Pocas semanas después de que Oscar y yo nos prometimos ser novios de manera exclusiva, el tuvo el emocionante acto de preguntarme si era demasiado pronto para presentarme a su familia. Por supuesto que mis ojos se humedecieron ya que era una muestra de seriedad y más que nada, una expresión de sus buenas intenciones y sentimientos.
Cuando contesté afirmativamente, Oscar sonrió, aclarándome que debía prevenirme. Y allí comenzó el horror.
Oscar, quién nunca conoció a su padre, me confesó que había sido criado en forma muy estricta por su madre y su hermana mayor, quienes tenían y profesaban altos y no negociables valores. Valores con los que había tenido que lidiar cada día de su vida y en orden de tener una convivencia amistosa, Oscar, al menos en casa de su madre, debía seguir -con la cabeza gacha- cada una de las reglas. Por más estrictas y fanáticas que estas parecieran.
“Te conozco”, dijo tomando mis manos “Y esos valores no están alejados de los tuyos”
De todas maneras, luego de escuchar ciertas historias sobre miradas paralizantes de su madre y explosiones de ira incontenible de su hermana si algo contradecía sus creencias y principios, decidí prepararme apoyándome en su sabiduría.
“¿Qué digo si me preguntan por qué vivo sola?” pregunté.
“Vives con una tía”
“¿Voy a la iglesia?”
“Cada domingo”
“¿Soy virgen?”
“Y lo seguirás siendo”
“¿Pienso en tener hijos?”
“Una vez terminada la universidad, con un buen trabajo y solo si yo estoy de acuerdo”
“¿Tengo ideas políticas?”
“Eso es para hombres, y si tu hombre tiene inclinaciones, las seguirás”
“¿Bautista, presbiteriana o sin denominación?”
“Bautista del sur, por supuesto”
“Me gustan los perros o los gatos?”
“Los gatos son ayudantes del diablo. Perros, eres una persona de perros”
Y así hasta el infinito. Comencé a ponerme nerviosa. En tres días conocería a su familia y el mínimo error me llevaría a morar en el infierno eterno en el planeta tierra.
Para la ocasión decidí incorporar a mi guardarropa un vestido que en 1850 hubiera lucido antiguo. Faldas hasta mis tobillos y un lazo al cuello descartando la idea de que pudiera lucir ningún escote.
El día D fue un domingo al mediodía, en pleno julio, supuestamente después de la misa, en donde pensaba que me derretiría. En el trayecto hacia la casa de su madre, una vez más pregunté las inquietudes que se habían acumulado en mi mente.
“Practico deportes?”
“Nunca”
“Tengo amigos hombres?”
“Ni en sueños”
“Bebo?” “Solo agua descremada sin gas. Y solo socialmente”
“Salgo de vacaciones?”
“Solo con tus padres, y a Disneyland”
Al acercarnos a la morada, una música estridente se hizo escuchar. Oscar frunció su frente y espetó que se trataría de su sobrina, aprovechando a cometer la travesura ya que su familia debería estar aún escuchando el sermón del pastor Richards.
La puerta abierta nos invitó a pasar y el castillo de arena se derrumbó. Sonia, su hermana, llenaba fuentes con papas fritas y otros bocados luciendo un bikini rojo que haría escandalizar a los mismísimos Adán y Eva. Su madre, Leslie, abrió sus brazos con cuidado de no derramar su copa de vino, envuelta en una minifalda de cuero y una escotada remera atigrada. Su padre desconocido, cuyo nombre es Horace, bailaba al ritmo de Eddie Grant y usaba los muslos de su esposa como tambor. La sobrina traviesa, creo, hablaba por teléfono con dos novios a la vez y su tío Ernest, bastante borracho, se la ingeniaba para encargarse de la parrilla y mantener el equilibrio a la vez. Una familia muy normal.
💝
Por Vida Bolt.
Pocas semanas después de que Oscar y yo nos prometimos ser novios de manera exclusiva, el tuvo el emocionante acto de preguntarme si era demasiado pronto para presentarme a su familia. Por supuesto que mis ojos se humedecieron ya que era una muestra de seriedad y más que nada, una expresión de sus buenas intenciones y sentimientos.
Cuando contesté afirmativamente, Oscar sonrió, aclarándome que debía prevenirme. Y allí comenzó el horror.
Oscar, quién nunca conoció a su padre, me confesó que había sido criado en forma muy estricta por su madre y su hermana mayor, quienes tenían y profesaban altos y no negociables valores. Valores con los que había tenido que lidiar cada día de su vida y en orden de tener una convivencia amistosa, Oscar, al menos en casa de su madre, debía seguir -con la cabeza gacha- cada una de las reglas. Por más estrictas y fanáticas que estas parecieran.
“Te conozco”, dijo tomando mis manos “Y esos valores no están alejados de los tuyos”
De todas maneras, luego de escuchar ciertas historias sobre miradas paralizantes de su madre y explosiones de ira incontenible de su hermana si algo contradecía sus creencias y principios, decidí prepararme apoyándome en su sabiduría.
“¿Qué digo si me preguntan por qué vivo sola?” pregunté.
“Vives con una tía”
“¿Voy a la iglesia?”
“Cada domingo”
“¿Soy virgen?”
“Y lo seguirás siendo”
“¿Pienso en tener hijos?”
“Una vez terminada la universidad, con un buen trabajo y solo si yo estoy de acuerdo”
“¿Tengo ideas políticas?”
“Eso es para hombres, y si tu hombre tiene inclinaciones, las seguirás”
“¿Bautista, presbiteriana o sin denominación?”
“Bautista del sur, por supuesto”
“Me gustan los perros o los gatos?”
“Los gatos son ayudantes del diablo. Perros, eres una persona de perros”
Y así hasta el infinito. Comencé a ponerme nerviosa. En tres días conocería a su familia y el mínimo error me llevaría a morar en el infierno eterno en el planeta tierra.
Para la ocasión decidí incorporar a mi guardarropa un vestido que en 1850 hubiera lucido antiguo. Faldas hasta mis tobillos y un lazo al cuello descartando la idea de que pudiera lucir ningún escote.
El día D fue un domingo al mediodía, en pleno julio, supuestamente después de la misa, en donde pensaba que me derretiría. En el trayecto hacia la casa de su madre, una vez más pregunté las inquietudes que se habían acumulado en mi mente.
“Practico deportes?”
“Nunca”
“Tengo amigos hombres?”
“Ni en sueños”
“Bebo?”
“Solo agua descremada sin gas. Y solo socialmente”
“Salgo de vacaciones?”
“Solo con tus padres, y a Disneyland”
Al acercarnos a la morada, una música estridente se hizo escuchar. Oscar frunció su frente y espetó que se trataría de su sobrina, aprovechando a cometer la travesura ya que su familia debería estar aún escuchando el sermón del pastor Richards.
La puerta abierta nos invitó a pasar y el castillo de arena se derrumbó. Sonia, su hermana, llenaba fuentes con papas fritas y otros bocados luciendo un bikini rojo que haría escandalizar a los mismísimos Adán y Eva. Su madre, Leslie, abrió sus brazos con cuidado de no derramar su copa de vino, envuelta en una minifalda de cuero y una escotada remera atigrada. Su padre desconocido, cuyo nombre es Horace, bailaba al ritmo de Eddie Grant y usaba los muslos de su esposa como tambor. La sobrina traviesa, creo, hablaba por teléfono con dos novios a la vez y su tío Ernest, bastante borracho, se la ingeniaba para encargarse de la parrilla y mantener el equilibrio a la vez. Una familia muy normal.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 25, 2021