Un poco preocupado por el constante fenómeno de bilocación que me viene sucediendo casi todos los días. Seguramente para desgracia de los pocos que leen mis publicaciones. Con excepción de mi familia que a esta altura me niegan como un loco de manicomio. No ceso en mi intento de dar rienda suelta a la imaginación. Pero cuando se trata de encontrarme en diferentes lugares a la misma vez empiezo a preocuparme. Ya he visto de cerca las estrellas y a la luna mi gran amiga. He viajado al polo con mi amigo julio Verne. He gozado de tertulias con Machado y Gorki. También me he deleitado del tango con el zorzal criollo y mi eterno amigo Le Pera. Estuve conversando del Tango argentino con Jorge Luis Borges y su compañera María Kodama. En suma he viajado como pocos en este mundo a pesar de mis muletas y mi bastón. No obstante como católico me siento tranquilo porque la iglesia reconoce a mis facultades. Parece ser una manifestación de la espiritualidad del ser humano con clara orientación mística. Y yo solamente buscaba acercarme al purgatorio. Y bueno mis amigos Budistas dicen que lo mío tal vez sea un fenómeno esotérico al que lo llaman vehículo de diamantes. Pero mi caso es especial porque siento que mi cuerpo se transforma en un pájaro sin ser lo mío ninguna alucinación. No miento. Basta con remontarse a mis escritos y se darán cuenta que no estoy tan loquito. Justamente después de escribir mí vuelo al polo y mi sueño de pájaro. Descansando en Tafí del valle y después de subir con mi viejo caballo al pelao. Un cerro detrás de mi casa que ocupa aproximadamente el 30 % de la superficie central del valle. Enorme espacio propio del paraíso con rocas graníticas de unos 400 millones de años de antigüedad, en donde en cada paso, nos revela sus maravillas de piedras y viento. Lugar sagrado que nos identifica con la mano de Dios. En la cima se avistar ver los cóndores en su aleteo majestuoso y una vista esplendorosa del valle que nos circunda. Un hálito de aire puro me anima a abrir los brazos para recibir al viento y al sol. Es que esta loma de piedras que se mescla en su extensión con un manto de pasto verde. Es una enorme alfombra verde de los más diversos matices que ayuda a meditar y pensar. De inmediato siento en mi cuerpo el cosquilleo de todos los días .Desde mi sitio con el claro sol que ilumina las cumbres me contacto nuevamente en los misterios insondables que me persiguen. Observo a un hombre más bien bajo, aunque de fuertes músculos. Su cabello ensortijado está tapado por el sombrero de alas anchas, a la moda de los provincianos arribeños; a sus recios bigotes que se unen a bien pobladas patillas, ocasiones se los afeita. Lo más notable en su fisonomía son los negros ojos, llenos de luz, de fuerza, de energía bajo las negras cejas encrespadas que hacen más vigoroso su semblante. Viste rico poncho de vicuña, como corresponde a campesinos de calidad. Parece un provinciano. Pero logro ver que llega en galera. Es a Buenos Aires. La ciudad no está a obscuras. Una luna en su cuarto creciente les da a las calles el resplandor preciso para que llegue hasta el centro la galera. El polvo que los tapa delata que vienen de lejos. Y apurado. El que así -nocturno, callado, fugitivo- está llegando mi amigo, se llama Juan Facundo Quiroga. Nombre con renombre en todas partes. ¿Fugitivo? Sí, llega derrotado. Como general ha dirigido los ejércitos federales para salvar a las provincias de la invasión que les hace Paz con las tropas del ejército de línea, pero a pesar de su coraje ha sido vencido en La Tablada, y por confiarse en la caballerosidad lo han sorprendido en Oncativo. Al fuerte gobernador, capaz de poner y de sacar gobernadores en un montón de provincias, sólo le queda un grupito de acompañantes a falta de ejércitos aguerridos y entusiastas. Todavía no es viejo. Tiene cuarenta y tres años. Pero la vida de intemperies que ha llevado le produce un reumatismo que le quitará el placer de seguir montando sus excelentes caballos. Al otro día el gobernador de Buenos Aires le rendirá honores de general victorioso al hombre que ha venido buscando amparo ante su descalabro. Pero bien hace don Juan Manuel, porque ese Tigre de los Llanos que lame sus heridas es un derrotado pero no está vencido, no está acabado, no está entregado. “Mal herido”, sí, pero todavía capaz de “arremeter feroz”, vivo ejemplo del consejo que años después dará Almafuerte.Los comisarios de Buenos Aires le facilitarán vagos y delincuentes. Y al frente de 400 hombres, a los que él deberá impartirles disciplina y contagiarles entusiasmo, otra vez atravesará el país dando batalla donde la patria lo necesite. El general Quiroga tiene tal fibra que no parece hombre de carne y hueso; parece la encarnación de un fantasma destinado a dar aliento a los siglos venideros. Es el hombre al que mi madre llamaba cuando tenía nueve años, luego de perder mi pierna para decirme entre murmullos. Hijito. Se puede. Siempre se puede.
Por Jorge Lobo Aragón.
Mi amigo eterno “Facundo Quiroga”
Reflexión:
Un poco preocupado por el constante fenómeno de bilocación que me viene sucediendo casi todos los días. Seguramente para desgracia de los pocos que leen mis publicaciones. Con excepción de mi familia que a esta altura me niegan como un loco de manicomio. No ceso en mi intento de dar rienda suelta a la imaginación. Pero cuando se trata de encontrarme en diferentes lugares a la misma vez empiezo a preocuparme. Ya he visto de cerca las estrellas y a la luna mi gran amiga. He viajado al polo con mi amigo julio Verne. He gozado de tertulias con Machado y Gorki. También me he deleitado del tango con el zorzal criollo y mi eterno amigo Le Pera. Estuve conversando del Tango argentino con Jorge Luis Borges y su compañera María Kodama. En suma he viajado como pocos en este mundo a pesar de mis muletas y mi bastón. No obstante como católico me siento tranquilo porque la iglesia reconoce a mis facultades. Parece ser una manifestación de la espiritualidad del ser humano con clara orientación mística. Y yo solamente buscaba acercarme al purgatorio. Y bueno mis amigos Budistas dicen que lo mío tal vez sea un fenómeno esotérico al que lo llaman vehículo de diamantes. Pero mi caso es especial porque siento que mi cuerpo se transforma en un pájaro sin ser lo mío ninguna alucinación. No miento. Basta con remontarse a mis escritos y se darán cuenta que no estoy tan loquito. Justamente después de escribir mí vuelo al polo y mi sueño de pájaro. Descansando en Tafí del valle y después de subir con mi viejo caballo al pelao. Un cerro detrás de mi casa que ocupa aproximadamente el 30 % de la superficie central del valle. Enorme espacio propio del paraíso con rocas graníticas de unos 400 millones de años de antigüedad, en donde en cada paso, nos revela sus maravillas de piedras y viento. Lugar sagrado que nos identifica con la mano de Dios. En la cima se avistar ver los cóndores en su aleteo majestuoso y una vista esplendorosa del valle que nos circunda. Un hálito de aire puro me anima a abrir los brazos para recibir al viento y al sol. Es que esta loma de piedras que se mescla en su extensión con un manto de pasto verde. Es una enorme alfombra verde de los más diversos matices que ayuda a meditar y pensar. De inmediato siento en mi cuerpo el cosquilleo de todos los días .Desde mi sitio con el claro sol que ilumina las cumbres me contacto nuevamente en los misterios insondables que me persiguen. Observo a un hombre más bien bajo, aunque de fuertes músculos. Su cabello ensortijado está tapado por el sombrero de alas anchas, a la moda de los provincianos arribeños; a sus recios bigotes que se unen a bien pobladas patillas, ocasiones se los afeita. Lo más notable en su fisonomía son los negros ojos, llenos de luz, de fuerza, de energía bajo las negras cejas encrespadas que hacen más vigoroso su semblante. Viste rico poncho de vicuña, como corresponde a campesinos de calidad. Parece un provinciano. Pero logro ver que llega en galera. Es a Buenos Aires. La ciudad no está a obscuras. Una luna en su cuarto creciente les da a las calles el resplandor preciso para que llegue hasta el centro la galera. El polvo que los tapa delata que vienen de lejos. Y apurado. El que así -nocturno, callado, fugitivo- está llegando mi amigo, se llama Juan Facundo Quiroga. Nombre con renombre en todas partes. ¿Fugitivo? Sí, llega derrotado. Como general ha dirigido los ejércitos federales para salvar a las provincias de la invasión que les hace Paz con las tropas del ejército de línea, pero a pesar de su coraje ha sido vencido en La Tablada, y por confiarse en la caballerosidad lo han sorprendido en Oncativo. Al fuerte gobernador, capaz de poner y de sacar gobernadores en un montón de provincias, sólo le queda un grupito de acompañantes a falta de ejércitos aguerridos y entusiastas. Todavía no es viejo. Tiene cuarenta y tres años. Pero la vida de intemperies que ha llevado le produce un reumatismo que le quitará el placer de seguir montando sus excelentes caballos. Al otro día el gobernador de Buenos Aires le rendirá honores de general victorioso al hombre que ha venido buscando amparo ante su descalabro. Pero bien hace don Juan Manuel, porque ese Tigre de los Llanos que lame sus heridas es un derrotado pero no está vencido, no está acabado, no está entregado. “Mal herido”, sí, pero todavía capaz de “arremeter feroz”, vivo ejemplo del consejo que años después dará Almafuerte.Los comisarios de Buenos Aires le facilitarán vagos y delincuentes. Y al frente de 400 hombres, a los que él deberá impartirles disciplina y contagiarles entusiasmo, otra vez atravesará el país dando batalla donde la patria lo necesite. El general Quiroga tiene tal fibra que no parece hombre de carne y hueso; parece la encarnación de un fantasma destinado a dar aliento a los siglos venideros. Es el hombre al que mi madre llamaba cuando tenía nueve años, luego de perder mi pierna para decirme entre murmullos. Hijito. Se puede. Siempre se puede.
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