LOS ÚLTIMOS REYES DE LA PAMPA

CARAS Y CARETAS* – JUNIO DE 1901
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Uno, muy original, conocimos Ángel Tommasi y yo, en nuestra primera estadía en Punta Arenas.

Habíamos visto aquel hermoso viejo Tehuelche, jineteando por las calles de la graciosa ciudad, y nos había interesado grandemente; a mi compañero de viaje, desde el punto de vista artístico, a mi, desde el científico.

Nos dijeron que era el Cacique Mulato, en otro tiempo el rey más poderoso de las soledades australes, guerrero y cazador formidable. Había venido a Punta Arenas, por algunos días, desde su toldo lejano, obligado por mezquinas cuestiones judiciales, que amargaban su fuerte vejez; traía consigo a la blanca ciudadela construida por los pálidos conquistadores sobre las arenas del estrecho, su familia real; la esposa, una niña y dos sobrinos colosales, dignos de la leyenda viviente en el viejo mundo acerca de los gigantes de la Patagonia.

Nos propusimos, naturalmente, conocerle y hacer, si era posible, Tommasi, un estudio artístico del natural, yo, un retrato antropológico. Me aguijoneaba el deseo de posee, entre tantas cabezas sin corona, el índice cefálico del aquel soberbio dominador de los desiertos. La empresa no era fácil; y si nuestro deseo fue ampliamente satisfecho debíase a la cortesía del director del Comercio – el diario más importante de Magallanes – a quién el Cacique Mulato esta agradecido por la ardiente defensa de sus intereses contra los abusos de sus vecinos civilizados.

Pudimos inducirle a acompañarnos un instante al salón de Bomberos, vasto ambiente con galería de cristales, desde donde se dominan la ciudad y el estrecho, pudiendo divisarse sobre el vasto horizonte austral el inmenso perfil no interrumpido del archipiélago fueguino.

La figura del viejo cacique se destacaba majestuosa y bizarra en aquella sala silenciosa. Solamente las rachas y los chubascos sacudían de tiempo en tiempo el techo de cinc. Una enorme esfera con las más recientes indicciones geográficas, escritas en inglés, gravitaba sobre la mesa: los ojos del cacique la envolvían con la compasión que provoca una cosa que se considera inútil. Pasábanse enseguida, con igual indiferencia sobre el pincel del pintor.

Éste trabajaba, con esa fiebre que incendia la sangre de un artista verdadero, en presencia de una nueva y hermosa visión de la verdad; partían de sus labios frases inarticuladas, exclamaciones toscanas, que pretendían ser – con audaces terminaciones castellanas y tehuelches, al mismo tiempo – disculpa y ruego a aquella magnífica cabeza de bronce antiguo, para que tuviera paciencia, concediendo algunos minutos más, con su regia cortesía de caballero de la Pampa, como homenaje al artífice venido de lejos, por tierras y mares hasta esa última Thule del sur, para conservar en la tela los recuerdos de esos fulgores australes y de esos vestigios majestuosos de razas moribundas.

Pareciome una buena obra la de ese maestro que, valerosamente, llegaba hasta estas tierras desde la ciudad de Miguel Ángel, para consagrar con el arte esas formas, esas fuerzas, y esas bellezas, que están desapareciendo.

Mientras el artista trabajaba, yo, por intermedio del amigo periodista, arrojaba mi sonsa en aquella añosa esfinge de los desiertos ¿Cuántos inviernos, con sus ráfagas crueles, habían desgreñado aquella melena de león, galopante sobre la eterna ondulación de la Pampa antártica?

Hacia centenares y centenares incalculables de lunas que el despertaba a la luz de aquellas auroras;  infinitamente  melancólicas que había lanzado su caballo en las vertiginosas del avestruz y del guanaco; o que había caído, como el cóndor, inesperado y terrible, sobre el enemigo invasor; el enemigo de rostro pálido, venido de ultramar, para robar sus tierras, para matar a su gente con el acero y el alcohol.

Los ojos del viejo soberano, que respondían con breves frases, la cual si estuviese alucinado, tenían extraños reflejos de metales irisados; las pupilas, en que había estado impresa la austera serenidad de la Pampa, tornábanse repentinamente duros y aguzados, como puntas de acero.

Ahora había comenzado la guerra más baja y más sórdida, más perversa. Le estaban desvencijando los últimos restos de su reino, sin valor, sin luchar, arrastrándole por los tribunales, donde los filibusteros de la palabra le agredían con discursos que el no comprendía, leyendo en ciertos libros de cábala los pretextos de la expoliación. Lo habían conducido también hasta la Capital, donde el sol quema las carnes, en Santiago, para defender sus razones ante el gran cacique de aquel pueblo. Pero sus reclamos habían sido poco afortunados; y en cambio había ganado una buena enfermedad por el calor que allá hacía en pleno invierno.

Ese día, precisamente, debía discutirse ante el juez de Punta Arenas, una nueva demanda entablada contra algunos estancieros ingleses que acababan de robarle un buen pedazo de tierra, con razones dignas de cuatreros.

Como no era posible hacerse justicia con sus propias manos, en campo abierto, a la cabeza de su tribu, había debido resignarse a esta nueva guerrilla de tribunal, a este pugilato de palabras y de jeroglíficos sobre papel, de un peso el pliego…y el viejo cacique se agitaba, se estremecía al aproximarse esta nueva batalla curial, en que no se sentía el más fuerte, como otrora, jineteando en la majestuosidad de sus llanuras. Esa gente de ley, como le decían, infundíale más temor que otra cualquiera. Comprendía que esos estaban a punto de robarle la última parte de sus dominios; y su arrojo de luchador fuerte y leal, se quebraba contra esas insidias oblicuas y viles…Levantose repentinamente y quiso partir. Pensativamente le acompañamos, sintiéndonos remotos responsables de su dolor.

Al pié de la escalera, en la calle, nos encontramos con su mujer, seguida por la hijita y por los sobrinos.

La pobre reina de la Pampa, tenía los brazos cargados de largas zanahorias y de enormes coles: las soberbias coles negras del extremo sur.

 

Pedro Gori

 

Dibujos de Angiolo Tommasi y Fortuny

Notas: Thule (en latín) – Un lugar más allá del mundo conocido

            Curial – De la curia, especialmente de la Romana. Eclesiástico, que tiene algún cargo en la curia romana.

El Cacique Mulato, era hijo del Cacique Tehuelche Casimiro Biguá. Ultimo gran Jefe de los Tehuelches, fallecido en 1905 en la Reserva Indígena “Valle Río Zurdo”, cerca de Punta Arenas en el sur de Chile.

*Revista Caras y Caretas, es un conocido semanario argentino publicado en diferentes períodos históricos. Su primera, y más exitosa versión, se imprimió entre 1898 y 1939 basada en la publicación uruguaya del mismo nombre que se editó entre 1890 y 1897. Posteriormente volvió a publicarse en Argentina el 10 de octubre de 1951 (Editorial Haynes, números 2140 al 2186), en 1982, y desde 2005 hasta la actualidad. Wikipedia

 


PrisioneroEnArgentina.com

Setiembre 14, 2021


 

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