Filipinas es un archipiélago de 7107 islas la mayoría de estas son montañosas, están cubiertas de una densa selva tropical y son de origen volcánico. Volcánicos han sido sus gobiernos y cambios de control, hechos producidos por estados extranjeros. Ahora, un nuevo conflicto nace de las entrañas de su líder. Un hombre peligroso.
Rodrigo Duterte presidente de la República de Filipinas, anunció ayer 20 de octubre de 2016 en Pekín su “separación” de Estados Unidos, un aliado tradicional, confirmando su espectacular giro diplomático hacia China.
Duterte se encuentra en Pekín en una visita de cuatro días acompañado por una delegación de más de cuatrocientos miembros. Este viaje representa una reanudación de las relaciones entre su país y China, que en los últimos años se habían tornado grises ante el conflicto por la soberanía de ciertas islas en el mar de China Meridional.
“Anuncio mi separación de Estados Unidos”, declaró Duterte en un foro económico, pocas horas después de una cumbre con su homólogo chino Xi Jinping, suscitando fuertes aplausos. El mandatario filipino había lanzado gruesos epítetos contra el presidente Barack Obama, semanas atrás.
Durante el gobierno del predecesor de Duterte, Benigno Aquino, China y Filipinas estaban enfrentados por asuntos fronterizos en el Mar de China Meridional, donde Pekín construyó una serie de islas artificiales, pero desde que Duterte llegó al cargo la situación ha cambiado.
En este sentido, Duterte afirmó que quería “aplazar este asunto para otra oportunidad”, con tal de dar prioridad a la cooperación económica, declarando a la televisión china buscar ayuda del gigante asiático en este sector.
China apreció esta posición. El presidente Xi Jinping recibió solemnemente a Duterte en el Palacio del Pueblo, en la plaza de Tiananmen.
Duterte calificó por su parte este encuentro con Xi Jinping como “histórico”. “Mejorará y desarrollará las relaciones entre nuestros dos países”, se congratuló.
Criticado por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y la ONU por su campaña anti criminal, que ya ha causado más de 3.700 muertos según un recuento oficial, Duterte cuenta con el apoyo de China para esta política.
Pekín “apoya al nuevo gobierno filipino en su lucha para prohibir la droga, contra el terrorismo y la criminalidad, y está dispuesta a cooperar en este tema” con Manila, informó el ministerio de Relaciones Exteriores chino.
El miércoles, Duterte había dicho en un discurso ante la comunidad filipina en Pekín, que su país, colonia estadounidense hasta 1946, se había beneficiado poco de su alianza con Estados Unidos.
“Se quedaron en mi país por vuestro propio interés. Llegó la hora de decirse adiós, amigo”, dijo, dirigiéndose a Washington.
“No iré más a Estados Unidos. Sólo me insultarían allí”, añadió Duterte.
Duterte también suspendió las patrullas conjuntas de Estados Unidos y Filipinas en el Mar de China Meridional, y ha amenazado con suspender los ejercicios militares conjuntos.
El Mar de China Meridional es una zona de interés para Washington, y en varias ocasiones se ha pronunciado sobre las disputas territoriales entre China y sus vecinos por estas aguas.
Las tensiones aumentaron entre China y Estados Unidos por el llamado “pivote” de Washington en la región de Asia-Pacífico, un avance que Pekín afirma que está dispuesto a contener.
En 2012, China se apoderó del control del Arrecife Scarborough, un caladero de la Zona Económica Exclusiva de Filipinas. Aquino llevó el caso ante la justicia, que Filipinas ganó en un tribunal internacional a principios de este año contra China.
Pero Duterte, que asumió el cargo en junio, poco después del fallo del tribunal, decidió no hacer alarde de la sentencia.
Preguntado acerca de qué habían hablado los líderes sobre el Mar de China Meridional, la portavoz del ministro de Relaciones Exteriores chino, Hua Chunying, afirmó que habían mantenido “un intercambio de puntos de vista cándido y amigable sobre cómo resolver las disputas relevantes”.
Su reunión supuso una “vuelta a la vía correcta de diálogo y consultas”, afirmó la vocera, y agregó que China esperaba llegar a “acuerdos relevantes” para cooperar en temas de pesca.
Es fácil desestimar la relevancia de lo que está haciendo Rodrigo Duterte. Después de todo, el presidente de Filipinas, con sus insultos ridículos y sus comentarios descabellados, parece más el loco del pueblo que el primer mandatario de la nación. Y es que parece una bufonada que se haya comparado con Hitler, al sugerir que mataría drogadictos como el Führer alemán mató judíos, y que hubiera invitado a Estados Unidos, su principal aliado internacional, a “irse al infierno”.
En realidad, los insultos de Duterte no son nada nuevo. En septiembre llamó “hijo de puta” al presidente Barack Obama días antes de una cita con el mandatario norteamericano, (quien la canceló) el mismo calificativo que usó contra el papa Francisco por el simple hecho de complicar el tráfico en Manila con su visita el año pasado. Con Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, fue más generoso: lo tildó de “diablo”, de “estúpida” a su organización, y amenazó con salirse de la misma.
“Es que ese es su estilo”, lo defiende el presidente del Senado, Aquino Pimentel, quien como la mayoría de los filipinos ha aprendido a ser indiferente a sus arrebatos. Por extraño que parezca, lo eligieron precisamente por sus comentarios salidos de tono. “Su modo franco y directo es lo que necesitamos, no unas palabras adornadas. Necesitamos resultados”, relató Clarita Carlos, una analista política de la Universidad de Filipinas, a medios de comunicación el 29 de junio, un día antes de la posesión de Duterte en el palacio de Malacañang.
La muestra perfecta de la extraña aceptación del presidente llegó cuando, en plena campaña política, Duterte se burló de la violación de una misionera australiana. “Qué desperdicio, era tan bonita”, dijo el entonces alcalde de Davao. “Yo debí haber ido primero”, dijo, y la gente estalló en risas. La gente se acostumbró a su humor negro y lo toma a la ligera, como expresó un artículo de un medio digital filipino: “El atrevimiento de sus frases memorables, dadas en un estilo frío, son tan refrescantes que no puedes evitar reírte y esperar que no esté hablando en serio”.
Sin embargo, el presidente habla tan en serio, que algunos comienzan a considerarlo un criminal. Cuando asumió el cargo, declaró que ordenaría a la Policía matar a todos los narcotraficantes. Y en solo tres meses, más de 3.000 personas han caído a manos de la Policía o de escuadrones de la muerte. No es más que la continuación de la doctrina que aplicó en Davao donde, según declaró Edgar Matobato, un antiguo asesino a sueldo, el exalcalde pagó personalmente por asesinar a los criminales y hasta fusiló a algunos.
A pesar de eso, la aprobación de “El Castigador”, como lo llaman en su tierra, sigue siendo entre un 70 y un 76 por ciento según varias encuestas que se realizaron en el corriente año, un fenómeno difícil de explicar. Para la mayoría de sus compatriotas, Duterte representa todo lo contrario de la clase política corrupta y allegada a Estados Unidos. Mientras tanto, la clase alta está contenta con un presidente que admitió no entender nada de economía y nombró unos asesores experimentados que se encargan del tema y acogen las peticiones de las empresas. Además, la política contra las drogas goza de una alta popularidad en la cultura política filipina desde hace décadas.
Por estas razones muchos han comparado al presidente filipino con Donald Trump. Ambos hicieron sus campañas en una plataforma ajena a la política tradicional enfocada en el odio, la indignación, la falta de respeto por los protocolos normales y un intento de división del país. Además, como le sucedió al candidato republicano, hay una tendencia a no tomarlos muy en serio, a subestimar la importancia de sus actos y, guardadas proporciones, eso ha probado ser una mezcla catastrófica en Filipinas. Más allá de los asesinatos, los insultos y las bromas pesadas, quizás lo más peligroso de Duterte es que su pueblo se haya acostumbrado sus declaraciones incendiarias y a su política de pena de muerte por decreto.
Filipinas es un archipiélago de 7107 islas la mayoría de estas son montañosas, están cubiertas de una densa selva tropical y son de origen volcánico. Volcánicos han sido sus gobiernos y cambios de control, hechos producidos por estados extranjeros. Ahora, un nuevo conflicto nace de las entrañas de su líder. Un hombre peligroso.
Rodrigo Duterte presidente de la República de Filipinas, anunció ayer 20 de octubre de 2016 en Pekín su “separación” de Estados Unidos, un aliado tradicional, confirmando su espectacular giro diplomático hacia China.
Duterte se encuentra en Pekín en una visita de cuatro días acompañado por una delegación de más de cuatrocientos miembros. Este viaje representa una reanudación de las relaciones entre su país y China, que en los últimos años se habían tornado grises ante el conflicto por la soberanía de ciertas islas en el mar de China Meridional.
“Anuncio mi separación de Estados Unidos”, declaró Duterte en un foro económico, pocas horas después de una cumbre con su homólogo chino Xi Jinping, suscitando fuertes aplausos. El mandatario filipino había lanzado gruesos epítetos contra el presidente Barack Obama, semanas atrás.
Durante el gobierno del predecesor de Duterte, Benigno Aquino, China y Filipinas estaban enfrentados por asuntos fronterizos en el Mar de China Meridional, donde Pekín construyó una serie de islas artificiales, pero desde que Duterte llegó al cargo la situación ha cambiado.
En este sentido, Duterte afirmó que quería “aplazar este asunto para otra oportunidad”, con tal de dar prioridad a la cooperación económica, declarando a la televisión china buscar ayuda del gigante asiático en este sector.
China apreció esta posición. El presidente Xi Jinping recibió solemnemente a Duterte en el Palacio del Pueblo, en la plaza de Tiananmen.
Duterte calificó por su parte este encuentro con Xi Jinping como “histórico”. “Mejorará y desarrollará las relaciones entre nuestros dos países”, se congratuló.
Criticado por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y la ONU por su campaña anti criminal, que ya ha causado más de 3.700 muertos según un recuento oficial, Duterte cuenta con el apoyo de China para esta política.
Pekín “apoya al nuevo gobierno filipino en su lucha para prohibir la droga, contra el terrorismo y la criminalidad, y está dispuesta a cooperar en este tema” con Manila, informó el ministerio de Relaciones Exteriores chino.
El miércoles, Duterte había dicho en un discurso ante la comunidad filipina en Pekín, que su país, colonia estadounidense hasta 1946, se había beneficiado poco de su alianza con Estados Unidos.
“Se quedaron en mi país por vuestro propio interés. Llegó la hora de decirse adiós, amigo”, dijo, dirigiéndose a Washington.
“No iré más a Estados Unidos. Sólo me insultarían allí”, añadió Duterte.
Duterte también suspendió las patrullas conjuntas de Estados Unidos y Filipinas en el Mar de China Meridional, y ha amenazado con suspender los ejercicios militares conjuntos.
El Mar de China Meridional es una zona de interés para Washington, y en varias ocasiones se ha pronunciado sobre las disputas territoriales entre China y sus vecinos por estas aguas.
Las tensiones aumentaron entre China y Estados Unidos por el llamado “pivote” de Washington en la región de Asia-Pacífico, un avance que Pekín afirma que está dispuesto a contener.
En 2012, China se apoderó del control del Arrecife Scarborough, un caladero de la Zona Económica Exclusiva de Filipinas. Aquino llevó el caso ante la justicia, que Filipinas ganó en un tribunal internacional a principios de este año contra China.
Pero Duterte, que asumió el cargo en junio, poco después del fallo del tribunal, decidió no hacer alarde de la sentencia.
Preguntado acerca de qué habían hablado los líderes sobre el Mar de China Meridional, la portavoz del ministro de Relaciones Exteriores chino, Hua Chunying, afirmó que habían mantenido “un intercambio de puntos de vista cándido y amigable sobre cómo resolver las disputas relevantes”.
Su reunión supuso una “vuelta a la vía correcta de diálogo y consultas”, afirmó la vocera, y agregó que China esperaba llegar a “acuerdos relevantes” para cooperar en temas de pesca.
Es fácil desestimar la relevancia de lo que está haciendo Rodrigo Duterte. Después de todo, el presidente de Filipinas, con sus insultos ridículos y sus comentarios descabellados, parece más el loco del pueblo que el primer mandatario de la nación. Y es que parece una bufonada que se haya comparado con Hitler, al sugerir que mataría drogadictos como el Führer alemán mató judíos, y que hubiera invitado a Estados Unidos, su principal aliado internacional, a “irse al infierno”.
En realidad, los insultos de Duterte no son nada nuevo. En septiembre llamó “hijo de puta” al presidente Barack Obama días antes de una cita con el mandatario norteamericano, (quien la canceló) el mismo calificativo que usó contra el papa Francisco por el simple hecho de complicar el tráfico en Manila con su visita el año pasado. Con Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, fue más generoso: lo tildó de “diablo”, de “estúpida” a su organización, y amenazó con salirse de la misma.
“Es que ese es su estilo”, lo defiende el presidente del Senado, Aquino Pimentel, quien como la mayoría de los filipinos ha aprendido a ser indiferente a sus arrebatos. Por extraño que parezca, lo eligieron precisamente por sus comentarios salidos de tono. “Su modo franco y directo es lo que necesitamos, no unas palabras adornadas. Necesitamos resultados”, relató Clarita Carlos, una analista política de la Universidad de Filipinas, a medios de comunicación el 29 de junio, un día antes de la posesión de Duterte en el palacio de Malacañang.
La muestra perfecta de la extraña aceptación del presidente llegó cuando, en plena campaña política, Duterte se burló de la violación de una misionera australiana. “Qué desperdicio, era tan bonita”, dijo el entonces alcalde de Davao. “Yo debí haber ido primero”, dijo, y la gente estalló en risas. La gente se acostumbró a su humor negro y lo toma a la ligera, como expresó un artículo de un medio digital filipino: “El atrevimiento de sus frases memorables, dadas en un estilo frío, son tan refrescantes que no puedes evitar reírte y esperar que no esté hablando en serio”.
Sin embargo, el presidente habla tan en serio, que algunos comienzan a considerarlo un criminal. Cuando asumió el cargo, declaró que ordenaría a la Policía matar a todos los narcotraficantes. Y en solo tres meses, más de 3.000 personas han caído a manos de la Policía o de escuadrones de la muerte. No es más que la continuación de la doctrina que aplicó en Davao donde, según declaró Edgar Matobato, un antiguo asesino a sueldo, el exalcalde pagó personalmente por asesinar a los criminales y hasta fusiló a algunos.
A pesar de eso, la aprobación de “El Castigador”, como lo llaman en su tierra, sigue siendo entre un 70 y un 76 por ciento según varias encuestas que se realizaron en el corriente año, un fenómeno difícil de explicar. Para la mayoría de sus compatriotas, Duterte representa todo lo contrario de la clase política corrupta y allegada a Estados Unidos. Mientras tanto, la clase alta está contenta con un presidente que admitió no entender nada de economía y nombró unos asesores experimentados que se encargan del tema y acogen las peticiones de las empresas. Además, la política contra las drogas goza de una alta popularidad en la cultura política filipina desde hace décadas.
Por estas razones muchos han comparado al presidente filipino con Donald Trump. Ambos hicieron sus campañas en una plataforma ajena a la política tradicional enfocada en el odio, la indignación, la falta de respeto por los protocolos normales y un intento de división del país. Además, como le sucedió al candidato republicano, hay una tendencia a no tomarlos muy en serio, a subestimar la importancia de sus actos y, guardadas proporciones, eso ha probado ser una mezcla catastrófica en Filipinas. Más allá de los asesinatos, los insultos y las bromas pesadas, quizás lo más peligroso de Duterte es que su pueblo se haya acostumbrado sus declaraciones incendiarias y a su política de pena de muerte por decreto.
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 20, 2016