La mentira más grande jamás contada en la Argentina, la más dañina y la más difundida es la que afirma que en la década del 70 hubo en este país un genocidio a manos de las Fuerzas Armadas. Un crimen colectivo del calibre del Holocausto perpetrado por el nazismo o del brutal asesinato masivo provocado por la ideología marxista en todo el mundo. Nada más lejos de la realidad. Como bien dice el Gral Auel, la guerra fría en el hemisferio norte entre los EE.UU. y la Unión Soviética tuvo su correlato caliente en el hemisferio sur. En América Latina, particularmente, la dictadura soviética delegó en la tiranía marxista cubana la dirección de la guerra contra el capitalismo mundial y su principal líder: los EE.UU. Es así que a partir de principios de los años 60, la isla cárcel de Cuba se convirtió en foco de difusión de la lucha de guerrillas y centro de adiestramiento militar de todos los jóvenes y no tanto que se enajenaron con la idea mesiánica comunista de que se podía salvar a la humanidad a través de la lucha armada (léase, el asesinato de los que se oponían a su proyecto). Sólo era cuestión de organizarse militarmente y tomar el poder (“tomar el cielo por asalto”). La felicidad, la abundancia vendría por añadidura. Los malos habían sido perfectamente definidos por Marx, Mao Tsé Tung y el Che Guevara. Era solo cuestión de buscarlos y eliminarlos. En eso, fundamentalmente, consiste la revolución comunista. “El poder político brota de la boca de un fusil” sostuvo el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, dos días antes de que la banda terrorista asesinara al Secretario General de la CGT, José Ignacio Rucci (democracia ¿para qué?) El ERP, por su parte, ya había adelantado al recién elegido presidente Cámpora que seguiría asesinando a militares y empresarios en pleno gobierno constitucional; ¡… vaya si cumplieron con su palabra! La reacción del presidente Juan Perón no se hizo esperar. “No estamos aquí de monigotes” les dijo y, acto seguido, les envió la Triple A. A su muerte lo sucedió en la presidencia la señora María Martínez de Perón, quién firmó los decretos que ordenaban a las FF.AA. el aniquilamiento de Montoneros y el ERP. Ese fue el inicio formal de la guerra por parte del Estado. Los guerrilleros, con sus hechos y declaraciones, se les habían adelantado dos años. Hubo que esperar al VI Congreso del año 1979 reunido en el Norte de Italia para que el ERP declarara, formal y unilateralmente, concluida la guerra contra los militares argentinos. Montoneros, a su vez, lo hizo ya entrados los ochenta.
Tergiversar la verdad histórica transformando una guerra en un genocidio no demanda gran esfuerzo cuando se ejerce el poder de manera brutal y totalitaria. Ya lo decía Goebbels, el ministro de propaganda nazi: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. El asunto pasa por prohibir la libertad de expresión y listo. Por eso el de la Argentina es un caso atípico donde existe la libertad de prensa y sin embargo la mentira campea a sus anchas. Es que no se trata de desinformación sino de cobardía. De miedo a ser considerado políticamente incorrecto y, por ello, a ser segregado de la tribu. De ser señalado por la izquierda como “defensor de genocidas”. La infamia de llamar “genocida” a quién no lo es equivale a pegarle un tiro civil en la nuca.
En la Argentina no hay genocidas porque no hubo genocidio. Hubo guerra. Declarada y comenzada por los subversivos. Equipararla con el Holocausto judío es lo mismo que igualar moralmente al criminal Roberto Santucho, jefe del ERP, con la niña Ana Frank. PrisioneroEnArgentina.com
Y de que fue una guerra lo deja en claro el Combate de Manchalá. Ocurrido el 28 de mayo de 1975 en la provincia de Tucumán durante la ejecución del Operativo Independencia. El que fue ordenado por el gobierno peronista de María Martínez de Perón con el objeto de defender el estado de derecho y la soberanía territorial de la Nación. 120 guerrilleros uniformados, armados hasta los dientes, y portando bandera, atacaron a 12 soldados que se encontraban refaccionando una escuela. La defensa que presentaron estos bravos salteños de la Compañía de Ingenieros abortó la masacre que los terroristas del ERP pensaban realizar en la ciudad de Famaillá. Una acción de guerra incontrovertible que, sin embargo, se pretende tergiversar. Es así que en el año 2012 la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (entregada por el kirchnerismo a militantes o ex militantes del ERP Y Montoneros) a través de un funcionario de la misma, el concejal Martín Ávila, solicitó la destrucción del monumento que, en la ciudad de Salta, recordaba el combate librado por el ejército argentino. Los ex integrantes del ERP, Luis Duhalde y Rodolfo Mattarolo, Secretario y Subsecretario, respectivamente, de dicho organismo público durante el gobierno de Cristina Kirchner, entendieron que ese bloque de piedra con su nombre constituía una suerte de evidencia monumental que desbarataba la mentira del genocidio. Con la complicidad bochornosa del gobernador Urtubey lograron demolerlo. A unos pocos argentinos, (entre ellos, políticos, militares, y ciudadanos comunes) se debe a que hoy esté nuevamente de pie. La gran mayoría de los argentinos permaneció indiferente.
Todos los 28 de mayo se celebra el aniversario de ese combate. Algunos de esos valientes soldados ya han fallecido. Justicia sería que alguna calle los recuerde. También, como no, una parada militar a nivel nacional. Esto ya es más difícil. Es que sería tomado por el actual gobierno como un acto intolerable de sublevación de los genocidas. Mientras tanto, unos señores que se hacen llamar jueces y otros que se dicen fiscales, siguen acusando y condenando a inocentes en Tucumán y en toda la Argentina en base a la mentira infame del “Plan Sistemático de Exterminio de la Población Civil” (genocidio). En fin, no hay que perder las esperanzas; algún día tendremos un juez en la Argentina…
Maurcio Ortín es miembre del Centro de Estudios Salta.
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Por Mauricio Ortín.
La mentira más grande jamás contada en la Argentina, la más dañina y la más difundida es la que afirma que en la década del 70 hubo en este país un genocidio a manos de las Fuerzas Armadas. Un crimen colectivo del calibre del Holocausto perpetrado por el nazismo o del brutal asesinato masivo provocado por la ideología marxista en todo el mundo. Nada más lejos de la realidad. Como bien dice el Gral Auel, la guerra fría en el hemisferio norte entre los EE.UU. y la Unión Soviética tuvo su correlato caliente en el hemisferio sur. En América Latina, particularmente, la dictadura soviética delegó en la tiranía marxista cubana la dirección de la guerra contra el capitalismo mundial y su principal líder: los EE.UU. Es así que a partir de principios de los años 60, la isla cárcel de Cuba se convirtió en foco de difusión de la lucha de guerrillas y centro de adiestramiento militar de todos los jóvenes y no tanto que se enajenaron con la idea mesiánica comunista de que se podía salvar a la humanidad a través de la lucha armada (léase, el asesinato de los que se oponían a su proyecto). Sólo era cuestión de organizarse militarmente y tomar el poder (“tomar el cielo por asalto”). La felicidad, la abundancia vendría por añadidura. Los malos habían sido perfectamente definidos por Marx, Mao Tsé Tung y el Che Guevara. Era solo cuestión de buscarlos y eliminarlos. En eso, fundamentalmente, consiste la revolución comunista. “El poder político brota de la boca de un fusil” sostuvo el jefe de los Montoneros, Mario Firmenich, dos días antes de que la banda terrorista asesinara al Secretario General de la CGT, José Ignacio Rucci (democracia ¿para qué?) El ERP, por su parte, ya había adelantado al recién elegido presidente Cámpora que seguiría asesinando a militares y empresarios en pleno gobierno constitucional; ¡… vaya si cumplieron con su palabra! La reacción del presidente Juan Perón no se hizo esperar. “No estamos aquí de monigotes” les dijo y, acto seguido, les envió la Triple A. A su muerte lo sucedió en la presidencia la señora María Martínez de Perón, quién firmó los decretos que ordenaban a las FF.AA. el aniquilamiento de Montoneros y el ERP. Ese fue el inicio formal de la guerra por parte del Estado. Los guerrilleros, con sus hechos y declaraciones, se les habían adelantado dos años. Hubo que esperar al VI Congreso del año 1979 reunido en el Norte de Italia para que el ERP declarara, formal y unilateralmente, concluida la guerra contra los militares argentinos. Montoneros, a su vez, lo hizo ya entrados los ochenta.
Tergiversar la verdad histórica transformando una guerra en un genocidio no demanda gran esfuerzo cuando se ejerce el poder de manera brutal y totalitaria. Ya lo decía Goebbels, el ministro de propaganda nazi: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. El asunto pasa por prohibir la libertad de expresión y listo. Por eso el de la Argentina es un caso atípico donde existe la libertad de prensa y sin embargo la mentira campea a sus anchas. Es que no se trata de desinformación sino de cobardía. De miedo a ser considerado políticamente incorrecto y, por ello, a ser segregado de la tribu. De ser señalado por la izquierda como “defensor de genocidas”. La infamia de llamar “genocida” a quién no lo es equivale a pegarle un tiro civil en la nuca.
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Y de que fue una guerra lo deja en claro el Combate de Manchalá. Ocurrido el 28 de mayo de 1975 en la provincia de Tucumán durante la ejecución del Operativo Independencia. El que fue ordenado por el gobierno peronista de María Martínez de Perón con el objeto de defender el estado de derecho y la soberanía territorial de la Nación. 120 guerrilleros uniformados, armados hasta los dientes, y portando bandera, atacaron a 12 soldados que se encontraban refaccionando una escuela. La defensa que presentaron estos bravos salteños de la Compañía de Ingenieros abortó la masacre que los terroristas del ERP pensaban realizar en la ciudad de Famaillá. Una acción de guerra incontrovertible que, sin embargo, se pretende tergiversar. Es así que en el año 2012 la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (entregada por el kirchnerismo a militantes o ex militantes del ERP Y Montoneros) a través de un funcionario de la misma, el concejal Martín Ávila, solicitó la destrucción del monumento que, en la ciudad de Salta, recordaba el combate librado por el ejército argentino. Los ex integrantes del ERP, Luis Duhalde y Rodolfo Mattarolo, Secretario y Subsecretario, respectivamente, de dicho organismo público durante el gobierno de Cristina Kirchner, entendieron que ese bloque de piedra con su nombre constituía una suerte de evidencia monumental que desbarataba la mentira del genocidio. Con la complicidad bochornosa del gobernador Urtubey lograron demolerlo. A unos pocos argentinos, (entre ellos, políticos, militares, y ciudadanos comunes) se debe a que hoy esté nuevamente de pie. La gran mayoría de los argentinos permaneció indiferente.
Todos los 28 de mayo se celebra el aniversario de ese combate. Algunos de esos valientes soldados ya han fallecido. Justicia sería que alguna calle los recuerde. También, como no, una parada militar a nivel nacional. Esto ya es más difícil. Es que sería tomado por el actual gobierno como un acto intolerable de sublevación de los genocidas. Mientras tanto, unos señores que se hacen llamar jueces y otros que se dicen fiscales, siguen acusando y condenando a inocentes en Tucumán y en toda la Argentina en base a la mentira infame del “Plan Sistemático de Exterminio de la Población Civil” (genocidio). En fin, no hay que perder las esperanzas; algún día tendremos un juez en la Argentina…
Maurcio Ortín es miembre del Centro de Estudios Salta.
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 1, 2021