Vamos! El peor sordo no es el que no quiere oir… es el que no puede…!

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  Por Vida Bolt.

Una niña se dio cuenta de que le había crecido pelo entre las piernas. Se preocupó y le preguntó a su mamá sobre ese cabello. Su madre dijo con calma:

“Esa parte donde ha crecido el pelo se llama mona. Siéntete orgullosa de que a tu mona le haya crecido pelo”.

La niña sonrió. En la cena, muy orgullosa, le dijo a su hermana:

“A mi mona le ha crecido el pelo”.

Su hermana sonrió y dijo:

“Eso no es nada, la mía ya está comiendo plátanos”.

 

Lo sé, es una manera de empezar una historia con muy poco tacto, pero esta es la clase de chistes que Sandra Moore despacha cada día. Sandra es mi vecina. Sandra es soltera. Sandra es alegre. Sandra está permanentemente y en todo lugar contando chistes y burlándose de la gente. Sandra es mi tía. Sandra tiene problemas auditivos.

El primer domingo de enero, Sandra y yo asistimos a una nueva iglesia donde el sermón era impartido por un joven pastor dueño de una gran sonrisa y asistido por su radiante esposa, una muchacha de unos veinte años, bella, con un buen cuerpo, con todo el derecho de usar ropas modernas, enalteciendo curvas, piernas y busto.

“Los vestidos de la ‘pastora’ tienen menos tela que dos pañuelos anudados” dijo Sandra, recibiendo las miradas de todos los feligreses.

Algunas veces trato de ajustar sus audífonos para que no alce mucho la voz, otras veces, simplemente cubro su boca con mis manos.

Aunque Sandra es mi tía, solo es doce años mayor y a veces siento que toda una vida de soltería debe ser difícil de llevar, razón por la cual la inscribí en un sitio de parejas por internet. Al principio -perseguida por su ego, acosada por su orgullo- fue reticente a inspeccionar la red. Con el tiempo, seducida por las abundantes solicitudes para conocerla, se rindió a los encantos de coquetear gracias a mi computadora.  Luego de escuchar su tipeo durante desayuno, almuerzo y cena, desayuno, almuerzo y cena, y desayuno, almuerzo y cena, me encontré rendida pero lista para entrar a escena y ayudarla a discriminar los hombres que solo buscaban o necesitaban una noche con ella, de aquellos con los cuales Sandra podría tener una relación. Luego de un exhaustivo sondeo, la lista se redujo a dos personas. Carlos, un hombre tímido pero franco que vivía a unos treinta minutos de nuestro vecindario y Ted, un empresario de la industria del calzado quien se encontraba visitando uno de sus locales en mi ciudad. Pese a que el signo dólar se instaló en mi entrecejo, Sandra decidió que el elegido era Carlos, debido a que sus textos intercambiados en sus conversaciones a través de internet finalizaban siempre con una carita feliz.  Quedaron en encontrarse en un bar cercano a las 8 de la noche. En tono de broma, y para despedirla, dije:
“Pórtate bien, tía y más te vale que vuelvas antes de la medianoche”

Solo treinta minutos más tarde, mi tía Sandra estaba de vuelta.

“Como estuvo ese encuentro?” la interrogué entusiasmada.

“Carlos se pasó todo el tiempo hablando como un loco, protestando contra el gobierno, contra el camarero, contra las medidas pequeñas de whiskey que servían, contra los precios del bar y contra los pececillos de colores…”

“Y tu no le dijiste nada?” pregunté extrañada.

Me miró mientras se encaminaba a la puerta.

“¿Y para que le iba a decir algo, si es sordo?”

 

 


PrisioneroEnArgentina.com

Febrero 14, 2022


 

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