¿Qué tan necesarios son los paros de trabajadores, y en el mismo sentido, qué tan útiles son los sindicatos?
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La alarmante frecuencia de las huelgas de profesores de escuelas públicas sugiere que los estatutos de la negociación colectiva aplicables necesitan cambios. Partiendo de la premisa de que estos empleados públicos tienen en sus manos grandes responsabilidades y pocos medios, deben sufrir y caer en manos de sus sindicatos. Los maestros, cuya acción de huelga contra un gobierno es lícita, deberían debatir otras prácticas cuando sienten que estas siendo utilizados como herramientas de un interés político y no como damnificados de una desgraciada situación económica.
Una maestra amiga, cuyo nombre me reservo ante la duda de que pueda ser víctima de censuras stalinistas como las que promueve Nilda Garré, sugiere que en el fin del ciclo lectivo no sean entregadas las planillas de promoción en las cueles se reporta el desenvolvimiento y desarrollo del alumno a través del año. Estos formularios son estadísticas de uso local, regional, provincial y nacional, para ser -finalmente- un reflejo de la obra educativa del país en el planeta.
Los maestros son el grupo más contribuyente del sector público, tanto por moldear jóvenes mentes o por su movilización para lograr sus demandas de negociación colectiva. Aunque las fuentes de la militancia -en el buen sentido de la palabra- del maestro son variadas, los estudios empíricos suelen atribuir este fenómeno a la creciente ola de personas más jóvenes y más altamente educadas que enseñan a tiempo completo, lo que no significa decir capacitadas. Es un hecho, además, que estas no necesitan improvisados sindicalistas para guiarlos, aunque van con esa corriente ya que, en ciertas latitudes, no se puede imponer la cultura del trabajo.
Sandra, una maestra de educación especial, dice que está harta de seguidillas de huelgas. Su solución es la creación de un organismo separado para intervenir. Ella está segura que el problema es casi como un tipo de conflicto entre barras bravas: Todo el mundo está lanzando piedras entre sí y no hay solución. La educadora cree que tiene que haber una mejor manera de negociar. Debe haber un tercero, una junta de participantes, partes interesadas, administradores, maestros, padres. Tienen que unirse y tener un modelo mejor para el futuro. Es decir, muchos maestros (está bien, no quiero usar el argumento de la prepotencia, algunos) de esta manera, demuestran desconfianza por el gobierno y a su vez por su sindicato. Necesitan de un mediador neutral que trate de acercar a las partes. En un hábitat tan contaminado como el laboral, se necesitaría un ente para controlar a ese negociador. Y una agrupación para vigilar a ese ente. Ad nauseam.
En Estados Unidos hay una gran compulsa sobre si los educadores deben ser considerados como la policía o médicos de hospitales públicos que, debiéndose a su profesión, no deberían realizar huelgas. En la fría sociedad norteamericana priorizan la indispensabilidad del profesional/individuo. Si cumple o excede sus labores, el concepto sobre su idoneidad, sobre su competencia, sobre sus virtudes, será remunerado.
En el imaginario colectivo la sociedad japonesa ha sido sido identificada como un pueblo educado en la cultura del trabajo, que cuando no están satisfechos con su salario o sus condiciones laborales responden trabajando aún más. Esto -se ha debatido- no es un mito y si bien existen huelgas, el método tradicional continúa ejercitándose. Si bien los maestros no pueden sobrecargar estanterías con productos, pueden seguir aportando al país con horas extras evaluando senadores y diputados, a sus asistentes y ayudantes en sus tareas en un país que cada vez se torna más infectado de masa burocrática y menos eficiencia. Al fin, ¿es necesario un legislador cuyo trabajo ha sido cambiar el nombre de una calle o declarar una fecha el Día Nacional del Holgazán? Expuesto, juzgado, despedido. Ese asambleísta inepto ya tendrá tiempo de formar el sindicato de parlamentarios.
En Argentina, es cierto, me he topado con maestros que deben pagar de su propia billetera (o cartera) no solo fotocopias, sino tizas o borradores. Los salarios no son lo suficientemente acordes para cubrir sus gastos. La tensión y ese desfasaje financiero hace que pierdan oportunidades para capacitarse. Sin duda que algo falla. Es el gobierno o son los sindicatos. Lamentablemente no podemos deshacernos de la primera especie. Por miedo o mediocridad, no podemos desligarnos de los segundos.
Los sindicatos, no se engañe, operan políticamente. Establecen un control grosero sobre la huelga. Intoxican demandas justas con fines ocultos (o no tanto) sin buscar otra solución que la de marchar, conseguir que los estudiantes pierdan horas irrecuperables y demostrar ciertas habilidades con el bombo. No hablo tanto del sufrido maestro que puede oficiar como enlace con el gremio. Se trata de El Gremio.
Tal vez se trate de mi desconfianza a todo lo que suene a sindicatos en su total, creo que las huelgas deben utilizarse como última alternativa. El paro debería ser un recurso desesperado y definitivo en las negociaciones entre empleadores y docentes, no sindicatos. Los maestros tienen una responsabilidad especial con los estudiantes a los que nutren de conceptos, oxigenan sus mentes, les hacen pensar y por lo tanto no deben ir a la huelga a menos que todos los demás medios de negociación hayan fracasado.
Por Fabian Kussman.
¿Qué tan necesarios son los paros de trabajadores, y en el mismo sentido, qué tan útiles son los sindicatos?
La alarmante frecuencia de las huelgas de profesores de escuelas públicas sugiere que los estatutos de la negociación colectiva aplicables necesitan cambios. Partiendo de la premisa de que estos empleados públicos tienen en sus manos grandes responsabilidades y pocos medios, deben sufrir y caer en manos de sus sindicatos. Los maestros, cuya acción de huelga contra un gobierno es lícita, deberían debatir otras prácticas cuando sienten que estas siendo utilizados como herramientas de un interés político y no como damnificados de una desgraciada situación económica.
Una maestra amiga, cuyo nombre me reservo ante la duda de que pueda ser víctima de censuras stalinistas como las que promueve Nilda Garré, sugiere que en el fin del ciclo lectivo no sean entregadas las planillas de promoción en las cueles se reporta el desenvolvimiento y desarrollo del alumno a través del año. Estos formularios son estadísticas de uso local, regional, provincial y nacional, para ser -finalmente- un reflejo de la obra educativa del país en el planeta.
Los maestros son el grupo más contribuyente del sector público, tanto por moldear jóvenes mentes o por su movilización para lograr sus demandas de negociación colectiva. Aunque las fuentes de la militancia -en el buen sentido de la palabra- del maestro son variadas, los estudios empíricos suelen atribuir este fenómeno a la creciente ola de personas más jóvenes y más altamente educadas que enseñan a tiempo completo, lo que no significa decir capacitadas. Es un hecho, además, que estas no necesitan improvisados sindicalistas para guiarlos, aunque van con esa corriente ya que, en ciertas latitudes, no se puede imponer la cultura del trabajo.
Sandra, una maestra de educación especial, dice que está harta de seguidillas de huelgas. Su solución es la creación de un organismo separado para intervenir. Ella está segura que el problema es casi como un tipo de conflicto entre barras bravas: Todo el mundo está lanzando piedras entre sí y no hay solución. La educadora cree que tiene que haber una mejor manera de negociar. Debe haber un tercero, una junta de participantes, partes interesadas, administradores, maestros, padres. Tienen que unirse y tener un modelo mejor para el futuro. Es decir, muchos maestros (está bien, no quiero usar el argumento de la prepotencia, algunos) de esta manera, demuestran desconfianza por el gobierno y a su vez por su sindicato. Necesitan de un mediador neutral que trate de acercar a las partes. En un hábitat tan contaminado como el laboral, se necesitaría un ente para controlar a ese negociador. Y una agrupación para vigilar a ese ente. Ad nauseam.
En Estados Unidos hay una gran compulsa sobre si los educadores deben ser considerados como la policía o médicos de hospitales públicos que, debiéndose a su profesión, no deberían realizar huelgas. En la fría sociedad norteamericana priorizan la indispensabilidad del profesional/individuo. Si cumple o excede sus labores, el concepto sobre su idoneidad, sobre su competencia, sobre sus virtudes, será remunerado.
En el imaginario colectivo la sociedad japonesa ha sido sido identificada como un pueblo educado en la cultura del trabajo, que cuando no están satisfechos con su salario o sus condiciones laborales responden trabajando aún más. Esto -se ha debatido- no es un mito y si bien existen huelgas, el método tradicional continúa ejercitándose. Si bien los maestros no pueden sobrecargar estanterías con productos, pueden seguir aportando al país con horas extras evaluando senadores y diputados, a sus asistentes y ayudantes en sus tareas en un país que cada vez se torna más infectado de masa burocrática y menos eficiencia. Al fin, ¿es necesario un legislador cuyo trabajo ha sido cambiar el nombre de una calle o declarar una fecha el Día Nacional del Holgazán? Expuesto, juzgado, despedido. Ese asambleísta inepto ya tendrá tiempo de formar el sindicato de parlamentarios.
En Argentina, es cierto, me he topado con maestros que deben pagar de su propia billetera (o cartera) no solo fotocopias, sino tizas o borradores. Los salarios no son lo suficientemente acordes para cubrir sus gastos. La tensión y ese desfasaje financiero hace que pierdan oportunidades para capacitarse. Sin duda que algo falla. Es el gobierno o son los sindicatos. Lamentablemente no podemos deshacernos de la primera especie. Por miedo o mediocridad, no podemos desligarnos de los segundos.
Los sindicatos, no se engañe, operan políticamente. Establecen un control grosero sobre la huelga. Intoxican demandas justas con fines ocultos (o no tanto) sin buscar otra solución que la de marchar, conseguir que los estudiantes pierdan horas irrecuperables y demostrar ciertas habilidades con el bombo. No hablo tanto del sufrido maestro que puede oficiar como enlace con el gremio. Se trata de El Gremio.
Tal vez se trate de mi desconfianza a todo lo que suene a sindicatos en su total, creo que las huelgas deben utilizarse como última alternativa. El paro debería ser un recurso desesperado y definitivo en las negociaciones entre empleadores y docentes, no sindicatos. Los maestros tienen una responsabilidad especial con los estudiantes a los que nutren de conceptos, oxigenan sus mentes, les hacen pensar y por lo tanto no deben ir a la huelga a menos que todos los demás medios de negociación hayan fracasado.
[/two_third] [one_fourth_last padding=”0 0 0 30px”]Por Fabian Kussman
PrisioneroEnArgentina.com
Febrero 25, 2017
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