Serían las tres de la mañana, sentí apetito y salí a comprarme algo. Ocurre que adquirimos lo justo para el día para no engordar con estas cuarentenas en cadena. El panorama es desolador, son muchos los indigentes durmiendo en las calles, algunos de ellos se los ve con un plato de comida fría, lo miran a uno como pidiéndole ayuda y la tristeza invade los corazones de la buena gente que hay. Los pobres hacen cola en la puerta de los supermercados no para comprar nada sino para recibir la ayuda posible de quienes van allí a hacer sus compras. Nuestros clientes diarios son esos pobres que nos sonríen todos los días casi como para recordarnos que no nos olvidemos de ellos. Forman parte de un nuevo presupuesto, se han transformado en otros hijos más que hemos llegado a tener como fruto de esta pandemia. Con quienes he logrado hablar me manifiestan que en los “paradores oficiales” es imposible alojarse por la cantidad de insectos por un lado y por el otro porque les roban sus pertenecías personales. Esto, según la policía es cierto. Muchos se cobijan y duermen los unos con los otros bien “pegaditos” para brindarse el calor humano, muchas veces ante la falta de frazadas suficientes. Entre ellos reina la solidaridad. Uno les deja un paquete de comida y enseguida les dan a entender que será repartido entre todos los allí presentes. De regreso a mi domicilio, a la pasada le dejo un paquete a una familia. Estar durmiendo en las calles con frío, con la comida fría y sin estar bien abrigado es muy triste. Estas escenas se repiten en muchas ciudades del país, quizás mucho más duras de las que vivimos en la ciudad de Buenos Aires donde falta de todo. ¿Y un baño de agua caliente? Al amanecer se los ve haciendo cola en la Iglesia del Socorro es horrible sentirse “sucio” y usando la misma ropa. He vuelto a casa, son las cuatro de la mañana, miro mi cama y mi mujer durmiendo bien, con “aire-calor” y me invade un momento de reflexión, de meditación y agradecimiento a Dios por todo lo que nos da materialmente. Escribo estas líneas para desahogarme de toda la tristeza que me dio mi salida a la calle en una noche muy fría y con decenas de hombres, mujeres y niños acurrucados en los pasillos de los edificios. Que Dios los bendiga.
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Por FRANCISCO BÉNARD
SOLO POBRES, SOMBRAS Y TRISTEZA.
Serían las tres de la mañana, sentí apetito y salí a comprarme algo. Ocurre que adquirimos lo justo para el día para no engordar con estas cuarentenas en cadena. El panorama es desolador, son muchos los indigentes durmiendo en las calles, algunos de ellos se los ve con un plato de comida fría, lo miran a uno como pidiéndole ayuda y la tristeza invade los corazones de la buena gente que hay. Los pobres hacen cola en la puerta de los supermercados no para comprar nada sino para recibir la ayuda posible de quienes van allí a hacer sus compras. Nuestros clientes diarios son esos pobres que nos sonríen todos los días casi como para recordarnos que no nos olvidemos de ellos. Forman parte de un nuevo presupuesto, se han transformado en otros hijos más que hemos llegado a tener como fruto de esta pandemia. Con quienes he logrado hablar me manifiestan que en los “paradores oficiales” es imposible alojarse por la cantidad de insectos por un lado y por el otro porque les roban sus pertenecías personales. Esto, según la policía es cierto. Muchos se cobijan y duermen los unos con los otros bien “pegaditos” para brindarse el calor humano, muchas veces ante la falta de frazadas suficientes. Entre ellos reina la solidaridad. Uno les deja un paquete de comida y enseguida les dan a entender que será repartido entre todos los allí presentes. De regreso a mi domicilio, a la pasada le dejo un paquete a una familia. Estar durmiendo en las calles con frío, con la comida fría y sin estar bien abrigado es muy triste. Estas escenas se repiten en muchas ciudades del país, quizás mucho más duras de las que vivimos en la ciudad de Buenos Aires donde falta de todo. ¿Y un baño de agua caliente? Al amanecer se los ve haciendo cola en la Iglesia del Socorro es horrible sentirse “sucio” y usando la misma ropa. He vuelto a casa, son las cuatro de la mañana, miro mi cama y mi mujer durmiendo bien, con “aire-calor” y me invade un momento de reflexión, de meditación y agradecimiento a Dios por todo lo que nos da materialmente. Escribo estas líneas para desahogarme de toda la tristeza que me dio mi salida a la calle en una noche muy fría y con decenas de hombres, mujeres y niños acurrucados en los pasillos de los edificios. Que Dios los bendiga.
Francisco Benard
PrisioneroEnArgentina.com
Agosto 10, 2020