonéticamente similar” a otro uniformado continué en prisión sin poder declarar ante un juez u otro reciba una pena mayor por denunciar como otro recluso llegaba al fin de sus días a la manera de Víctor, el personaje del segmento “La Pereza” en la película “7even” que tanto nos horrorizó en la pantalla, pero no en la vida real, es mi parecer.
Hay otra cara del horror. Hay gente que lo ha sufrido. Testigos como la señora María Lujan Bertella, quien -siento- ha sido defraudada por ambas partes. Una ciudadana abandonada.
“El Poder no viene desde la gente, no viene desde un puño armado. Viene desde la mentira” Vivimos décadas de nuestras vidas escuchando promesas que más tarde se transforman en mentiras. Se reescribe la historia en base a una nueva mentira y tenemos la esperanza de que las futuras generaciones harán lo correcto sin tener en cuenta que una vez, nosotros fuimos futuras generaciones. Treinta mil desaparecidos fue una mentira. Es espeluznante que una persona deje de existir, mil personas, siete mil personas. Entones, para qué mentir? Porque el poder de la Propaganda es inmenso y descansa en cuanto más grande es la mentira, más gente la creerá.
La manipulación de testigos en causas de lesa humanidad
Jean-Pierre Bemba es un desalmado y corrupto político congolés que está, desde junio pasado, cumpliendo una condena de prisión por 18 años. Penalidad que le fuera impuesta por el Tribunal Penal Internacional por la comisión de diversos delitos de lesa humanidad en la República Centroafricana durante el conflicto armado interno que allí ocurriera entre los años 2002 y 2003. Entre ellos, las violaciones sistemáticas de mujeres que en esa condena, por primera vez, se definieron como lo que en esas circunstancias realmente son: crímenes de guerra.
Bemba, sin embargo, acaba de recibir una nueva y segunda condena, que esta vez alcanzó asimismo a dos de sus abogados y a dos de sus ayudantes. Se refiere a las tareas de la defensa del aludido Bemba, realizadas ante al alto tribunal internacional y tiene que ver con la manipulación intencional de los 14 testigos que se presentaran en la referida causa.
Al dictar la sentencia aludida, el presidente del Tribunal Penal Internacional, Bertram Schmitt, señaló que “ningún sistema legal” puede aceptar la manipulación o el direccionamiento de los testigos mediante cualquier inducción o presión destinada a que sus testimonios dejen de lado la verdad. Prohibición que, por lo demás, ha sido reconocida por los tribunales penales internacionales especiales, como son los de la ex Yugoslavia, Ruanda y Sierra Leone.
Ocurre que la manipulación de los testigos, por su perversa gravedad, genera la nulidad de sus respectivos testimonios. La que, por lo demás, es insanable. Absoluta, entonces. La falsificación de la prueba no admite -claro está- otro resultado. Y supone una ofensa gravísima contra la administración de justicia.
“Ocurre que la manipulación de los testigos, por su perversa gravedad, genera la nulidad de sus respectivos testimonios”
La experiencia sugiere que, a veces, son los gobiernos (o sus fiscales) los que influencian o presionan a los testigos para
que de alguna manera ellos obstruyan o distorsionen la verdad, con dichos torcidos. Para así alinearlos con sus objetivos, con frecuencia políticos. También sucede, obviamente, que los propios acusados, o sus abogados defensores, traten (como Bemba) de hacer lo mismo, en procura de diluir las acusaciones que enfrentan. Ambas cosas, está claro, son condenables y generan nulidades.
No está entonces permitido entonces el llamado “coaching” de los testigos. Por ningún motivo. Tampoco para tratar de paliar las consecuencias del tiempo que de pronto pudiera haber transcurrido entre los hechos que se investigan y las declaraciones testimoniales.
Esto último puede hacer caer, por ilegales, a las llamadas “reconstrucciones colectivas” con las que presuntamente se procura “construir o revivir” lo sucedido en el pasado, teñidas casi siempre con un “relato” particular. No se trata, a veces, de “refrescar la memoria”, sino de direccionarla, lo que es por cierto una práctica inaceptable.
A lo que cabe agregar que los testigos con interés en el resultado del juicio tampoco pueden ser considerados independientes. Porque ciertamente no lo son. Y no debieran testimoniar.
Todos los testigos “entrenados” son entonces cuestionables, cualquiera hubiera sido su circunstancial “entrenador”. Y su objetivo.
El tema que el Tribunal Penal Internacional pone ahora sobre la mesa es bien serio. Porque falsificar la prueba es claramente una forma de corrupción. Y, más aún, porque se trata de respetar -o no- el debido proceso legal, que no puede dejarse de pronto de lado sin vulnerar una garantía constitucional individual emplazada en el corazón mismo de las estructuras democráticas y que por ello no puede, jamás, dejarse de lado.
El tribunal internacional deberá ahora determinar específicamente cual es el castigo a imponer a los condenados por manipular testigos, que puede consistir en penas de prisión de hasta cinco años, además de la imposición de multas a los que resulten responsables. Jean-Pierre Bemba y los demás condenados pueden apelar las condenas que se les impongan, dentro de los 30 días.
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Por Fabian Kussman
Jean Piaget, el sicólogo constructivista suizo, revivía el intento de secuestro del que fuera víctima a muy temprana edad. Rememoraba como su niñera había intentado defenderlo de sus captores, hasta incluso ser herida. Recordaba al policía interviniente y el blanco bastón que este portaba. Sus reminiscencias eran nítidas y muchos pequeños detalles se perpetuaron en su memoria. Años más tarde, su niñera despertó una mañana con un ataque de conciencia y confesó a los padres de Piaget que el mencionado secuestro nunca había ocurrido. La niñera había desatendido a la criatura por unos instantes. Había creado esta historia para ocultar su descuido.
En 1994, durante un debate sobre los terribles hechos sucedidos durante el holocausto judío en un programa de televisión estadounidense conducido por el popular Phil Donahue, una anciana mujer sobreviviente de Auschwitz declaraba afirmativamente sobre la fabricación de jabones con restos de seres humanos asesinados por los Nazis. Manifestaba haber dormido a metros del crematorio. Dada su edad y su traumática experiencia, sentí empatía por la dama. Quería creerle. Pero estaba equivocada.
La opinión popular Argentina tiene una justa debilidad por los familiares de desaparecidos y sobrevivientes de torturas durante el último gobierno de facto. Fue terrible. Es terrible. Hubo otros. Hubo torturados durante el gobierno de Perón (Félix Luna, por ejemplo) Hubo desaparecidos durante el mandato de Perón (Ana Guzzetti, por ejemplo) y hay torturados y asesinados ahora, los hubo en pleno régimen del gobierno Kirchner. Continúa en el día de hoy. Entre estos, los ex uniformados, pero ante ellos no observamos la misma sensibilidad. La opinión popular, un grueso de esta, los ve con otros ojos. El periodismo los llama fascistas y represores -aunque dudo que conozcan el significado de estas palabras- y el gobierno ya los ha sentenciado sean culpables o no. Se encuentren pruebas contra ellos, o no. Es por ello que es importante que estos casos no se traten con la liviandad que impera en una corte Argentina. La culpabilidad se debe pagar, pero los procesos deben ser justos, imparciales. Es la diferencia entre justicia y aberración. Entre la vida y la muerte, si se me permite.
Durante los juicios de la ESMA, se escucharon algunas declaraciones inquietantes por lo trágicas y desgarradoras. Otras asombrosas, por lo insólito y por sus orígenes. Allí, en una corte de la Nación, en un edificio que debería ser un templo de probidad, pundonor y cordura, en la Casa de la Ley, la fiscal Ad Hoc María Soyza Reilly intenta una pregunta para una testigo: “Sabemos de su corta edad al momento de los hechos, pero le vamos a pedir si puede evocar sus recuerdos propios y cuáles son sus recuerdos que fue construyendo a lo largo de los años” La testigo en danza tenía cuatro años al momento de la monstruosa desaparición de sus padres. Su hermana Laura, 11 meses. Esta manifiesta: “La base de mis testimonios más allá del CELS y la parte documental que existió, se basa en testimonios de sobrevivientes…con los cuales tengo relación y vínculo” En su testimonio habla de una imagen de un vehículo rojo que su padre manejaba. “Yo tengo una imagen totalmente fantasiosa de esa camioneta, de haberla visto con una caja de madera…construcción imaginaria…” establece Laura Villaflor en un descargo que mas que propio pareciera ser información de segunda mano.
Con mucho respeto, mi favorito es el testimonio de Angel Strazzeri, sobreviviente de la Escuela de Mecánica de la Armada, en ese Tribunal Oral Federal Número 5: “Toda la información que tenemos es información que uno recibe de los compañeros, de los medios periodísticos, entonces a partir de estas informaciones uno se hace los elementos de juicio para después opinar, que no lo puede hacer con certeza…”
No tengo intención de dudar que estas personas sufrieron y aún sufren la sombra de sus vivencias, pero sus palabras pueden sentenciar inocentes. Una equivocación en esta reconstrucción de la memoria puede costar una vida. Pareciera no importar ya que los jueces no se inmutan ante estas curiosidades y actúan como si hubieran recibido un memorándum o cierta “educación” de círculos superiores con anterioridad.
El juez suplente Pablo Bertuzzi le consulta a un testigo acerca de datos y nombres -considerando estar haciendo el declarante un importante esfuerzo de memoria: “Usted nombró a personas detenidas antes que usted, pero le pido un esfuerzo. Cómo se entera de esto?” El declarante, Lisandro Cubas responde: “De algunos me recuerdo en el momento de los hechos y lo otro tiene que ver con 35 años de ejercicio de la memoria, lectura, lectura de otros juicios, testimonios de testigos…”
Un desvío en estas imágenes fantasiosas puede llevar a que un inocente -cuyo apellido suena “fonéticamente similar” a otro uniformado continué en prisión sin poder declarar ante un juez u otro reciba una pena mayor por denunciar como otro recluso llegaba al fin de sus días a la manera de Víctor, el personaje del segmento “La Pereza” en la película “7even” que tanto nos horrorizó en la pantalla, pero no en la vida real, es mi parecer.
Hay otra cara del horror. Hay gente que lo ha sufrido. Testigos como la señora María Lujan Bertella, quien -siento- ha sido defraudada por ambas partes. Una ciudadana abandonada.
“El Poder no viene desde la gente, no viene desde un puño armado. Viene desde la mentira” Vivimos décadas de nuestras vidas escuchando promesas que más tarde se transforman en mentiras. Se reescribe la historia en base a una nueva mentira y tenemos la esperanza de que las futuras generaciones harán lo correcto sin tener en cuenta que una vez, nosotros fuimos futuras generaciones. Treinta mil desaparecidos fue una mentira. Es espeluznante que una persona deje de existir, mil personas, siete mil personas. Entones, para qué mentir? Porque el poder de la Propaganda es inmenso y descansa en cuanto más grande es la mentira, más gente la creerá.
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