La libertad es un derecho inalienable de los hombres. Pero este derecho trae consigo también una gran responsabilidad. En un estado de libertad, el individuo es el único responsable de las consecuencias de sus actos. Por lo tanto, es vital ser completamente conscientes de nuestras acciones.
Habiendo entendido lo anterior, una de las posibles razones por las cuales las personas huyen de la libertad y todo lo que ésta trae consigo, se debe a la visión malévola que crean sobre la realidad. Mucha gente tiene como imaginario un mundo donde la regla que rige es el fracaso, donde aquellos pocos que triunfan nunca lo hacen sin haber pisoteado algunas cabezas, donde las personas constantemente conspiran unas con otras para imponer su voluntad sobre los demás, y lo más importante, donde las cosas independientemente de los méritos individuales tienden a salir mal, ergo, un sistema basado en la libertad de acción no puede encajar en sus mentes. Dado lo anterior, las personas propugnan por un sistema que se ajuste a su visión pesimista y que minimice las tragedias de su pseudomundo. De esta forma, el estado de bienestar nace como un “seguro contra la realidad” para aplacar el sufrimiento de estas personas, brindándoles a través de una distribución de la renta, algunas mínimas condiciones para garantizarles una vida más tolerable.
Aunque dejando de lado las cuestiones filosóficas, la elección de delegar una decisión personal a un tercero, es completamente personal. El problema radica en que aun cuando las personas de alguna forma quieran o necesiten ser ayudadas, bajo este sistema autoritario no tienen ninguna escapatoria ni tampoco poder de elección sobre las medidas que se implementan, ya que es el estado quien tiene el control absoluto de la cuestión y es éste también quien impondrá las condiciones.
Sin embargo el problema subsiste, y a pesar de que pareciera no haber remedio alguno que no empeore la situación, existen algunas formas que realmente tienen potencial de ayudar a las personas. Pero el punto esencial, es que lo hacen sin pasar por encima de sus derechos individuales y dándoles la posibilidad de tomar sus propias decisiones voluntarias. Este es el caso del paternalismo libertario, que por medio de pequeños empujones y preservando la libertad, puede lograr grandes resultados, ya sea, invirtiendo los roles predeterminados para que un beneficio sea automáticamente asignado, concientizando mediante avisos en algunos productos que causen algún perjuicio a la salud, informando a las personas de qué forma obtener un seguro de vida o brindando instrucciones para acceder a un plan de ahorro.
No obstante, los nudges no necesariamente son solo iniciativas privadas, sino que también, pueden provenir del sector público. Si bien los nudges pueden ayudar a las personas marcándoles el mejor camino, es fundamental ser prudentes a la hora de sacar conclusiones, ya que después de todo, se trata de normas donde es el estado quien actúa como precursor de estos métodos paternalistas, y por lo tanto, surgen algunas dudas legítimas sobre este asunto, porque si se trata de intentar alterar las conductas de las personas, es mejor tener alguna forma de regular las intromisiones para que la cuestión no se vaya de las manos, y que a fin de cuentas, solo se reduzca a un grupo de personas imponiendo intensas y fuertes obligaciones sobre otras.
Cuando se trata de una empresa privada intentando cambiar a mejor la conducta de sus clientes, si los medios que se utilizan son muy invasivos, siempre se corre el riesgo de que los consumidores terminen abandonando los servicios. Las medidas impulsadas por instituciones privadas siempre están limitadas, ya que si estas no generan ventas no pueden subsistir, por lo tanto, en una economía de libre mercado, los nudges solo son objetivos de un segundo orden, y es de tal forma, en que haciendo uso del término económico “la soberanía del consumidor”, el mercado crea una barrera natural que protege a las personas e impide los abusos.
De forma opuesta, cuando se trata del estado intentando cambiar las conductas de la gente, no puede haber límite alguno que regule las conductas de este, ya que los fines perseguidos por el organismo estatal, obedecen a la escala valorativa del gobierno de turno, la cual claramente deviene de sus ideales. Es por eso que cuando se trata de instituciones públicas, las reglas del juego son inestables[1]. Pero si los derechos individuales no son de un orden primario, la libertad está en constante riesgo, y a diferencia del mercado, aquí no existe barrera permanente y mucho menos natural que nos proteja. Entonces, en el eventual caso de que los nudges impulsados por instituciones estatales no funcionen o no tengan los efectos esperados, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Cómo evitar que gradualmente se transformen en imposiciones tiránicas cuando el valor supremo que se persigue es el bien común, y para lograr esto no existe límite alguno? ¿A qué precio se buscara el bien común? De nada importa responder estas preguntas, porque ese objetivo es un fin en sí mismo.
Los nudges están pensados para mejorar la conducta de las personas, aunque siempre respetando su libertad. Ciertamente la intención es bastante buena, pero cuando en la ecuación es introducido el estado, dada la naturaleza de éste, la situación se vuelve no tan deseable. Quizás ahí está la causa de la incompatibilidad, intentar unir dos conceptos esencialmente opuestos.
1 Aun cuando un liberal ocupe el gobierno y las reglas del juego sean equiparables a las del mercado, no lo hará de forma permanente, y tarde o temprano regresará al poder un gobierno que tengo una escala de valores distinta.
Por FRANCO ALBERTI.
La libertad es un derecho inalienable de los hombres. Pero este derecho trae consigo también una gran responsabilidad. En un estado de libertad, el individuo es el único responsable de las consecuencias de sus actos. Por lo tanto, es vital ser completamente conscientes de nuestras acciones.
Habiendo entendido lo anterior, una de las posibles razones por las cuales las personas huyen de la libertad y todo lo que ésta trae consigo, se debe a la visión malévola que crean sobre la realidad. Mucha gente tiene como imaginario un mundo donde la regla que rige es el fracaso, donde aquellos pocos que triunfan nunca lo hacen sin haber pisoteado algunas cabezas, donde las personas constantemente conspiran unas con otras para imponer su voluntad sobre los demás, y lo más importante, donde las cosas independientemente de los méritos individuales tienden a salir mal, ergo, un sistema basado en la libertad de acción no puede encajar en sus mentes. Dado lo anterior, las personas propugnan por un sistema que se ajuste a su visión pesimista y que minimice las tragedias de su pseudomundo. De esta forma, el estado de bienestar nace como un “seguro contra la realidad” para aplacar el sufrimiento de estas personas, brindándoles a través de una distribución de la renta, algunas mínimas condiciones para garantizarles una vida más tolerable.
Aunque dejando de lado las cuestiones filosóficas, la elección de delegar una decisión personal a un tercero, es completamente personal. El problema radica en que aun cuando las personas de alguna forma quieran o necesiten ser ayudadas, bajo este sistema autoritario no tienen ninguna escapatoria ni tampoco poder de elección sobre las medidas que se implementan, ya que es el estado quien tiene el control absoluto de la cuestión y es éste también quien impondrá las condiciones.
Sin embargo el problema subsiste, y a pesar de que pareciera no haber remedio alguno que no empeore la situación, existen algunas formas que realmente tienen potencial de ayudar a las personas. Pero el punto esencial, es que lo hacen sin pasar por encima de sus derechos individuales y dándoles la posibilidad de tomar sus propias decisiones voluntarias. Este es el caso del paternalismo libertario, que por medio de pequeños empujones y preservando la libertad, puede lograr grandes resultados, ya sea, invirtiendo los roles predeterminados para que un beneficio sea automáticamente asignado, concientizando mediante avisos en algunos productos que causen algún perjuicio a la salud, informando a las personas de qué forma obtener un seguro de vida o brindando instrucciones para acceder a un plan de ahorro.
No obstante, los nudges no necesariamente son solo iniciativas privadas, sino que también, pueden provenir del sector público. Si bien los nudges pueden ayudar a las personas marcándoles el mejor camino, es fundamental ser prudentes a la hora de sacar conclusiones, ya que después de todo, se trata de normas donde es el estado quien actúa como precursor de estos métodos paternalistas, y por lo tanto, surgen algunas dudas legítimas sobre este asunto, porque si se trata de intentar alterar las conductas de las personas, es mejor tener alguna forma de regular las intromisiones para que la cuestión no se vaya de las manos, y que a fin de cuentas, solo se reduzca a un grupo de personas imponiendo intensas y fuertes obligaciones sobre otras.
Cuando se trata de una empresa privada intentando cambiar a mejor la conducta de sus clientes, si los medios que se utilizan son muy invasivos, siempre se corre el riesgo de que los consumidores terminen abandonando los servicios. Las medidas impulsadas por instituciones privadas siempre están limitadas, ya que si estas no generan ventas no pueden subsistir, por lo tanto, en una economía de libre mercado, los nudges solo son objetivos de un segundo orden, y es de tal forma, en que haciendo uso del término económico “la soberanía del consumidor”, el mercado crea una barrera natural que protege a las personas e impide los abusos.
De forma opuesta, cuando se trata del estado intentando cambiar las conductas de la gente, no puede haber límite alguno que regule las conductas de este, ya que los fines perseguidos por el organismo estatal, obedecen a la escala valorativa del gobierno de turno, la cual claramente deviene de sus ideales. Es por eso que cuando se trata de instituciones públicas, las reglas del juego son inestables[1]. Pero si los derechos individuales no son de un orden primario, la libertad está en constante riesgo, y a diferencia del mercado, aquí no existe barrera permanente y mucho menos natural que nos proteja. Entonces, en el eventual caso de que los nudges impulsados por instituciones estatales no funcionen o no tengan los efectos esperados, ¿cuál es el siguiente paso? ¿Cómo evitar que gradualmente se transformen en imposiciones tiránicas cuando el valor supremo que se persigue es el bien común, y para lograr esto no existe límite alguno? ¿A qué precio se buscara el bien común? De nada importa responder estas preguntas, porque ese objetivo es un fin en sí mismo.
Los nudges están pensados para mejorar la conducta de las personas, aunque siempre respetando su libertad. Ciertamente la intención es bastante buena, pero cuando en la ecuación es introducido el estado, dada la naturaleza de éste, la situación se vuelve no tan deseable. Quizás ahí está la causa de la incompatibilidad, intentar unir dos conceptos esencialmente opuestos.
1 Aun cuando un liberal ocupe el gobierno y las reglas del juego sean equiparables a las del mercado, no lo hará de forma permanente, y tarde o temprano regresará al poder un gobierno que tengo una escala de valores distinta.
PrisioneroEnArgentina.com
Noviembre 26, 2018
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