ACORDAMOS CON EL FONDO SIN IR A FONDO

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  Por Alberto Assseff*

   El presidente Fernández no sólo no tiene plan económico a pesar de que lleva 27 meses ejerciendo la titularidad del Poder Ejecutivo Nacional, sino que hace más de un año se ufanó de ello: “No tengo plan ni quiero tenerlo”, expresó terminante, inequívocamente. Rareza casi excepcional en el planeta: un gobernante surgido de una coalición política de ideología estatista, en la que priva y prima la idea de que todo lo resuelven las ‘políticas públicas’ – ya que al sector privado por lucrativo y angurriento hay que ir arrinconándolo y hasta rapiñándolo-, carece de planificación.

   Afrontamos como país nuevamente una cuestión de estrangulamiento del sector externo. Con el FMI tuvimos veinte problemas análogos desde 1956 cuando nos incorporamos al organismo. Estamos endeudados y no disponemos de los recursos financieros para afrontar los inminentes vencimientos. Plata hay, pero por espanto está afuera de los circuitos de la economía nacional. Nos pasó muchas veces en nuestra historia. En el siglo XIX – basta recordar el dramático llamado de Avellaneda -, en el XX y en el XXI. Es asunto recurrente y realmente hastiante. Buena parte del hartazgo de la ciudadanía tiene vinculación con la sensación – cada vez más agudizada – de que la Argentina no sólo no se caracteriza por solucionar sus problemas, sino que los acumula y los reitera. Parecería que se deleita problematizándose. Es recurrente. Tropieza veinte veces con la misma piedra. Se empecina por repetirse, en lugar de decidirse por la única opción que dispone, esto es cambiar. No lo digo por la identificación de la coalición a la pertenece mi partido  nacional UNIR y a la que adscribo con convicción y mucha esperanza. Empleo el verbo cambiar porque es lo que debemos hacer. Racionalmente, si una y otra vez se fugan capitales, se frustran créditos foráneos – que se volatilizan y escurren en un santiamén, sin dejar otro rastro que la financiación de nuestros desequilibrios y de nuestra desconfianza-, no es admisible que sigamos insistiendo.

   El texto consensuado que votamos afirmativamente  se limita a autorizar que el P.E.N. acuerde las facilidades extendidas con el Fondo Monetario para postergar las obligaciones que vencerán a partir del 22 de marzo próximo. No votamos de madrugada un plan económico por dos motivos: porque eso le corresponde al Ejecutivo, no al Congreso y porque en verdad no hay, no existe plan, salvo un compromiso de reducir el déficit fiscal, sincerar las tarifas de los servicios – sin siquiera bajar el monto de los subsidios estatales – y aumentar la recaudación tributaria, en el contexto de una postergación de más de dos años de los pagos. En realidad, sí hay un plan, es el ‘plan postergar’ que incluye no cambiar nada a fondo. El presidente lo proclamó como una victoria:”no habrá reformas estructurales”. Precisamente lo que debió encararse, esto es  grandes transformaciones y cambios estructurales en todas las áreas de la economía, del Estado, de los planes sociales, de la educación en ruinas, de la cultura del anti trabajo, del pobrismo como ‘bendecida’ condición para una espantosa igualdad – la de todos aplastados en la base social cada vez más ancha -, eso no afronta y existe indisimulada alegría de que no se haga nada de lo que imprescindiblemente hay que hacer. Desopilante. No hay otro vocablo para descalificar este obrar del gobierno ejecutivo.

  Dicen – y dicen bien – que “la crisis es una oportunidad”. La negociación con el Fondo era la oportunidad para acordar con el organismo – a partir de nuestra convicción y de nuestra imperiosa necesidad – un programa de reformas y de grandes obras infraestructurales como gasoductos, rutas, puertos y ferrocarriles, especialmente de cargas. Ideal para modelar un país más exportador, es decir más rico. No por imposición ajena, sino por auto exigencia. No porque nos aprieten desde afuera, sino porque estamos convencidos adentro de que así no podemos continuar. Pero no, el ejecutivo está empeñado en no cambiar, sólo quiere procastinar. Lo grave es que en 2024 estaremos ante otra crisis que pondrá otra vez en los titulares de la información que la Argentina no puede soportar los vencimientos y debe buscar nuevamente un acuerdo de facilidades. Así se irá agotando el aguante de la Argentina del llano, agobiada por una dirigencia redondamente incapaz y sumamente pusilánime o, peor, cómplice de esta espantosa decadencia.

   Se sabe que la Argentina piquetera es una vergüenza para los piqueteros y para la Nación entera. Se es consciente que proclamando las virtudes de la escuela pública quienes mandan en ella – los sindicatos y los ‘educadores’ sedicentemente progresistas-  la están hundiendo. El otrora país orgulloso de estar a la vanguardia de la alfabetización, hoy se encamina raudo a la ignorancia, la melliza de la pobreza. Está comprobado que el intervencionismo estatal, el crecimiento elefantiásico del aparato burocrático, la asfixiante presión impositiva, la industria del juicio laboral y todas las lacras que traban a la Argentina privada están modelando un país literalmente inviable e invivible. Es irrefutable que el resentimiento contra los emprendedores, la envidia al éxito, la execración del lucro como expectativa legítima del esfuerzo y del mérito nos están depositando en el abismo. Sin embargo, con pertinacia se prosigue con ese rumbo suicida. Para colmo, en vez de esmerarnos en hallar el punto de encuentro entre la ecología y el progreso, el ambiente se deteriora cada vez más ostensiblemente, en medio de un país cada vez más pobre y atrasado. Sobran ecologistas y ambientalistas, pero faltan genuinos progresistas como por ejemplo un Julio Argentino Roca siglo XXI. Por eso ni siquiera podemos avanzar en plan del tipo del que sacó a Noruega de la pobreza, explotando con cuidado los recursos petrolíferos y gasíferos costa afuera que podrán brindar más us$100 mil millones y miles de empleos. Tenemos jueces que se distraen ante la injusticia, pero están atentos a salir en los medios como defensores de causas que tienen buena prensa. Así, 600.000 km2 de espacios marítimos prospectables esperan. Mientras, los argentinos cada día más pobres y el país inmerso en la mediocridad.

    Los jóvenes están más que desilusionados. No ven perspectivas. Las estadísticas avalan este pesimismo: entre los 18 y 25 años, el desempleo es del 16,4%, el doble del general. En las mujeres jóvenes esa horrible tasa alcanza al 24,6%.

     La narrativa no tolera los datos. La presidenta Cristina Kirchner asumió con us$179 mil millones de deuda y dejó el mando con 240 mil millones de débitos. La deuda es hija del país atrasado que se conflictúa redistribuyendo una riqueza cada vez más escasa y que insiste en que emitiendo papel ‘pintado’ de moneda se puede salir adelante. Se empecina en desalentar el trabajo y la producción a partir de incentivar la inversión y de resguardar el valor de su moneda. Así, la economía adolece de crédito. Bien lo decía Alberdi, el crédito es la columna vertebral de la dinámica económica. El sistema imperante se transforma en generador de pobres. Vamos igualándonos para abajo. Adiós a aquella esplendorosa movilidad social ascendente, a la clase media aspiracional de millones de argentinos que se esforzaban por superarse. Además, el presidente Fernández reprocha la deuda contraída por su predecesor, pero oculta un número incontrastable: lleva acumulando una deuda equivalente a 65.000 millones de dólares que subirá a 90 mil millones en diciembre de 2023.

   Hay que achicar el Estado. Debemos volver a los ocho ministerios que supimos tener en lugar de este sobredimensionado esquema de 21, con centenas de secretarías, subsecretarías, asesorías, organismos y una infinita gama de cargos inútiles y costosos.

  Más libertad, más Argentina privada, menos intervencionismo. Es la única y excluyente manera de que el país se reencuentre consigo mimo y retome el derrotero de la prosperidad.

   Este acuerdo con el FMI lamentablemente no soluciona nada de fondo. Más que ir al Fondo Monetario la Argentina debe exigirse a fondo para cambiar. No existe alternativa. Apoyamos la autorización para renegociar la deuda porque el escenario de default es horrendo para la Argentina y todo su pueblo. Empero, de este modo, tal como encara el gobierno ejecutivo la situación, nada alienta ser optimistas. Desgraciadamente.

   *Diputado nacional (Unir-JxC)

 


PrisioneroEnArgentina.com

Marzo 13, 022


 

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