La península de Corea lleva más de 70 años inmersa en un conflicto que desafía al paso del tiempo y la evolución de las relaciones internacionales. Lo que comenzó como una división temporal en el marco de la Guerra Fría se acabó perpetuando en un estado de guerra latente con frecuentes escaladas de tensión. La comunista Corea del Norte y la capitalista Corea del Sur fueron durante siglos una sola nación con una etnia, historia, cultura e idioma comunes.
Sin embargo, las separa una de las fronteras más impenetrables del mundo: la Zona Desmilitarizada (DMZ) del paralelo 38. Soldados de ambos bandos patrullan esta franja desde 1953, año en que finalizó la Guerra de Corea y se estableció el actual mapa de la península. El armisticio que puso fin al conflicto, cuyo 70 aniversario se conmemora este jueves, se concibió como un acuerdo provisional a la espera de sellar un tratado de paz definitivo.
Analizamos por qué esto último nunca sucedió y cómo las dos Coreas han vivido hasta la fecha en un estado de guerra técnico permanente. Desde inicios del siglo XX y durante la II Guerra Mundial, Corea permanecía bajo el dominio colonial de Japón. Tras la derrota nipona en 1945, la Unión Soviética ocupó la mitad de la península al norte del paralelo 38 y Estados Unidos la mitad sur.
La idea era que el pueblo coreano decidiese su propio futuro en los años siguientes, pero nunca se llegó a un acuerdo para designar un sistema y un gobierno unificado. Por el contrario, las diferencias políticas e ideológicas entre el Norte, que implantó reformas comunistas a gran escala, y el Sur, que conservó el sistema capitalista bajo un gobierno afín a EE.UU., se profundizaron, lo que resultó en la creación de dos Estados separados.
Kim Il-Sung -abuelo del actual líder Kim Jong-un- asumió el poder absoluto en la República Popular Democrática de Corea, o Corea del Norte, y Syngman Rhee fue el primer presidente de la República de Corea o Corea del Sur.
El 25 de junio de 1950 Corea del Norte, con el apoyo político y logístico de la Unión Soviética y China, invadió el Sur con el propósito de reunificar la península bajo un solo régimen comunista. Y casi lo consigue en los primeros meses: en septiembre había conquistado casi todo el sur de la península a excepción de la ciudad suroriental de Busan y sus alrededores.
Pero el Sur, respaldado por Estados Unidos y sus aliados bajo el paraguas de las Naciones Unidas, resistió la invasión y lanzó un contraataque masivo con el que logró ocupar casi toda la península, relegando a los comunistas a dos regiones de la frontera norte con China.
La decisiva entrada en la guerra de la China de Mao Zedong -que envió entre 1 y 3 millones de soldados, según estimaciones- equilibró el conflicto al desplazar de nuevo al sur la línea del frente, y en la primera mitad de 1951 esta se fue estabilizando de nuevo en torno al paralelo 38.
En julio de ese año, el estancamiento de la guerra obligó a las partes a iniciar conversaciones de paz en la ciudad fronteriza norcoreana de Kaesong.
Sin embargo, el alto el fuego aún estaba lejos, ya que los contendientes mantenían diferencias insalvables.
Primero, China y la Unión Soviética insistían en trazar la frontera en el paralelo 38, mientras Estados Unidos y sus aliados proponían situarla en la línea del frente, que en aquel momento estaba unas decenas de kilómetros más al norte.
Por otro lado, los comunistas exigían la repatriación obligatoria de todos los prisioneros de guerra, mientras sus rivales proponían que cada capturado eligiera voluntariamente instalarse en el Norte o en el Sur.
Estos y otros problemas, como la desconfianza mutua y las acusaciones cruzadas de maltrato a los prisioneros, pausaron las negociaciones desde agosto de 1951 hasta abril de 1952.
Ese mes se reanudó el diálogo en un nuevo lugar, la aldea de Panmunjom, que hasta hoy permanece como la principal sede de negociaciones en la Zona Desmilitarizada. Con la guerra estancada en 1953, la muerte de Stalin en marzo y la toma de posesión dos meses antes del nuevo presidente estadounidense, Dwight D. Eisenhower, aceleraron la búsqueda de una solución. Finalmente, el 27 de julio de 1953, se firmó el armisticio en Panmunjom.
El histórico alto el fuego puso fin a la Guerra de Corea, que se saldó con un empate técnico y entre 4 y 6 millones de muertes civiles y militares, según estimaciones. Suscribieron el documento Corea del Norte y China por un lado, y del otro EE.UU. en representación del Comando de las Naciones Unidas. El gran ausente en la firma fue Corea del Sur, cuyo presidente se oponía a las conversaciones de paz al abogar -algo inconcebible a esas alturas- por una victoria total.
Además de detener las hostilidades, el acuerdo de Panmunjom designó una Zona Desmilitarizada (DMZ) a lo largo del paralelo 38 que serviría de colchón ante posibles enfrentamientos entre las dos Coreas. También estableció la retirada de todas las fuerzas militares, suministros y equipo de la DMZ y aguas fronterizas, prohibió introducir nuevo armamento y soldados en la península, y designó una comisión internacional neutral para garantizar su cumplimiento.
Al ser diseñado como una solución temporal mientras las partes llegaban a un acuerdo de paz formal, el acuerdo de tregua de 1953 dejó varios problemas sin resolver.
Primero, el armisticio no reconoció a las dos Coreas como Estados soberanos separados y ambas, en sus respectivas Constituciones, siguen reclamando a día de hoy como suyo el territorio íntegro de la península.
Tampoco abordó las disputas territoriales, lo que ha generado tensiones y encontronazos -especialmente en las tensas aguas fronterizas del Mar Amarillo- ni incluyó las provisiones necesarias para redactar el futuro tratado de paz definitivo.
Esto último obligó a prolongar el armisticio los primeros años en los que, en pleno apogeo de la Guerra Fría, ambos bandos se veían como enemigos irreconciliables sin intención alguna de buscar modos de promover la paz.
Así, las intensas diferencias ideológicas y políticas entre las dos Coreas, y su desconfianza mutua, impidieron a lo largo del tiempo reemplazar el acuerdo de cese al fuego.
Además, las dos principales potencias extranjeras implicadas, Estados Unidos y China, nunca se mostraron activas a la hora de promover un tratado de paz por motivos estratégicos y de seguridad.
En la actualidad, EE.UU. mantiene desplegados más de 28.000 soldados en Corea del Sur, un contingente clave para disuadir a Corea del Norte y, sobre todo, afianzar su presencia militar en Asia Oriental frente a potencias rivales como China o Rusia. De suscribirse un tratado de paz definitivo, este podría implicar la retirada o reducción de las tropas de Estados Unidos y con ello desnivelar en su contra el equilibrio de poder en la región. China, por su parte, siempre ha observado con recelo cualquier cambio en la situación actual de la península coreana.
Teniendo en cuenta que Corea del Sur tiene el doble de población y su economía multiplica por 50 la del Norte, un acuerdo de paz podría ser el primer paso hacia una reunificación bajo el mando de Seúl, ampliando el territorio de un importante aliado militar de EE.UU. hasta la frontera con China. Por último, si el armisticio sigue vigente es porque en cierto modo ha funcionado: pese a la profunda enemistad que ambas Coreas se han profesado durante décadas, no ha estallado una nueva guerra en la península.
En los últimos 70 años sí se han observado, sin embargo, incidentes de mayor o menor gravedad que han puesto de relevancia la fragilidad del estado técnico de guerra en el que viven Norte y Sur. La primera violación grave del acuerdo de 1953 sucedió cinco años después, cuando Estados Unidos desplegó armas nucleares en Corea del Sur como recurso estratégico frente a la Unión Soviética, que colinda en su extremo oriental con la península coreana. Paradójicamente, Corea del Norte -que denunció con vehemencia aquella violación del armisticio- hoy posee su propio arsenal de armas nucleares, mientras el Sur se quedó sin ellas cuando el expresidente estadounidense George H. W. Bush las retiró en 1991.
Aparte de esto, los primeros incidentes destacados en la zona desmilitarizada (DMZ) tuvieron lugar en la década de 1970. En agosto de 1976 soldados norcoreanos asesinaron a dos oficiales del ejército estadounidense que trataban de podar un árbol junto a la línea fronteriza de la DMZ. A este suceso, que elevó la tensión pero no pasó a mayores, siguió el descubrimiento de varios túneles subterráneos norcoreanos en la frontera, posiblemente para una invasión al sur, lo que aumentó las tensiones y situó a la península al borde de una nueva guerra.
En la década de 1990 y a principios de los 2000 se produjeron tres enfrentamientos navales en aguas limítrofes con muertos de ambos lados; pero fue 2010 el año más tenso, con los incidentes de mayor gravedad hasta la fecha. El 23 de noviembre de ese año Corea del Norte bombardeó la isla surcoreana de Yeonpyeong, en aguas disputadas del Mar Amarillo, dejando cuatro muertos en el primer ataque de artillería sobre territorio enemigo desde la Guerra de Corea.
Seúl respondió con fuego hacia el Norte y por primera vez en décadas se planteó la posibilidad de una guerra inminente, aunque finalmente quedó en un suceso aislado. Meses antes, en marzo de 2010, una explosión hundió la corbeta Cheonan de la Armada surcoreana y murieron 46 marineros. Seúl lo atribuyó a un ataque con un torpedo de Corea del Norte, que negó su implicación. Por otro lado, Pyongyang llevó a cabo seis pruebas nucleares entre 2006 y 2017 que han confirmado al país como potencia atómica de facto pero le han acarreado duras sanciones internacionales, alejando aún más la posibilidad de iniciar negociaciones internacionales para un tratado de paz. Entre todos los países implicados, Corea del Norte es el que más interés ha mostrado por firmar la paz definitiva a lo largo de los últimos 70 años.
En varias ocasiones el régimen de los Kim ha propuesto negociar un acuerdo a Estados Unidos, que por lo general no ha respondido o lo ha hecho de forma negativa. Hay que recordar que Corea del Sur no suscribió el armisticio, por lo que carece de autoridad para decidir, junto a Pyongyang y Washington, sobre su reemplazo por un tratado de paz. Tras débiles intentos de negociaciones en las décadas de 1990 y 2000, la llegada de Donald Trump a la Casa blanca abrió, inesperadamente, una puerta que ya parecía cerrada.
En una primera cumbre en Singapur en 2018, Trump y Kim Jong-un mostraron un claro avance hacia la normalización de las relaciones bilaterales, y con ello el tratado de paz emergió como una posibilidad real. Sin embargo, su segundo encuentro el año siguiente en Hanoi acabó de forma abrupta sin un acuerdo, echando por tierra las esperanzas de poner fin al estado de guerra entre las dos Coreas. El armisticio de 1953, que comenzó como una solución provisional, se ha consolidado como el garante del statu quo en la península coreana en las últimas siete décadas, cuya situación anormal se considera el más claro ejemplo en la actualidad del legado geopolítico que dejó la Guerra Fría. Y, si bien un tratado de paz formal podría poner fin a la guerra en términos legales, el camino hacia una verdadera normalización en las relaciones entre Norte y Sur, separadas por una inmensa brecha política, ideológica y económica, es un desafío de proporciones mucho mayores.
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La península de Corea lleva más de 70 años inmersa en un conflicto que desafía al paso del tiempo y la evolución de las relaciones internacionales. Lo que comenzó como una división temporal en el marco de la Guerra Fría se acabó perpetuando en un estado de guerra latente con frecuentes escaladas de tensión. La comunista Corea del Norte y la capitalista Corea del Sur fueron durante siglos una sola nación con una etnia, historia, cultura e idioma comunes.
Sin embargo, las separa una de las fronteras más impenetrables del mundo: la Zona Desmilitarizada (DMZ) del paralelo 38. Soldados de ambos bandos patrullan esta franja desde 1953, año en que finalizó la Guerra de Corea y se estableció el actual mapa de la península. El armisticio que puso fin al conflicto, cuyo 70 aniversario se conmemora este jueves, se concibió como un acuerdo provisional a la espera de sellar un tratado de paz definitivo.
Analizamos por qué esto último nunca sucedió y cómo las dos Coreas han vivido hasta la fecha en un estado de guerra técnico permanente. Desde inicios del siglo XX y durante la II Guerra Mundial, Corea permanecía bajo el dominio colonial de Japón. Tras la derrota nipona en 1945, la Unión Soviética ocupó la mitad de la península al norte del paralelo 38 y Estados Unidos la mitad sur.
La idea era que el pueblo coreano decidiese su propio futuro en los años siguientes, pero nunca se llegó a un acuerdo para designar un sistema y un gobierno unificado. Por el contrario, las diferencias políticas e ideológicas entre el Norte, que implantó reformas comunistas a gran escala, y el Sur, que conservó el sistema capitalista bajo un gobierno afín a EE.UU., se profundizaron, lo que resultó en la creación de dos Estados separados.
Kim Il-Sung -abuelo del actual líder Kim Jong-un- asumió el poder absoluto en la República Popular Democrática de Corea, o Corea del Norte, y Syngman Rhee fue el primer presidente de la República de Corea o Corea del Sur.
El 25 de junio de 1950 Corea del Norte, con el apoyo político y logístico de la Unión Soviética y China, invadió el Sur con el propósito de reunificar la península bajo un solo régimen comunista. Y casi lo consigue en los primeros meses: en septiembre había conquistado casi todo el sur de la península a excepción de la ciudad suroriental de Busan y sus alrededores.
Pero el Sur, respaldado por Estados Unidos y sus aliados bajo el paraguas de las Naciones Unidas, resistió la invasión y lanzó un contraataque masivo con el que logró ocupar casi toda la península, relegando a los comunistas a dos regiones de la frontera norte con China.
La decisiva entrada en la guerra de la China de Mao Zedong -que envió entre 1 y 3 millones de soldados, según estimaciones- equilibró el conflicto al desplazar de nuevo al sur la línea del frente, y en la primera mitad de 1951 esta se fue estabilizando de nuevo en torno al paralelo 38.
En julio de ese año, el estancamiento de la guerra obligó a las partes a iniciar conversaciones de paz en la ciudad fronteriza norcoreana de Kaesong.
Sin embargo, el alto el fuego aún estaba lejos, ya que los contendientes mantenían diferencias insalvables.
Primero, China y la Unión Soviética insistían en trazar la frontera en el paralelo 38, mientras Estados Unidos y sus aliados proponían situarla en la línea del frente, que en aquel momento estaba unas decenas de kilómetros más al norte.
Por otro lado, los comunistas exigían la repatriación obligatoria de todos los prisioneros de guerra, mientras sus rivales proponían que cada capturado eligiera voluntariamente instalarse en el Norte o en el Sur.
Estos y otros problemas, como la desconfianza mutua y las acusaciones cruzadas de maltrato a los prisioneros, pausaron las negociaciones desde agosto de 1951 hasta abril de 1952.
Ese mes se reanudó el diálogo en un nuevo lugar, la aldea de Panmunjom, que hasta hoy permanece como la principal sede de negociaciones en la Zona Desmilitarizada. Con la guerra estancada en 1953, la muerte de Stalin en marzo y la toma de posesión dos meses antes del nuevo presidente estadounidense, Dwight D. Eisenhower, aceleraron la búsqueda de una solución. Finalmente, el 27 de julio de 1953, se firmó el armisticio en Panmunjom.
El histórico alto el fuego puso fin a la Guerra de Corea, que se saldó con un empate técnico y entre 4 y 6 millones de muertes civiles y militares, según estimaciones. Suscribieron el documento Corea del Norte y China por un lado, y del otro EE.UU. en representación del Comando de las Naciones Unidas. El gran ausente en la firma fue Corea del Sur, cuyo presidente se oponía a las conversaciones de paz al abogar -algo inconcebible a esas alturas- por una victoria total.
Además de detener las hostilidades, el acuerdo de Panmunjom designó una Zona Desmilitarizada (DMZ) a lo largo del paralelo 38 que serviría de colchón ante posibles enfrentamientos entre las dos Coreas. También estableció la retirada de todas las fuerzas militares, suministros y equipo de la DMZ y aguas fronterizas, prohibió introducir nuevo armamento y soldados en la península, y designó una comisión internacional neutral para garantizar su cumplimiento.
Al ser diseñado como una solución temporal mientras las partes llegaban a un acuerdo de paz formal, el acuerdo de tregua de 1953 dejó varios problemas sin resolver.
Primero, el armisticio no reconoció a las dos Coreas como Estados soberanos separados y ambas, en sus respectivas Constituciones, siguen reclamando a día de hoy como suyo el territorio íntegro de la península.
Tampoco abordó las disputas territoriales, lo que ha generado tensiones y encontronazos -especialmente en las tensas aguas fronterizas del Mar Amarillo- ni incluyó las provisiones necesarias para redactar el futuro tratado de paz definitivo.
Esto último obligó a prolongar el armisticio los primeros años en los que, en pleno apogeo de la Guerra Fría, ambos bandos se veían como enemigos irreconciliables sin intención alguna de buscar modos de promover la paz.
Así, las intensas diferencias ideológicas y políticas entre las dos Coreas, y su desconfianza mutua, impidieron a lo largo del tiempo reemplazar el acuerdo de cese al fuego.
Además, las dos principales potencias extranjeras implicadas, Estados Unidos y China, nunca se mostraron activas a la hora de promover un tratado de paz por motivos estratégicos y de seguridad.
En la actualidad, EE.UU. mantiene desplegados más de 28.000 soldados en Corea del Sur, un contingente clave para disuadir a Corea del Norte y, sobre todo, afianzar su presencia militar en Asia Oriental frente a potencias rivales como China o Rusia. De suscribirse un tratado de paz definitivo, este podría implicar la retirada o reducción de las tropas de Estados Unidos y con ello desnivelar en su contra el equilibrio de poder en la región. China, por su parte, siempre ha observado con recelo cualquier cambio en la situación actual de la península coreana.
Teniendo en cuenta que Corea del Sur tiene el doble de población y su economía multiplica por 50 la del Norte, un acuerdo de paz podría ser el primer paso hacia una reunificación bajo el mando de Seúl, ampliando el territorio de un importante aliado militar de EE.UU. hasta la frontera con China. Por último, si el armisticio sigue vigente es porque en cierto modo ha funcionado: pese a la profunda enemistad que ambas Coreas se han profesado durante décadas, no ha estallado una nueva guerra en la península.
En los últimos 70 años sí se han observado, sin embargo, incidentes de mayor o menor gravedad que han puesto de relevancia la fragilidad del estado técnico de guerra en el que viven Norte y Sur. La primera violación grave del acuerdo de 1953 sucedió cinco años después, cuando Estados Unidos desplegó armas nucleares en Corea del Sur como recurso estratégico frente a la Unión Soviética, que colinda en su extremo oriental con la península coreana. Paradójicamente, Corea del Norte -que denunció con vehemencia aquella violación del armisticio- hoy posee su propio arsenal de armas nucleares, mientras el Sur se quedó sin ellas cuando el expresidente estadounidense George H. W. Bush las retiró en 1991.
Aparte de esto, los primeros incidentes destacados en la zona desmilitarizada (DMZ) tuvieron lugar en la década de 1970. En agosto de 1976 soldados norcoreanos asesinaron a dos oficiales del ejército estadounidense que trataban de podar un árbol junto a la línea fronteriza de la DMZ. A este suceso, que elevó la tensión pero no pasó a mayores, siguió el descubrimiento de varios túneles subterráneos norcoreanos en la frontera, posiblemente para una invasión al sur, lo que aumentó las tensiones y situó a la península al borde de una nueva guerra.
En la década de 1990 y a principios de los 2000 se produjeron tres enfrentamientos navales en aguas limítrofes con muertos de ambos lados; pero fue 2010 el año más tenso, con los incidentes de mayor gravedad hasta la fecha. El 23 de noviembre de ese año Corea del Norte bombardeó la isla surcoreana de Yeonpyeong, en aguas disputadas del Mar Amarillo, dejando cuatro muertos en el primer ataque de artillería sobre territorio enemigo desde la Guerra de Corea.
Seúl respondió con fuego hacia el Norte y por primera vez en décadas se planteó la posibilidad de una guerra inminente, aunque finalmente quedó en un suceso aislado. Meses antes, en marzo de 2010, una explosión hundió la corbeta Cheonan de la Armada surcoreana y murieron 46 marineros. Seúl lo atribuyó a un ataque con un torpedo de Corea del Norte, que negó su implicación. Por otro lado, Pyongyang llevó a cabo seis pruebas nucleares entre 2006 y 2017 que han confirmado al país como potencia atómica de facto pero le han acarreado duras sanciones internacionales, alejando aún más la posibilidad de iniciar negociaciones internacionales para un tratado de paz. Entre todos los países implicados, Corea del Norte es el que más interés ha mostrado por firmar la paz definitiva a lo largo de los últimos 70 años.
En varias ocasiones el régimen de los Kim ha propuesto negociar un acuerdo a Estados Unidos, que por lo general no ha respondido o lo ha hecho de forma negativa. Hay que recordar que Corea del Sur no suscribió el armisticio, por lo que carece de autoridad para decidir, junto a Pyongyang y Washington, sobre su reemplazo por un tratado de paz. Tras débiles intentos de negociaciones en las décadas de 1990 y 2000, la llegada de Donald Trump a la Casa blanca abrió, inesperadamente, una puerta que ya parecía cerrada.
En una primera cumbre en Singapur en 2018, Trump y Kim Jong-un mostraron un claro avance hacia la normalización de las relaciones bilaterales, y con ello el tratado de paz emergió como una posibilidad real. Sin embargo, su segundo encuentro el año siguiente en Hanoi acabó de forma abrupta sin un acuerdo, echando por tierra las esperanzas de poner fin al estado de guerra entre las dos Coreas. El armisticio de 1953, que comenzó como una solución provisional, se ha consolidado como el garante del statu quo en la península coreana en las últimas siete décadas, cuya situación anormal se considera el más claro ejemplo en la actualidad del legado geopolítico que dejó la Guerra Fría. Y, si bien un tratado de paz formal podría poner fin a la guerra en términos legales, el camino hacia una verdadera normalización en las relaciones entre Norte y Sur, separadas por una inmensa brecha política, ideológica y económica, es un desafío de proporciones mucho mayores.