Cumple años el querido VGM Sergio Vainroj… quien casi 4 décadas atrás fuera protagonista de una de las anécdotas más extrañas, y a la vez más emocionantes de Malvinas.
Feliz cumpleaños, querido Sergio. Feliz cumpleaños querido VGM. Que Dios te bendiga siempre.
Esta es su Historia…
Sergio Ariel Vainroj , el soldado, héroe y pianista de Malvinas que, prisionero de los ingleses, ejecutó la canción patria para sus compañeros.
Esta es la historia de uno de los héroes que, aun derrotados, nunca se dieron por vencidos.
Elías Risman había sufrido en carne propia los rigores de los progroms zaristas, en su Ucrania natal. Su vocación siempre había sido la música, tocaba el clarinete cuando podía porque hasta eso era mal visto. Por eso, años después, ya establecido en la Argentina, cuando vio que su nieto Sergio tenía un talento innato, le regaló un piano.
De esta forma, Sergio Ariel Vainroj, de entonces 14 años, nacido y criado en Castelar, ingresó al Conservatorio de Música Alberto Ginastera de Morón, donde llegó a estudiar piano con el maestro Néstor Zulueta.
Tenía un instrumento con el que practicar: era un Crown, un modelo fabricado en Estados Unidos, pero no muy popular en nuestro país, al que habían llegado muy pocos. Deseaba ser pianista y organista.
Nunca imaginó que una guerra iba a transformar esa vocación en un momento único, en la emoción de 200 soldados que regresaban como prisioneros en un buque enemigo.
Vainroj se había incorporado al servicio militar en 1981, que lo cumpliría en el Regimiento de Infantería 3, que entonces tenía sus cuarteles en La Tablada.
“Intenté acercarme a la banda del Regimiento, pero ya todos los puestos estaban ocupados”.
“Cuando se produjo la movilización al sur, no sabíamos a dónde íbamos. Nos lo dijeron cuando el avión estaba aterrizando en las Islas Malvinas”.
Integró el grupo de Logística del Regimiento, dentro de la Compañía Comando y Servicios, junto a dos soldados, que terminarían siendo amigos inseparables: Carlos Alberto Sabin y Claudio Alejandro Szpin.
En las islas, siempre estuvo en Puerto Argentino, en distintos puntos. Primero, en una posición cercana al aeropuerto, luego cerca de la casa del gobernador y por último, ocupaban un galpón a escasos metros de donde funcionaba el radar de la Fuerza Aérea, un blanco muy buscado por los aviones británicos.
Vainroj recuerda cuando el radar fue destruido.
“Fue a las 5 o 6 de la mañana del 3 de junio, cuando apareció fuera del alcance del radar un avión Vulcan, dejó caer dos bombas: una impactó en una casa y la otra cercana al radar. Nosotros estábamos dentro del galpón, fue como un terremoto“.
El joven soldado había llevado una flauta dulce, que tenía desde que había sido incorporado. Uno de sus compañeros, Carlos Sabin (que fallecería en un accidente de tránsito en 2003) siempre le pedía que tocase la canción de la banda de sonido de la película La última nieve de primavera.
“No importaba dónde estábamos, una vez me pidió que la tocara mientras nos cubríamos de las explosiones dentro del pozo de zorro“.
Vainroj llevó la música a las islas. En una oportunidad, estando de guardia, había comenzado a escribir en hojas pentagramadas la Suite Inglesa N° 3 de Juan Sebastián Bach, de quien es admirador.
“Es que los músicos llevamos la música en la cabeza explica y estando absorto en el trabajo, dibujando las líneas del pentagrama, ayudándome con un cargador, me sorprendió el teniente José Luis Dobroevic, de la Compañía A del Regimiento 3″.
¿Qué tiene ahí, soldado? -preguntó el oficial.
Hojas de música, mi teniente -respondió Vainroj.
El oficial, luego de echarle un vistazo a los papeles, le dijo:
“Muy bien, siga nomás”.
Hace unos años, en un asado en el que se reunieron miembros de la Compañía C, alguien invitó a Dobroevic, y Vainroj le preguntó si recordaba esa situación vivida durante la guerra.
“Claro que me acuerdo; ¿sabe por qué no lo castigué? Porque me había hecho acordar a mi hermana, que también estudiaba piano”.
Hoy, el entonces conscripto conserva esa partitura, debidamente enmarcada.
La guerra había terminado. Las cruentas batallas finales habían dejado los campos de combate cubiertos de sangre. Los argentinos habían luchado con fiereza. Pero llegó el final. El 14 de junio de 1982 el general Mario Benjamín Menéndez firmó la capitulación ante el general Jeremy Moore, comandante de las fuerzas británicas.
Los soldados fueron tomados prisioneros. Antes de subir a los lanchones que los llevarían a los barcos para trasladarlos al continente, los marines ingleses los revisaron. Los despojaron de sus armas, los elementos cortantes, cordones y hasta cigarrillos. A Vainroj quisieron quitarle la flauta que llevaba en el bolsillo de su pantalón. En su inglés básico, pidió:
“this is a flute, no, please”. Y así pudo conservarla.
Junto a cientos de soldados fue embarcado en la mañana del 17 de junio, en el Canberra, un transatlántico adaptado para el transporte de tropas. En un primer momento, Vainroj fue uno de los 200 argentinos a los que ubicaron en el salón “Meridian”.
“Recuerdo que estábamos todos en silencio, relajados, un poco gracias a la tibia calefacción. Después del frío que tuvimos que soportar, eso fue un bálsamo”.
Le dieron de comer un café con leche, un pan, una feta de salchichón con arroz y una galleta de maizena.
En un momento, uno de sus compañeros le advirtió.
“Che, mirá, ahí hay un piano”.
Estaba contra la pared del salón, Vainroj no puede recordar la marca.
“Andá a tocarlo”, lo alentaron.
“Imposible, somos prisioneros de los ingleses. Pero qué ganas que tengo…”.
“Dale, andá, andá”, le insistieron.
Y fue. Se acercó al soldado paracaidista que estaba apoyado en el instrumento y le dijo en un inglés rudimentario,
“I play the piano” a lo que el inglés le respondió “ok”, y levantó la tapa que cubría el teclado.
En el libro A very strange way to go to war: the Canberra in the Falklands (Una forma muy extraña de ir a la guerra: el Canberra en Malvinas), de Andrew Vine, se describe ese momento único e inesperado. El inglés, que autorizó el pedido, reparó en el prisionero sucio que olía a turba, cuyo nerviosismo había desaparecido al ver el piano. Vainroj se sentó en la banqueta, se frotó las manos y flexionó sus dedos, haciéndolos sonar.
“Recuerdo que interpreté obras de Bach, también Adiós Nonino y hasta Let it be, de Los Beatles, provocando que los ingleses comenzaran a tararearla en voz baja”.
Los argentinos rodeaban en silencio al pianista y los marines de la Royal Army sonreían y hasta se mostraban complacidos.
Hasta que su amigo Claudio Szpin le sugirió:
“¡Tocate el Himno!”.
Enseguida otros se sumaron con el mismo pedido.
Cuando había comenzado a ejecutar la introducción de la canción patria, un oficial argentino gritó:
Soldados, de pie, ¿no escuchan el Himno?
Como si hubiesen sido un solo hombre, los 200 se pararon.
“Los ingleses no comprendían qué era lo que estaba pasando, y nosotros no sabíamos si habían reconocido al Himno”.
El clima en el Canberra cambió. Los británicos habían sentido el impacto de ver a los soldados de pie y erguidos en sus uniformes manchados de tierra, sudor y guerra.
Alterados, los oficiales comenzaron a gritar:
“Sit down, sit down!”.
Y llamaron refuerzos, que fueron llegando de distintos pasillos del barco.
“El inglés que me había abierto la tapa del piano, me tomó de uno de mis brazos y me hizo volar por los aires y terminé cayendo sobre mis compañeros”, contó Sergio.
“Luego, nos distribuyeron en distintos camarotes. Sólo salíamos una vez por día a caminar por cubierta y así se repitió la rutina hasta llegar a Puerto Madryn. Durante el viaje, no volví a cruzarme con el piano”.
El veterano se emociona, al recordar aquel instante único:
“Nunca olvidaré la emoción que sentí al tocar el Himno como prisionero en el buque inglés”.
♦
¡DE PIE SOLDADOS, ESTAN TOCANDO EL HIMNO!
Sergio Ariel Vainroj , el soldado, héroe y pianista de Malvinas que, prisionero de los ingleses, ejecutó la canción patria para sus compañeros.
Esta es la historia de uno de los héroes que, aun derrotados, nunca se dieron por vencidos.
Elías Risman había sufrido en carne propia los rigores de los progroms zaristas, en su Ucrania natal. Su vocación siempre había sido la música, tocaba el clarinete cuando podía porque hasta eso era mal visto. Por eso, años después, ya establecido en la Argentina, cuando vio que su nieto Sergio tenía un talento innato, le regaló un piano.
De esta forma, Sergio Ariel Vainroj, de entonces 14 años, nacido y criado en Castelar, ingresó al Conservatorio de Música Alberto Ginastera de Morón, donde llegó a estudiar piano con el maestro Néstor Zulueta.
Tenía un instrumento con el que practicar: era un Crown, un modelo fabricado en Estados Unidos, pero no muy popular en nuestro país, al que habían llegado muy pocos. Deseaba ser pianista y organista.
Nunca imaginó que una guerra iba a transformar esa vocación en un momento único, en la emoción de 200 soldados que regresaban como prisioneros en un buque enemigo.
Vainroj se había incorporado al servicio militar en 1981, que lo cumpliría en el Regimiento de Infantería 3, que entonces tenía sus cuarteles en La Tablada.
“Intenté acercarme a la banda del Regimiento, pero ya todos los puestos estaban ocupados”.
“Cuando se produjo la movilización al sur, no sabíamos a dónde íbamos. Nos lo dijeron cuando el avión estaba aterrizando en las Islas Malvinas”.
Integró el grupo de Logística del Regimiento, dentro de la Compañía Comando y Servicios, junto a dos soldados, que terminarían siendo amigos inseparables: Carlos Alberto Sabin y Claudio Alejandro Szpin.
En las islas, siempre estuvo en Puerto Argentino, en distintos puntos. Primero, en una posición cercana al aeropuerto, luego cerca de la casa del gobernador y por último, ocupaban un galpón a escasos metros de donde funcionaba el radar de la Fuerza Aérea, un blanco muy buscado por los aviones británicos.
Vainroj recuerda cuando el radar fue destruido.
“Fue a las 5 o 6 de la mañana del 3 de junio, cuando apareció fuera del alcance del radar un avión Vulcan, dejó caer dos bombas: una impactó en una casa y la otra cercana al radar. Nosotros estábamos dentro del galpón, fue como un terremoto“.
El joven soldado había llevado una flauta dulce, que tenía desde que había sido incorporado. Uno de sus compañeros, Carlos Sabin (que fallecería en un accidente de tránsito en 2003) siempre le pedía que tocase la canción de la banda de sonido de la película La última nieve de primavera.
“No importaba dónde estábamos, una vez me pidió que la tocara mientras nos cubríamos de las explosiones dentro del pozo de zorro“.
Vainroj llevó la música a las islas. En una oportunidad, estando de guardia, había comenzado a escribir en hojas pentagramadas la Suite Inglesa N° 3 de Juan Sebastián Bach, de quien es admirador.
“Es que los músicos llevamos la música en la cabeza explica y estando absorto en el trabajo, dibujando las líneas del pentagrama, ayudándome con un cargador, me sorprendió el teniente José Luis Dobroevic, de la Compañía A del Regimiento 3″.
¿Qué tiene ahí, soldado? -preguntó el oficial.
Hojas de música, mi teniente -respondió Vainroj.
El oficial, luego de echarle un vistazo a los papeles, le dijo:
“Muy bien, siga nomás”.
Hace unos años, en un asado en el que se reunieron miembros de la Compañía C, alguien invitó a Dobroevic, y Vainroj le preguntó si recordaba esa situación vivida durante la guerra.
“Claro que me acuerdo; ¿sabe por qué no lo castigué? Porque me había hecho acordar a mi hermana, que también estudiaba piano”.
Hoy, el entonces conscripto conserva esa partitura, debidamente enmarcada.
La guerra había terminado. Las cruentas batallas finales habían dejado los campos de combate cubiertos de sangre. Los argentinos habían luchado con fiereza. Pero llegó el final. El 14 de junio de 1982 el general Mario Benjamín Menéndez firmó la capitulación ante el general Jeremy Moore, comandante de las fuerzas británicas.
Los soldados fueron tomados prisioneros. Antes de subir a los lanchones que los llevarían a los barcos para trasladarlos al continente, los marines ingleses los revisaron. Los despojaron de sus armas, los elementos cortantes, cordones y hasta cigarrillos. A Vainroj quisieron quitarle la flauta que llevaba en el bolsillo de su pantalón. En su inglés básico, pidió:
“this is a flute, no, please”. Y así pudo conservarla.
Junto a cientos de soldados fue embarcado en la mañana del 17 de junio, en el Canberra, un transatlántico adaptado para el transporte de tropas. En un primer momento, Vainroj fue uno de los 200 argentinos a los que ubicaron en el salón “Meridian”.
“Recuerdo que estábamos todos en silencio, relajados, un poco gracias a la tibia calefacción. Después del frío que tuvimos que soportar, eso fue un bálsamo”.
Le dieron de comer un café con leche, un pan, una feta de salchichón con arroz y una galleta de maizena.
En un momento, uno de sus compañeros le advirtió.
“Che, mirá, ahí hay un piano”.
Estaba contra la pared del salón, Vainroj no puede recordar la marca.
“Andá a tocarlo”, lo alentaron.
“Imposible, somos prisioneros de los ingleses. Pero qué ganas que tengo…”.
“Dale, andá, andá”, le insistieron.
Y fue. Se acercó al soldado paracaidista que estaba apoyado en el instrumento y le dijo en un inglés rudimentario,
“I play the piano” a lo que el inglés le respondió “ok”, y levantó la tapa que cubría el teclado.
En el libro A very strange way to go to war: the Canberra in the Falklands (Una forma muy extraña de ir a la guerra: el Canberra en Malvinas), de Andrew Vine, se describe ese momento único e inesperado. El inglés, que autorizó el pedido, reparó en el prisionero sucio que olía a turba, cuyo nerviosismo había desaparecido al ver el piano. Vainroj se sentó en la banqueta, se frotó las manos y flexionó sus dedos, haciéndolos sonar.
“Recuerdo que interpreté obras de Bach, también Adiós Nonino y hasta Let it be, de Los Beatles, provocando que los ingleses comenzaran a tararearla en voz baja”.
Los argentinos rodeaban en silencio al pianista y los marines de la Royal Army sonreían y hasta se mostraban complacidos.
Hasta que su amigo Claudio Szpin le sugirió:
“¡Tocate el Himno!”.
Enseguida otros se sumaron con el mismo pedido.
Cuando había comenzado a ejecutar la introducción de la canción patria, un oficial argentino gritó:
Soldados, de pie, ¿no escuchan el Himno?
Como si hubiesen sido un solo hombre, los 200 se pararon.
“Los ingleses no comprendían qué era lo que estaba pasando, y nosotros no sabíamos si habían reconocido al Himno”.
El clima en el Canberra cambió. Los británicos habían sentido el impacto de ver a los soldados de pie y erguidos en sus uniformes manchados de tierra, sudor y guerra.
Alterados, los oficiales comenzaron a gritar:
“Sit down, sit down!”.
Y llamaron refuerzos, que fueron llegando de distintos pasillos del barco.
“El inglés que me había abierto la tapa del piano, me tomó de uno de mis brazos y me hizo volar por los aires y terminé cayendo sobre mis compañeros”, contó Sergio.
“Luego, nos distribuyeron en distintos camarotes. Sólo salíamos una vez por día a caminar por cubierta y así se repitió la rutina hasta llegar a Puerto Madryn. Durante el viaje, no volví a cruzarme con el piano”.
El veterano se emociona, al recordar aquel instante único:
“Nunca olvidaré la emoción que sentí al tocar el Himno como prisionero en el buque inglés”.
COLABORACIÓN: Francisco Cervo
FUENTE: Infobae
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 5, 2021