Hubo una guerra subversiva. La nación corrió el peligro de ser tomados por grupos armados capaces de organizarse y emprender acciones conjuntas de profundo alcance. A esta organización no la demostraron en los secuestros que les aportaban gruesas sumas con las que con holgura cubrían sus cuantiosos gastos, pues las técnicas empleadas eran comunes a las de las bandas simplemente delictivas. Demostraron su capacidad militar en los asaltos a los diversos cuarteles y, sobre todo, en su ocupación de las serranías tucumanas. La subversión emplea distintas tácticas. La más generalizada es la gramsciana, basada en copamiento de las conciencias mediante el adecuado empleo de técnicas aportada por la psicología freudiana. Otra era la lucha urbana, para la que se necesita el apoyo de fuertes sindicatos adoctrinados. Y otra la guerrilla rural, con la que Fidel Castro obtuvo el triunfo en Cuba y con la que Ernesto Guevara fracasó en Bolivia a pesar de su dedicación, tal vez coraje y experiencia. Para la guerrilla rural la subversión halló un magnifico escenario en los cerros tucumanos. La espesura de la vegetación permite que un grupo de carpas de campaña quede perfectamente oculto. Se dispone en todas partes de agua para beber sin necesidad de salir a lugares poblados. Pueden caminarse largas distancias sin dejar rastros, aprovechando los arroyitos. En lugares apropiados, desde un árbol elevado se observa al enemigo sin ser visto. Sin duda durante el gobierno de Isabelita Martínez la subversión se fortificó. El cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba y jurisdicción sobre Tucumán decidió hacer una inspección aérea, y allá fueron en un avión bimotor. Su jefe, General Enrique Salgado, el jefe de una brigada de infantería, General Ricardo Muñoz, con varios oficiales. Trece en total. En Tucumán lo levantaron al jefe de policía, mayor Roberto Biscardi y, por falta de espacio, lo dejaron al Teniente Coronel González Navarro que gracias a esa circunstancia salvaría su vida. Así el avión fue derribado por los subversivos el domingo 5 de enero de 1975 a las diez de la mañana mientras inspeccionaban esos bosques. Cayó en la selva, cerca de la angostura, a un kilómetro y medio del camino que iba a tafi del valle. Para no alarmar a la población se habló de un accidental choque con el cerro viajando a salta. A la ceremonia de recibir los ataúdes acudió la Isabelita. El comandante del ejército, general Leandro Amaya, dijo: El ejército se pone de pie, presenta armas. Era la hora. Hoy recorriendo la ruta a mi Tafí del Valle puedo apreciar con nostalgia y contrariedad un lugar dejado, casi abandonado. Una parcela como los paisanos del lugar levantan sus santuarios al gauchito Gil o a la difunta Correa. Se llama el Apeadero General Muñoz. Terreno que sirve de homenaje a aquellos militares. Con enorme tristeza me viene a la mente el concepto general de que los ciudadanos son iguales. Bien vale la pena modificarlo separando dos clases. El ciudadano común y los Héroes de guerra. Los que han jugado su vida por la patria y se merecen todos los honores, todos los privilegios, todas las atenciones, todas las desigualdades a su favor. Oficiales y soldados que cumpliendo con su deber defendiendo a su patria la han perdido la vida por protegerla. La expusieron ante el enemigo. Su distinciones, es una obligación nacida de la más elemental decencia. Seríamos unos canallas despreciables regateando esa consideración. Honrar a los que nos defendieron es la mínima política de conservación y de defensa.
Por Jorge Lobo Aragón.
Hubo una guerra subversiva. La nación corrió el peligro de ser tomados por grupos armados capaces de organizarse y emprender acciones conjuntas de profundo alcance. A esta organización no la demostraron en los secuestros que les aportaban gruesas sumas con las que con holgura cubrían sus cuantiosos gastos, pues las técnicas empleadas eran comunes a las de las bandas simplemente delictivas. Demostraron su capacidad militar en los asaltos a los diversos cuarteles y, sobre todo, en su ocupación de las serranías tucumanas. La subversión emplea distintas tácticas. La más generalizada es la gramsciana, basada en copamiento de las conciencias mediante el adecuado empleo de técnicas aportada por la psicología freudiana. Otra era la lucha urbana, para la que se necesita el apoyo de fuertes sindicatos adoctrinados. Y otra la guerrilla rural, con la que Fidel Castro obtuvo el triunfo en Cuba y con la que Ernesto Guevara fracasó en Bolivia a pesar de su dedicación, tal vez coraje y experiencia. Para la guerrilla rural la subversión halló un magnifico escenario en los cerros tucumanos. La espesura de la vegetación permite que un grupo de carpas de campaña quede perfectamente oculto. Se dispone en todas partes de agua para beber sin necesidad de salir a lugares poblados. Pueden caminarse largas distancias sin dejar rastros, aprovechando los arroyitos. En lugares apropiados, desde un árbol elevado se observa al enemigo sin ser visto. Sin duda durante el gobierno de Isabelita Martínez la subversión se fortificó. El cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba y jurisdicción sobre Tucumán decidió hacer una inspección aérea, y allá fueron en un avión bimotor. Su jefe, General Enrique Salgado, el jefe de una brigada de infantería, General Ricardo Muñoz, con varios oficiales. Trece en total. En Tucumán lo levantaron al jefe de policía, mayor Roberto Biscardi y, por falta de espacio, lo dejaron al Teniente Coronel González Navarro que gracias a esa circunstancia salvaría su vida. Así el avión fue derribado por los subversivos el domingo 5 de enero de 1975 a las diez de la mañana mientras inspeccionaban esos bosques. Cayó en la selva, cerca de la angostura, a un kilómetro y medio del camino que iba a tafi del valle. Para no alarmar a la población se habló de un accidental choque con el cerro viajando a salta. A la ceremonia de recibir los ataúdes acudió la Isabelita. El comandante del ejército, general Leandro Amaya, dijo: El ejército se pone de pie, presenta armas. Era la hora. Hoy recorriendo la ruta a mi Tafí del Valle puedo apreciar con nostalgia y contrariedad un lugar dejado, casi abandonado. Una parcela como los paisanos del lugar levantan sus santuarios al gauchito Gil o a la difunta Correa. Se llama el Apeadero General Muñoz. Terreno que sirve de homenaje a aquellos militares. Con enorme tristeza me viene a la mente el concepto general de que los ciudadanos son iguales. Bien vale la pena modificarlo separando dos clases. El ciudadano común y los Héroes de guerra. Los que han jugado su vida por la patria y se merecen todos los honores, todos los privilegios, todas las atenciones, todas las desigualdades a su favor. Oficiales y soldados que cumpliendo con su deber defendiendo a su patria la han perdido la vida por protegerla. La expusieron ante el enemigo. Su distinciones, es una obligación nacida de la más elemental decencia. Seríamos unos canallas despreciables regateando esa consideración. Honrar a los que nos defendieron es la mínima política de conservación y de defensa.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
Jorgeloboaragon@gmail.com
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 11, 2016
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