Llega la Navidad y junto con ella se enciende una luz de esperanza… el niñito Jesús vuelve a nacer… y nos vuelve a recordar, que no debemos sentar nuestras esperanzas en las realidades mundanas… Nuestra Esperanza debe centrarse en Cristo… en ese Dios que se hizo hombre, que se hizo polvo, que se hizo sufrimiento, para demostrarnos que para los cristianos la Gloria viene acompañada de la Cruz.
Es cierto que la cruz que llevan ustedes, mis queridos presos políticos, parece ser de un peso imposible de sobrellevar, porque a los padecimientos personales se suma el dolor de observar el sufrimiento de sus seres queridos. Es el precio del amor… ya que sólo sufren los que realmente aman. Y es precisamente ese dolor el que alimenta y fortalece el amor verdadero.
Hoy nuevamente les pido que no dejen pasar la oportunidad de cumplir el papel de Simón de Sirene… ese desconocido que alcanzó la gloria y la de sus hijos, al haber aceptado llevar la Cruz de Cristo camino al Calvario. Cuenta la historia que no lo hizo de muy buena gana… al principio se resistía, tuvo que ser obligado, pero en el sufrimiento encontró la mirada de Jesús… y con ella la salvación eterna.
Locuras de nuestro creador… que quiere que sus seres más queridos lo ayuden a llevar la cruz… que contribuyan con su sufrimiento a la redención de todo el género humano. Esa es la dimensión sobrenatural del dolor… y cuando ponemos nuestros padecimientos al lado de Cristo… todo se vuelve más llevadero…
Cuando sientan la cruz del encierro, piensen que también Jesús padeció la injusticia de la cárcel.
Cuando sientan las incomodidades de la cárcel, piensen que el rey de Reyes y Señor de Señores, llegó al mundo en un nauseabundo pesebre para animales.
Cuando sientan en carne propia la cruz de los insultos y las infamias, piensen que antes Cristo sufrió la coronación de espinas y la flagelación de su cuerpo inocente.
Cuando sientan el desprecio del propio pueblo que algún día requirió sus servicios, no lo maldigan… recuerden que a Jesús, el mismo pueblo que primero quiso coronarlo como rey, después pidió alborotado su crucifixión.
Cuando el natural resentimiento alimente en sus almas el odio al enemigo, piensen en ese Cristo magnánimo… que antes de morir dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…
Y si a pesar de todo, el llanto y la desilusión se apoderan de vuestras almas, no desesperen… recuerden que también Jesús fue niño y lloró en brazos de su madre… y que ya en su vida pública nos enseñó aquel “Bienaventurados los que lloran… Bienaventurados los que son perseguidos…”.
Mis queridos presos: No quiero que se confundan… Que les pida que aprovechen su sufrimiento para ganar medallas para el cielo no significa aceptar resignadamente la injusticia… Hay que seguir la contienda… hay que mantener alto el espíritu de lucha… los necesitamos fuertes y alegres para tampoco desfallecer nosotros en medio de tanta persecución.
Que el Niñito Jesús, en esta Santa Navidad, les ayude a encontrar la paz, la serenidad y la alegría de los hijos de Dios, que aún en el peor de los encierros, saben que ningún poder mundano podrá arrebatarles nunca la verdadera libertad.
Llega la Navidad y junto con ella se enciende una luz de esperanza… el niñito Jesús vuelve a nacer… y nos vuelve a recordar, que no debemos sentar nuestras esperanzas en las realidades mundanas… Nuestra Esperanza debe centrarse en Cristo… en ese Dios que se hizo hombre, que se hizo polvo, que se hizo sufrimiento, para demostrarnos que para los cristianos la Gloria viene acompañada de la Cruz.
Es cierto que la cruz que llevan ustedes, mis queridos presos políticos, parece ser de un peso imposible de sobrellevar, porque a los padecimientos personales se suma el dolor de observar el sufrimiento de sus seres queridos. Es el precio del amor… ya que sólo sufren los que realmente aman. Y es precisamente ese dolor el que alimenta y fortalece el amor verdadero.
Hoy nuevamente les pido que no dejen pasar la oportunidad de cumplir el papel de Simón de Sirene… ese desconocido que alcanzó la gloria y la de sus hijos, al haber aceptado llevar la Cruz de Cristo camino al Calvario. Cuenta la historia que no lo hizo de muy buena gana… al principio se resistía, tuvo que ser obligado, pero en el sufrimiento encontró la mirada de Jesús… y con ella la salvación eterna.
Locuras de nuestro creador… que quiere que sus seres más queridos lo ayuden a llevar la cruz… que contribuyan con su sufrimiento a la redención de todo el género humano. Esa es la dimensión sobrenatural del dolor… y cuando ponemos nuestros padecimientos al lado de Cristo… todo se vuelve más llevadero…
Cuando sientan la cruz del encierro, piensen que también Jesús padeció la injusticia de la cárcel.
Cuando sientan las incomodidades de la cárcel, piensen que el rey de Reyes y Señor de Señores, llegó al mundo en un nauseabundo pesebre para animales.
Cuando sientan en carne propia la cruz de los insultos y las infamias, piensen que antes Cristo sufrió la coronación de espinas y la flagelación de su cuerpo inocente.
Cuando sientan el desprecio del propio pueblo que algún día requirió sus servicios, no lo maldigan… recuerden que a Jesús, el mismo pueblo que primero quiso coronarlo como rey, después pidió alborotado su crucifixión.
Cuando el natural resentimiento alimente en sus almas el odio al enemigo, piensen en ese Cristo magnánimo… que antes de morir dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…
Y si a pesar de todo, el llanto y la desilusión se apoderan de vuestras almas, no desesperen… recuerden que también Jesús fue niño y lloró en brazos de su madre… y que ya en su vida pública nos enseñó aquel “Bienaventurados los que lloran… Bienaventurados los que son perseguidos…”.
Mis queridos presos: No quiero que se confundan… Que les pida que aprovechen su sufrimiento para ganar medallas para el cielo no significa aceptar resignadamente la injusticia… Hay que seguir la contienda… hay que mantener alto el espíritu de lucha… los necesitamos fuertes y alegres para tampoco desfallecer nosotros en medio de tanta persecución.
Que el Niñito Jesús, en esta Santa Navidad, les ayude a encontrar la paz, la serenidad y la alegría de los hijos de Dios, que aún en el peor de los encierros, saben que ningún poder mundano podrá arrebatarles nunca la verdadera libertad.
María Cecilia Pando
PrisioneroEnArgentina.com
Diciembre 22, 2016