Cuando comenzaron los juicios orales en las causas llamados comúnmente “de lesa”, allá por el 2008, pocos eran los testigos que se animaban a hablar de su pertenencia a las organizaciones terroristas de Montoneros y ERP. Hablaban de “militancia”, de la “tendencia”, del proyecto “político de un mundo mejor”, pero jamás reconocían su participación en esas organizaciones terroristas.
Los fiscales se oponían a las preguntas de los defensores al respecto, con el argumento de que eran las mismas preguntas que les hacían cuando estaban detenidos. Los querellantes también se oponían, con la excusa de que era reeditar la teoría de los dos demonios. Los jueces complacientes rechazaban esas preguntas.
A medida que avanzaron estos juicios, las sentencias condenatorias comenzaron a salir como “pan caliente”, perpetua para todos y directos a una cárcel común, por entonces el Penal de Marcos Paz. Los jueces se cansaron de escribir que estos hechos en realidad fueron producto de una banda de forajidos, hambrientos de sangre, que un día usurparon el poder y decidieron eliminar jóvenes idealistas que tan solo querían una sociedad más justa.
Hubo brillantes alegatos de las defensas y excelentes declaraciones indagatorias de los imputados. Todo fue predicar en el desierto. Hasta desoyeron las declaraciones de los ex jerarcas de las organizaciones terroristas que efectuaban en los medios de comunicación y que acreditaban los dichos de las defensas y los imputados. Testimonios que, sugestivamente, nunca fueron permitidos reproducir en esos juicios.
Los jueces fueron avanzado a velocidad crucero y los juicios se realizaban uno tras otro, en continuado, con el final ya conocido por todos de antemano. Los fiscales y querellantes se engolosinaron y vieron que ya no importaba lo que dijeran o expusieran, las condenas estaban aseguradas.
Por eso hoy 2022, los testigos sin pudor alguno y sin sonrojarse, hablan libremente de su participación en las organizaciones terroristas, describen como funcionaban y a que se dedicaban, ante la mirada embelesada de los querellantes y el silencio cómplice de los jueces.
Así relatan que no tenían apodos sino nombres de cobertura, que se constituían en células para no ser detectados; que tenían jerarquías de oficiales, suboficiales y milicianos; que tenían su propia imprenta y fábrica de documentos de identidad apócrifos; que tenían una pastilla de cianuro por si los detenían; que pasaron a la clandestinidad y desconocieron la ley de un gobierno constitucional; que la organización les ordenaba donde residir y no podían revelarlo y hasta les ordenaban con quien casarse. Vitorean y ensalzan a quienes –ellos mismos lo cuentan- resistieron a tiros una detención y murieron como héroes. Hasta un ex jerarca del ERP contó como realizaban rápidos juicios revolucionarios y fusilaban a quienes consideraban traidores.
Nada de estos testimonios fueron ni son consignados en las sentencias judiciales, ni una palabra. Solo hablan de la pertenencia de las supuestas víctimas a Montoneros o ERP. Nada dicen de los enfrentamientos armados que ellos mismos relatan. Ante los embates de las defensas, los jueces se limitan a escribir en sus condenas, que en estos juicios no se juzga ni a Montoneros ni a ERP y cínicamente aducen que no se trató de enfrentamientos armados sino de deliberados asesinatos por la superioridad numérica y armamentista de las fuerzas militares o policiales.
Todo lo que desde hace años las defensas y los imputados viene señalando sobre lo que ocurrió en los años 70 en la Argentina, ahora es contando por los propios testigos y supuestas víctimas sin que a nadie se le mueva un pelo. Lo que hasta hace unos minutos era casi prohibido hablar, ahora son actos heroicos y que merecen el reconocimiento de la historia.
Todavía no hablan de los crueles asesinatos que cometieron, pero ya lo harán y los narrarán rodeados de una gloriosa discursiva.Tampoco cuentan sobre las cárceles del pueblo, ya lo harán con épica romántica. Ni mencionan a la violencia empleada y la lucha armada, ya lo harán abiertamente, justificándose en que, en esa época, era la única forma de terminar con la oligarquía internacional y la derecha golpista.
Eso sí, nada dirán del fin último que tenían de “acabar con la democracia a la cual tildaban de sistema burgués” para instar una dictadura del pueblo y fusilar a quienes considerarían opositores, estableciendo una clase dirigente colmada de prebendas y multimillonaria, mientras el pueblo estaría hambreado y sin ningún derecho; pues hábilmente emparentan esa lucha con el actual proyecto “nacional y popular” que nos gobierna desde hace décadas.
Es grave y triste lo que sucede. Grave porque la Justicia ha naturalizado el terrorismo, y si bien por lo bajo se escandalizan, en sus sentencias nada dicen, condenando casi automáticamente a quienes lo combatieron; y triste porque a la sociedad nada le “importa de estas cosas”, estando ensimismada en sus propios problemas cotidianos.
Si no conocemos nuestra historia en profundidad será muy difícil para un país y sus habitantes evolucionar y construir un futuro mejor. Posiblementeeste sea el motivo por el cual estamos como estamos, al haber renegado de nuestro pasado y por ende no haber aprendido nada del mismo. Lo que nos lleva quizás a consentir, que en la actualidad los terroristas de los 70 sigan intentando imponer sus demenciales objetivos, ahora reciclados en políticos que nos hablan del amor y la esperanza. En lengua de buen romance: el mismo perro pero con distinto collar.
Parafraseando al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante: “Los que no conocen el pasado van ciegos hacia el futuro”.
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Por Dr. Gonzalo P. Miño.
Cuando comenzaron los juicios orales en las causas llamados comúnmente “de lesa”, allá por el 2008, pocos eran los testigos que se animaban a hablar de su pertenencia a las organizaciones terroristas de Montoneros y ERP. Hablaban de “militancia”, de la “tendencia”, del proyecto “político de un mundo mejor”, pero jamás reconocían su participación en esas organizaciones terroristas.
Los fiscales se oponían a las preguntas de los defensores al respecto, con el argumento de que eran las mismas preguntas que les hacían cuando estaban detenidos. Los querellantes también se oponían, con la excusa de que era reeditar la teoría de los dos demonios. Los jueces complacientes rechazaban esas preguntas.
A medida que avanzaron estos juicios, las sentencias condenatorias comenzaron a salir como “pan caliente”, perpetua para todos y directos a una cárcel común, por entonces el Penal de Marcos Paz. Los jueces se cansaron de escribir que estos hechos en realidad fueron producto de una banda de forajidos, hambrientos de sangre, que un día usurparon el poder y decidieron eliminar jóvenes idealistas que tan solo querían una sociedad más justa.
Hubo brillantes alegatos de las defensas y excelentes declaraciones indagatorias de los imputados. Todo fue predicar en el desierto. Hasta desoyeron las declaraciones de los ex jerarcas de las organizaciones terroristas que efectuaban en los medios de comunicación y que acreditaban los dichos de las defensas y los imputados. Testimonios que, sugestivamente, nunca fueron permitidos reproducir en esos juicios.
Los jueces fueron avanzado a velocidad crucero y los juicios se realizaban uno tras otro, en continuado, con el final ya conocido por todos de antemano. Los fiscales y querellantes se engolosinaron y vieron que ya no importaba lo que dijeran o expusieran, las condenas estaban aseguradas.
Por eso hoy 2022, los testigos sin pudor alguno y sin sonrojarse, hablan libremente de su participación en las organizaciones terroristas, describen como funcionaban y a que se dedicaban, ante la mirada embelesada de los querellantes y el silencio cómplice de los jueces.
Así relatan que no tenían apodos sino nombres de cobertura, que se constituían en células para no ser detectados; que tenían jerarquías de oficiales, suboficiales y milicianos; que tenían su propia imprenta y fábrica de documentos de identidad apócrifos; que tenían una pastilla de cianuro por si los detenían; que pasaron a la clandestinidad y desconocieron la ley de un gobierno constitucional; que la organización les ordenaba donde residir y no podían revelarlo y hasta les ordenaban con quien casarse. Vitorean y ensalzan a quienes –ellos mismos lo cuentan- resistieron a tiros una detención y murieron como héroes. Hasta un ex jerarca del ERP contó como realizaban rápidos juicios revolucionarios y fusilaban a quienes consideraban traidores.
Nada de estos testimonios fueron ni son consignados en las sentencias judiciales, ni una palabra. Solo hablan de la pertenencia de las supuestas víctimas a Montoneros o ERP. Nada dicen de los enfrentamientos armados que ellos mismos relatan. Ante los embates de las defensas, los jueces se limitan a escribir en sus condenas, que en estos juicios no se juzga ni a Montoneros ni a ERP y cínicamente aducen que no se trató de enfrentamientos armados sino de deliberados asesinatos por la superioridad numérica y armamentista de las fuerzas militares o policiales.
Todo lo que desde hace años las defensas y los imputados viene señalando sobre lo que ocurrió en los años 70 en la Argentina, ahora es contando por los propios testigos y supuestas víctimas sin que a nadie se le mueva un pelo. Lo que hasta hace unos minutos era casi prohibido hablar, ahora son actos heroicos y que merecen el reconocimiento de la historia.
Todavía no hablan de los crueles asesinatos que cometieron, pero ya lo harán y los narrarán rodeados de una gloriosa discursiva. Tampoco cuentan sobre las cárceles del pueblo, ya lo harán con épica romántica. Ni mencionan a la violencia empleada y la lucha armada, ya lo harán abiertamente, justificándose en que, en esa época, era la única forma de terminar con la oligarquía internacional y la derecha golpista.
Eso sí, nada dirán del fin último que tenían de “acabar con la democracia a la cual tildaban de sistema burgués” para instar una dictadura del pueblo y fusilar a quienes considerarían opositores, estableciendo una clase dirigente colmada de prebendas y multimillonaria, mientras el pueblo estaría hambreado y sin ningún derecho; pues hábilmente emparentan esa lucha con el actual proyecto “nacional y popular” que nos gobierna desde hace décadas.
Es grave y triste lo que sucede. Grave porque la Justicia ha naturalizado el terrorismo, y si bien por lo bajo se escandalizan, en sus sentencias nada dicen, condenando casi automáticamente a quienes lo combatieron; y triste porque a la sociedad nada le “importa de estas cosas”, estando ensimismada en sus propios problemas cotidianos.
Si no conocemos nuestra historia en profundidad será muy difícil para un país y sus habitantes evolucionar y construir un futuro mejor. Posiblemente este sea el motivo por el cual estamos como estamos, al haber renegado de nuestro pasado y por ende no haber aprendido nada del mismo. Lo que nos lleva quizás a consentir, que en la actualidad los terroristas de los 70 sigan intentando imponer sus demenciales objetivos, ahora reciclados en políticos que nos hablan del amor y la esperanza. En lengua de buen romance: el mismo perro pero con distinto collar.
Parafraseando al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante: “Los que no conocen el pasado van ciegos hacia el futuro”.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 21, 2022