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  Por Manuela Ipiña 

 

(1) 

Cansado de escuchar sus problemas y de sentirse observado, aquella noche su ombligo decidió comérselo y, formando un sumidero, se lo tragó en espiral.

Cuando se levantó a la mañana siguiente había perdido los kilos que le estorbaban y las arrugas sonreían al verle por primera vez, libre como un pájaro. Abrió la ventana y echó a volar.

(2) 

Soñó tan bonito aquella noche que despertó con un beso marcado en la frente. Lo partió en diez trocitos y salió a la calle dispuesto a regalarlos en forma de sonrisas.

Al regresar a su casa, catorce sonrisas le abrieron la puerta. Algunas también le besaban la frente.

(3)

Se despertó en una playa con olor a salitre. Salió de la cama y vio que la madera se había hecho marea. Miles de barquitos flotaban en el mar, cargados con los sueños de todos los hombres que algún día vivieron.

Incapaz de elegir a cuál subirse, decidió conocerlos a todos y aquel día no salió.

(4)

Esa mañana la radio le dijo que eligiera el momento en que quería despertarse. Se levantó dos años antes, un treinta de marzo y se puso las gafas de sol. Cogió otra línea de metro, comió en un sitio diferente, fue a otro supermercado, cambió de periódico y de peinado. Al volver a casa, su coche se estampó con otro que giró mal en una rotonda.

Se bajó y era ella. Se dio por vencido y sonrió. Esta vez iba a salir bien porque jugaba con ventaja. Ya sabía que a ella no le gustaban las berenjenas.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Setiembre 15, 2020


 

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