David Grün o David Ben-Gurión es miembro de un grupo de élite de líderes mundiales cuyos nombres siempre estarán asociados con la fundación de sus países. El 14 de mayo de 1948, o más apropiadamente dado el caso, el 5 del mes Iyar del año 5708 según el calendario judío, fue él quien leyó la Declaración de Independencia de Israel en el Museo de Tel Aviv. Ese día expiraba legalmente el Mandato Británico de Palestina; las fuerzas británicas aún no se habían ido y Estados Unidos lo estaba presionando para que retrasara la proclamación.
Pero Ben-Gurión estaba decidido a concretar lo que consideraba “el derecho natural del pueblo judío de ser dueño de su propio destino, con todas las otras naciones, en un Estado soberano propio”, como rezaba el documento.
Había encargado dos semanas antes el primer borrador, y tras varias revisiones de figuras religiosas y seculares, fue él quien se encargó de finiquitarlo.
Había creado además el consejo que proclamaría la existencia de Israel y lo gobernaría inicialmente, con representantes de una amplia franja del movimiento de liberación nacional, a quienes les exigió que hebraizaran sus nombres (Golda Meyerson se convirtió en Golda Meir).
Sus huellas estaban en cada paso hacia la creación del Estado y seguirían estándolo después, cuando tomó las riendas del país como primer ministro y ministro de Defensa.
Por eso se le recuerda como en Israel como “el padre de la nación”.
David Gruen -su nombre por 24 años hasta que lo cambió a Ben-Gurión– nació en la Polonia zarista en 1886.
Creció en medio del profundo antisemitismo europeo y le atrajeron los ideales del incipiente movimiento sionista -que buscaba un territorio propio para los judíos- del que su padre era líder en la ciudad de Płońsk.
En 1906 emigró a la Palestina controlada por los otomanos y se convirtió en trabajador agrícola, poniendo en práctica la filosofía que inspiraría a los sionistas durante las siguientes cuatro décadas.
La idea era cultivar la tierra con sus propias manos para crear “nuevos judíos”, distintos a los formados durante siglos en la diáspora haciendo trabajos no manuales.
A eso se dedicó, con orgullo, aunque pronto se dio cuenta de que su destino estaba en la política, no en una granja.
Su misión, por encima de todo, era lograr la independencia política de los judíos en esa tierra, como quedó registrado, gracias a sus esfuerzos, en la declaración de 1907 del partido socialista al que estaba afiliado, Poale Zion.
Para prepararse para su rol político, Ben-Gurion se fue a estudiar Derecho en Turquía, la que creyó podía ser una aliada del futuro Israel, pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial, lo expulsaron del Imperio otomano.
Viajó a Nueva York, donde se casó con Pauline Munweis y siguió impulsando la causa sionista, hasta que el gobierno británico publicó, en 1917, la Declaración Balfour, prometiéndole a los judíos un hogar nacional.
Poco después, se alistó en la Legión Judía del ejército británico y navegó de regreso al Medio Oriente para unirse a la guerra por la liberación de Palestina del dominio otomano.
Para cuando esa legión llegó, los británicos ya habían derrotado a los otomanos y, bajo su mandato, la labor de crear ese hogar nacional para los judíos empezó.
Fiel a su convicción de que el trabajo proporcionaría la base del Estado judío, Ben-Gurión estableció en 1920 la Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel o Histadrut.
Esta rápidamente se convertiría en una suerte de Estado dentro del Mandato Británico, expandiéndose a la banca, planes de salud, cultura, agricultura, deportes, educación, seguros, transporte, agencias de empleo, colectivos y cooperativas de todo tipo.
No sólo fue una ficha clave para la creación de Israel sino uno de sus pilares hasta la década de 1980, cuando el país empezó a alejarse de una economía socialista.
Ben-Gurión alentó además el desarrollo de una fuerza militar en Palestina.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, animó a los judíos a luchar para los aliados, mientras organizaba una agencia clandestina para contrabandear a judíos que huían del holocausto nazi.
Después de la guerra, la violencia de los grupos judíos contra los británicos, que años antes habían cambiado de opinión y le ponían trabas a la población judía, aumentó.
Si bien Ben-Gurión apoyó el principio de la lucha armada, condenó a los grupos de extrema derecha que llevaron a cabo actos crueles e indiscriminados.
Una vez lograda la independencia, insistió en que todos los grupos armados se disolvieran y pasaran a formar parte de las Fuerzas de Defensa de Israel.
La nueva fuerza pronto entró en acción, luchando y derrotando a los ejércitos de los países árabes que intentaban invadir el nuevo Estado.
El mismo 14 de mayo de 1948, Jerusalén fue sitiada por la Legión Árabe de Transjordania; en el norte, los asentamientos judíos fueron atacados por fuerzas sirias e iraquíes, mientras que los egipcios invadieron desde el sur.
Fue un momento de prueba suprema que el líder de 62 años asumió poniéndose al mando de las operaciones militares, y convirtiéndose en el primer ministro y ministro de Defensa de facto.
Aunque algunas de sus decisiones fueron cuestionables, al final a Ben-Gurion se llenó de gloria por haber ganado la primera campaña judía desde la de Judas Macabeo 2.000 años antes.
Eso lo tornó en una figura casi mística para muchos: el sabio patriarca que aseguraría la supervivencia de la patria triunfando frente a sus numerosos enemigos.
Pero la bienaventuranza de unos fue la condena de otros.
Para los palestinos árabes, que rechazaron la división del territorio aprobado por la ONU, fue el inicio de la Nakba, la catástrofe que han vivido desde entonces.
Antes de la guerra de 1948, 1,4 millones de palestinos vivían en la Palestina del Mandato Británico, y 900.000 de ellos vivían en el territorio que se convirtió en el Estado de Israel.
La mayor parte de esa población, entre 700.000 y 750.000 personas, fueron expulsadas activamente o huyeron más allá de la frontera –a Siria, el Líbano, Egipto o Transjordania– o a zonas controladas por los ejércitos árabes involucrados en la guerra (Cisjordania y la Franja de Gaza).
Con limitadas excepciones, nunca se les permitió regresar a sus hogares y tierras, una política israelí declarada que se trazó durante la guerra.
La Nakba para los palestinos es un proceso que nunca ha terminado, y durante los primeros años quien estuvo a la cabeza de las decisiones que los afectaban fue Ben-Gurión.
Después de la guerra de Independencia, Ben-Gurión adoptó una política de represalias rápidas y duras ante las incursiones árabes contra Israel, que a menudo alarmaban a la ONU y cimentaban el rechazo continuo de los estados vecinos.
En marzo de 1949 se convirtió oficialemente en el primer ministro del primer gobierno regularmente constituido de Israel.
Desde entonces hasta la década de 1960, gobernó la vida política en Israel con casi total control, a pesar de tener varios enemigos políticos, particularmente por ser socialista y secular.
Sin embargo, contaba con una popularidad que rayaba en la veneración entre una amplia franja de grupos de la nación, de manera que se aceptaba su autoridad para decidir y prevalecer en asuntos de defensa y, por tanto, también en asuntos exteriores.
Varias veces, cuando no lograba convencer a las sucesivas coaliciones de que se hiciera su voluntad, renunciaba y se iba a su cabaña en el kibutz Sde Boker, pero a menudo bastaba que amenazara con hacerlo para conseguir lo que demandaba.
Sólo hubo una ocasión, en 1953, en la que se declaró “cansado, cansado, cansado” y se retiró durante 14 meses, hasta que le pidieron que regresara a Jerusalén como ministro de Defensa.
Poco después, en noviembre de 1955, volvió al cargo de premier.
Fue entonces cuando Israel adoptó una política que condujo a otra guerra, y al momento más sombrío en la carrera de Ben-Gurión.
Convencido de que la mayor amenaza para Israel era un ataque inminente de Egipto, que había recibido armas de la Unión Soviética, y en complicidad con Francia y Reino Unido, lanzó una “guerra preventiva” contra el ejército egipcio.
Las fuerzas francesas y británicas, que querían tomarse el Canal del Suez, inicialmente triunfaron, pero EE.UU. se enfureció frente a la agresión y apoyó la demanda de la ONU de que todos los invasores evacuaran Egipto.
Eso, más las amenazas de la URRS de intervenir, hizo que todo el plan colapsara de una manera, por decir lo menos, vergonzosa.
Ben-Gurión intentó presionar por concesiones, pero chocó contra una pared y no le quedó más que aceptar una derrota que sólo pudo sobrevivir gracias a su resiliencia.
Cuatro años más tarde, volvió a desafiar la opinión mundial cuando decidió juzgar a Adolf Eichmann, el coronel de la Gestapo que había enviado a millones de judíos a campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
El secuestro del jerarca nazi en Argentina provocó críticas, y la perspectiva de que fuera juzgado en Israel, preocupación: hubo protestas de que Eichmann sólo podría tener un juicio justo en un tribunal alemán o internacional.
A Ben-Gurión lo acusaron de arrogante cundo declaró que Israel era “desde un punto de vista moral” el único lugar donde se le podía juzgar.
Esta vez fueron las pruebas las que exhoneraron a Ben-Gurión.
El juicio fue televisado en 1961 y el mundo pudo ver a los jueces haciendo un trabajo tan impecable que Robert Servatius, el abogado alemán de Eichmann, admitió que el acusado había tenido un juicio más justo del que habría tenido en Alemania Occidental.
El exaltado estatus de Ben-Gurión en su país se realzó.
Parecía que su reinado, por controvertido que fuera, no terminaría.
Pero al final, sufrió el amargo destino los estadistas que se quedan en el cargo demasiado tiempo: errores del pasado se vuelven a atormentarlos, y sus seguidores, hartos, dicen ‘basta’.
En 1963, dimitió como primer ministro.
Durante sus últimos años como premier volvió a extenerle la mano “a todos los estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad“, como había dicho en la declaración de Independencia.
Pero se quedó extendida, pues, aunque inició varios planes para mantener conversaciones secretas con líderes árabes con miras a establecer la paz en el Medio Oriente, ninguno rindió frutos.
Se retiró finalmente de la política, a los 84 años, en 1970.
Ben-Gurión alcanzó a percibir indicios de los traumas internos que más tarde acosarían a Israel.
Después de la guerra de 1967, se opuso a conservar territorio árabe más allá de Jerusalén.
El susto de la guerra de Yom Kippur, en 1973, cuando el ataque combinado de las fuerzas de Egipto y Siria por dos frentes distintos sorprendió a Israel sin preparación, en opinión de Ben-Gurión, fue una peligrosa señal de arrogancia y complacencia.
Para un hombre obsesionado por el ideal del trabajo duro, eran unas características aborrecibles.
Murió dos meses después del final de esa guerra a los 87 años.
Fue, hasta el final, un hombre de una energía prodigiosa, física e intelectual, “casi violentamente vivaz”, según el autor israelí Amos Oz.
Hablaba ruso, yiddish, turco, francés y alemán. Leía árabe y estudió español. A los 56 años aprendió griego para leer la Septuaginta, la versión griega del Antiguo Testamento; a los 68 años, aprendió sánscrito para leer los Diálogos de Buda.
Hacía yoga sobre las arenas del Mediterráneo, y aunque las fotografías que lo mostraban de cabeza provocaban comentarios irónicos, sus amigos decían que Hazaken, o el Viejo, como lo llamaban cariñosamente, era más inteligente al revés que la mayoría de sus oponentes al derecho.
Con el paso de los años, las críticas a Ben-Gurion se fueron desdibujado, y quedó la imagen de un personaje imponente que tuvo una visión y contribuyó como pocos a realizarla.
Pero como su vida está tan íntimamente ligada a la creación de Israel, es tan amado y tan odiado como el país que ayudó a forjar.
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David Grün o David Ben-Gurión es miembro de un grupo de élite de líderes mundiales cuyos nombres siempre estarán asociados con la fundación de sus países. El 14 de mayo de 1948, o más apropiadamente dado el caso, el 5 del mes Iyar del año 5708 según el calendario judío, fue él quien leyó la Declaración de Independencia de Israel en el Museo de Tel Aviv. Ese día expiraba legalmente el Mandato Británico de Palestina; las fuerzas británicas aún no se habían ido y Estados Unidos lo estaba presionando para que retrasara la proclamación.
Pero Ben-Gurión estaba decidido a concretar lo que consideraba “el derecho natural del pueblo judío de ser dueño de su propio destino, con todas las otras naciones, en un Estado soberano propio”, como rezaba el documento.
Había encargado dos semanas antes el primer borrador, y tras varias revisiones de figuras religiosas y seculares, fue él quien se encargó de finiquitarlo.
Había creado además el consejo que proclamaría la existencia de Israel y lo gobernaría inicialmente, con representantes de una amplia franja del movimiento de liberación nacional, a quienes les exigió que hebraizaran sus nombres (Golda Meyerson se convirtió en Golda Meir).
Sus huellas estaban en cada paso hacia la creación del Estado y seguirían estándolo después, cuando tomó las riendas del país como primer ministro y ministro de Defensa.
Por eso se le recuerda como en Israel como “el padre de la nación”.
David Gruen -su nombre por 24 años hasta que lo cambió a Ben-Gurión– nació en la Polonia zarista en 1886.
Creció en medio del profundo antisemitismo europeo y le atrajeron los ideales del incipiente movimiento sionista -que buscaba un territorio propio para los judíos- del que su padre era líder en la ciudad de Płońsk.
En 1906 emigró a la Palestina controlada por los otomanos y se convirtió en trabajador agrícola, poniendo en práctica la filosofía que inspiraría a los sionistas durante las siguientes cuatro décadas.
La idea era cultivar la tierra con sus propias manos para crear “nuevos judíos”, distintos a los formados durante siglos en la diáspora haciendo trabajos no manuales.
A eso se dedicó, con orgullo, aunque pronto se dio cuenta de que su destino estaba en la política, no en una granja.
Su misión, por encima de todo, era lograr la independencia política de los judíos en esa tierra, como quedó registrado, gracias a sus esfuerzos, en la declaración de 1907 del partido socialista al que estaba afiliado, Poale Zion.
Para prepararse para su rol político, Ben-Gurion se fue a estudiar Derecho en Turquía, la que creyó podía ser una aliada del futuro Israel, pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial, lo expulsaron del Imperio otomano.
Viajó a Nueva York, donde se casó con Pauline Munweis y siguió impulsando la causa sionista, hasta que el gobierno británico publicó, en 1917, la Declaración Balfour, prometiéndole a los judíos un hogar nacional.
Poco después, se alistó en la Legión Judía del ejército británico y navegó de regreso al Medio Oriente para unirse a la guerra por la liberación de Palestina del dominio otomano.
Para cuando esa legión llegó, los británicos ya habían derrotado a los otomanos y, bajo su mandato, la labor de crear ese hogar nacional para los judíos empezó.
Fiel a su convicción de que el trabajo proporcionaría la base del Estado judío, Ben-Gurión estableció en 1920 la Federación General de Trabajadores de la Tierra de Israel o Histadrut.
Esta rápidamente se convertiría en una suerte de Estado dentro del Mandato Británico, expandiéndose a la banca, planes de salud, cultura, agricultura, deportes, educación, seguros, transporte, agencias de empleo, colectivos y cooperativas de todo tipo.
No sólo fue una ficha clave para la creación de Israel sino uno de sus pilares hasta la década de 1980, cuando el país empezó a alejarse de una economía socialista.
Ben-Gurión alentó además el desarrollo de una fuerza militar en Palestina.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, animó a los judíos a luchar para los aliados, mientras organizaba una agencia clandestina para contrabandear a judíos que huían del holocausto nazi.
Después de la guerra, la violencia de los grupos judíos contra los británicos, que años antes habían cambiado de opinión y le ponían trabas a la población judía, aumentó.
Si bien Ben-Gurión apoyó el principio de la lucha armada, condenó a los grupos de extrema derecha que llevaron a cabo actos crueles e indiscriminados.
Una vez lograda la independencia, insistió en que todos los grupos armados se disolvieran y pasaran a formar parte de las Fuerzas de Defensa de Israel.
La nueva fuerza pronto entró en acción, luchando y derrotando a los ejércitos de los países árabes que intentaban invadir el nuevo Estado.
El mismo 14 de mayo de 1948, Jerusalén fue sitiada por la Legión Árabe de Transjordania; en el norte, los asentamientos judíos fueron atacados por fuerzas sirias e iraquíes, mientras que los egipcios invadieron desde el sur.
Fue un momento de prueba suprema que el líder de 62 años asumió poniéndose al mando de las operaciones militares, y convirtiéndose en el primer ministro y ministro de Defensa de facto.
Aunque algunas de sus decisiones fueron cuestionables, al final a Ben-Gurion se llenó de gloria por haber ganado la primera campaña judía desde la de Judas Macabeo 2.000 años antes.
Eso lo tornó en una figura casi mística para muchos: el sabio patriarca que aseguraría la supervivencia de la patria triunfando frente a sus numerosos enemigos.
Pero la bienaventuranza de unos fue la condena de otros.
Para los palestinos árabes, que rechazaron la división del territorio aprobado por la ONU, fue el inicio de la Nakba, la catástrofe que han vivido desde entonces.
Antes de la guerra de 1948, 1,4 millones de palestinos vivían en la Palestina del Mandato Británico, y 900.000 de ellos vivían en el territorio que se convirtió en el Estado de Israel.
La mayor parte de esa población, entre 700.000 y 750.000 personas, fueron expulsadas activamente o huyeron más allá de la frontera –a Siria, el Líbano, Egipto o Transjordania– o a zonas controladas por los ejércitos árabes involucrados en la guerra (Cisjordania y la Franja de Gaza).
Con limitadas excepciones, nunca se les permitió regresar a sus hogares y tierras, una política israelí declarada que se trazó durante la guerra.
La Nakba para los palestinos es un proceso que nunca ha terminado, y durante los primeros años quien estuvo a la cabeza de las decisiones que los afectaban fue Ben-Gurión.
Después de la guerra de Independencia, Ben-Gurión adoptó una política de represalias rápidas y duras ante las incursiones árabes contra Israel, que a menudo alarmaban a la ONU y cimentaban el rechazo continuo de los estados vecinos.
En marzo de 1949 se convirtió oficialemente en el primer ministro del primer gobierno regularmente constituido de Israel.
Desde entonces hasta la década de 1960, gobernó la vida política en Israel con casi total control, a pesar de tener varios enemigos políticos, particularmente por ser socialista y secular.
Sin embargo, contaba con una popularidad que rayaba en la veneración entre una amplia franja de grupos de la nación, de manera que se aceptaba su autoridad para decidir y prevalecer en asuntos de defensa y, por tanto, también en asuntos exteriores.
Varias veces, cuando no lograba convencer a las sucesivas coaliciones de que se hiciera su voluntad, renunciaba y se iba a su cabaña en el kibutz Sde Boker, pero a menudo bastaba que amenazara con hacerlo para conseguir lo que demandaba.
Sólo hubo una ocasión, en 1953, en la que se declaró “cansado, cansado, cansado” y se retiró durante 14 meses, hasta que le pidieron que regresara a Jerusalén como ministro de Defensa.
Poco después, en noviembre de 1955, volvió al cargo de premier.
Fue entonces cuando Israel adoptó una política que condujo a otra guerra, y al momento más sombrío en la carrera de Ben-Gurión.
Convencido de que la mayor amenaza para Israel era un ataque inminente de Egipto, que había recibido armas de la Unión Soviética, y en complicidad con Francia y Reino Unido, lanzó una “guerra preventiva” contra el ejército egipcio.
Las fuerzas francesas y británicas, que querían tomarse el Canal del Suez, inicialmente triunfaron, pero EE.UU. se enfureció frente a la agresión y apoyó la demanda de la ONU de que todos los invasores evacuaran Egipto.
Eso, más las amenazas de la URRS de intervenir, hizo que todo el plan colapsara de una manera, por decir lo menos, vergonzosa.
Ben-Gurión intentó presionar por concesiones, pero chocó contra una pared y no le quedó más que aceptar una derrota que sólo pudo sobrevivir gracias a su resiliencia.
Cuatro años más tarde, volvió a desafiar la opinión mundial cuando decidió juzgar a Adolf Eichmann, el coronel de la Gestapo que había enviado a millones de judíos a campos de exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
El secuestro del jerarca nazi en Argentina provocó críticas, y la perspectiva de que fuera juzgado en Israel, preocupación: hubo protestas de que Eichmann sólo podría tener un juicio justo en un tribunal alemán o internacional.
A Ben-Gurión lo acusaron de arrogante cundo declaró que Israel era “desde un punto de vista moral” el único lugar donde se le podía juzgar.
Esta vez fueron las pruebas las que exhoneraron a Ben-Gurión.
El juicio fue televisado en 1961 y el mundo pudo ver a los jueces haciendo un trabajo tan impecable que Robert Servatius, el abogado alemán de Eichmann, admitió que el acusado había tenido un juicio más justo del que habría tenido en Alemania Occidental.
El exaltado estatus de Ben-Gurión en su país se realzó.
Parecía que su reinado, por controvertido que fuera, no terminaría.
Pero al final, sufrió el amargo destino los estadistas que se quedan en el cargo demasiado tiempo: errores del pasado se vuelven a atormentarlos, y sus seguidores, hartos, dicen ‘basta’.
En 1963, dimitió como primer ministro.
Durante sus últimos años como premier volvió a extenerle la mano “a todos los estados vecinos y a sus pueblos en una oferta de paz y buena vecindad“, como había dicho en la declaración de Independencia.
Pero se quedó extendida, pues, aunque inició varios planes para mantener conversaciones secretas con líderes árabes con miras a establecer la paz en el Medio Oriente, ninguno rindió frutos.
Se retiró finalmente de la política, a los 84 años, en 1970.
Ben-Gurión alcanzó a percibir indicios de los traumas internos que más tarde acosarían a Israel.
Después de la guerra de 1967, se opuso a conservar territorio árabe más allá de Jerusalén.
El susto de la guerra de Yom Kippur, en 1973, cuando el ataque combinado de las fuerzas de Egipto y Siria por dos frentes distintos sorprendió a Israel sin preparación, en opinión de Ben-Gurión, fue una peligrosa señal de arrogancia y complacencia.
Para un hombre obsesionado por el ideal del trabajo duro, eran unas características aborrecibles.
Murió dos meses después del final de esa guerra a los 87 años.
Fue, hasta el final, un hombre de una energía prodigiosa, física e intelectual, “casi violentamente vivaz”, según el autor israelí Amos Oz.
Hablaba ruso, yiddish, turco, francés y alemán. Leía árabe y estudió español. A los 56 años aprendió griego para leer la Septuaginta, la versión griega del Antiguo Testamento; a los 68 años, aprendió sánscrito para leer los Diálogos de Buda.
Hacía yoga sobre las arenas del Mediterráneo, y aunque las fotografías que lo mostraban de cabeza provocaban comentarios irónicos, sus amigos decían que Hazaken, o el Viejo, como lo llamaban cariñosamente, era más inteligente al revés que la mayoría de sus oponentes al derecho.
Con el paso de los años, las críticas a Ben-Gurion se fueron desdibujado, y quedó la imagen de un personaje imponente que tuvo una visión y contribuyó como pocos a realizarla.
Pero como su vida está tan íntimamente ligada a la creación de Israel, es tan amado y tan odiado como el país que ayudó a forjar.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 29, 2023