Días atrás al comentar en Facebook el homenaje de Rodríguez Larreta a Alfonsín, en mi crítica al mismo puse, sólo, la palabra “imbécil”
Un muy buen amigo mío salió al cruce diciendo: “No estoy de acuerdo, no se merece tu falta de respeto. Abrazo grande”. En realidad, el epíteto no era para Alfonsín, sino para Rodríguez Larreta, un político carente de nivel, pero también de moral, al que su ambición por llegar a ser presidente hace que cualquier establo le venga bien.
Obviamente, ambos personajes no son comparables, pero, aún con esta aclaración, Raúl Alfonsín, a quien un pueblo olvidadizo y mediocre ha convertido en un santón laico, si se merece algunas palabras al respecto.
Fue, Alfonsín, un representante de la vieja política, esa que creía que con el comité a sus espaldas se podía arreglar todo. Buen orador, su idea de lo que era una gestión fue, en el mejor de los casos, de una pobreza inigualable. Antiguo defensor de un terrorista como era Roberto Santucho, su amistad con el general Harguindeguy, lo eximió de muchos sinsabores que otros políticos soportaron durante el gobierno militar.
Hoy se lo recuerda con cariño, en especial por su ruego laico del preámbulo de la Constitución Nacional, olvidando que él no hesitó en violarla manoseando alevemente el artículo 18 de la misma para poder poner en movimiento el circo jurídico que avalaría su promesa a la socialdemocracia europea de que iba a juzgar a las Juntas Militares.
Los argentinos, quizás porque es una constante en el país que los presidentes del momento son peores que los que los anteceden, nos llenamos la boca con el “padre de la democracia”- las comillas indican, simplemente, sarcasmo – pero nos olvidamos que Alfonsín, persiguió al diario La Prensa, escatimándole la pauta oficial y hostigando a sus periodistas, tanto que Manfred Schönfeld fue querellado y el columnista del diario, Horacio Daniel Rodríguez, que firmaba como Daniel Lupa, estuvo preso durante dos meses.
Fue con Alfonsín que el “progresismo” entró en la educación, los maestros pasaron a llamarse trabajadores y a importar planes de estudios que en Europa, en particular España, habían fracasado. Para completar su fracaso educativo, sus conmilitones idearon el congreso pedagógico donde el motivo subyacente era limitar el derecho de los padres a decidir en la educación de sus hijos.
Fue Alfonsín el ideólogo de la desmalvinización; tanto que el Acuerdo de Madrid de octubre de 1989 fue negociado por Alfonsín y Caputo, su ministro de Relaciones Exteriores, acuerdo que terminó siendo firmado por Menem por la apurada salida de Alfonsín del gobierno, y que marcó la rendición de la Argentina frente al Reino Unido. También Alfonsín había prohibido que la Fuerza Aérea siguiera con el desarrollo del missil Cóndor.
Sin duda alguna Alfonsín era un izquierdista “progre”, prueba de ello fue el crédito a Cuba de 1.500 millones de dólares que Cuba jamás devolvió.
No vale la pena, ya que es por todos, conocido, hablar del desastre que en lo económico resultó el gobierno radical. Suele echársele la culpa de ello a los trece paros que la CGT de Ubaldini le llevó a cabo. Esta explicación solo identifica a una pequeña parte del problema, hoy sabemos que fue la incapacidad del gobierno en materia económica la que nos llevó a la hiperinflación. Aún sin los paros políticos del peronismo el desastre hubiera sido el mismo.
Más allá de lo errado que fue el gobierno militar, le cabe al gobierno de Alfonsín el crédito de haber sido quien comenzó el naufragio económico y social de la Argentina.
Solo le queda en su haber, el haber sido un tipo decente. La diferencia que hay entre él e Illia reside en el hecho que Illia se supo rodear de personas que sin ser luces de inteligencia tenían sentido común. Raúl Alfonsín, en cambio, era un ignorante a tiempo completo ahogado en un concepto político pasado en el tiempo. Prueba de ello es la justificación que años después dio de su desastre gubernamental: “No supimos, no pudimos, no quisimos”, y esto es lo que mejor refleja el lamentable resultado de su gobierno, porque al ser su gobierno un conjunto de buenos tipos pero ignorantes, no supieron; porque al no creer que tendrían fuerza para enfrentar al peronismo sindical, no pudieron y porque su estrechez ideológica hizo que no quisieran cambiar el rumbo de colisión que los llevó al naufragio.
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Por José Luis Milla.
Días atrás al comentar en Facebook el homenaje de Rodríguez Larreta a Alfonsín, en mi crítica al mismo puse, sólo, la palabra “imbécil”
Un muy buen amigo mío salió al cruce diciendo: “No estoy de acuerdo, no se merece tu falta de respeto. Abrazo grande”. En realidad, el epíteto no era para Alfonsín, sino para Rodríguez Larreta, un político carente de nivel, pero también de moral, al que su ambición por llegar a ser presidente hace que cualquier establo le venga bien.
Obviamente, ambos personajes no son comparables, pero, aún con esta aclaración, Raúl Alfonsín, a quien un pueblo olvidadizo y mediocre ha convertido en un santón laico, si se merece algunas palabras al respecto.
Fue, Alfonsín, un representante de la vieja política, esa que creía que con el comité a sus espaldas se podía arreglar todo. Buen orador, su idea de lo que era una gestión fue, en el mejor de los casos, de una pobreza inigualable. Antiguo defensor de un terrorista como era Roberto Santucho, su amistad con el general Harguindeguy, lo eximió de muchos sinsabores que otros políticos soportaron durante el gobierno militar.
Hoy se lo recuerda con cariño, en especial por su ruego laico del preámbulo de la Constitución Nacional, olvidando que él no hesitó en violarla manoseando alevemente el artículo 18 de la misma para poder poner en movimiento el circo jurídico que avalaría su promesa a la socialdemocracia europea de que iba a juzgar a las Juntas Militares.
Los argentinos, quizás porque es una constante en el país que los presidentes del momento son peores que los que los anteceden, nos llenamos la boca con el “padre de la democracia”- las comillas indican, simplemente, sarcasmo – pero nos olvidamos que Alfonsín, persiguió al diario La Prensa, escatimándole la pauta oficial y hostigando a sus periodistas, tanto que Manfred Schönfeld fue querellado y el columnista del diario, Horacio Daniel Rodríguez, que firmaba como Daniel Lupa, estuvo preso durante dos meses.
Fue con Alfonsín que el “progresismo” entró en la educación, los maestros pasaron a llamarse trabajadores y a importar planes de estudios que en Europa, en particular España, habían fracasado. Para completar su fracaso educativo, sus conmilitones idearon el congreso pedagógico donde el motivo subyacente era limitar el derecho de los padres a decidir en la educación de sus hijos.
Fue Alfonsín el ideólogo de la desmalvinización; tanto que el Acuerdo de Madrid de octubre de 1989 fue negociado por Alfonsín y Caputo, su ministro de Relaciones Exteriores, acuerdo que terminó siendo firmado por Menem por la apurada salida de Alfonsín del gobierno, y que marcó la rendición de la Argentina frente al Reino Unido. También Alfonsín había prohibido que la Fuerza Aérea siguiera con el desarrollo del missil Cóndor.
Sin duda alguna Alfonsín era un izquierdista “progre”, prueba de ello fue el crédito a Cuba de 1.500 millones de dólares que Cuba jamás devolvió.
No vale la pena, ya que es por todos, conocido, hablar del desastre que en lo económico resultó el gobierno radical. Suele echársele la culpa de ello a los trece paros que la CGT de Ubaldini le llevó a cabo. Esta explicación solo identifica a una pequeña parte del problema, hoy sabemos que fue la incapacidad del gobierno en materia económica la que nos llevó a la hiperinflación. Aún sin los paros políticos del peronismo el desastre hubiera sido el mismo.
Más allá de lo errado que fue el gobierno militar, le cabe al gobierno de Alfonsín el crédito de haber sido quien comenzó el naufragio económico y social de la Argentina.
Solo le queda en su haber, el haber sido un tipo decente. La diferencia que hay entre él e Illia reside en el hecho que Illia se supo rodear de personas que sin ser luces de inteligencia tenían sentido común. Raúl Alfonsín, en cambio, era un ignorante a tiempo completo ahogado en un concepto político pasado en el tiempo. Prueba de ello es la justificación que años después dio de su desastre gubernamental: “No supimos, no pudimos, no quisimos”, y esto es lo que mejor refleja el lamentable resultado de su gobierno, porque al ser su gobierno un conjunto de buenos tipos pero ignorantes, no supieron; porque al no creer que tendrían fuerza para enfrentar al peronismo sindical, no pudieron y porque su estrechez ideológica hizo que no quisieran cambiar el rumbo de colisión que los llevó al naufragio.
JOSE LUIS MILIA
PrisioneroEnArgentina.com
Abril 3, 2022