Desde la antigua Grecia, el mundo sostiene que la democracia es una manera equitativa de gobernar una nación. Y es cierto. El problema es que a través de todo ese tiempo nunca se ha aplicado con legitimidad y eficiencia.
Dejemos de lado, y comprendámos a aquellos atenienses que creyeron que la democracia imponía una especie de sorteo regido por el azar para imponer que cualquier ciudadano pudiera ejercer el poder. Claro que en una ciudad donde no votaban las mujeres ni los extranjeros, y que tampoco lo podían hacer los esclavos, que eran la real mayoria, los electores eran bastante reducidos.
Luego de esto, esta palabra ha variado en un instrumentación de tal manera que podríamos llamar “democracia” en general a todo aquel que no tuviera una monarquía al estilo europeo actual. Y no digo dictadura o tiranía, teniendo en cuenta que muchas de ellas emergieron como consecuencias de elecciones a veces cuasi plebicitos, que algunos no vacilan en denominarlas “democracia”.
Han pasado algo mas de 27 siglos que la palabra ha sobrevivido como forma de gobierno ideal, pero en realidad bastardeada en su legítima existencia donde hemos vivido recientemente las democracias nazis, facistas, comunistas, capitalistas, socialistas, cristianas, mahometanas, budistas, y muchos mas, que ni menciono para no originar una revuelta de defensores de esos sistemas que llenarían de justificativos de esos gobiernos.
Tanto ha sido atacada esta palabra, que solo encontró protección en su etimologia: “gobierno del pueblo”. Y sufriendo imnumerables críticas y elogios, la amplitud del término ha logrado simplificarla en la actualidad en pocos conceptos: debe haber elecciones, debe existir una constitución y leyes emergentes y deben existir los derechos humanos (sobre los cuales no se logra hacer coincidir sus definiciones con las realidades).
Pero desde sus lejanos inicios, la democracia fue acompañada como si fuera su consorte con otra palabra “demagogia”. Y desde Aristóteles la han calificado como la seductora de la población, dado que se ha dedicado a hacer creer al pueblo, (el verdadero protagonista de la democracia) que el gobierno es su mejor benefactor.
Y esto debería ser lo correcto, dado que es difícil entender que el gobierno del pueblo lo sea para engañarlo. Sin embargo este es el tema. El demagogo no pretende beneficiar a su pueblo, sino lograr que el pueblo lo vote para que pueda detentar el poder. Y es evidente que esta segunda palabra tuvo mas éxito que la primera.
Pero a la vez, fue totalmente desprestigiada, y decir demagogo implica una condena severa para quien quiere llegar a adueñarse del poder político al margen del interés del pueblo…. Pero con el voto de él.
Tanto se ha desprestigiado, que los “especialista de la política” han percibido que demagogia no puede usarse mas. Es “pianta votos”. Y a fines del siglo XX inventaron la palabra “populismo” y con este término, se sostiene que todo lo que beneficia al pueblo es populista, e impone a muchos a ser antipopulista pero utilizando las artes de los primeros.
El populismo, convertido en una palabreja deleznable, aunque practicado tambien por los antipopulistas, han aprovechado de los cargos que recibe para tener en cuenta otra palabra impuesta por quienes ejercen el poder: la corrupción.
Claro que se hacia dificil, acusar a alguien de corromper cuando se referian a la población. Se hace carne sostener que el pueblo, el soberano de la democracia no puede ser corrompido. Se lo puede someter por la fuerza pero la corrupción da la idea de complicidad.
Pero esta vez, en su desesperación el “Kristinismo” no ha podido evitar emplear como un método demagógico corromper a la población que necesita para que lo vote: “Hay que poner dinero en el bolsillo de la población”. ¿Para qué? Para que nos vote. No es para un proyecto gubernamental para el país, Es solo para que vote por ellos. Y el dinero será el que se obtiene de los impuestos que se recaudan para gobernar el país.
En La próximas elecciones veremos si nuestro pueblo es corruptible o no.
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Desde la antigua Grecia, el mundo sostiene que la democracia es una manera equitativa de gobernar una nación. Y es cierto. El problema es que a través de todo ese tiempo nunca se ha aplicado con legitimidad y eficiencia.
Dejemos de lado, y comprendámos a aquellos atenienses que creyeron que la democracia imponía una especie de sorteo regido por el azar para imponer que cualquier ciudadano pudiera ejercer el poder. Claro que en una ciudad donde no votaban las mujeres ni los extranjeros, y que tampoco lo podían hacer los esclavos, que eran la real mayoria, los electores eran bastante reducidos.
Han pasado algo mas de 27 siglos que la palabra ha sobrevivido como forma de gobierno ideal, pero en realidad bastardeada en su legítima existencia donde hemos vivido recientemente las democracias nazis, facistas, comunistas, capitalistas, socialistas, cristianas, mahometanas, budistas, y muchos mas, que ni menciono para no originar una revuelta de defensores de esos sistemas que llenarían de justificativos de esos gobiernos.
Tanto ha sido atacada esta palabra, que solo encontró protección en su etimologia: “gobierno del pueblo”. Y sufriendo imnumerables críticas y elogios, la amplitud del término ha logrado simplificarla en la actualidad en pocos conceptos: debe haber elecciones, debe existir una constitución y leyes emergentes y deben existir los derechos humanos (sobre los cuales no se logra hacer coincidir sus definiciones con las realidades).
Pero desde sus lejanos inicios, la democracia fue acompañada como si fuera su consorte con otra palabra “demagogia”. Y desde Aristóteles la han calificado como la seductora de la población, dado que se ha dedicado a hacer creer al pueblo, (el verdadero protagonista de la democracia) que el gobierno es su mejor benefactor.
Y esto debería ser lo correcto, dado que es difícil entender que el gobierno del pueblo lo sea para engañarlo. Sin embargo este es el tema. El demagogo no pretende beneficiar a su pueblo, sino lograr que el pueblo lo vote para que pueda detentar el poder. Y es evidente que esta segunda palabra tuvo mas éxito que la primera.
Tanto se ha desprestigiado, que los “especialista de la política” han percibido que demagogia no puede usarse mas. Es “pianta votos”. Y a fines del siglo XX inventaron la palabra “populismo” y con este término, se sostiene que todo lo que beneficia al pueblo es populista, e impone a muchos a ser antipopulista pero utilizando las artes de los primeros.
El populismo, convertido en una palabreja deleznable, aunque practicado tambien por los antipopulistas, han aprovechado de los cargos que recibe para tener en cuenta otra palabra impuesta por quienes ejercen el poder: la corrupción.
Claro que se hacia dificil, acusar a alguien de corromper cuando se referian a la población. Se hace carne sostener que el pueblo, el soberano de la democracia no puede ser corrompido. Se lo puede someter por la fuerza pero la corrupción da la idea de complicidad.
Pero esta vez, en su desesperación el “Kristinismo” no ha podido evitar emplear como un método demagógico corromper a la población que necesita para que lo vote: “Hay que poner dinero en el bolsillo de la población”. ¿Para qué? Para que nos vote. No es para un proyecto gubernamental para el país, Es solo para que vote por ellos. Y el dinero será el que se obtiene de los impuestos que se recaudan para gobernar el país.
En La próximas elecciones veremos si nuestro pueblo es corruptible o no.
PrisioneroEnArgentina.com
Setiembre 22, 2021