En los últimos años hemos podido observar como el aumento del consumo de drogas ha sido exponencial. También hemos sido testigos de una falta de debate racional y se lo toma como algo exclusivamente técnico, abordado por profesionales en forma parcial; también he podido ser testigo directo, de la falta de interés del poder Político y directamente prefieren esconder la cabeza como el avestruz, dejando que todo transcurra. Eso ha permitido que sea cada vez más intenso el consumo de sustancias psicoactivas y la profunda ignorancia social que existe en abordar esta cuestión. Por un lado, la disponibilidad de drogas —legales o ilegales— ha aumentado, y con ella surge una corriente que parece celebrar el “disfrute” como fin en sí mismo. Por otro, voces críticas advierten questa actitud puede reflejar un vacío de referencias morales y una tendencia al relativismo que diluye los límites tradicionales.
EL CONTEXTO DE LA PERMISIVIDAD
La cultura del consumo, impulsada por la publicidad y la economía donde exalta la ley de la oferta y la demanda, tiende a valorar la gratificación inmediata. En este marco, el uso de drogas puede presentarse como una opción más dentro de un abanico de “productos” destinados al goce, al placer inmediato, por supuesto, que quienes se benefician son los grupos narcos organizados, quienes a través de la corrupción de los organismos del estado permiten que el consumo se difunda en forma impune.
LA FAMILIA SE ROMPIÓ Y EXISTE UNA SUBVERSIÓN DE VALORES.
En los últimos días volvió a resonar una escena que ilustra la crisis de valores que atraviesa nuestra sociedad: una madre, al enterarse de que su hijo consume drogas, su esposo que lo había reprendido, le dice: “¡que lo deje disfrutar!”. Esa frase, más que una muestra de compasión, revela la profunda desconexión entre la lógica del placer inmediato y la responsabilidad que implica cuidar a otro ser humano, sobre todo a un hijo. Es un síntoma de un sistema que, al promover el consumismo desenfrenado, ha creado consumidores antes que ciudadanos.
RELATIVISMO Y NIHILISMO
El relativismo moral sostiene que no existen verdades absolutas y que cada individuo debe definir lo que es correcto para sí mismo. Cuando este principio se lleva al extremo, puede derivar en nihilismo: la creencia de que nada tiene significado o valor intrínseco. En ese escenario, las normas sociales y los límites éticos pierden peso, y la búsqueda del placer se vuelve la única guía aparente. El hedonismo se transforma en un estilo de vida, impulsado por toda una corriente economicista que en definitiva, sacan provecho de las debilidades y los vicios, a que el hombre es empujado.
CONSECUENCIAS SOCIALES
– Salud pública: el aumento del consumo de sustancias está asociado a mayores problemas de salud, adicción y mortalidad.
– Familia y comunidad: la normalización del uso de drogas puede generar tensiones familiares, los hogares, se transforman en un verdadero infierno, cuando se desata una crisis producto de uno de sus miembros y sobre todo de los hijos, cuando se hacen adictos a los estupefacientes.
– Desigualdad: la disponibilidad de drogas legales (como el alcohol y el tabaco) y la falta de acceso a tratamientos adecuados pueden profundizar brechas entre grupos vulnerables.
PENALIZAMOS AL TRAFICANTE, NO AL CONSUMIDOR
El traficante es el verdadero motor del daño: introduce la sustancia, la comercializa y se lucra con la adicción. La ley debe ser implacable con quienes destruyen vidas a cambio de lucro. No basta con multas simbólicas; se requieren penas que reflejen la gravedad del delito y que sirvan de verdadero disuasivo.
También deben recibir penas durísimas quienes capitalizan dinero del comercio ilegal de las drogas, haciendo grandes inversiones o lavando dinero en distintos lugares que el sistema capitalista, carente de moral, permite que se lleve a cabo, como así también con el sistema político y los organismos del estado que faciliten o comercialicen que esta grave arma de exterminio masivo, como son las drogas.
TRATAMIENTO ADECUADO PARA EL CONSUMIDOR
Sin embargo, castigar al consumidor no soluciona el problema. La drogadicción es, en muchos casos, una enfermedad que requiere atención médica, psicológica y social. Es imprescindible que el Estado ofrezca programas de rehabilitación gratuitos, con seguimiento y reinserción laboral, de modo que la persona que ha caído en la dependencia pueda recuperar su dignidad y su lugar en la comunidad.
En este sentido, es importante reconocer que el consumidor primero actúa como un “vicioso”, guiado por el placer inmediato, y luego se transforma en un “enfermo” que necesita ayuda profesional.
COMBATIR EL CONSUMISMO QUE GENERA ADICTOS
El modelo de “todo ya, todo al instante” alimenta la idea de que la felicidad se compra y se consume. La publicidad, la cultura del “likes” y la oferta ilimitada de productos –incluidas las drogas– crean un vacío existencial que muchos intentan llenar con sustancias ilegales. Es necesario promover una educación que valore la sobriedad, el esfuerzo y la realización personal más allá del placer momentáneo. En la famosa y ya remanida “Guerra Cultural”, se ha vaciado al hombre de todo contenido, sobre todo en el aspecto que tiene que ver con lo trascendente, ya no existe una verdad revelada y por lo que todo es relativo, como dije antes, entonces: al no existir una verdad absoluta, no podemos decir, “Que es lo que está bien y que es lo que está mal”, por lo que es necesario redefinir políticas públicas educativas, donde se recupere el Orden y la armonía del hombre, pero no el Orden como una cuestión reglamentarista, sino un Orden que establezca lo jerárquico , la ley y por supuesto la autoridad como una cuestión esencial.
RECUPERAR LA AUTORIDAD Y LAS JERARQUÍAS NATURALES
La autoridad no es sinónimo de autoritarismo; es la expresión de una jerarquía natural que guía y protege. Padres, maestros, autoridades eclesiásticas y autoridades civiles deben ejercer su rol con humildad y firmeza, sirviendo como ejemplos de integridad. Cuando la autoridad se fundamenta en la verdad y en el bien común, se gana el respeto y se evita el caos del subjetivismo normativo.
A MANERA DE EPILOGO:
Para frenar la expansión de la droga y del consumismo debemos actuar en varios frentes en forma simultánea, pero debemos establecer objetivos: 1) en lo inmediato: castigar al traficante y ofrecer tratamiento digno al consumidor, reconociendo que el consumidor primero es un “vicioso” y luego se convierte en un “enfermo”. 2) En lo mediato: al mismo tiempo, necesitamos reconstruir un marco moral basado en valores superiores, que recupere la autoridad legítima y que devuelva a la sociedad un sentido de propósito más allá del placer inmediato. Sólo así podremos construir una comunidad donde la verdadera felicidad no se mida por el consumo, sino por la vida plena y responsable que todos merecemos.3) Y en un largo, plazo, establecer políticas para recuperar la familia tradicional y Políticas Públicas Educativas, modificando las actuales basado en el constructivismo y la psicogénesis de la lectoescritura, que ha sido la predominante desde la década de los 80.
♠
Por Oscar Alberto Sosa.
Comisario Inspector (RA)
Policía Provincia de Buenos Aires
En los últimos años hemos podido observar como el aumento del consumo de drogas ha sido exponencial. También hemos sido testigos de una falta de debate racional y se lo toma como algo exclusivamente técnico, abordado por profesionales en forma parcial; también he podido ser testigo directo, de la falta de interés del poder Político y directamente prefieren esconder la cabeza como el avestruz, dejando que todo transcurra. Eso ha permitido que sea cada vez más intenso el consumo de sustancias psicoactivas y la profunda ignorancia social que existe en abordar esta cuestión. Por un lado, la disponibilidad de drogas —legales o ilegales— ha aumentado, y con ella surge una corriente que parece celebrar el “disfrute” como fin en sí mismo. Por otro, voces críticas advierten questa actitud puede reflejar un vacío de referencias morales y una tendencia al relativismo que diluye los límites tradicionales.
La cultura del consumo, impulsada por la publicidad y la economía donde exalta la ley de la oferta y la demanda, tiende a valorar la gratificación inmediata. En este marco, el uso de drogas puede presentarse como una opción más dentro de un abanico de “productos” destinados al goce, al placer inmediato, por supuesto, que quienes se benefician son los grupos narcos organizados, quienes a través de la corrupción de los organismos del estado permiten que el consumo se difunda en forma impune.
En los últimos días volvió a resonar una escena que ilustra la crisis de valores que atraviesa nuestra sociedad: una madre, al enterarse de que su hijo consume drogas, su esposo que lo había reprendido, le dice: “¡que lo deje disfrutar!”. Esa frase, más que una muestra de compasión, revela la profunda desconexión entre la lógica del placer inmediato y la responsabilidad que implica cuidar a otro ser humano, sobre todo a un hijo. Es un síntoma de un sistema que, al promover el consumismo desenfrenado, ha creado consumidores antes que ciudadanos.
El relativismo moral sostiene que no existen verdades absolutas y que cada individuo debe definir lo que es correcto para sí mismo. Cuando este principio se lleva al extremo, puede derivar en nihilismo: la creencia de que nada tiene significado o valor intrínseco. En ese escenario, las normas sociales y los límites éticos pierden peso, y la búsqueda del placer se vuelve la única guía aparente. El hedonismo se transforma en un estilo de vida, impulsado por toda una corriente economicista que en definitiva, sacan provecho de las debilidades y los vicios, a que el hombre es empujado.
– Salud pública: el aumento del consumo de sustancias está asociado a mayores problemas de salud, adicción y mortalidad.
– Familia y comunidad: la normalización del uso de drogas puede generar tensiones familiares, los hogares, se transforman en un verdadero infierno, cuando se desata una crisis producto de uno de sus miembros y sobre todo de los hijos, cuando se hacen adictos a los estupefacientes.
– Desigualdad: la disponibilidad de drogas legales (como el alcohol y el tabaco) y la falta de acceso a tratamientos adecuados pueden profundizar brechas entre grupos vulnerables.
El traficante es el verdadero motor del daño: introduce la sustancia, la comercializa y se lucra con la adicción. La ley debe ser implacable con quienes destruyen vidas a cambio de lucro. No basta con multas simbólicas; se requieren penas que reflejen la gravedad del delito y que sirvan de verdadero disuasivo.
También deben recibir penas durísimas quienes capitalizan dinero del comercio ilegal de las drogas, haciendo grandes inversiones o lavando dinero en distintos lugares que el sistema capitalista, carente de moral, permite que se lleve a cabo, como así también con el sistema político y los organismos del estado que faciliten o comercialicen que esta grave arma de exterminio masivo, como son las drogas.
Sin embargo, castigar al consumidor no soluciona el problema. La drogadicción es, en muchos casos, una enfermedad que requiere atención médica, psicológica y social. Es imprescindible que el Estado ofrezca programas de rehabilitación gratuitos, con seguimiento y reinserción laboral, de modo que la persona que ha caído en la dependencia pueda recuperar su dignidad y su lugar en la comunidad.
En este sentido, es importante reconocer que el consumidor primero actúa como un “vicioso”, guiado por el placer inmediato, y luego se transforma en un “enfermo” que necesita ayuda profesional.
El modelo de “todo ya, todo al instante” alimenta la idea de que la felicidad se compra y se consume. La publicidad, la cultura del “likes” y la oferta ilimitada de productos –incluidas las drogas– crean un vacío existencial que muchos intentan llenar con sustancias ilegales. Es necesario promover una educación que valore la sobriedad, el esfuerzo y la realización personal más allá del placer momentáneo. En la famosa y ya remanida “Guerra Cultural”, se ha vaciado al hombre de todo contenido, sobre todo en el aspecto que tiene que ver con lo trascendente, ya no existe una verdad revelada y por lo que todo es relativo, como dije antes, entonces: al no existir una verdad absoluta, no podemos decir, “Que es lo que está bien y que es lo que está mal”, por lo que es necesario redefinir políticas públicas educativas, donde se recupere el Orden y la armonía del hombre, pero no el Orden como una cuestión reglamentarista, sino un Orden que establezca lo jerárquico , la ley y por supuesto la autoridad como una cuestión esencial.
La autoridad no es sinónimo de autoritarismo; es la expresión de una jerarquía natural que guía y protege. Padres, maestros, autoridades eclesiásticas y autoridades civiles deben ejercer su rol con humildad y firmeza, sirviendo como ejemplos de integridad. Cuando la autoridad se fundamenta en la verdad y en el bien común, se gana el respeto y se evita el caos del subjetivismo normativo.
A MANERA DE EPILOGO:
Para frenar la expansión de la droga y del consumismo debemos actuar en varios frentes en forma simultánea, pero debemos establecer objetivos: 1) en lo inmediato: castigar al traficante y ofrecer tratamiento digno al consumidor, reconociendo que el consumidor primero es un “vicioso” y luego se convierte en un “enfermo”. 2) En lo mediato: al mismo tiempo, necesitamos reconstruir un marco moral basado en valores superiores, que recupere la autoridad legítima y que devuelva a la sociedad un sentido de propósito más allá del placer inmediato. Sólo así podremos construir una comunidad donde la verdadera felicidad no se mida por el consumo, sino por la vida plena y responsable que todos merecemos.3) Y en un largo, plazo, establecer políticas para recuperar la familia tradicional y Políticas Públicas Educativas, modificando las actuales basado en el constructivismo y la psicogénesis de la lectoescritura, que ha sido la predominante desde la década de los 80.
PrisioneroEnArgentina.com
Nov 25, 2025