Menos de un año después de la destrucción del Muro de Berlín, Alemania Oriental y Occidental se unen en lo que se conoce como el “Día de la Unidad”.
Desde 1945, cuando las fuerzas soviéticas ocuparon el este de Alemania, y los Estados Unidos y otras fuerzas aliadas ocuparon la mitad occidental de la nación al final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania dividida había llegado a servir como uno de los símbolos más duraderos de la Guerra Fría .
Algunos de los episodios más dramáticos de la Guerra Fría tuvieron lugar allí. El Bloqueo de Berlín (junio de 1948 a mayo de 1949), durante el cual la Unión Soviética bloqueó todos los viajes por tierra a Berlín Occidental, y la construcción del Muro de Berlín en 1961 fueron quizás los más famosos. Con la disminución gradual del poder soviético a fines de la década de 1980, el Partido Comunista en Alemania Oriental comenzó a perder el control del poder. Decenas de miles de alemanes orientales comenzaron a huir de la nación y, a fines de 1989, el Muro de Berlín comenzó a derrumbarse.
Poco después, las conversaciones entre funcionarios de Alemania Oriental y Occidental, junto con funcionarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS, comenzaron a explorar la posibilidad de la reunificación. Dos meses después de la reunificación, se celebraron elecciones alemanas y Helmut Kohl se convirtió en el primer canciller de la Alemania reunificada. Aunque esta acción se produjo más de un año antes de la disolución de la Unión Soviética, para muchos observadores la reunificación de Alemania marcó efectivamente el final de la Guerra Fría.
El Proceso
El 9 de noviembre de 1989, el día que cayó el Muro de Berlín, fue el momento culminante de un proceso casi revolucionario. Las ciudadanas y los ciudadanos de la RDA tuvieron un protagonismo muy destacado: en unos casos, porque trataron a toda costa de abandonar un Estado que les negaba la libertad de circulación y, mediante la ocupación de embajadas en países extranjeros, finalmente forzaron su salida; en otros, porque proclamaron a gritos su voluntad de permanecer en la RDA, pero siempre y cuando se introdujeran reformas sustanciales, algo que el régimen no podía consentir, so pena de precipitar su hundimiento. Presa de esa doble acometida, la RDA se desmoronó como un castillo de naipes en cuestión de meses y pese a las inmensas medidas de seguridad imperantes. Ello allanó el camino para superar la división de Alemania y alcanzar su reunificación el 3 de octubre de 1990.
En Alemania a comienzos del año 1989 apenas había nadie –ni en el Este ni en el Oeste– que siquiera barruntara que la celebración, ese mismo otoño, del cuadragésimo aniversario de la RDA sería la última, que el Muro de Berlín desaparecería de inmediato y que la Alemania dividida en dos Estados se (re)unificaría. Nadie intuyó que a la postre y como consecuencia de ello se disolverían las constelaciones políticas mundiales que venían marcando la política europea de posguerra desde hacía más de cuatro décadas. Las cosas sucedieron de manera muy distinta. De repente la historia, esa historia que en Europa se había movido a un ritmo cansino durante décadas, aceleró el paso y terminó por desbocarse. La velocidad del proceso desconcertó incluso a quienes no intervinieron directamente en el curso de los acontecimientos sino que fueron meros espectadores. El 12 de septiembre de 1990, solo diez meses después de la caída del Muro, la reunificación de Alemania se hizo posible en virtud del Tratado 2+4.
Por poco tiempo la Unidad Alemana, que constitucionalmente se consumó el 3 de octubre de 1990 mediante la adhesión de los cinco nuevos Estados Federados “al ámbito de aplicación de la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania”, desembocó en una incontenible explosión de júbilo colectivo, alentada por la certeza de que los retos del proceso de reunificación podrían supe-rarse. Pero luego siguieron las “penalidades de la llanura” (Bertolt Brecht). Las dificultades que les causaría la unidad recién conquistada a muchos alemanes también fueron consecuencia de que ésta llegó cuando ya casi nadie la esperaba y los cambios se sucedieron a un ritmo al que no se estaba acostumbrado.
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El reto del “Despegue Este”
Tras el desplome de la RDA se comprobó que la productividad media del país solo representaba un tercio de la registrada en la República Federal, de modo que la Treuhandanstalt, la agencia fiduciaria encargada de la privatización de las empresas propiedad del pueblo, finalmente registró un déficit de 230.000 millones de marcos, en lugar de los 600.000 millones de marcos de beneficio calculados (unos 300.000 millones de euros).
La esperanza de poder financiar las inversiones necesarias en la infraestructura de los nuevos Estados Federados con cargo al producto de la privatización de la llamada “propiedad popular” había resultado engañosa. La evolución de los costes de la unidad alemana fue mucho más dinámica de lo que pronosticaban las estimaciones más pesimistas. Las cargas sociales de la unidad tuvo que soportarlas la población del Este; las financieras, en gran medida, la del Oeste. Así fue como el annus mirabilis de 1989/1990 dio paso a un prosaico proceso de convergencia con una perspectiva a largo plazo. Ello trajo consigo que los logros del “Despegue Este”, que de hecho se iban haciendo visibles de forma progresiva, no siempre se percibieran adecuadamente.
Entre los resultados más sobresalientes del “Despegue Este” se encuentra el saneamiento de los barrios residenciales del centro de las ciudades y los núcleos urbanos en general, más allá de Dresde, Leipzig, Chemnitz o Halle, que en tiempos de la RDA sufrieron una continua degradación. Otros ejemplos son la dotación de telecomunicaciones de los nuevos Estados Federados, una de las más modernas de Europa, y la organización de una oferta universitaria competitiva, así como el liderazgo mundial de las nuevas empresas de tecnología solar y ambiental que se han instalado en esas regiones. También se han realizado inmensos esfuerzos en el sector de las infraestructuras, la protección del medio ambiente y la naturaleza, el desarrollo turístico y la conservación del patrimonio cultural.
A ello se contrapone el movimiento migratorio, principalmente de gente joven –aunque ciertamente menos intenso en comparación con los primeros años de la unidad–, hacia el oeste del país, con la consiguiente contracción y envejecimiento poblacional en los Estados Federados orientales. La emigración de habitantes de los Estados Federados orientales contrasta con las transferencias desde los Estados Federados occidentales, que hasta 2009 totalizaron una cifra estimada de 1,6 billones de euros en términos netos (descontando las aportaciones de Alemania oriental). Los esfuerzos canalizados a través del “Despegue Este” son un ejemplo de solidaridad nacional de proporciones insospechadas en una atmósfera política marcada por los discursos postnacionales. Pese a todos los avances logrados, la homologación de las condiciones de vida en el Este y el Oeste sigue siendo de cara al futuro un asunto prioritario para la culminación de la unidad interna. El Informe Anual del Gobierno Federal sobre el Estado de la Unidad Alemana expone periódicamente la marcha de los diferentes procesos.
Berlín, centro político
Berlín ya fue designada capital de la Alemania unida en el mismo Tratado de Unificación de 1990. El 20 de junio de 1991 el Bundestag Alemán decidió, además, trasladar la sede del Gobierno y del Parlamento de Bonn –capital de la República Federal de Alemania desde 1949– a Berlín. Desde la reubicación, en 1999, Alemania dispone nuevamente de un centro político palpitante en Berlín, equiparable a las metrópolis de los grandes países vecinos europeos. Así lo simbolizan, además del remodelado edificio del Reichstag, la Cancillería Federal y la Puerta de Brandeburgo, que, abierta al paso, representa la superación de la división. En algún momento se temió que el traslado del Gobierno a Berlín podría llegar a ser expresión de una nueva megalomanía alemana. Esos temores se revelaron infundados. Antes al contrario, la unidad alemana fue el detonante para superar la división de Europa entre Este y Oeste. Alemania efectivamente ha desempeñado un papel precursor en la integración política y económica del continente. Y lo ha hecho renunciando a uno de los instrumentos y símbolos más importantes del proceso de unificación, el marco alemán, para crear un espacio monetario europeo, la llamada Eurozona, que no existiría sin Alemania. Asimismo, pese a estar absorbida su atención por el proceso de unificación, desde 1990 los distintos Gobiernos Federales nunca han perdido de vista la integración europea, lo cual se tradujo en el Proceso de Lisboa.
En el transcurso de la década de los noventa finalmente también varió el papel de Alemania en la política mundial. La participación de soldados alemanes en misiones internacionales de paz y operaciones de estabilización visibiliza hacia el exterior esa responsabilidad redoblada. En la expectativa de los aliados de la OTAN de que la República Federal de Alemania asuma una parte de las responsabilidades comunes acorde con su tamaño y su peso político se patentiza a la postre que en la época de su división Alemania gozó de un status político que desapareció con el final del orden mundial bipolar.
Recuperación de la memoria histórica
La cuestión de cómo encarar políticamente la reconstrucción del pasado –en cuanto proceso de indagación, esclarecimiento y asimilación colectiva de los hechos– en relación con el régimen del Partido Unitario Socialista (SED) que gobernó la RDA de 1949 a 1989/1990 es uno de los capítulos más difíciles de la unidad alemana. Aparte de que en el campo de la cultura de la memoria y la recuperación de la memoria histórica invariablemente también se manifiestan posiciones partidistas, siguen aflorando diferencias entre los alemanes occidentales y orientales; pero sobre todo ocurre que con los instrumentos de la política de la memoria en este terreno se libran a posteriori aquellos debates que quedaron truncados cuando la RDA en vías de descomposición del otoño e invierno de 1989/1990 fue incorporada a toda prisa al proceso de la reunificación. Aunque muchos afectados no lo vean así: por esa vía las élites de la RDA quedaron bajo la protección del sistema jurídico de la República Federal (y el amparo del Estado social), lo cual contribuyó decisivamente a que esa subversión casi revolucionaria discurriera pacíficamente.
Los alemanes, que a diferencia de sus vecinos franceses hasta ahora no pueden reclamar para sí el haber intervenido revolucionariamente en el curso de la historia universal, a la postre sí que se inscribieron con fuerza, exactamente dos siglos después de los franceses, en la historia de las revoluciones europeas con esa revolución pacífica que formó parte del gran movimiento por la libertad y los derechos civiles de Europa central y oriental. Puede afirmarse que fue éste un paso decisivo en el „camino hacia Occidente“ (Heinrich August Winkler), con el cual también la Alemania reunificada desistió de pretensiones particularistas.
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Menos de un año después de la destrucción del Muro de Berlín, Alemania Oriental y Occidental se unen en lo que se conoce como el “Día de la Unidad”.
Desde 1945, cuando las fuerzas soviéticas ocuparon el este de Alemania, y los Estados Unidos y otras fuerzas aliadas ocuparon la mitad occidental de la nación al final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania dividida había llegado a servir como uno de los símbolos más duraderos de la Guerra Fría .
Algunos de los episodios más dramáticos de la Guerra Fría tuvieron lugar allí. El Bloqueo de Berlín (junio de 1948 a mayo de 1949), durante el cual la Unión Soviética bloqueó todos los viajes por tierra a Berlín Occidental, y la construcción del Muro de Berlín en 1961 fueron quizás los más famosos. Con la disminución gradual del poder soviético a fines de la década de 1980, el Partido Comunista en Alemania Oriental comenzó a perder el control del poder. Decenas de miles de alemanes orientales comenzaron a huir de la nación y, a fines de 1989, el Muro de Berlín comenzó a derrumbarse.
Poco después, las conversaciones entre funcionarios de Alemania Oriental y Occidental, junto con funcionarios de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS, comenzaron a explorar la posibilidad de la reunificación. Dos meses después de la reunificación, se celebraron elecciones alemanas y Helmut Kohl se convirtió en el primer canciller de la Alemania reunificada. Aunque esta acción se produjo más de un año antes de la disolución de la Unión Soviética, para muchos observadores la reunificación de Alemania marcó efectivamente el final de la Guerra Fría.
El Proceso
El 9 de noviembre de 1989, el día que cayó el Muro de Berlín, fue el momento culminante de un proceso casi revolucionario. Las ciudadanas y los ciudadanos de la RDA tuvieron un protagonismo muy destacado: en unos casos, porque trataron a toda costa de abandonar un Estado que les negaba la libertad de circulación y, mediante la ocupación de embajadas en países extranjeros, finalmente forzaron su salida; en otros, porque proclamaron a gritos su voluntad de permanecer en la RDA, pero siempre y cuando se introdujeran reformas sustanciales, algo que el régimen no podía consentir, so pena de precipitar su hundimiento. Presa de esa doble acometida, la RDA se desmoronó como un castillo de naipes en cuestión de meses y pese a las inmensas medidas de seguridad imperantes. Ello allanó el camino para superar la división de Alemania y alcanzar su reunificación el 3 de octubre de 1990.
En Alemania a comienzos del año 1989 apenas había nadie –ni en el Este ni en el Oeste– que siquiera barruntara que la celebración, ese mismo otoño, del cuadragésimo aniversario de la RDA sería la última, que el Muro de Berlín desaparecería de inmediato y que la Alemania dividida en dos Estados se (re)unificaría. Nadie intuyó que a la postre y como consecuencia de ello se disolverían las constelaciones políticas mundiales que venían marcando la política europea de posguerra desde hacía más de cuatro décadas. Las cosas sucedieron de manera muy distinta. De repente la historia, esa historia que en Europa se había movido a un ritmo cansino durante décadas, aceleró el paso y terminó por desbocarse. La velocidad del proceso desconcertó incluso a quienes no intervinieron directamente en el curso de los acontecimientos sino que fueron meros espectadores. El 12 de septiembre de 1990, solo diez meses después de la caída del Muro, la reunificación de Alemania se hizo posible en virtud del Tratado 2+4.
Por poco tiempo la Unidad Alemana, que constitucionalmente se consumó el 3 de octubre de 1990 mediante la adhesión de los cinco nuevos Estados Federados “al ámbito de aplicación de la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania”, desembocó en una incontenible explosión de júbilo colectivo, alentada por la certeza de que los retos del proceso de reunificación podrían supe-rarse. Pero luego siguieron las “penalidades de la llanura” (Bertolt Brecht). Las dificultades que les causaría la unidad recién conquistada a muchos alemanes también fueron consecuencia de que ésta llegó cuando ya casi nadie la esperaba y los cambios se sucedieron a un ritmo al que no se estaba acostumbrado.
[ezcol_1half]El reto del “Despegue Este”
Tras el desplome de la RDA se comprobó que la productividad media del país solo representaba un tercio de la registrada en la República Federal, de modo que la Treuhandanstalt, la agencia fiduciaria encargada de la privatización de las empresas propiedad del pueblo, finalmente registró un déficit de 230.000 millones de marcos, en lugar de los 600.000 millones de marcos de beneficio calculados (unos 300.000 millones de euros).
[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] [/ezcol_1half_end]La esperanza de poder financiar las inversiones necesarias en la infraestructura de los nuevos Estados Federados con cargo al producto de la privatización de la llamada “propiedad popular” había resultado engañosa. La evolución de los costes de la unidad alemana fue mucho más dinámica de lo que pronosticaban las estimaciones más pesimistas. Las cargas sociales de la unidad tuvo que soportarlas la población del Este; las financieras, en gran medida, la del Oeste. Así fue como el annus mirabilis de 1989/1990 dio paso a un prosaico proceso de convergencia con una perspectiva a largo plazo. Ello trajo consigo que los logros del “Despegue Este”, que de hecho se iban haciendo visibles de forma progresiva, no siempre se percibieran adecuadamente.
Entre los resultados más sobresalientes del “Despegue Este” se encuentra el saneamiento de los barrios residenciales del centro de las ciudades y los núcleos urbanos en general, más allá de Dresde, Leipzig, Chemnitz o Halle, que en tiempos de la RDA sufrieron una continua degradación. Otros ejemplos son la dotación de telecomunicaciones de los nuevos Estados Federados, una de las más modernas de Europa, y la organización de una oferta universitaria competitiva, así como el liderazgo mundial de las nuevas empresas de tecnología solar y ambiental que se han instalado en esas regiones. También se han realizado inmensos esfuerzos en el sector de las infraestructuras, la protección del medio ambiente y la naturaleza, el desarrollo turístico y la conservación del patrimonio cultural.
A ello se contrapone el movimiento migratorio, principalmente de gente joven –aunque ciertamente menos intenso en comparación con los primeros años de la unidad–, hacia el oeste del país, con la consiguiente contracción y envejecimiento poblacional en los Estados Federados orientales. La emigración de habitantes de los Estados Federados orientales contrasta con las transferencias desde los Estados Federados occidentales, que hasta 2009 totalizaron una cifra estimada de 1,6 billones de euros en términos netos (descontando las aportaciones de Alemania oriental). Los esfuerzos canalizados a través del “Despegue Este” son un ejemplo de solidaridad nacional de proporciones insospechadas en una atmósfera política marcada por los discursos postnacionales. Pese a todos los avances logrados, la homologación de las condiciones de vida en el Este y el Oeste sigue siendo de cara al futuro un asunto prioritario para la culminación de la unidad interna. El Informe Anual del Gobierno Federal sobre el Estado de la Unidad Alemana expone periódicamente la marcha de los diferentes procesos.
Berlín, centro político
Berlín ya fue designada capital de la Alemania unida en el mismo Tratado de Unificación de 1990. El 20 de junio de 1991 el Bundestag Alemán decidió, además, trasladar la sede del Gobierno y del Parlamento de Bonn –capital de la República Federal de Alemania desde 1949– a Berlín. Desde la reubicación, en 1999, Alemania dispone nuevamente de un centro político palpitante en Berlín, equiparable a las metrópolis de los grandes países vecinos europeos. Así lo simbolizan, además del remodelado edificio del Reichstag, la Cancillería Federal y la Puerta de Brandeburgo, que, abierta al paso, representa la superación de la división. En algún momento se temió que el traslado del Gobierno a Berlín podría llegar a ser expresión de una nueva megalomanía alemana. Esos temores se revelaron infundados. Antes al contrario, la unidad alemana fue el detonante para superar la división de Europa entre Este y Oeste. Alemania efectivamente ha desempeñado un papel precursor en la integración política y económica del continente. Y lo ha hecho renunciando a uno de los instrumentos y símbolos más importantes del proceso de unificación, el marco alemán, para crear un espacio monetario europeo, la llamada Eurozona, que no existiría sin Alemania. Asimismo, pese a estar absorbida su atención por el proceso de unificación, desde 1990 los distintos Gobiernos Federales nunca han perdido de vista la integración europea, lo cual se tradujo en el Proceso de Lisboa.
En el transcurso de la década de los noventa finalmente también varió el papel de Alemania en la política mundial. La participación de soldados alemanes en misiones internacionales de paz y operaciones de estabilización visibiliza hacia el exterior esa responsabilidad redoblada. En la expectativa de los aliados de la OTAN de que la República Federal de Alemania asuma una parte de las responsabilidades comunes acorde con su tamaño y su peso político se patentiza a la postre que en la época de su división Alemania gozó de un status político que desapareció con el final del orden mundial bipolar.
Recuperación de la memoria histórica
La cuestión de cómo encarar políticamente la reconstrucción del pasado –en cuanto proceso de indagación, esclarecimiento y asimilación colectiva de los hechos– en relación con el régimen del Partido Unitario Socialista (SED) que gobernó la RDA de 1949 a 1989/1990 es uno de los capítulos más difíciles de la unidad alemana. Aparte de que en el campo de la cultura de la memoria y la recuperación de la memoria histórica invariablemente también se manifiestan posiciones partidistas, siguen aflorando diferencias entre los alemanes occidentales y orientales; pero sobre todo ocurre que con los instrumentos de la política de la memoria en este terreno se libran a posteriori aquellos debates que quedaron truncados cuando la RDA en vías de descomposición del otoño e invierno de 1989/1990 fue incorporada a toda prisa al proceso de la reunificación. Aunque muchos afectados no lo vean así: por esa vía las élites de la RDA quedaron bajo la protección del sistema jurídico de la República Federal (y el amparo del Estado social), lo cual contribuyó decisivamente a que esa subversión casi revolucionaria discurriera pacíficamente.
Los alemanes, que a diferencia de sus vecinos franceses hasta ahora no pueden reclamar para sí el haber intervenido revolucionariamente en el curso de la historia universal, a la postre sí que se inscribieron con fuerza, exactamente dos siglos después de los franceses, en la historia de las revoluciones europeas con esa revolución pacífica que formó parte del gran movimiento por la libertad y los derechos civiles de Europa central y oriental. Puede afirmarse que fue éste un paso decisivo en el „camino hacia Occidente“ (Heinrich August Winkler), con el cual también la Alemania reunificada desistió de pretensiones particularistas.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 3, 2019
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