Todos los hombres de Napoleón

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  Por Darcy O’Brien.

Durante su exilio en la isla de Santa Elena, Napoleón recibió la visita de diversos admiradores. Algunos incluso rompieron a llorar al verlo. 

Un día, un admirador se presentó en la puerta de su casa y le preguntó si podía entrar sin molestar a nadie. El secretario de Napoleón le preguntó “sobre su país y su religión”, y él, en respuesta, hizo unas apresuradas señales de la cruz en señal de fraternidad; luego, manteniendo la mirada fija en Napoleón, levantó las manos al cielo y entabló una conversación con él mediante gestos a los que su corpulenta figura daba un aspecto grotesco y a la vez sentimental.

Habría sido difícil demostrar su respeto y admiración de una manera más auténtica. Gruesas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y en un momento determinado balbuceó:

“Dígale a ese querido hombre que no le deseo ningún mal y que le deseo todo lo mejor de corazón. Muchos, como sabéis, piensan como yo: ¡que Napoleón siga prosperando y sano durante muchos años!”

El hombre tenía en la mano un ramo de flores silvestres y se disponía a ofrecérselo, pero, avergonzado o reprimido por lo que sentía, inseguro y conflictivo en su interior, de repente hizo un brusco saludo y desapareció.

Napoleón quedó impresionado por tanto afecto y comentó: “¡Qué fuerte es el poder de la imaginación en los hombres! Aquí hay gente que no me conoce, que nunca me ha visto antes y sólo ha oído hablar de mí, y sin embargo, ¿qué no harían por mí? ¡Y esta extrañeza se repite en todos los países, en todas las épocas, en todos los sexos! ¡Aquí hay fanatismo! Sí, la imaginación gobierna el mundo”.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Diciembre 6, 2024


 

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