En cualquier país medianamente decente un héroe de guerra es un Héroe de Guerra. Alguien que no es del montón y al que se le debe gratitud, respeto y admiración. En los casos de los que no están porque dieron su vida por su sociedad, más todavía. A veces sí y a veces no, los pueblos se merecen esos hombres excepcionales. La divinidad o el azar, según se mire, tienen sus antojos y no vacilan en despachar pan a quienes de dientes carecen. Y no exagero ni un ápice si afirmo que con nuestro país se les está yendo la mano. Pues, es evidente que a nuestro pueblo ni le va ni le viene que se destruyan monumentos como el de Cristóbal Colón o el del Combate de Manchalá o se denominen calles, plazas y centros culturales con apellidos de corruptos, subversivos o pelafustanes. En los días que pasaron, en el Colegio Militar de la Nación se rindió homenaje al capitán Héctor Cáceres Cáceres, al capitán Carlos María Casagrande y al teniente coronel Emilio Guillermo Nani. Los dos primeros, muertos en combate contra el ERP en Tucumán y el tercero, herido en combate y condecorado por su valor en Malvinas y en el ataque a La Tablada. Según los trascendidos recogidos por la prensa, el Ministerio de Defensa ordenó no se coloque la placa conmemoratoria en razón de que la referencia que alude a la “guerrilla marxista” (ERP) podría ser consideraba como “una frase política”. Ahora bien, pregunto, ¿Puede así como así un ministro agraviar a héroes de guerra impidiendo se los honre con una placa? ¿Cuáles y cuantos son los servicios a la patria prestados por el ministro Julio Martínez que lo autorizan moralmente a pisotear la dignidad de los que expusieron su propio cuerpo? Me late que, en el mejor de los casos, no tiene ni la más peregrina idea de quién fue y cómo y porqué murió el capitán Héctor Cáceres. Eso sí, cuando recordó a guerrilleros se quebró y lloró. Tampoco se escuchó todavía la voz de un solo diputado, senador o gobernador que haya propuesto desagraviar a los ofendidos. Mejor esperar sentados. Los invade el miedo gélido a que Bonafini o Carlotto los acusen de “políticamente incorrectos” y el gurú Durand Barba los mande a rendir a marzo. Todos ellos, apilados uno sobre otro, no alcanzarían ni para producir un gramo de los que ningunean a los recordados en la placa. “Jugo de tomate frio” corre por esas venas.
Por MAURICIO ORTIN.
En cualquier país medianamente decente un héroe de guerra es un Héroe de Guerra. Alguien que no es del montón y al que se le debe gratitud, respeto y admiración. En los casos de los que no están porque dieron su vida por su sociedad, más todavía. A veces sí y a veces no, los pueblos se merecen esos hombres excepcionales. La divinidad o el azar, según se mire, tienen sus antojos y no vacilan en despachar pan a quienes de dientes carecen. Y no exagero ni un ápice si afirmo que con nuestro país se les está yendo la mano. Pues, es evidente que a nuestro pueblo ni le va ni le viene que se destruyan monumentos como el de Cristóbal Colón o el del Combate de Manchalá o se denominen calles, plazas y centros culturales con apellidos de corruptos, subversivos o pelafustanes. En los días que pasaron, en el Colegio Militar de la Nación se rindió homenaje al capitán Héctor Cáceres Cáceres, al capitán Carlos María Casagrande y al teniente coronel Emilio Guillermo Nani. Los dos primeros, muertos en combate contra el ERP en Tucumán y el tercero, herido en combate y condecorado por su valor en Malvinas y en el ataque a La Tablada. Según los trascendidos recogidos por la prensa, el Ministerio de Defensa ordenó no se coloque la placa conmemoratoria en razón de que la referencia que alude a la “guerrilla marxista” (ERP) podría ser consideraba como “una frase política”. Ahora bien, pregunto, ¿Puede así como así un ministro agraviar a héroes de guerra impidiendo se los honre con una placa? ¿Cuáles y cuantos son los servicios a la patria prestados por el ministro Julio Martínez que lo autorizan moralmente a pisotear la dignidad de los que expusieron su propio cuerpo? Me late que, en el mejor de los casos, no tiene ni la más peregrina idea de quién fue y cómo y porqué murió el capitán Héctor Cáceres. Eso sí, cuando recordó a guerrilleros se quebró y lloró. Tampoco se escuchó todavía la voz de un solo diputado, senador o gobernador que haya propuesto desagraviar a los ofendidos. Mejor esperar sentados. Los invade el miedo gélido a que Bonafini o Carlotto los acusen de “políticamente incorrectos” y el gurú Durand Barba los mande a rendir a marzo. Todos ellos, apilados uno sobre otro, no alcanzarían ni para producir un gramo de los que ningunean a los recordados en la placa. “Jugo de tomate frio” corre por esas venas.