La pequeña ciudad tunecina Sidi Bouzid fue el escenario hace cinco años del detonante de las masivas repuestas en el país y que se conocen en el mundo entero como Primavera Árabe. Tras las manifestaciones, el presidente Zine el Abidine Ben Ali huyó para exiliarse en Arabia Saudí. Hubo varios meses en los que aumentaron los atentados, a pesar de esto la transición hacia la democracia fue un éxito. En la ciudad de Sidi Bouzid un vendedor de verduras se prendió fuego en una señal de protesta. Este acto hizo estallar una ola de manifestaciones que llevaron el 14 de enero de 2011 a la caída del régimen de Zine el Abidine Ben Ali.
En Egipto cayó el régimen de Hosni Mubarak tras décadas al frente del poder.
En Marruecos muchos manifestantes salieron a la calle pero fueron reprimidos por el rey Mohamed VI.
En Libia salieron millones de personas a la calle contra contra Muamar Gadafi, el dictador fue asesinado por el pueblo tras 42 años en el poder.
En Siria, el pueblo acabó con Bashar Al Assad después de 15 años en el poder.
Estos movimientos se repitieron en Yemen contra Ali Abdullah Saleh (21 años entonces); en Argelia contra Abdelaziz Buteflika (12 años entonces). En Jordania fue destituido el primer ministro Samir Rifai
En la actualidad, la situación más dramática se vive en Siria, Libia y Yemen. En estos tres países sigue habiendo una gran cantidad de enfrentamientos. Muchos de estos ciudadanos no se imaginaban el futuro que les esperaba. En Egipto el derrocamiento y encarcelamiento de Mubarak no se saldó con la llegada de los liberales. Por el contrario, los sustitutos llegaron de la mano de los Hermanos Musulmanes, la cofradía que más tarde sería desalojada por los militares. La revolución se quedó en nada. En el caso de Siria el presente es una guerra civil. La revuelta popular quedó en manos de las distintas facciones rebeldes, algunas de ellas ligadas a grupos yihadistas (como es el caso del Frente Al Nosra). El caos permitió que el autodenominado grupo Estado Islámico ampliara sus fronteras, pasando de Irak a Siria y ocupando una parte estratégica del territorio. La Primavera Árabe comenzó en Túnez y este es el único país que ha conseguido hacer una transición hacia la democracia. A pesar de esto su economía está estancada debido entre otras cosas a la caída del turismo tras diversos atentados contra turistas.
Las familias reales de Medio Oriente hasta el momento, han tenido una buena Primavera Árabe, mejor de lo que algunas habrían anticipado. Eso es tan cierto en Jordania y Marruecos como en el Golfo Pérsico. Los gobiernos que han colapsado o tambaleado tenían un modelo parecido a los Estados de estilo soviético, con un partido único mantenido por poderosas estructuras de seguridad. No hay una razón obvia para que sea así. Bahréin ha mostrado que está listo a usar tácticas de seguridad agresivas mientras que otros se han valido de medidas más sutiles, como Qatar, que aumentó el salario de los funcionarios públicos ante la primera señal de agitación. Y, por supuesto, en los reinos del Golfo el descontento es exportable, pues la mayoría de los empleados con los salarios más bajos son migrantes y si empiezan a quejarse por las condiciones de trabajo o a exigir derechos políticos, los pueden mandar a casa. Además, es posible que la gente sienta algún grado de apego hacia sus gobernantes reales, un sentimiento que los autócratas no inspiran, no importa cuán extravagante sea su estilo de vida.
Estados Unidos no ha tenido una buena Primavera Árabe. Tenía una visión clara de un Medio Oriente algo estancado en el que contaba con unas alianzas confiables con países como Egipto, Israel y Arabia Saudita.
No pudo llevarle el ritmo a los eventos en Egipto, que eligió a un islamista, Mohammed Morsi, quien luego fue depuesto por el ejército.
Es difícil para la administración de Barak Obama resolver el acertijo: el problema es que le gustan las elecciones pero no el resultado: una victoria clara para la Hermandad Musulmana. Tampoco le gustan los golpes militares (al menos en el siglo XXI) pero probablemente está lo suficientemente cómoda con un régimen respaldado por los militares que quiere mantener la paz con Israel.
Estados Unidos sigue siendo el superpoder, por supuesto, pero ya no es el que dicta qué pasa en Medio Oriente. Y no está sólo en esa situación: Turquía no supo escoger al ganador en Egipto tampoco y está en aprietos por sus relaciones problemáticas con los rebeldes en Siria.
La velocidad con que las manifestaciones desarmadas contra un gobierno autoritario metamorfosearon en una guerra civil sanguinaria con matices sectarios en Siria impactó a todo el mundo.
Hay tensiones crecientes entre los musulmanes sunitas y chiitas en muchas partes de la región. Irán chiita y Arabia Saudita sunita están ahora efectivamente librando una guerra indirecta en suelo sirio.
La profundización del cisma entre dos ramas de Islam ha llevado a niveles alarmantes de violencia sectaria en Irak también y podría terminar siendo uno de los legados más importantes de estos años de cambio en el mundo árabe.
Nadie habría predicho al principio de la Primavera Árabe que Irán saldría beneficiado.
Al principio del proceso, estaba marginalizado y paralizado por las sanciones impuestas debido a sus ambiciones nucleares. Ahora, es imposible imaginarse una solución para Siria sin el acuerdo iraní y, con su presidencia bajo nueva administración, está incluso hablando con las potencias mundiales sobre su programa nuclear.
Arabia Saudita e Israel están alarmados por la disposición de Washington a hablar con Teherán y cualquier cosa que ponga a esos dos países en el mismo lado de un argumento es, de por sí, histórico.
Es difícil establecer quiénes han sido los ganadores hasta ahora en este proceso. Un ejemplo es el destino de la Hermandad Musulmana en Egipto. Cuando se llevaron a cabo las elecciones tras la deposición de Mubarak, llegó al poder y, tras 80 años en la sombra, el movimiento finalmente parecía destinado a reconstruir el país más grande del Medio Oriente a su imagen y semejanza.
Pero después de que el ejército le forzara a dejar el poder y retornar a la clandestinidad, sus principales líderes enfrentan largas condenas de prisión. Hace un año, la Hermandad parecía ser una de las ganadoras. Ya no.
La suerte de la Hermandad no le convino al políticamente ambicioso Qatar, que la había respaldado durante la lucha por el poder en Egipto. En las primeras etapas de la Primavera Árabe, con Qatar apoyando a los rebeldes libios también, parecía que el pequeño reino tenía la estrategia correcta para expandir su influencia regional. Ya no.
En contraste, la población del Kurdistán iraquí está empezando a perfilarse como ganadora. Quizás hasta esté acercándose a ver realizado su sueño de tener un Estado.
Han vivido en la región norteña del país, en la que hay petróleo, y está desarrollando lazos económicos independientes con su poderoso vecino, Turquía. Tiene una bandera, un himno y un ejército.
Los kurdos de Irak pueden ser los beneficiarios de la lenta desintegración de un país que ya no funciona como un Estado unitario.
El futuro no estará libre de problemas (hay poblaciones kurdas en los vecinos Irán, Siria y Turquía también) pero en ciudades kurdas como Irbil la gente piensa que el futuro es más prometedor y más libre. Ese proceso empezó antes de la Primavera Árabe, por supuesto, pero los kurdos han aprovechado los vientos de cambio que soplan en la región para consolidar logros que ya estaban en camino.
Hay una consecuencia de la Primavera Árabe hasta el momento que es sencillamente deprimente.
Entre la multitud en la Plaza Tahrir al principio del levantamiento en Egipto había muchas mujeres valientes y apasionadas reclamando derechos personales junto con los políticos, que eran el foco de las manifestaciones.
La desilusión fue amarga. Las historias sobre asaltos sexuales en público son aterradoramente comunes y una encuesta de la Fundación Thomson-Reuters señala a Egipto como el peor lugar del mundo árabe para ser mujer. Tuvo malas calificaciones en violencia de género, derechos reproductivos, trato de mujeres en las familias y la inclusión en política y economía.
Cuando empezaron las protestas, hubo mucho entusiasmo en los medios occidentales por el papel de innovaciones como Twitter y Facebook, en parte porque a los periodistas occidentales les gustaban.
Esas redes sociales juegan un rol importante en países como Arabia Saudita, donde le permiten a la gente sortear los rígidos medios oficiales y tener algún debate nacional.
Y tuvieron un papel al principio de los levantamientos también, pero su uso se limitó sobre todo a la élite liberal educada y afluente, y es posible que sus opiniones resonaran más de lo indicado por un rato. Esos liberales laicos al final fueron aplastados en las urnas en Egipto, por ejemplo.
La televisión satelital sigue siendo más importante en países en los que mucha gente es analfabeta y no tiene acceso a internet.
Las ramificaciones de los eventos en Medio Oriente se siguen sintiendo mucho más lejos de las fronteras de los países en los que sucedieron.
Existe la teoría de que el mercado hipotecario en Dubái se disparó pues los ricos de los países desestabilizados, como Egipto, Libia, Siria y Túnez, buscaron un refugio seguro para su dinero, y a veces hasta su familia.
Los efectos se sintieron incluso más lejos, en los mercados de propiedad de Londres y París.
El mapa del Medio Oriente que trazaron Reino Unido y Francia en secreto a mediados de la Primera Guerra Mundial parece que se está desdibujando.
Fue entonces cuando se crearon Estados como Siria e Irak y ahora nadie sabe si existirán en la misma forma en unos cinco años.
Y nadie puede hacer mucho al respecto tampoco: Libia demostró cuáles son los límites de la intervención occidental, con el poderío aéreo británico y francés capaz de apresurar el fin de un viejo gobierno odiado pero incapaz de asegurar que eso fuera seguido por la democracia. O siquiera la estabilidad.
Una antigua lección -que el mundo está volviendo a aprender- es que las revoluciones son impredecibles y que puede tomar años antes de que sus consecuencias sean claras.
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La pequeña ciudad tunecina Sidi Bouzid fue el escenario hace cinco años del detonante de las masivas repuestas en el país y que se conocen en el mundo entero como Primavera Árabe. Tras las manifestaciones, el presidente Zine el Abidine Ben Ali huyó para exiliarse en Arabia Saudí. Hubo varios meses en los que aumentaron los atentados, a pesar de esto la transición hacia la democracia fue un éxito. En la ciudad de Sidi Bouzid un vendedor de verduras se prendió fuego en una señal de protesta. Este acto hizo estallar una ola de manifestaciones que llevaron el 14 de enero de 2011 a la caída del régimen de Zine el Abidine Ben Ali.
En Egipto cayó el régimen de Hosni Mubarak tras décadas al frente del poder.
En Marruecos muchos manifestantes salieron a la calle pero fueron reprimidos por el rey Mohamed VI.
En Libia salieron millones de personas a la calle contra contra Muamar Gadafi, el dictador fue asesinado por el pueblo tras 42 años en el poder.
En Siria, el pueblo acabó con Bashar Al Assad después de 15 años en el poder.
Estos movimientos se repitieron en Yemen contra Ali Abdullah Saleh (21 años entonces); en Argelia contra Abdelaziz Buteflika (12 años entonces). En Jordania fue destituido el primer ministro Samir Rifai
En la actualidad, la situación más dramática se vive en Siria, Libia y Yemen. En estos tres países sigue habiendo una gran cantidad de enfrentamientos. Muchos de estos ciudadanos no se imaginaban el futuro que les esperaba. En Egipto el derrocamiento y encarcelamiento de Mubarak no se saldó con la llegada de los liberales. Por el contrario, los sustitutos llegaron de la mano de los Hermanos Musulmanes, la cofradía que más tarde sería desalojada por los militares. La revolución se quedó en nada. En el caso de Siria el presente es una guerra civil. La revuelta popular quedó en manos de las distintas facciones rebeldes, algunas de ellas ligadas a grupos yihadistas (como es el caso del Frente Al Nosra). El caos permitió que el autodenominado grupo Estado Islámico ampliara sus fronteras, pasando de Irak a Siria y ocupando una parte estratégica del territorio. La Primavera Árabe comenzó en Túnez y este es el único país que ha conseguido hacer una transición hacia la democracia. A pesar de esto su economía está estancada debido entre otras cosas a la caída del turismo tras diversos atentados contra turistas.
Las familias reales de Medio Oriente hasta el momento, han tenido una buena Primavera Árabe, mejor de lo que algunas habrían anticipado. Eso es tan cierto en Jordania y Marruecos como en el Golfo Pérsico. Los gobiernos que han colapsado o tambaleado tenían un modelo parecido a los Estados de estilo soviético, con un partido único mantenido por poderosas estructuras de seguridad. No hay una razón obvia para que sea así. Bahréin ha mostrado que está listo a usar tácticas de seguridad agresivas mientras que otros se han valido de medidas más sutiles, como Qatar, que aumentó el salario de los funcionarios públicos ante la primera señal de agitación. Y, por supuesto, en los reinos del Golfo el descontento es exportable, pues la mayoría de los empleados con los salarios más bajos son migrantes y si empiezan a quejarse por las condiciones de trabajo o a exigir derechos políticos, los pueden mandar a casa. Además, es posible que la gente sienta algún grado de apego hacia sus gobernantes reales, un sentimiento que los autócratas no inspiran, no importa cuán extravagante sea su estilo de vida.
Estados Unidos no ha tenido una buena Primavera Árabe. Tenía una visión clara de un Medio Oriente algo estancado en el que contaba con unas alianzas confiables con países como Egipto, Israel y Arabia Saudita.
No pudo llevarle el ritmo a los eventos en Egipto, que eligió a un islamista, Mohammed Morsi, quien luego fue depuesto por el ejército.
Es difícil para la administración de Barak Obama resolver el acertijo: el problema es que le gustan las elecciones pero no el resultado: una victoria clara para la Hermandad Musulmana. Tampoco le gustan los golpes militares (al menos en el siglo XXI) pero probablemente está lo suficientemente cómoda con un régimen respaldado por los militares que quiere mantener la paz con Israel.
Estados Unidos sigue siendo el superpoder, por supuesto, pero ya no es el que dicta qué pasa en Medio Oriente. Y no está sólo en esa situación: Turquía no supo escoger al ganador en Egipto tampoco y está en aprietos por sus relaciones problemáticas con los rebeldes en Siria.
La velocidad con que las manifestaciones desarmadas contra un gobierno autoritario metamorfosearon en una guerra civil sanguinaria con matices sectarios en Siria impactó a todo el mundo.
Hay tensiones crecientes entre los musulmanes sunitas y chiitas en muchas partes de la región. Irán chiita y Arabia Saudita sunita están ahora efectivamente librando una guerra indirecta en suelo sirio.
La profundización del cisma entre dos ramas de Islam ha llevado a niveles alarmantes de violencia sectaria en Irak también y podría terminar siendo uno de los legados más importantes de estos años de cambio en el mundo árabe.
Nadie habría predicho al principio de la Primavera Árabe que Irán saldría beneficiado.
Al principio del proceso, estaba marginalizado y paralizado por las sanciones impuestas debido a sus ambiciones nucleares. Ahora, es imposible imaginarse una solución para Siria sin el acuerdo iraní y, con su presidencia bajo nueva administración, está incluso hablando con las potencias mundiales sobre su programa nuclear.
Arabia Saudita e Israel están alarmados por la disposición de Washington a hablar con Teherán y cualquier cosa que ponga a esos dos países en el mismo lado de un argumento es, de por sí, histórico.
Es difícil establecer quiénes han sido los ganadores hasta ahora en este proceso. Un ejemplo es el destino de la Hermandad Musulmana en Egipto. Cuando se llevaron a cabo las elecciones tras la deposición de Mubarak, llegó al poder y, tras 80 años en la sombra, el movimiento finalmente parecía destinado a reconstruir el país más grande del Medio Oriente a su imagen y semejanza.
Pero después de que el ejército le forzara a dejar el poder y retornar a la clandestinidad, sus principales líderes enfrentan largas condenas de prisión. Hace un año, la Hermandad parecía ser una de las ganadoras. Ya no.
La suerte de la Hermandad no le convino al políticamente ambicioso Qatar, que la había respaldado durante la lucha por el poder en Egipto. En las primeras etapas de la Primavera Árabe, con Qatar apoyando a los rebeldes libios también, parecía que el pequeño reino tenía la estrategia correcta para expandir su influencia regional. Ya no.
En contraste, la población del Kurdistán iraquí está empezando a perfilarse como ganadora. Quizás hasta esté acercándose a ver realizado su sueño de tener un Estado.
Han vivido en la región norteña del país, en la que hay petróleo, y está desarrollando lazos económicos independientes con su poderoso vecino, Turquía. Tiene una bandera, un himno y un ejército.
Los kurdos de Irak pueden ser los beneficiarios de la lenta desintegración de un país que ya no funciona como un Estado unitario.
El futuro no estará libre de problemas (hay poblaciones kurdas en los vecinos Irán, Siria y Turquía también) pero en ciudades kurdas como Irbil la gente piensa que el futuro es más prometedor y más libre. Ese proceso empezó antes de la Primavera Árabe, por supuesto, pero los kurdos han aprovechado los vientos de cambio que soplan en la región para consolidar logros que ya estaban en camino.
Hay una consecuencia de la Primavera Árabe hasta el momento que es sencillamente deprimente.
Entre la multitud en la Plaza Tahrir al principio del levantamiento en Egipto había muchas mujeres valientes y apasionadas reclamando derechos personales junto con los políticos, que eran el foco de las manifestaciones.
La desilusión fue amarga. Las historias sobre asaltos sexuales en público son aterradoramente comunes y una encuesta de la Fundación Thomson-Reuters señala a Egipto como el peor lugar del mundo árabe para ser mujer. Tuvo malas calificaciones en violencia de género, derechos reproductivos, trato de mujeres en las familias y la inclusión en política y economía.
Cuando empezaron las protestas, hubo mucho entusiasmo en los medios occidentales por el papel de innovaciones como Twitter y Facebook, en parte porque a los periodistas occidentales les gustaban.
Esas redes sociales juegan un rol importante en países como Arabia Saudita, donde le permiten a la gente sortear los rígidos medios oficiales y tener algún debate nacional.
Y tuvieron un papel al principio de los levantamientos también, pero su uso se limitó sobre todo a la élite liberal educada y afluente, y es posible que sus opiniones resonaran más de lo indicado por un rato. Esos liberales laicos al final fueron aplastados en las urnas en Egipto, por ejemplo.
La televisión satelital sigue siendo más importante en países en los que mucha gente es analfabeta y no tiene acceso a internet.
Las ramificaciones de los eventos en Medio Oriente se siguen sintiendo mucho más lejos de las fronteras de los países en los que sucedieron.
Existe la teoría de que el mercado hipotecario en Dubái se disparó pues los ricos de los países desestabilizados, como Egipto, Libia, Siria y Túnez, buscaron un refugio seguro para su dinero, y a veces hasta su familia.
Los efectos se sintieron incluso más lejos, en los mercados de propiedad de Londres y París.
El mapa del Medio Oriente que trazaron Reino Unido y Francia en secreto a mediados de la Primera Guerra Mundial parece que se está desdibujando.
Fue entonces cuando se crearon Estados como Siria e Irak y ahora nadie sabe si existirán en la misma forma en unos cinco años.
Y nadie puede hacer mucho al respecto tampoco: Libia demostró cuáles son los límites de la intervención occidental, con el poderío aéreo británico y francés capaz de apresurar el fin de un viejo gobierno odiado pero incapaz de asegurar que eso fuera seguido por la democracia. O siquiera la estabilidad.
Una antigua lección -que el mundo está volviendo a aprender- es que las revoluciones son impredecibles y que puede tomar años antes de que sus consecuencias sean claras.
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 17, 2020