Controversias de un país dividido. Una de las extrañas ironías de la nueva política estadounidense. Pocas cosas son tan polarizadoras como la política exterior y, sin embargo, es allí donde las diferencias entre las partes suelen ser menores. De hecho, vistos desde el exterior, nuestros aliados y adversarios a menudo piensan que el mayor problema con cualquier nueva administración es la continuidad de las políticas estadounidenses, no el cambio de dirección.
Consideremos dos artículos de opinión sobre la política exterior de Biden publicados a fines de la semana pasada. Fareed Zakaria, en el Washington Post, preguntó: “¿Está Biden normalizando la política exterior de Trump?” Por su parte Michael Rubin, desde el Washington Examiner, escribió: “¿Es la política exterior de Biden realmente diferente a la de Bernie Sanders?”.
Ambos expertos en política exterior tienen un buen argumento. Zakaria señala que, a pesar de su retórica de campaña, Biden mantiene en gran medida las políticas comerciales de Trump. Un político canadiense, incluso se queja de que las disposiciones de Biden de “Compre artículos de EE.UU” son más proteccionistas que las de Trump. La campaña de Biden había criticado la decisión del anterior mandatario de retirarse del acuerdo con Irán, pero la administración actual no restableció el acuerdo, argumentando en cambio para “alargarlo y fortalecerlo”. Biden mantiene la política de Trump hacia Cuba e incluso ha endurecido las sanciones.
Rubin ve a Cuba como una de las únicas diferencias marcadas entre Biden y Sanders en política exterior (la otra es Israel). La similitud más obvia está en el comercio. Sanders -un hombre de izaquierdas-, como Trump -de vuelco a la derecha-, odiaba la Asociación Transpacífica (TTP) defendida por Barack Obama. Como vicepresidente, Biden lo elogiaba, pero ahora está siguiendo el consenso de Sanders-Trump.
La evidencia de continuidad o consenso no termina ahí. En Afganistán, aunque los republicanos y muchos demócratas critican con razón la retirada caótica de Biden, la política subyacente es coherente con los objetivos declarados no solo de Trump sino también de Obama.
La semana pasada, la administración Biden anunció un acuerdo de defensa y comercio con el Reino Unido y Australia, apodado AUKUS, que enfureció a la Unión Europea, particularmente a Francia, en gran parte porque les costará miles de millones en ventas de submarinos a Australia. Esta alianza de seguridad trilateral es un movimiento inteligente. Pero no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que podría haber nacido en la administración Trump.
Y el viernes, el gobierno de Biden apeló un fallo de un tribunal federal que suspendió la política de la administración anterior que emplea una ley de salud pública, conocida como Título 42, para expulsar a los migrantes que buscan asilo.
Ahora, no creo que Biden parta de los mismos supuestos ideológicos de Trump o Sanders. El hecho es que los compromisos ideológicos y las criticas severas tienden a oscurecer la realidad de que los presidentes no tienen las manos libres en la política exterior como todos fingen tener.
Por ejemplo, Obama veía el mundo de manera muy diferente a George W. Bush, pero se aferró a muchas de las medidas de seguridad nacional más controvertidas de esa administración, incluida una gran dependencia de los ataques selectivos con aviones no tripulados y mantener Guantánamo abierta. Incluso lanzó una “guerra por elección” en pos de un cambio de régimen en Libia.
Jimmy Carter asumió en busca de profundos recortes en la defensa y se jactó de que carecía del “miedo desmedido al comunismo” que justificaba la dureza de la Guerra Fría. Terminó su presidencia pidiendo al Congreso un gran aumento en el presupuesto de defensa para “contener la agresión soviética”.
Al parecer, una vez le preguntaron al ex primer ministro británico Harold MacMillan cuál pensaba que podría ser el mayor desafío para su administración. “Los sucesos, querido muchacho, los sucesos”, respondió al parecer.
Lo bueno de la palabra “sucesos” es que no establece una distinción entre asuntos internos y externos o entre izquierda y derecha. Es probable que a Biden no le guste rechazar a los solicitantes de asilo en nuestra frontera más que a Obama. Pero los sucesos en la frontera impulsan una necesidad política y de tácticas para detener el flujo de inmigrantes, y no hay una forma “de izquierda” de hacerlo.
La desventaja de la palabra “sucesos” es que excluye el papel de los intereses y la inercia. Puede haber sido fácil para Biden volver a unirse al Acuerdo Climático de París, al igual que fue sencillo para Trump abandonarlo, pero eso se debe a que es un tratado mayormente simbólico y añejo. Reincorporarse al TPP -algo que Estados Unidos debería hacer- requeriría cruzar intereses especiales en los que Biden confía, pero corre el riesgo de alienar a los votantes que los demócratas necesitan y de cambiar una vasta empresa burocrática.
Esto puede ser frustrante, pero también tranquilizador. Para Robert Gates, el secretario de Defensa republicano de Obama, Joe Biden se equivocó en casi todos los asuntos importantes de política exterior y seguridad nacional durante las últimas cuatro décadas. Estoy de acuerdo. Trump, por supuesto, también tenía una profunda reserva de malas opiniones, desde querer confiscar el petróleo de Oriente Medio hasta defenestrar a la OTAN y prohibir el ingreso de todos los musulmanes en Estados Unidos.
Entiendo por qué alguien querría que un presidente con el que está de acuerdo tenga las manos libres en política exterior, pero los grilletes tienen su lado positivo.
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Controversias de un país dividido. Una de las extrañas ironías de la nueva política estadounidense. Pocas cosas son tan polarizadoras como la política exterior y, sin embargo, es allí donde las diferencias entre las partes suelen ser menores. De hecho, vistos desde el exterior, nuestros aliados y adversarios a menudo piensan que el mayor problema con cualquier nueva administración es la continuidad de las políticas estadounidenses, no el cambio de dirección.
Consideremos dos artículos de opinión sobre la política exterior de Biden publicados a fines de la semana pasada. Fareed Zakaria, en el Washington Post, preguntó: “¿Está Biden normalizando la política exterior de Trump?” Por su parte Michael Rubin, desde el Washington Examiner, escribió: “¿Es la política exterior de Biden realmente diferente a la de Bernie Sanders?”.
Ambos expertos en política exterior tienen un buen argumento. Zakaria señala que, a pesar de su retórica de campaña, Biden mantiene en gran medida las políticas comerciales de Trump. Un político canadiense, incluso se queja de que las disposiciones de Biden de “Compre artículos de EE.UU” son más proteccionistas que las de Trump. La campaña de Biden había criticado la decisión del anterior mandatario de retirarse del acuerdo con Irán, pero la administración actual no restableció el acuerdo, argumentando en cambio para “alargarlo y fortalecerlo”. Biden mantiene la política de Trump hacia Cuba e incluso ha endurecido las sanciones.
Rubin ve a Cuba como una de las únicas diferencias marcadas entre Biden y Sanders en política exterior (la otra es Israel). La similitud más obvia está en el comercio. Sanders -un hombre de izaquierdas-, como Trump -de vuelco a la derecha-, odiaba la Asociación Transpacífica (TTP) defendida por Barack Obama. Como vicepresidente, Biden lo elogiaba, pero ahora está siguiendo el consenso de Sanders-Trump.
La evidencia de continuidad o consenso no termina ahí. En Afganistán, aunque los republicanos y muchos demócratas critican con razón la retirada caótica de Biden, la política subyacente es coherente con los objetivos declarados no solo de Trump sino también de Obama.
La semana pasada, la administración Biden anunció un acuerdo de defensa y comercio con el Reino Unido y Australia, apodado AUKUS, que enfureció a la Unión Europea, particularmente a Francia, en gran parte porque les costará miles de millones en ventas de submarinos a Australia. Esta alianza de seguridad trilateral es un movimiento inteligente. Pero no hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que podría haber nacido en la administración Trump.
Y el viernes, el gobierno de Biden apeló un fallo de un tribunal federal que suspendió la política de la administración anterior que emplea una ley de salud pública, conocida como Título 42, para expulsar a los migrantes que buscan asilo.
Ahora, no creo que Biden parta de los mismos supuestos ideológicos de Trump o Sanders. El hecho es que los compromisos ideológicos y las criticas severas tienden a oscurecer la realidad de que los presidentes no tienen las manos libres en la política exterior como todos fingen tener.
Por ejemplo, Obama veía el mundo de manera muy diferente a George W. Bush, pero se aferró a muchas de las medidas de seguridad nacional más controvertidas de esa administración, incluida una gran dependencia de los ataques selectivos con aviones no tripulados y mantener Guantánamo abierta. Incluso lanzó una “guerra por elección” en pos de un cambio de régimen en Libia.
Jimmy Carter asumió en busca de profundos recortes en la defensa y se jactó de que carecía del “miedo desmedido al comunismo” que justificaba la dureza de la Guerra Fría. Terminó su presidencia pidiendo al Congreso un gran aumento en el presupuesto de defensa para “contener la agresión soviética”.
Al parecer, una vez le preguntaron al ex primer ministro británico Harold MacMillan cuál pensaba que podría ser el mayor desafío para su administración. “Los sucesos, querido muchacho, los sucesos”, respondió al parecer.
Lo bueno de la palabra “sucesos” es que no establece una distinción entre asuntos internos y externos o entre izquierda y derecha. Es probable que a Biden no le guste rechazar a los solicitantes de asilo en nuestra frontera más que a Obama. Pero los sucesos en la frontera impulsan una necesidad política y de tácticas para detener el flujo de inmigrantes, y no hay una forma “de izquierda” de hacerlo.
La desventaja de la palabra “sucesos” es que excluye el papel de los intereses y la inercia. Puede haber sido fácil para Biden volver a unirse al Acuerdo Climático de París, al igual que fue sencillo para Trump abandonarlo, pero eso se debe a que es un tratado mayormente simbólico y añejo. Reincorporarse al TPP -algo que Estados Unidos debería hacer- requeriría cruzar intereses especiales en los que Biden confía, pero corre el riesgo de alienar a los votantes que los demócratas necesitan y de cambiar una vasta empresa burocrática.
Esto puede ser frustrante, pero también tranquilizador. Para Robert Gates, el secretario de Defensa republicano de Obama, Joe Biden se equivocó en casi todos los asuntos importantes de política exterior y seguridad nacional durante las últimas cuatro décadas. Estoy de acuerdo. Trump, por supuesto, también tenía una profunda reserva de malas opiniones, desde querer confiscar el petróleo de Oriente Medio hasta defenestrar a la OTAN y prohibir el ingreso de todos los musulmanes en Estados Unidos.
Entiendo por qué alguien querría que un presidente con el que está de acuerdo tenga las manos libres en política exterior, pero los grilletes tienen su lado positivo.
PrisioneroEnArgentina.com
Setiembre 24, 2021