Todos tenemos un profundo deseo de no morir, el instinto de supervivencia está como cosido a nuestro ser. Porque hemos nacido para vivir, queremos vivir siempre, tenemos aversión a la muerte. Dios nos ha hecho el gran don de la vida humana y el otro gran don de la vida sobrenatural. El que cree, queda divinizado por la gracia. Es un hecho que vamos a morir entonces, pero en nosotros está como llevar la muerte será un hecho, pero no será otra cosa que un parpadeo por el cual pasaremos a gozar, de Dios cara a cara. Pero mientras vivimos aquí, lo que se hace es creer. Hay personas que consideran que la existencia de Dios es una amenaza contra nuestra libertad; creen que son incompatibles Dios y nuestra capacidad de decidir. Por eso optan por el ateísmo. Otras personas ven a Dios como una auditoría incómoda, que controla minuciosamente todos nuestros actos y que está al acecho de la más pequeña infracción para castigarnos. Y están los que ven a Dios como el supremo neurótico que nos impide ser felices y que actúa como el “aguafiestas” de nuestras alegrías. Es natural que nos preguntemos por qué millones de seres, y entre ellos familiares y amigos nuestros, han desarrollado estos imaginarios negativos sobre Dios. Esta pregunta tan complicada, que nos lleva a las honduras de la libertad y del inconsciente, no permite respuestas simplistas. Ciertamente tienen una enorme influencia los comentarios sobre Dios que escuchan los niños de labios de los mayores. También tienen un peso determinante en esos imaginarios sobre Dios las experiencias vividas. Acabo de leer un libro impresionante sobre el campo de concentración de Auschwitz, donde la crueldad humana alcanza dimensiones inimaginables. Para una persona que haya padecido este infierno, es casi imposible creer en la bondad humana y reconocer que existe un Dios justo que quiere que seamos felices… Hay experiencias tan negativas que marcan para toda la vida. Podemos comparar la intimidad de Dios con la vida familiar. La vida de Dios es comunicación y amor; de manera semejante, la vida familiar se construye en el amor como entrega y en la comunicación veraz. La vida familiar auténtica es una dinámica de amor; los esposos se entregan uno al otro, y ese amor de la pareja se prolonga en los hijos. Así como el amor es generador de vida, el odio es generador de destrucción y muerte. La vida familiar auténtica exige una comunicación transparente, sin verdades a medias ni encubrimientos. A medida que las familias crecen en su entrega mutua y consolidan su comunicación honesta crecen como imágenes y semejanzas de Dios, que es la perfecta comunidad. A esta vida la debemos ver como un acto de amor de Dios. La creación, en su infinita riqueza, es la casa que Él diseñó para nosotros, sus hijos, la ocupáramos. Que esta vida divina nuestra la podamos desarrollar viviendo a plenitud nuestra vida de familia, como esposos, padres, hijos, abuelos, hermanos… y en dinámica de comunicación con nuestros amigos. No ser seres distantes, incomunicados, sino que parte de un plan de comunicación de vida.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad;
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Todos tenemos un profundo deseo de no morir, el instinto de supervivencia está como cosido a nuestro ser. Porque hemos nacido para vivir, queremos vivir siempre, tenemos aversión a la muerte. Dios nos ha hecho el gran don de la vida humana y el otro gran don de la vida sobrenatural. El que cree, queda divinizado por la gracia. Es un hecho que vamos a morir entonces, pero en nosotros está como llevar la muerte será un hecho, pero no será otra cosa que un parpadeo por el cual pasaremos a gozar, de Dios cara a cara. Pero mientras vivimos aquí, lo que se hace es creer. Hay personas que consideran que la existencia de Dios es una amenaza contra nuestra libertad; creen que son incompatibles Dios y nuestra capacidad de decidir. Por eso optan por el ateísmo. Otras personas ven a Dios como una auditoría incómoda, que controla minuciosamente todos nuestros actos y que está al acecho de la más pequeña infracción para castigarnos. Y están los que ven a Dios como el supremo neurótico que nos impide ser felices y que actúa como el “aguafiestas” de nuestras alegrías. Es natural que nos preguntemos por qué millones de seres, y entre ellos familiares y amigos nuestros, han desarrollado estos imaginarios negativos sobre Dios. Esta pregunta tan complicada, que nos lleva a las honduras de la libertad y del inconsciente, no permite respuestas simplistas. Ciertamente tienen una enorme influencia los comentarios sobre Dios que escuchan los niños de labios de los mayores. También tienen un peso determinante en esos imaginarios sobre Dios las experiencias vividas. Acabo de leer un libro impresionante sobre el campo de concentración de Auschwitz, donde la crueldad humana alcanza dimensiones inimaginables. Para una persona que haya padecido este infierno, es casi imposible creer en la bondad humana y reconocer que existe un Dios justo que quiere que seamos felices… Hay experiencias tan negativas que marcan para toda la vida. Podemos comparar la intimidad de Dios con la vida familiar. La vida de Dios es comunicación y amor; de manera semejante, la vida familiar se construye en el amor como entrega y en la comunicación veraz. La vida familiar auténtica es una dinámica de amor; los esposos se entregan uno al otro, y ese amor de la pareja se prolonga en los hijos. Así como el amor es generador de vida, el odio es generador de destrucción y muerte. La vida familiar auténtica exige una comunicación transparente, sin verdades a medias ni encubrimientos. A medida que las familias crecen en su entrega mutua y consolidan su comunicación honesta crecen como imágenes y semejanzas de Dios, que es la perfecta comunidad. A esta vida la debemos ver como un acto de amor de Dios. La creación, en su infinita riqueza, es la casa que Él diseñó para nosotros, sus hijos, la ocupáramos. Que esta vida divina nuestra la podamos desarrollar viviendo a plenitud nuestra vida de familia, como esposos, padres, hijos, abuelos, hermanos… y en dinámica de comunicación con nuestros amigos. No ser seres distantes, incomunicados, sino que parte de un plan de comunicación de vida.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi
deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo,
y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha Prosperidad;
Claudio Valerio
Valerius*
PrisioneroEnArgentina.com
Junio 3, 2020