En vísperas de la revolución de Fidel Castro de 1959, Cuba no era ni el paraíso que luego sería conjurado por las imaginaciones nostálgicas de los muchos exiliados cubanos, ni el infierno pintado por muchos partidarios de la revolución. Estos revolucionarios recuerdan a Cuba como “el burdel del hemisferio occidental”, una isla habitada por un pueblo degradado y hambriento, cuya principal ocupación era atender a los turistas estadounidenses en los lujosos hoteles, playas y casinos de La Habana. Por el contrario, Cuba fue uno de los países más avanzados y exitosos de América Latina. La capital de Cuba, La Habana, era una ciudad brillante y dinámica. En la primera parte del siglo, la economía del país, impulsada por la venta de azúcar a los Estados Unidos, había crecido de manera espectacular. Cuba ocupó el quinto lugar en el hemisferio en ingreso per cápita, el tercero en esperanza de vida, el segundo en propiedad per cápita de automóviles y teléfonos, el primero en número de televisores por habitante. La tasa de alfabetización, 80%, fue la cuarta más alta de América Latina. Cuba ocupaba el puesto 11 en el mundo en número de médicos per cápita. Muchas clínicas y hospitales privados brindaban servicios a los pobres. La distribución del ingreso de Cuba se comparaba favorablemente con la de otras sociedades latinoamericanas. Una clase media próspera tenía la promesa de prosperidad y movilidad social.
Sin embargo, existían profundas desigualdades en la sociedad cubana, entre la ciudad y el campo y entre blancos y negros. En el campo, algunos cubanos vivían en una pobreza abismal, tal cual sucede ahora, más de 60 años de ininterrupida “revolución”. La producción de azúcar era estacional y los macheteros, cortadores de caña de azúcar que solo trabajaban cuatro meses al año, eran un ejército de desempleados, endeudados y viviendo al margen de la supervivencia. Muchos campesinos pobres estaban gravemente desnutridos y hambrientos. Ni la salud ni la educación llegaron a los cubanos rurales que se encontraban y se encuentran en la base de la sociedad. El analfabetismo estaba muy extendido y los que tenían la suerte de asistir a la escuela rara vez pasaban del primer o segundo grado. Grupos de cementerios salpicaban la carretera principal a lo largo de las estribaciones de la Sierra Maestra, marcando los lugares donde la gente moría esperando el transporte a los hospitales y clínicas más cercanos en Santiago de Cuba.
El racismo también arruinó a la sociedad cubana. Los clubes privados y las playas de la isla fueron segregados. Incluso al presidente Fulgencio Batista, un mulato, se le negó la membresía en uno de los clubes más exclusivos de La Habana. La Cuba urbana había llegado a parecerse a un país del sur de Europa (con un nivel de vida tan alto o superior al de Francia, España, Portugal y Grecia) mientras que la Cuba rural replicaba las condiciones de otras sociedades de plantaciones en América Latina y el Caribe
Los problemas sociales de Cuba se vieron agravados por una historia política violenta, caótica y corrupta. Desde que logró la independencia en 1902, Cuba había sufrido lo que simplemente podría llamarse un mal gobierno tras otro. Una lucha sangrienta y costosa para lograr la independencia de España había devastado la economía de Cuba. Los líderes insurgentes, conocidos como mambises, habían sido diezmados. José Martí, el George Washington de Cuba, murió en batalla en 1895. El 20 de mayo de 1902, fecha de nacimiento de la primera república cubana, ningún líder tenía el poder de dominar las pasiones y ambiciones desatadas por la independencia. Los Estados Unidos, su Congreso, aprobó la Enmienda Platt, otorgando a los EE. UU. el derecho a intervenir militarmente en Cuba para proteger sus intereses allí. La posición de Estados unidos socavó aún más la legitimidad del gobierno, ya que colocó a Estados Unidos en el centro de los asuntos cubanos. Invocando la Enmienda Platt, Estados Unidos ocuparía Cuba entre 1906 y 1909.
Todas las tensiones de la Primera República estallaron en revolución en 1933. Estudiantes universitarios, sindicatos y oficiales del ejército descontentos se unieron en rebelión contra el quinto presidente de Cuba, Gerardo Machado, un hombre que había llevado la corrupción y la represión a nuevas alturas. Un catedrático universitario, Ramón Grau San Martín, asumió el poder al frente de una coalición. Nacionalista, Grau llamó a “Cuba para todos los cubanos”, pero ingresa a escena Fulgencio Batista, un sargento del ejército de habla inglesa, que destituyó a Grau. Batista se convirtió en el hombre fuerte de Cuba detrás de una sucesión de presidentes hasta 1940, cuando fue debidamente elegido presidente. Batista sorprendió a muchos, marcando el comienzo de una era de esperanza en Cuba al patrocinar una constitución progresista, permitir que el Partido Comunista de Cuba se uniera al gobierno y dimitir en favor de su oponente, Grau, cuando terminó su mandato de cuatro años.
Durante los siguientes doce años Cuba disfrutó de democracia y elecciones libres. Pero era una democracia empañada por la corrupción y la violencia política, mediante el trabajo de “grupos de acción” o pandillas que se abrían camino a través de la política en la Universidad de La Habana y en las calles de la ciudad. Cuando en marzo de 1952 Batista, en un golpe de Estado, destruyó la república democrática que había creado, el escenario estaba listo para la revolución. El golpe de Batista abrió una caja de Pandora. Las instituciones ya no importaban. Lo que importaba era la audacia, un individuo capaz de acciones violentas. Ese individuo resultó ser un joven y atrevido abogado llamado Fidel Alejandro Castro Ruiz.
Entre 1952 y 1958, cubanos de todos los ámbitos de la vida – estudiantes, empresarios, madres, políticos – se unieron en oposición contra Batista. Se habló de democracia, libertad y respeto a los derechos humanos; el objetivo era restaurar el estado de derecho que había sido barrido por Batista.
Incluso Castro, una figura nacional dinámica tras su fallido asalto al Moncada de 1953, habló en esos términos. “Nuestra idea no es el comunismo ni el marxismo. Nuestra filosofía política es la democracia representativa y la justicia social en una economía bien planificada”. Muchos cubanos ricos dieron la bienvenida al triunfo rebelde de Castro en enero de 1959. Los ciudadanos pagaron sus impuestos atrasados, porque finalmente, iba a haber un gobierno honesto en Cuba. Claro que esto no sucedió. El poder se ocupa de forzar a repetir la historia.
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Por Cydryck Ollack.
En vísperas de la revolución de Fidel Castro de 1959, Cuba no era ni el paraíso que luego sería conjurado por las imaginaciones nostálgicas de los muchos exiliados cubanos, ni el infierno pintado por muchos partidarios de la revolución. Estos revolucionarios recuerdan a Cuba como “el burdel del hemisferio occidental”, una isla habitada por un pueblo degradado y hambriento, cuya principal ocupación era atender a los turistas estadounidenses en los lujosos hoteles, playas y casinos de La Habana. Por el contrario, Cuba fue uno de los países más avanzados y exitosos de América Latina. La capital de Cuba, La Habana, era una ciudad brillante y dinámica. En la primera parte del siglo, la economía del país, impulsada por la venta de azúcar a los Estados Unidos, había crecido de manera espectacular. Cuba ocupó el quinto lugar en el hemisferio en ingreso per cápita, el tercero en esperanza de vida, el segundo en propiedad per cápita de automóviles y teléfonos, el primero en número de televisores por habitante. La tasa de alfabetización, 80%, fue la cuarta más alta de América Latina. Cuba ocupaba el puesto 11 en el mundo en número de médicos per cápita. Muchas clínicas y hospitales privados brindaban servicios a los pobres. La distribución del ingreso de Cuba se comparaba favorablemente con la de otras sociedades latinoamericanas. Una clase media próspera tenía la promesa de prosperidad y movilidad social.
Sin embargo, existían profundas desigualdades en la sociedad cubana, entre la ciudad y el campo y entre blancos y negros. En el campo, algunos cubanos vivían en una pobreza abismal, tal cual sucede ahora, más de 60 años de ininterrupida “revolución”. La producción de azúcar era estacional y los macheteros, cortadores de caña de azúcar que solo trabajaban cuatro meses al año, eran un ejército de desempleados, endeudados y viviendo al margen de la supervivencia. Muchos campesinos pobres estaban gravemente desnutridos y hambrientos. Ni la salud ni la educación llegaron a los cubanos rurales que se encontraban y se encuentran en la base de la sociedad. El analfabetismo estaba muy extendido y los que tenían la suerte de asistir a la escuela rara vez pasaban del primer o segundo grado. Grupos de cementerios salpicaban la carretera principal a lo largo de las estribaciones de la Sierra Maestra, marcando los lugares donde la gente moría esperando el transporte a los hospitales y clínicas más cercanos en Santiago de Cuba.
El racismo también arruinó a la sociedad cubana. Los clubes privados y las playas de la isla fueron segregados. Incluso al presidente Fulgencio Batista, un mulato, se le negó la membresía en uno de los clubes más exclusivos de La Habana. La Cuba urbana había llegado a parecerse a un país del sur de Europa (con un nivel de vida tan alto o superior al de Francia, España, Portugal y Grecia) mientras que la Cuba rural replicaba las condiciones de otras sociedades de plantaciones en América Latina y el Caribe
Los problemas sociales de Cuba se vieron agravados por una historia política violenta, caótica y corrupta. Desde que logró la independencia en 1902, Cuba había sufrido lo que simplemente podría llamarse un mal gobierno tras otro. Una lucha sangrienta y costosa para lograr la independencia de España había devastado la economía de Cuba. Los líderes insurgentes, conocidos como mambises, habían sido diezmados. José Martí, el George Washington de Cuba, murió en batalla en 1895. El 20 de mayo de 1902, fecha de nacimiento de la primera república cubana, ningún líder tenía el poder de dominar las pasiones y ambiciones desatadas por la independencia. Los Estados Unidos, su Congreso, aprobó la Enmienda Platt, otorgando a los EE. UU. el derecho a intervenir militarmente en Cuba para proteger sus intereses allí. La posición de Estados unidos socavó aún más la legitimidad del gobierno, ya que colocó a Estados Unidos en el centro de los asuntos cubanos. Invocando la Enmienda Platt, Estados Unidos ocuparía Cuba entre 1906 y 1909.
Todas las tensiones de la Primera República estallaron en revolución en 1933. Estudiantes universitarios, sindicatos y oficiales del ejército descontentos se unieron en rebelión contra el quinto presidente de Cuba, Gerardo Machado, un hombre que había llevado la corrupción y la represión a nuevas alturas. Un catedrático universitario, Ramón Grau San Martín, asumió el poder al frente de una coalición. Nacionalista, Grau llamó a “Cuba para todos los cubanos”, pero ingresa a escena Fulgencio Batista, un sargento del ejército de habla inglesa, que destituyó a Grau. Batista se convirtió en el hombre fuerte de Cuba detrás de una sucesión de presidentes hasta 1940, cuando fue debidamente elegido presidente. Batista sorprendió a muchos, marcando el comienzo de una era de esperanza en Cuba al patrocinar una constitución progresista, permitir que el Partido Comunista de Cuba se uniera al gobierno y dimitir en favor de su oponente, Grau, cuando terminó su mandato de cuatro años.
Durante los siguientes doce años Cuba disfrutó de democracia y elecciones libres. Pero era una democracia empañada por la corrupción y la violencia política, mediante el trabajo de “grupos de acción” o pandillas que se abrían camino a través de la política en la Universidad de La Habana y en las calles de la ciudad. Cuando en marzo de 1952 Batista, en un golpe de Estado, destruyó la república democrática que había creado, el escenario estaba listo para la revolución. El golpe de Batista abrió una caja de Pandora. Las instituciones ya no importaban. Lo que importaba era la audacia, un individuo capaz de acciones violentas. Ese individuo resultó ser un joven y atrevido abogado llamado Fidel Alejandro Castro Ruiz.
Entre 1952 y 1958, cubanos de todos los ámbitos de la vida – estudiantes, empresarios, madres, políticos – se unieron en oposición contra Batista. Se habló de democracia, libertad y respeto a los derechos humanos; el objetivo era restaurar el estado de derecho que había sido barrido por Batista.
Incluso Castro, una figura nacional dinámica tras su fallido asalto al Moncada de 1953, habló en esos términos. “Nuestra idea no es el comunismo ni el marxismo. Nuestra filosofía política es la democracia representativa y la justicia social en una economía bien planificada”. Muchos cubanos ricos dieron la bienvenida al triunfo rebelde de Castro en enero de 1959. Los ciudadanos pagaron sus impuestos atrasados, porque finalmente, iba a haber un gobierno honesto en Cuba. Claro que esto no sucedió. El poder se ocupa de forzar a repetir la historia.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 12, 2021