Hay una achura en el pecho / que la llaman corazón; / es como un cencerro gaucho / con un badajo cantor”. Un día nos enteramos de que esa personalísima achura, que la teníamos por ladina y capaz de ganar una discusión cuando de amores se tratase (o de algún “vientito parecido a la ilusión”) había sido sólo un repuesto como un carburador
Reflexión
Hay una achura en el pecho / que la llaman corazón; / es como un cencerro gaucho / con un badajo cantor”. Un día nos enteramos de que esa personalísima achura, que la teníamos por ladina y capaz de ganar una discusión cuando de amores se tratase (o de algún “vientito parecido a la ilusión”) había sido sólo un repuesto cambiable, como el carburador de un auto, digamos.Yo que he viajado por medio de las estrellas. Que he verificado su posición en las constelaciones. Que he inspeccionado sus brillos mientras trataba de recordar sus nombres. Que estampada sobre la Vía Láctea he admirado a la Cruz del Norte (el Águila) detrás de la estrella Vega, mientras en espacios más tranquilos se lucía el centauro Sagitario y el Escorpión se alejaba hacia occidente. Que he percibido el frío invernal debido a la ausencia del Sol. Que mi posición de observador con mis facultades de bilocación no me impide tener un blando balanceo de vuelo a veces caprichoso y también inesperado Siempre en el solemne silencio del espacio sólo se percibe el suave ronroneo que me transporta por los campos celestes con toda mi energía diseminada por el cosmos. Este don inexplicable pero ciertode estar en varias partes no me molesta ni perturba. Es que con la capacidad de alejarme de mi cuerpo carnal, como un foco de energía luminosa, que irradia a donde quiere plasmarse. Me permite desplazarme como un cordel luminoso en un viaje de ave arcano y misterioso. Estoyun tres de diciembre de 1967 en la ciudad de El Cabo. Observo desde mi sitio inocutable a una persona enferma a quien me lo presentan como el doctor Washkansky, 55 años, de larga historia de deficiencias cardíacas. Se había decidido su operación demorada hasta conseguir un donante del mismo grupo sanguíneo. Visualizo que el oferente fue el padre de una joven que había sufrido un accidente automovilístico. De pronto aparece en la sala de operaciones un joven opuesto y vigoroso. Una habitación parecida a la consola singular de una nave espacial que alguna vez tripule. El director del hospital se negó a dar el nombre de los médicos del equipo quirúrgico. Pero pronto me informé que lo dirigía el joven doctor Christian Bárnard, que después ganó renombre mundial. El traspaso duró cinco horas. La operación abría perspectivas impresionantes. De un enorme éxito que dio lugar a un sinnúmero de trasplantes que abrieron una perspectiva de vida sin precedente en todo el orbe. Es que avanzando por este camino no parece imposible que un día se logre un Gilgamés, si se le cambian los órganos a medida que los gaste. Se dijo en un principio que el trasplante se realizaba de un muerto a un vivo. Después supe que huesos, piel, córneas, pueden extraerse de un cadáver y aplicarse al paciente que los necesite, pero que otros órganos, como el corazón, sólo son útiles obtenidos de un organismo vivo. Se trasplantan, pero de un vivo a un vivo. De un vivo con escasas posibilidades de vida a otro que tiene mayores esperanzas. Sentado desde mi posición cósmica, me resultaba pavoroso reconocer que se apresuraba talvez la muerte del moribundo al sacarle un órgano vital. Todo este suceso dio lugar tiempo después a cambios en la legislación en cuanto a las condiciones requeridas para certificar la muerte. Uno muere en el instante en que se separa el alma del cuerpo. La seña más segura es la putrefacción. Antes de eso los médicos la constatan por la detención total e irreversible de las funciones cerebral, cardíaca y respiratoria. Hoy para posibilitar los trasplantes y modificada la ley, se permite diagnosticar el fallecimiento con sólo la muerte cerebral, a pesar de que la medicina conoce casos de recuperados en esas condiciones. En mi introspección especial me preguntaba y al mismo tiempo asentía que con esta operación que acaba de contemplar cambiaba la historia del mundo. Un hombre rico corría el peligro de que lo asaltaran para robarle la plata que llevaba. Ahora ha sucedido que un chico ha desaparecido, y cuando se lo ha encontrado tenía un riñón de menos. Cualquiera puede ser víctima. Y como un pájaro volador y soñador de tantos eventos, con alguna arista de poeta melancólico me sospecho que con cuidado tiene que andar el enamorado que le ofrezca a una dama su corazón! No sea que se lo acepte para venderlo en el mercado de achuras a medio usar. Tenga cuidado amigo lector. Pero es el destino del destino del enamorado.
Por Jorge B. Lobo Aragón.
JORGE BERNABE LOBO ARAGON
Hay una achura en el pecho / que la llaman corazón; / es como un cencerro gaucho / con un badajo cantor”. Un día nos enteramos de que esa personalísima achura, que la teníamos por ladina y capaz de ganar una discusión cuando de amores se tratase (o de algún “vientito parecido a la ilusión”) había sido sólo un repuesto como un carburador
Reflexión
Hay una achura en el pecho / que la llaman corazón; / es como un cencerro gaucho / con un badajo cantor”. Un día nos enteramos de que esa personalísima achura, que la teníamos por ladina y capaz de ganar una discusión cuando de amores se tratase (o de algún “vientito parecido a la ilusión”) había sido sólo un repuesto cambiable, como el carburador de un auto, digamos. Yo que he viajado por medio de las estrellas. Que he verificado su posición en las constelaciones. Que he inspeccionado sus brillos mientras trataba de recordar sus nombres. Que estampada sobre la Vía Láctea he admirado a la Cruz del Norte (el Águila) detrás de la estrella Vega, mientras en espacios más tranquilos se lucía el centauro Sagitario y el Escorpión se alejaba hacia occidente. Que he percibido el frío invernal debido a la ausencia del Sol. Que mi posición de observador con mis facultades de bilocación no me impide tener un blando balanceo de vuelo a veces caprichoso y también inesperado Siempre en el solemne silencio del espacio sólo se percibe el suave ronroneo que me transporta por los campos celestes con toda mi energía diseminada por el cosmos. Este don inexplicable pero cierto de estar en varias partes no me molesta ni perturba. Es que con la capacidad de alejarme de mi cuerpo carnal, como un foco de energía luminosa, que irradia a donde quiere plasmarse. Me permite desplazarme como un cordel luminoso en un viaje de ave arcano y misterioso. Estoy un tres de diciembre de 1967 en la ciudad de El Cabo. Observo desde mi sitio inocutable a una persona enferma a quien me lo presentan como el doctor Washkansky, 55 años, de larga historia de deficiencias cardíacas. Se había decidido su operación demorada hasta conseguir un donante del mismo grupo sanguíneo. Visualizo que el oferente fue el padre de una joven que había sufrido un accidente automovilístico. De pronto aparece en la sala de operaciones un joven opuesto y vigoroso. Una habitación parecida a la consola singular de una nave espacial que alguna vez tripule. El director del hospital se negó a dar el nombre de los médicos del equipo quirúrgico. Pero pronto me informé que lo dirigía el joven doctor Christian Bárnard, que después ganó renombre mundial. El traspaso duró cinco horas. La operación abría perspectivas impresionantes. De un enorme éxito que dio lugar a un sinnúmero de trasplantes que abrieron una perspectiva de vida sin precedente en todo el orbe. Es que avanzando por este camino no parece imposible que un día se logre un Gilgamés, si se le cambian los órganos a medida que los gaste. Se dijo en un principio que el trasplante se realizaba de un muerto a un vivo. Después supe que huesos, piel, córneas, pueden extraerse de un cadáver y aplicarse al paciente que los necesite, pero que otros órganos, como el corazón, sólo son útiles obtenidos de un organismo vivo. Se trasplantan, pero de un vivo a un vivo. De un vivo con escasas posibilidades de vida a otro que tiene mayores esperanzas. Sentado desde mi posición cósmica, me resultaba pavoroso reconocer que se apresuraba talvez la muerte del moribundo al sacarle un órgano vital. Todo este suceso dio lugar tiempo después a cambios en la legislación en cuanto a las condiciones requeridas para certificar la muerte. Uno muere en el instante en que se separa el alma del cuerpo. La seña más segura es la putrefacción. Antes de eso los médicos la constatan por la detención total e irreversible de las funciones cerebral, cardíaca y respiratoria. Hoy para posibilitar los trasplantes y modificada la ley, se permite diagnosticar el fallecimiento con sólo la muerte cerebral, a pesar de que la medicina conoce casos de recuperados en esas condiciones. En mi introspección especial me preguntaba y al mismo tiempo asentía que con esta operación que acaba de contemplar cambiaba la historia del mundo. Un hombre rico corría el peligro de que lo asaltaran para robarle la plata que llevaba. Ahora ha sucedido que un chico ha desaparecido, y cuando se lo ha encontrado tenía un riñón de menos. Cualquiera puede ser víctima. Y como un pájaro volador y soñador de tantos eventos, con alguna arista de poeta melancólico me sospecho que con cuidado tiene que andar el enamorado que le ofrezca a una dama su corazón! No sea que se lo acepte para venderlo en el mercado de achuras a medio usar. Tenga cuidado amigo lector. Pero es el destino del destino del enamorado.
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