Una fortaleza del régimen que se instaló el 25 de mayo de 2003 es su relato. Lo han articulado con solidez y lo ejecutan con disciplina. Desde desfigurar al idioma – en el que está instalada nuestra identidad, nada menos – hasta conceptos económicos como que la emisión o la indexación no son inflacionarios, pasando porque sólo el Estado puede auxiliar al necesitado y que su creciente ‘presencia’ es el único modo de asegurar la igualdad. En el medio también ese relato contiene (des) conceptos como que el mérito desiguala, la propiedad – si bien no dicen que es un robo como sostenía el marxismo – es irritante ante tanta pobreza, indigencia y carencias. Asimismo, el relato contiene una exaltación permanente de las ‘políticas públicas’ como las excluyentemente salvíficas y su correlato, una cada vez menos sutil demonización del empresario y su afán de lucro.
El relato además funciona si se abisma la grieta. El régimen es igualitario, respeta los derechos humanos y la diversidad, reivindica a los pueblos originarios y mucho más. Por el contrario, la oposición es defensora de privilegios, estigmatiza a los diferentes, desprecia a los aborígenes y sobre todo es amiga del capital y por contraste enemiga del trabajo al que se empeña en precarizar. El régimen que nació en el sur del país es desendeudador, mientras sus objetores son “endeudadores seriales”. La educación es desempeñada por ‘trabajadores’ no ya por docentes. Consecuencia, el 60% de los alumnos secundarios egresa con dificultades para comprender un texto sin contar el 50% que inició ese ciclo lo abandona en el segundo o tercer año. Empero, evaluar es sinónimo de estigmatizar (¡!)
La mayoría social está hastiada del relato, más allá de que un núcleo duro siga aferrado a él. La alarma crece con el adoctrinamiento en las escuelas, con la mutación de una necesaria enseñanza sexual en una ESI – educación sexual integral – que en lugar de objetivar el conocimiento y paralelamente el cuidado en este plano, estimula la posibilidad de que los niños busquen su ‘autopercepción’. Si naciste varón o mujer, puedes ser lo que quieras. No es una condena. No estás atado a tu condición natural. Así de brutal es lo que se les imparte a impúberes y aún a pequeños de corta edad. Sobre el Estado ‘presente’ la inmensa mayoría ha sufrido experiencias directas de que es una monumental falacia. Cuando pena por un turno médico, cuando le cuesta días y días de empeño ser atendido por un especialista, cuando no llega ni la ambulancia ni el patrullero, cuando su vivienda sigue careciendo de agua y cloaca, cuando una lluvia transforma en un lodazal su cuadra. ¡Ni hablar del trabajo! A la par de acusar a ‘la contra’ de querer precarizar el trabajo con su propuesta de reformas laborales, el relato muestra su fragilidad distribuyendo planes asistenciales o empleos públicos que no tienen otra perspectiva que el anclaje en la marginalidad, en la pobreza o, en el mejor de los casos, en una vida gris y mediocre, sin horizonte ascensional.
La contranarrativa es sencilla, pero exige actitud, coraje y perseverancia. Al idioma lo defendemos como lo que es, el cimiento de nuestra cultura identitaria. La economía tiene sus leyes que, mejor o peor, funcionan en el mundo entero, aun el autocrático. El Estado es un instrumento, pero no un fin. Su funcionalidad no depende de su tamaño sino de su idoneidad y organización. Las políticas públicas son más exitosas cuando se ensamblan con la iniciativa privada y devienen en un solo haz. Si hace más de una década que se estancó la creación de empleo privado de calidad, es hora de darle trazabilidad legal y seguridad a quienes quieren crear trabajo, invirtiendo sus ahorros, hogaño fuera del circuito de la lánguida economía. Lejos de precarizarlo, la opción al régimen pretende ensanchar la Argentina trabajadora y productiva. Emitir sin respaldo en distribuir papel pintado. Por eso hay que retornar velozmente al Banco Central autónomo que defienda el valor de la moneda a rajatabla y sin concesiones. El mérito, el esfuerzo, la disciplina en el trabajo, la productividad son virtudes que nos dan pie para avizorar un rumbo de prosperidad y de volver a la esplendorosa Argentina de movilidad social ascendente y de clase media aspiracional. Los aborígenes están integrados a la Nación que compartimos todos. Aspiramos a ir hacia el futuro en vez de retroceder a luchas étnicas o fragmentar la soberanía nacional.
La contranarrativa, en fin, demostrará que el endeudamiento no es una perversidad a designio, sino el inexorable resultado de un Estado sobredimensionado y deficitario. Y, fundamentalmente, convencerá a la amplia mayoría argentina que la pobreza general no es nuestro destino y que, ni mucho menos, es algo deseable. Esa igualdad para abajo es detestable.
La política del crucial 2023 será contracultural. A diferencia del riojano dos veces presidente, esta vez se ganará diciendo la verdad. La verdad ahora paga y bien porque la mentira nos ha hundido en esta decadencia.
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Por Alberto Asseff*
Una fortaleza del régimen que se instaló el 25 de mayo de 2003 es su relato. Lo han articulado con solidez y lo ejecutan con disciplina. Desde desfigurar al idioma – en el que está instalada nuestra identidad, nada menos – hasta conceptos económicos como que la emisión o la indexación no son inflacionarios, pasando porque sólo el Estado puede auxiliar al necesitado y que su creciente ‘presencia’ es el único modo de asegurar la igualdad. En el medio también ese relato contiene (des) conceptos como que el mérito desiguala, la propiedad – si bien no dicen que es un robo como sostenía el marxismo – es irritante ante tanta pobreza, indigencia y carencias. Asimismo, el relato contiene una exaltación permanente de las ‘políticas públicas’ como las excluyentemente salvíficas y su correlato, una cada vez menos sutil demonización del empresario y su afán de lucro.
El relato además funciona si se abisma la grieta. El régimen es igualitario, respeta los derechos humanos y la diversidad, reivindica a los pueblos originarios y mucho más. Por el contrario, la oposición es defensora de privilegios, estigmatiza a los diferentes, desprecia a los aborígenes y sobre todo es amiga del capital y por contraste enemiga del trabajo al que se empeña en precarizar. El régimen que nació en el sur del país es desendeudador, mientras sus objetores son “endeudadores seriales”. La educación es desempeñada por ‘trabajadores’ no ya por docentes. Consecuencia, el 60% de los alumnos secundarios egresa con dificultades para comprender un texto sin contar el 50% que inició ese ciclo lo abandona en el segundo o tercer año. Empero, evaluar es sinónimo de estigmatizar (¡!)
La mayoría social está hastiada del relato, más allá de que un núcleo duro siga aferrado a él. La alarma crece con el adoctrinamiento en las escuelas, con la mutación de una necesaria enseñanza sexual en una ESI – educación sexual integral – que en lugar de objetivar el conocimiento y paralelamente el cuidado en este plano, estimula la posibilidad de que los niños busquen su ‘autopercepción’. Si naciste varón o mujer, puedes ser lo que quieras. No es una condena. No estás atado a tu condición natural. Así de brutal es lo que se les imparte a impúberes y aún a pequeños de corta edad. Sobre el Estado ‘presente’ la inmensa mayoría ha sufrido experiencias directas de que es una monumental falacia. Cuando pena por un turno médico, cuando le cuesta días y días de empeño ser atendido por un especialista, cuando no llega ni la ambulancia ni el patrullero, cuando su vivienda sigue careciendo de agua y cloaca, cuando una lluvia transforma en un lodazal su cuadra. ¡Ni hablar del trabajo! A la par de acusar a ‘la contra’ de querer precarizar el trabajo con su propuesta de reformas laborales, el relato muestra su fragilidad distribuyendo planes asistenciales o empleos públicos que no tienen otra perspectiva que el anclaje en la marginalidad, en la pobreza o, en el mejor de los casos, en una vida gris y mediocre, sin horizonte ascensional.
La contranarrativa es sencilla, pero exige actitud, coraje y perseverancia. Al idioma lo defendemos como lo que es, el cimiento de nuestra cultura identitaria. La economía tiene sus leyes que, mejor o peor, funcionan en el mundo entero, aun el autocrático. El Estado es un instrumento, pero no un fin. Su funcionalidad no depende de su tamaño sino de su idoneidad y organización. Las políticas públicas son más exitosas cuando se ensamblan con la iniciativa privada y devienen en un solo haz. Si hace más de una década que se estancó la creación de empleo privado de calidad, es hora de darle trazabilidad legal y seguridad a quienes quieren crear trabajo, invirtiendo sus ahorros, hogaño fuera del circuito de la lánguida economía. Lejos de precarizarlo, la opción al régimen pretende ensanchar la Argentina trabajadora y productiva. Emitir sin respaldo en distribuir papel pintado. Por eso hay que retornar velozmente al Banco Central autónomo que defienda el valor de la moneda a rajatabla y sin concesiones. El mérito, el esfuerzo, la disciplina en el trabajo, la productividad son virtudes que nos dan pie para avizorar un rumbo de prosperidad y de volver a la esplendorosa Argentina de movilidad social ascendente y de clase media aspiracional. Los aborígenes están integrados a la Nación que compartimos todos. Aspiramos a ir hacia el futuro en vez de retroceder a luchas étnicas o fragmentar la soberanía nacional.
La contranarrativa, en fin, demostrará que el endeudamiento no es una perversidad a designio, sino el inexorable resultado de un Estado sobredimensionado y deficitario. Y, fundamentalmente, convencerá a la amplia mayoría argentina que la pobreza general no es nuestro destino y que, ni mucho menos, es algo deseable. Esa igualdad para abajo es detestable.
La política del crucial 2023 será contracultural. A diferencia del riojano dos veces presidente, esta vez se ganará diciendo la verdad. La verdad ahora paga y bien porque la mentira nos ha hundido en esta decadencia.
*Diputado nacional (UNIR en JxC)
PrisioneroEnArgentina.com
Octubre 24, 2022