El segundo gran conflicto mundial dejó en las profundidades del Río de la Plata un objeto que es testimonio de uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente. En 2006 extraían de la bahía de Montevideo un águila con sus alas extendidas y con una esvástica entre sus garras, “una escultura de bronce de unos 300 kilos, 2 metros de alto y casi 3 metros de ancho, con cuidadas terminaciones y en excelente estado de conservación”, describe el empresario Alfredo Etchegaray, que lideraba el equipo de rescate.
El emblema del Tercer Reich se encontraba en la proa del buque de guerra Admiral Graf Spee, que fue el orgullo de la flota nazi por poner en jaque a la poderosa Marina británica hasta diciembre de 1939.
Ocho años le costó a Etchegaray conseguir el permiso para inspeccionar la zona. Ya en 1985 empezó una investigación sobre barcos hundidos en varios archivos europeos y uruguayos. Su obsesión por este navío le llevó a recopilar decenas de cajones con documentos, planos, fotos y recortes de prensa.
Después de una carrera de obstáculos llena de exigencias y plazos impredecibles, además de las dificultades propias de un buceo totalmente ciego en las costas montevideanas, por fin lograba lo que hasta ese momento era una leyenda: “Había rumores de que los alemanes la habrían retirado de forma secreta; también que buzos ingleses podrían haberla recuperado cuando en 1940 rescataron otras piezas para estudiarlas”, relata.
La euforia le duró poco. Se trataba de un hallazgo incómodo que supuso el debate de si un bien cultural de estas características, que conmueve la conciencia de los pueblos, debe excluirse del comercio y el negocio. La exhibición del águila durante un mes en un hotel de Montevideo no estuvo exenta de polémica por una posible exaltación del nazismo, y la pieza terminó encerrada en una fortaleza militar del Estado uruguayo, donde sigue bajo custodia de la Armada desde noviembre de 2006, según cuenta Pablo González, jefe del Departamento de Relaciones Públicas de este organismo.
Fue solo el comienzo de una disputa que alcanzó dimensión internacional. Aunque Alemania ya no tenía derechos sobre los restos, por una ley uruguaya de 1973 que declaraba que todos los naufragios en sus aguas eran de su propiedad, se opuso a que se mostrara en público y a que se subastara, tal y como el empresario había convenido con el Gobierno de Uruguay.
Ante el temor de que se adquiriera para hacer apología del nazismo, las autoridades se han resistido hasta ahora a autorizar su venta. Etchegaray comenzó entonces otra batalla al demandar al Estado. Tras un largo litigio, la justicia condenó el año pasado al Ministerio de Defensa a cumplir el contrato y vender la pieza, que algunas estimaciones valoran en 50 millones de dólares, repartiendo a partes iguales lo recaudado.
El Gobierno de Luis Lacalle, que tomó posesión en marzo, ha pedido tres prórrogas -la última expiró el 30 de noviembre- para tomar la decisión de apelar el fallo judicial o llegar a una conciliación con los demandantes.
El titular de la cartera, Javier García, ya descartó en julio una “subasta inminente” del águila. Etchegaray cree que “tarde o temprano la habrá, a menos que propongan una oferta razonable”, y aclara que “hay una buena disposición de todas las partes para alcanzar un acuerdo”. No obstante, reconoce que “ese proceso puede llevar algunos años”, por lo que anuncia a este diario que ofrecerá la mitad del 50% de sus derechos privados, un 25% del valor total, a socios inversores, permitiendo participaciones desde 25.000 dólares a 2,5 millones. “Las condiciones para quienes estén interesados están en estudio”, continúa.
Aunque la resolución judicial no dispone deferencias por las instituciones y oferentes individuales, el objetivo tendría que ser pedagógico, para extraer las lecciones del Holocausto y otros genocidios. El compromiso del Ministerio, según García, es que no caiga en manos de neonazis. Etchegaray coincide en que “los interesados han de ser museos, Estados, instituciones o la combinación de particulares que garanticen un destino académico, ya que la historia y sus objetos deben recordarse, explicarse y contextualizarse para aprender y no repetir los errores del pasado”.
La Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación está asesorando al Ministerio de Defensa sobre la cuantía que se le debe pagar al rescatador. Su director, William Rey, apunta algo más: “Es el resultado de una política equivocada que arrastra Uruguay por no haber suscrito aún la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático de la Unesco para evitar el saqueo de este tipo de bienes que no son comerciables”. En este sentido, añade, están llevando a cabo las conversaciones políticas necesarias para firmar este acuerdo internacional.
Más allá de la suculenta recompensa, con la misma paciencia y perseverancia de hace 14 años, el empresario, al que a veces se le califica de cazatesoros, reivindica su pasión por la cultura, que en su familia se remonta a 150 años en la historia de Uruguay: “Es indescriptible haber podido encontrar una pieza única vinculada a un acontecimiento tan trascendente”.
“Buque sin ancla, buque sin descanso, buque sin puerto. Observa al fantasma mientras barre el mar. Así lo llaman los españoles y se refieren al Spee”. Es parte de unas anotaciones que alguien dejó junto a unos mapas y fotografías que detallan las travesías a España y que se encontraron en el archivo militar de Friburgo.
El Admiral Graf Spee, uno de los acorazados más famosos del Tercer Reich, puesto en servicio en 1936, participó en la guerra civil española. En concreto, escoltó a los buques alemanes de la marina mercante que transportaban los suministros militares y a la Legión Cóndor en apoyo a la sublevación de Franco.
“No pasó desapercibido. Su intervención es significativa, aportando información valiosa sobre los movimientos y la posición de los barcos de suministro republicanos que le permitió a la flota franquista planificar sus ataques”, explica Floren Dimas, investigador y miembro de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio.
En este escenario probó su potencial hasta que en agosto de 1939 partió de Alemania con rumbo al Atlántico Sur. Con la única misión de interceptar las rutas comerciales para impedir el abastecimiento del enemigo, fundamentalmente británico, actuaba como un verdadero corsario, cambiando de nombre, bandera y hasta de estructura para camuflarse.
Conocido como el terror de las aguas, sembró el pánico en el Atlántico Sur después de capturar y hundir nueve buques mercantes en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, siendo el que cosechó más éxitos después del Admiral Scheer, dos de los tres navíos de la serie Panzerschiff, acorazados de bolsillo fuertemente armados de menos de 10.000 toneladas (el límite permitido por el Tratado de Versalles tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial).
La Armada inglesa, viendo sus recursos gravemente mermados, idearía un plan para darle caza. Sus barcos de guerra Ajax, Achilles y Exeter lo esperaban frente a la localidad uruguaya de Punta del Este, a unos 130 km de la capital, cuando en el amanecer del 13 de diciembre de 1939 el Graf Spee abrió fuego, iniciando la Batalla del Río de la Plata, uno de los primeros enfrentamientos navales entre ingleses y alemanes en la Segunda Guerra Mundial y el único episodio de esta contienda que se desarrolló en América del Sur.
Tras un fiero combate de algo más de una hora, rehuyendo el ataque definitivo, se refugió a medianoche en el puerto de Montevideo, entonces neutral, para desembarcar a los heridos y enterrar a los caídos (una treintena). En opinión del escritor e investigador Juan Antonio Varese, el capitán Hans Langsdorff “no tomó esa decisión por cobardía, sino por humanidad”, logrando poner a salvo a una tripulación de más de mil hombres.
Con la idea fija de continuar su misión y después regresar a su país, Langsdorff comenzó intensas negociaciones para conseguir víveres -solo le quedaban para tres días- y reparar las averías que, aunque no eran importantes, le impedían navegar en alta mar.
Nada sabía este oficial del alineamiento de los uruguayos con los norteamericanos e ingleses incluso antes de que las naciones latinoamericanas declarasen formalmente la guerra al Eje. Las presiones del Gobierno británico a las autoridades uruguayas se tradujeron en que le conminaron a abandonar el puerto en 72 horas.
Entretanto, comenzaba una batalla diplomática plagada de mensajes confusos e informes del espionaje inglés que le hicieron creer que estaban cercados por una armada que bloqueba el Río de la Plata.
Montevideo se convirtió en una ratonera. En la tarde del 17 de diciembre, poco antes de que se cumpliera el plazo, el Graf Spee levó anclas y a 4 millas de la costa, por orden de su capitán, lo dinamitaron y hundieron para impedir que el enemigo se apoderase del casco, lo reflotase y lo llevase como un triunfo a Inglaterra.
Él mismo y la tripulación escaparon en un mercante alemán y en varios remolcadores rumbo a Buenos Aires. “Su gestión heroica lo convirtió en un verdadero capitán de barco y de hombres”, indica Varese, que destaca la personalidad y el comportamiento de Langsdorff, que fue reconocido como “un caballero de los mares” incluso por las tripulaciones de los barcos británicos que capturó.
Sin embargo, su reputación en el país germano quedó manchada durante bastante tiempo. El Tercer Reich no vio con buenos ojos que la suerte personal del comandante se separase de la de su navío.
Tres días después, tras participar en una cena en su homenaje, regresó a su cuarto en donde escribió tres cartas: a su esposa, sus padres y al embajador alemán en Argentina. Se envolvió en la bandera nazi vestido con su uniforme de gala y se pegó un tiro en la cabeza. “Su honor de marino ante todo”, prosigue Varese, que recalca que “cumplió con la orden de no entregar el barco para evitar que los aliados descubrieran secretos técnicos que habían desarrollado los alemanes”.
El moderno Graf Spee, versátil, liviano y veloz, era descrito como una maravilla tecnológica que incorporaba los últimos avances armamentísticos. Con enorme poder de fuego, cuando tiraba pegaba, gracias a la capacidad y precisión de su telémetro, que le permitía obtener la distancia al blanco.
Los secretos de esta joya de la ingeniería naval alemana se quedaron en el fondo del Río de la Plata hasta que en 2004 Alfredo Etchegaray sacó también este dispositivo, de 27 toneladas, que hoy se exhibe en las instalaciones del puerto de Montevideo.
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El segundo gran conflicto mundial dejó en las profundidades del Río de la Plata un objeto que es testimonio de uno de los capítulos más oscuros de la historia reciente. En 2006 extraían de la bahía de Montevideo un águila con sus alas extendidas y con una esvástica entre sus garras, “una escultura de bronce de unos 300 kilos, 2 metros de alto y casi 3 metros de ancho, con cuidadas terminaciones y en excelente estado de conservación”, describe el empresario Alfredo Etchegaray, que lideraba el equipo de rescate.
El emblema del Tercer Reich se encontraba en la proa del buque de guerra Admiral Graf Spee, que fue el orgullo de la flota nazi por poner en jaque a la poderosa Marina británica hasta diciembre de 1939.
Ocho años le costó a Etchegaray conseguir el permiso para inspeccionar la zona. Ya en 1985 empezó una investigación sobre barcos hundidos en varios archivos europeos y uruguayos. Su obsesión por este navío le llevó a recopilar decenas de cajones con documentos, planos, fotos y recortes de prensa.
Después de una carrera de obstáculos llena de exigencias y plazos impredecibles, además de las dificultades propias de un buceo totalmente ciego en las costas montevideanas, por fin lograba lo que hasta ese momento era una leyenda: “Había rumores de que los alemanes la habrían retirado de forma secreta; también que buzos ingleses podrían haberla recuperado cuando en 1940 rescataron otras piezas para estudiarlas”, relata.
La euforia le duró poco. Se trataba de un hallazgo incómodo que supuso el debate de si un bien cultural de estas características, que conmueve la conciencia de los pueblos, debe excluirse del comercio y el negocio. La exhibición del águila durante un mes en un hotel de Montevideo no estuvo exenta de polémica por una posible exaltación del nazismo, y la pieza terminó encerrada en una fortaleza militar del Estado uruguayo, donde sigue bajo custodia de la Armada desde noviembre de 2006, según cuenta Pablo González, jefe del Departamento de Relaciones Públicas de este organismo.
Fue solo el comienzo de una disputa que alcanzó dimensión internacional. Aunque Alemania ya no tenía derechos sobre los restos, por una ley uruguaya de 1973 que declaraba que todos los naufragios en sus aguas eran de su propiedad, se opuso a que se mostrara en público y a que se subastara, tal y como el empresario había convenido con el Gobierno de Uruguay.
Ante el temor de que se adquiriera para hacer apología del nazismo, las autoridades se han resistido hasta ahora a autorizar su venta. Etchegaray comenzó entonces otra batalla al demandar al Estado. Tras un largo litigio, la justicia condenó el año pasado al Ministerio de Defensa a cumplir el contrato y vender la pieza, que algunas estimaciones valoran en 50 millones de dólares, repartiendo a partes iguales lo recaudado.
El Gobierno de Luis Lacalle, que tomó posesión en marzo, ha pedido tres prórrogas -la última expiró el 30 de noviembre- para tomar la decisión de apelar el fallo judicial o llegar a una conciliación con los demandantes.
El titular de la cartera, Javier García, ya descartó en julio una “subasta inminente” del águila. Etchegaray cree que “tarde o temprano la habrá, a menos que propongan una oferta razonable”, y aclara que “hay una buena disposición de todas las partes para alcanzar un acuerdo”. No obstante, reconoce que “ese proceso puede llevar algunos años”, por lo que anuncia a este diario que ofrecerá la mitad del 50% de sus derechos privados, un 25% del valor total, a socios inversores, permitiendo participaciones desde 25.000 dólares a 2,5 millones. “Las condiciones para quienes estén interesados están en estudio”, continúa.
Aunque la resolución judicial no dispone deferencias por las instituciones y oferentes individuales, el objetivo tendría que ser pedagógico, para extraer las lecciones del Holocausto y otros genocidios. El compromiso del Ministerio, según García, es que no caiga en manos de neonazis. Etchegaray coincide en que “los interesados han de ser museos, Estados, instituciones o la combinación de particulares que garanticen un destino académico, ya que la historia y sus objetos deben recordarse, explicarse y contextualizarse para aprender y no repetir los errores del pasado”.
La Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación está asesorando al Ministerio de Defensa sobre la cuantía que se le debe pagar al rescatador. Su director, William Rey, apunta algo más: “Es el resultado de una política equivocada que arrastra Uruguay por no haber suscrito aún la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático de la Unesco para evitar el saqueo de este tipo de bienes que no son comerciables”. En este sentido, añade, están llevando a cabo las conversaciones políticas necesarias para firmar este acuerdo internacional.
Más allá de la suculenta recompensa, con la misma paciencia y perseverancia de hace 14 años, el empresario, al que a veces se le califica de cazatesoros, reivindica su pasión por la cultura, que en su familia se remonta a 150 años en la historia de Uruguay: “Es indescriptible haber podido encontrar una pieza única vinculada a un acontecimiento tan trascendente”.
“Buque sin ancla, buque sin descanso, buque sin puerto. Observa al fantasma mientras barre el mar. Así lo llaman los españoles y se refieren al Spee”. Es parte de unas anotaciones que alguien dejó junto a unos mapas y fotografías que detallan las travesías a España y que se encontraron en el archivo militar de Friburgo.
El Admiral Graf Spee, uno de los acorazados más famosos del Tercer Reich, puesto en servicio en 1936, participó en la guerra civil española. En concreto, escoltó a los buques alemanes de la marina mercante que transportaban los suministros militares y a la Legión Cóndor en apoyo a la sublevación de Franco.
“No pasó desapercibido. Su intervención es significativa, aportando información valiosa sobre los movimientos y la posición de los barcos de suministro republicanos que le permitió a la flota franquista planificar sus ataques”, explica Floren Dimas, investigador y miembro de la Asociación Archivo, Guerra y Exilio.
En este escenario probó su potencial hasta que en agosto de 1939 partió de Alemania con rumbo al Atlántico Sur. Con la única misión de interceptar las rutas comerciales para impedir el abastecimiento del enemigo, fundamentalmente británico, actuaba como un verdadero corsario, cambiando de nombre, bandera y hasta de estructura para camuflarse.
Conocido como el terror de las aguas, sembró el pánico en el Atlántico Sur después de capturar y hundir nueve buques mercantes en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, siendo el que cosechó más éxitos después del Admiral Scheer, dos de los tres navíos de la serie Panzerschiff, acorazados de bolsillo fuertemente armados de menos de 10.000 toneladas (el límite permitido por el Tratado de Versalles tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial).
La Armada inglesa, viendo sus recursos gravemente mermados, idearía un plan para darle caza. Sus barcos de guerra Ajax, Achilles y Exeter lo esperaban frente a la localidad uruguaya de Punta del Este, a unos 130 km de la capital, cuando en el amanecer del 13 de diciembre de 1939 el Graf Spee abrió fuego, iniciando la Batalla del Río de la Plata, uno de los primeros enfrentamientos navales entre ingleses y alemanes en la Segunda Guerra Mundial y el único episodio de esta contienda que se desarrolló en América del Sur.
Tras un fiero combate de algo más de una hora, rehuyendo el ataque definitivo, se refugió a medianoche en el puerto de Montevideo, entonces neutral, para desembarcar a los heridos y enterrar a los caídos (una treintena). En opinión del escritor e investigador Juan Antonio Varese, el capitán Hans Langsdorff “no tomó esa decisión por cobardía, sino por humanidad”, logrando poner a salvo a una tripulación de más de mil hombres.
Con la idea fija de continuar su misión y después regresar a su país, Langsdorff comenzó intensas negociaciones para conseguir víveres -solo le quedaban para tres días- y reparar las averías que, aunque no eran importantes, le impedían navegar en alta mar.
Nada sabía este oficial del alineamiento de los uruguayos con los norteamericanos e ingleses incluso antes de que las naciones latinoamericanas declarasen formalmente la guerra al Eje. Las presiones del Gobierno británico a las autoridades uruguayas se tradujeron en que le conminaron a abandonar el puerto en 72 horas.
Entretanto, comenzaba una batalla diplomática plagada de mensajes confusos e informes del espionaje inglés que le hicieron creer que estaban cercados por una armada que bloqueba el Río de la Plata.
Montevideo se convirtió en una ratonera. En la tarde del 17 de diciembre, poco antes de que se cumpliera el plazo, el Graf Spee levó anclas y a 4 millas de la costa, por orden de su capitán, lo dinamitaron y hundieron para impedir que el enemigo se apoderase del casco, lo reflotase y lo llevase como un triunfo a Inglaterra.
Él mismo y la tripulación escaparon en un mercante alemán y en varios remolcadores rumbo a Buenos Aires. “Su gestión heroica lo convirtió en un verdadero capitán de barco y de hombres”, indica Varese, que destaca la personalidad y el comportamiento de Langsdorff, que fue reconocido como “un caballero de los mares” incluso por las tripulaciones de los barcos británicos que capturó.
Sin embargo, su reputación en el país germano quedó manchada durante bastante tiempo. El Tercer Reich no vio con buenos ojos que la suerte personal del comandante se separase de la de su navío.
Tres días después, tras participar en una cena en su homenaje, regresó a su cuarto en donde escribió tres cartas: a su esposa, sus padres y al embajador alemán en Argentina. Se envolvió en la bandera nazi vestido con su uniforme de gala y se pegó un tiro en la cabeza. “Su honor de marino ante todo”, prosigue Varese, que recalca que “cumplió con la orden de no entregar el barco para evitar que los aliados descubrieran secretos técnicos que habían desarrollado los alemanes”.
El moderno Graf Spee, versátil, liviano y veloz, era descrito como una maravilla tecnológica que incorporaba los últimos avances armamentísticos. Con enorme poder de fuego, cuando tiraba pegaba, gracias a la capacidad y precisión de su telémetro, que le permitía obtener la distancia al blanco.
Los secretos de esta joya de la ingeniería naval alemana se quedaron en el fondo del Río de la Plata hasta que en 2004 Alfredo Etchegaray sacó también este dispositivo, de 27 toneladas, que hoy se exhibe en las instalaciones del puerto de Montevideo.
PrisioneroEnArgentina.com
Enero 5, 2021