Esta vez me encuentro en medio de un dilema. Realmente no debería estar diciendo esto, pero no sería justa conmigo misma y de otra manera pareciera que siempre estoy contando historias que me representan como heroína o como Cenicienta.
Recibí una invitación para pasar un fin de semana con la familia de mi jefe y por primera vez conocer la tierra natal de él (Mitchell Cogote) y su esposa (Zarina), República Dominicana, que es (sin que yo lo supiera en ese momento) famosa por los cortes diarios de electricidad y el agua corriente.
La casa era hermosa, con flores y plantas en los ventanales, con sol entrando por todos los recovecos, una cocina de ensueño, dos recamaras coquetas y para compartir… un pequeño baño que tenía la ducha sobre el inodoro. ¿Sería para ganar tiempo?
El problema con la comida dominicana es que es tan sabrosa que, aun no teniendo apetito, uno quiere seguir degustando cada platillo como si fuera lo último que comeremos en nuestra vida.
Otro problema con la comida dominicana es que, al saber que uno no puede parar y casi sin sentimiento de culpa, tanto yo como Oscar (¡ya deberían saberlo, Oscar es mi marido!) sabíamos, o pensábamos que retornaríamos a casa con diez libras más.
Un último problema con la comida dominicana es un desayuno que consiste en plátanos, huevos, queso y salame que se fríe hasta que parece que se van a quemar, regado por un café que parece masticable. No se equivoquen, es delicioso, pero…
Era el segundo día del viaje y estaba tratando de aguantar ciertos problemas estomacales, hasta que Mitchell y su esposa salieron a saludar a sus vecinos (parece que la gente allí se conoce desde la infancia y nunca pierden contacto). Al segundo que se fueron yo corrí al baño, pero debí disputar esta carrera con Oscar que, como yo, somos afroamericanos, pero parecíamos irlandeses.
Gané la lucha, sufriendo por Oscar, quien aguardaba tras la puerta con los pantalones bajos. El sistema del inodoro es una cadena que cuelga del techo y cuando uno finaliza sus negocios, debe tirar de ella y el agua se llevara las pruebas del crimen.
Cuando traté de tirar de la cadena, ¡no bajaba porque se había cortado el agua! No tenía idea de qué hacer, así que corrí en círculos presa del pánico. Le dije a Oscar que corriera y consiguiera agua de cualquier lado, así tuviera que cavar un pozo en el patio. El volvió… con diez pequeñas botellas de 100 c.c. de agua. Como dos idiotas vertimos el liquido en la taza del inodoro: Nada.
Nos detuvimos a pensar un instante, hasta que escuchamos la puerta principal.
Literalmente volé a nuestra pieza y traje todas las bolsas de plástico que encontré en la maleta, para volver al baño y encontrar a Oscar, con cara de haber dado a luz, sentado en el retrete, con más evidencia en el excusado. Enguantados con bolsas, nos pusimos a realizar el trabajo sucio.
Sacamos cuanto pudimos y limpiamos la taza con papel higiénico. La até y la escondí en la maleta.
Mitchell y Zarina nos contaron de sus vecinos, que los vieron crecer y aun los tratan como niños. Pero, algo provenía del dormitorio. Al principio respondimos: “No tengo idea de lo que están hablando”
Pero cedimos bajo presión. Fuimos informados que, en casos como este, debíamos buscar un balde y extraer agua de una pileta para lavar ropas que estaba detrás de la casa.
La buena noticia es que abrimos la puerta de nuestra casa en Florida y tuvimos el mejor recibimiento de parte de nuestras hijas:
“¡Que bien se los ve! ¡Mamá… Papá… ustedes han perdido peso!
La mala noticia es que en los asientos de adelante del avión, una pasajera se la pasó estornudando. Oscar y yo, aislados por el coronavirus, no estamos recibiendo el trato que deberíamos de parte de las niñas. Todo lo que nos reparan es agua, galletas sin sal con manteca de mani y sopa de pescado. Al menos no nos alimentan con café y bananas.
💩
Por Vida Bolt.
Esta vez me encuentro en medio de un dilema. Realmente no debería estar diciendo esto, pero no sería justa conmigo misma y de otra manera pareciera que siempre estoy contando historias que me representan como heroína o como Cenicienta.
Recibí una invitación para pasar un fin de semana con la familia de mi jefe y por primera vez conocer la tierra natal de él (Mitchell Cogote) y su esposa (Zarina), República Dominicana, que es (sin que yo lo supiera en ese momento) famosa por los cortes diarios de electricidad y el agua corriente.
La casa era hermosa, con flores y plantas en los ventanales, con sol entrando por todos los recovecos, una cocina de ensueño, dos recamaras coquetas y para compartir… un pequeño baño que tenía la ducha sobre el inodoro. ¿Sería para ganar tiempo?
El problema con la comida dominicana es que es tan sabrosa que, aun no teniendo apetito, uno quiere seguir degustando cada platillo como si fuera lo último que comeremos en nuestra vida.
Otro problema con la comida dominicana es que, al saber que uno no puede parar y casi sin sentimiento de culpa, tanto yo como Oscar (¡ya deberían saberlo, Oscar es mi marido!) sabíamos, o pensábamos que retornaríamos a casa con diez libras más.
Un último problema con la comida dominicana es un desayuno que consiste en plátanos, huevos, queso y salame que se fríe hasta que parece que se van a quemar, regado por un café que parece masticable. No se equivoquen, es delicioso, pero…
Era el segundo día del viaje y estaba tratando de aguantar ciertos problemas estomacales, hasta que Mitchell y su esposa salieron a saludar a sus vecinos (parece que la gente allí se conoce desde la infancia y nunca pierden contacto). Al segundo que se fueron yo corrí al baño, pero debí disputar esta carrera con Oscar que, como yo, somos afroamericanos, pero parecíamos irlandeses.
Gané la lucha, sufriendo por Oscar, quien aguardaba tras la puerta con los pantalones bajos. El sistema del inodoro es una cadena que cuelga del techo y cuando uno finaliza sus negocios, debe tirar de ella y el agua se llevara las pruebas del crimen.
Cuando traté de tirar de la cadena, ¡no bajaba porque se había cortado el agua! No tenía idea de qué hacer, así que corrí en círculos presa del pánico. Le dije a Oscar que corriera y consiguiera agua de cualquier lado, así tuviera que cavar un pozo en el patio. El volvió… con diez pequeñas botellas de 100 c.c. de agua. Como dos idiotas vertimos el liquido en la taza del inodoro: Nada.
Nos detuvimos a pensar un instante, hasta que escuchamos la puerta principal.
Literalmente volé a nuestra pieza y traje todas las bolsas de plástico que encontré en la maleta, para volver al baño y encontrar a Oscar, con cara de haber dado a luz, sentado en el retrete, con más evidencia en el excusado. Enguantados con bolsas, nos pusimos a realizar el trabajo sucio.
Sacamos cuanto pudimos y limpiamos la taza con papel higiénico. La até y la escondí en la maleta.
Mitchell y Zarina nos contaron de sus vecinos, que los vieron crecer y aun los tratan como niños. Pero, algo provenía del dormitorio. Al principio respondimos: “No tengo idea de lo que están hablando”
Pero cedimos bajo presión. Fuimos informados que, en casos como este, debíamos buscar un balde y extraer agua de una pileta para lavar ropas que estaba detrás de la casa.
La buena noticia es que abrimos la puerta de nuestra casa en Florida y tuvimos el mejor recibimiento de parte de nuestras hijas:
“¡Que bien se los ve! ¡Mamá… Papá… ustedes han perdido peso!
La mala noticia es que en los asientos de adelante del avión, una pasajera se la pasó estornudando. Oscar y yo, aislados por el coronavirus, no estamos recibiendo el trato que deberíamos de parte de las niñas. Todo lo que nos reparan es agua, galletas sin sal con manteca de mani y sopa de pescado. Al menos no nos alimentan con café y bananas.
PrisioneroEnArgentina.com
Julio 4, 2022