Al concepto general de que los ciudadanos son iguales, bien vale la pena modificarlo separando dos clases: el ciudadano común y los héroes de guerra, los que han jugado su vida por la patria y se merecen todos los honores, todos los privilegios, todas las atenciones, todas las desigualdades a su favor.
REFLEXIÓN:
Hace unos días atrás en mi provincia –Tucumán – , tuve el honor y placer de ser invitado por el Director de la AcademiaGeneral Belgrano a instancia de una amiga periodista a una charla y presentación del libro “La Pasión Según Malvinas” del entonces corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew, con la participación de los Tenientes Coronel retirados Marcelo Anadón y Oscar Jaimet quienes vivieron en carne propia los fragores de la guerra y disertaron sobre la memorable labor de los comandos en su gesta para recuperar a la hermanita perdida para que vuelva a casa. A mi entender es el mayor logro al que puedan aspirar los que tienen a su cargo la defensa de la Nación? Después de haber escuchado los asombrosos relatos de estos abnegados y valiente oficiales y estrategas, volví a casa con la obligación moral de escribir algunas líneas al respecto. Me vino a la memoria cuando paraguayos y bolivianos se trenzaron en una guerra, dejando atrás un período de cinco años de ataques crónicos en la frontera. Debieron luchar por intereses extranjeros que se disputaban la explotación del petróleo en ricos yacimientos del Chaco; una guerra evidentemente injusta. Pero una guerra, una vez declarada es, se lo quiera o no, una guerra de la nación.Es la nación la que -quizás- se beneficie con el triunfo, y es la nación la que -con toda seguridad- ha de perjudicarse con la derrota. Lucharon bolivianos y paraguayos con bravura, con abnegación, haciendo gala de amor a sus patrias.Y cuando reinó la paz cada nación rindió homenaje a sus héroes, a sus queridos muertos, a los venerables veteranos. Al concepto general de que los ciudadanos son iguales, bien vale la pena modificarlo separando dos clases: el ciudadano común y los héroes de guerra, los que han jugado su vida por la patria y se merecen todos los honores, todos los privilegios, todas las atenciones, todas las desigualdades a su favor. En el Paraguay los héroes sobrevivientes aún hoy son tratados con reverencia.Eso, que la comunidad ofrende su respeto a los que han perdido la vida por defenderla y a los que no ha sido voluntad de Dios llevarlos, pero igualmente la expusieron ante el enemigo, es una obligación nacida de la más elemental decencia.Seríamos unos canallas despreciables regateando ese homenaje. Pero, además, honrar a los que nos defendieron es la mínima política de conservación, de defensa.Ver que a los que han expuesto su vida por la patria se los aplaude los 2 de abril y que los demás días tienen que andar buscando un trabajito, gestionando ellos -cuando debiera ser la sociedad la que espontáneamente se ofrezca- que se les conceda algún beneficio de los que los burócratas usufructúan como merecidas conquistas sociales, ¿no es acaso una vergüenza que está proclamando que somos una sociedad que no se merece el esfuerzo de sus hijos?La Argentina -gracias a Dios- tiene héroes que le han ofrendado la vida. Unos la perdieron. El primero el teniente Pedro Giachino, muerto sin siquiera defenderse, en cumplimiento del plan impuesto de no hacer daño al enemigo. Post mortem fue ascendido a capitán de fragata y -el 4 de abril de 1982- sepultado en el cementerio de Punta Alta. Se cumplía con la obligación de honrar a los héroes, y también se rindió honores a los restos mortales del soldado Mario Almonacid. Muchos héroes de tierra mar y aire murieron, y son igualmente respetables los que pusieron su pecho al peligro y no murieron.Quizás un emblema de todos ellos, de los vivos y de los muertos, sea el abnegado teniente Giachino.Podría su nombre ser bandera de lo que significó ponerlo al Estado al servicio de un interés permanente de la nación.Que se haya llegado a la derrota significa que a la nación hay que defenderla mejor, no que no deba defendérsela. Aquel gobierno militar inmediatamente después -lo mismo que los gobiernos civiles que lo sucedieron- se impuso la tarea de “desmalvinizar”, y para desmalvinizar se considera a los respetables veteranos como a simples “chicos” a los que es preciso tirarles alguna propina. Y no es así. Ellos, como Guachineo, se merecen el homenaje permanente de la patria! Viva la Patria…
Por Jorge B. Lobo Aragón.
REFLEXIÓN:
Hace unos días atrás en mi provincia –Tucumán – , tuve el honor y placer de ser invitado por el Director de la Academia General Belgrano a instancia de una amiga periodista a una charla y presentación del libro “La Pasión Según Malvinas” del entonces corresponsal de guerra Nicolás Kasanzew, con la participación de los Tenientes Coronel retirados Marcelo Anadón y Oscar Jaimet quienes vivieron en carne propia los fragores de la guerra y disertaron sobre la memorable labor de los comandos en su gesta para recuperar a la hermanita perdida para que vuelva a casa. A mi entender es el mayor logro al que puedan aspirar los que tienen a su cargo la defensa de la Nación? Después de haber escuchado los asombrosos relatos de estos abnegados y valiente oficiales y estrategas, volví a casa con la obligación moral de escribir algunas líneas al respecto. Me vino a la memoria cuando paraguayos y bolivianos se trenzaron en una guerra, dejando atrás un período de cinco años de ataques crónicos en la frontera. Debieron luchar por intereses extranjeros que se disputaban la explotación del petróleo en ricos yacimientos del Chaco; una guerra evidentemente injusta. Pero una guerra, una vez declarada es, se lo quiera o no, una guerra de la nación. Es la nación la que -quizás- se beneficie con el triunfo, y es la nación la que -con toda seguridad- ha de perjudicarse con la derrota. Lucharon bolivianos y paraguayos con bravura, con abnegación, haciendo gala de amor a sus patrias. Y cuando reinó la paz cada nación rindió homenaje a sus héroes, a sus queridos muertos, a los venerables veteranos. Al concepto general de que los ciudadanos son iguales, bien vale la pena modificarlo separando dos clases: el ciudadano común y los héroes de guerra, los que han jugado su vida por la patria y se merecen todos los honores, todos los privilegios, todas las atenciones, todas las desigualdades a su favor. En el Paraguay los héroes sobrevivientes aún hoy son tratados con reverencia. Eso, que la comunidad ofrende su respeto a los que han perdido la vida por defenderla y a los que no ha sido voluntad de Dios llevarlos, pero igualmente la expusieron ante el enemigo, es una obligación nacida de la más elemental decencia. Seríamos unos canallas despreciables regateando ese homenaje. Pero, además, honrar a los que nos defendieron es la mínima política de conservación, de defensa. Ver que a los que han expuesto su vida por la patria se los aplaude los 2 de abril y que los demás días tienen que andar buscando un trabajito, gestionando ellos -cuando debiera ser la sociedad la que espontáneamente se ofrezca- que se les conceda algún beneficio de los que los burócratas usufructúan como merecidas conquistas sociales, ¿no es acaso una vergüenza que está proclamando que somos una sociedad que no se merece el esfuerzo de sus hijos? La Argentina -gracias a Dios- tiene héroes que le han ofrendado la vida. Unos la perdieron. El primero el teniente Pedro Giachino, muerto sin siquiera defenderse, en cumplimiento del plan impuesto de no hacer daño al enemigo. Post mortem fue ascendido a capitán de fragata y -el 4 de abril de 1982- sepultado en el cementerio de Punta Alta. Se cumplía con la obligación de honrar a los héroes, y también se rindió honores a los restos mortales del soldado Mario Almonacid. Muchos héroes de tierra mar y aire murieron, y son igualmente respetables los que pusieron su pecho al peligro y no murieron. Quizás un emblema de todos ellos, de los vivos y de los muertos, sea el abnegado teniente Giachino. Podría su nombre ser bandera de lo que significó ponerlo al Estado al servicio de un interés permanente de la nación. Que se haya llegado a la derrota significa que a la nación hay que defenderla mejor, no que no deba defendérsela. Aquel gobierno militar inmediatamente después -lo mismo que los gobiernos civiles que lo sucedieron- se impuso la tarea de “desmalvinizar”, y para desmalvinizar se considera a los respetables veteranos como a simples “chicos” a los que es preciso tirarles alguna propina. Y no es así. Ellos, como Guachineo, se merecen el homenaje permanente de la patria! Viva la Patria…