Atribuyen a Goebbels la frase “miente, miente que algo quedará”. Los que repiten esta frase, tal vez ignoran que no es de Goebbels ni tampoco se preguntan qué quedó de él y el gobierno del que fue Ministro de Propaganda.
No dudo que los políticos siempre han mentido. La frase atribuida a Goebbels, pertenecería a Medion de Larisa y ya existía 5 siglos antes de Cristo pero en la actualidad, en la Argentina, el culto a la mentira es tan regio que nos hace dudar de la salud mental de mentidores y mentidos.
Cuando el mentiroso nos dice algo que sabe falso, y que sabe que lo sabemos, ¿estamos todos locos? La mentira de los 30.000, por ejemplo, que se repitió por décadas hasta que a alguien se le ocurrió ir a la fuente. Descubierto el fiasco, el origen, el creador, el motivo sus mentores luchan y patalean, se indignan y se enrojecen ante la pálida mención de la verdad. Una mentira que fue documentada por las propias “víctimas” y sus familiares, sus camaradas y simpatizantes, que alcanzó un tope de denuncias (muchas de las cuáles sucumbieron vergonzosamente) pero que resisten como si fuera un conjunto de platos que hay que mantener en el aire a como dé lugar: malabarismo sentenciado a dar por tierra más tarde o más temprano.
Aunque no es monopolio del actual gobierno, la mentira sistemática ha alcanzado límites delirantes. No hay más que tomar cualquier diario de cualquier día para encontrar mentiras formidables. Un negacionismo de la realidad que la psiquiatría debiera estudiar profundamente y que muchas veces nos hace dudar si realmente creen en lo que dicen aunque sabemos que no es así. Unos y otros deberíamos ser estudiados: los mentirosos y los crédulos.
Dar por ganador a Scioli por una amplia diferencia cuando en realidad había perdido; el “crimen” de Maldonado, refutado por 55 forenses; echarle la culpa a Larreta de los barrabravas que saltaron la reja de la Rosada; discurrir sobre “discursos de odio” con las imágenes de Montoneros en las espaldas; el “Lawfare” contra políticos millonarios que nunca han trabajado; la culpa de los “runners” en diseminar COVID-19; la “solidaridad” de la política que no se ha rebajado ni un centavo de sus fastuosos sueldos; el “suicidio” de un fiscal dos días antes de declarar contra la Presidente ante el Congreso; un presidente que ha dicho barbaridades de su vicepresidente pero ahora dice todo lo contrario y agrega que no va a permitir que los vuelvan a hacer pelear son sólo algunos ejemplos por no empalagar al lector,
Todos alguna vez hemos mentido pero el “yo no fui” con el cuchillo ensangrentado en la mano es un fenómeno extraordinario que no podemos dejar pasar. Ya sea por dignidad, ya sea por sentido común, la mentira suele tener un límite, pero nuestros políticos parecen no haberlo encontrado todavía.
Peor que ello, sentimos (comprobamos) que hay mentiras masivas que los políticos lanzan simultáneamente como si un silbato silencioso les diera la orden. No hay más que ver sus publicaciones de Twitter sobre todos estos temas.
¿QUE SE BUSCA?
¿Qué se busca con este despropósito? Porque las mentiras duran cada vez menos y la credibilidad de aquellos que las repiten ya no existe. Parece que nunca escucharon el cuento infantil “Pedro y el lobo”.
¿Se busca lo que dice la frase del falso autor Goebbels? ¿Que algo quede? Repito, ¿qué quedó del mundo de Goebbels y del mismo Goebbels? Repetir una mentira no parece ser el mejor camino para convertirla en realidad.
El mentiroso cree que la mentira es una máscara que protege su interior oscuro de miradas fisgonas. Mientras esté la máscara, aunque desafíe nuestro sentido común con absurdidades evidentes, no se podría ver la verdad. Cree que todos mienten de la misma manera. Que la moral es alimento para mascotas y que sólo los pícaros son libres y dominan. PrisioneroEnArgentina.com
¿Se busca ganar tiempo? ¿Engañar a algunos? ¿volvernos locos como ellos?
No he podido encontrar una respuesta satisfactoria pero, tal vez, habría que plantearse una verdad contrafáctica ¿qué pasaría si no dijeran las mentiras que dicen? Aunque dure poco es menos mala que la fea desnudez que esconde. Raul Zaffaroni, gran pervertidor de la verdad, ha aconsejado muchas veces a sus acólitos que aguanten las críticas que la gente olvida fácilmente.
Lanzar una mentira descocada para desviar la atención. Patear la pelota fuera de la cancha. Correr el eje de la discusión. ¿Es eso?
Tal vez sean varios los motivos. Lamento tirar esta inquietud sin alcanzar a dar una respuesta aceptable, pero, por ahí, entre todos, podamos desentrañar este fenómeno miserable que aqueja a nuestra Nación.
Llegar al fondo de este meollo es algo que excede mis capacidades y mi paciencia. Ya no puedo soportar a un político diciendo cualquier cosa. Me rebela, me indigna. Me indigna mucho más cuando alguien les explica, pacientemente, que está equivocado cuando todos podemos observar que nos toma el pelo. “Mirá, Maldonado se ahogó, lo dicen 55 peritos entre los que estaban los de la familia”.
El interlocutor se enfrasca en explicaciones obvias, largas, se extenúa en un esfuerzo infecundo, aclarando azorado, sorprendido por la acusación. El que mucho explica parece deber explicaciones. Cuando la mentira es obscena explicar no sólo es indigno sino inútil.
El que es desleal con los argumentos no merece nuestra lealtad. Explicar como si creyera su mentira es un insulto a nuestra inteligencia que no podemos permitir.
Ante la evidente hipocresía sólo queda la estrategia de ruptura, no permitir que nos lleve a su terreno pantanoso. Partir de la base de que miente y que él lo sabe, no convalidar una “buena fe” que a todas luces no existe. En segundo lugar, hay que negarse a explicar por enésima vez algo que finge no conocer, como si tuviera anteojeras ante la realidad y anduviera por la vida con los ojos bien cerrados.
Sostengo que en estos casos hay que salir de la encerrona. Personalmente prefiero un simple “usted es un imbécil!” pero entiendo que no a todos les sienta bien el enfrentamiento directo.
“Mi tía patea calefones” se suele decir ante una afirmación ridícula. Ante una afirmación ridícula sólo cabe otra afirmación más ridícula aun y eso también es ruptura.
Pero otros han entendido que a la mentira desvergonzada sólo se le opone el sarcasmo. En un programa de televisión el Veterano de la Guerra de Malvinas Juan José Gómez Centurión le contesta a un presentador amañado “no son lo mismo ocho mil verdades que veintidós mil mentiras”. Hablaban de la mentira de los 30.000 y, por supuesto, los repudios y llantos hasta el paroxismo no se hicieron esperar. Gómez Centurión no se amilanó, les contestó por Twitter a los que reprochaban sus palabras “Estos sí son 30.000” (se refería a que había llegado a 30,000 seguidores en Twitter). PrisioneroEnArgentina.com
Me gustó la refriega porque se tomó en broma a los que fingen tomarse muy en serio y no son más que mercachifles de los Derechos Humanos.
El sarcasmo es una salida elegante a lo que no es más que mugre y violencia.
El título de estas pobres palabras refiere a una frase de la intendente de Quilmes, Mayra Mendoza, una de las grandes cínicas de nuestra política, que pidió “sacarse las anteojeras religiosas y morales” para tratar el aborto.
Les dejo un video que describe lo que son la anteojeras morales de nuestros políticos. Que lo disfruten.
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Por Dra. ANDREA PALOMAS ALARCÓN.
Atribuyen a Goebbels la frase “miente, miente que algo quedará”. Los que repiten esta frase, tal vez ignoran que no es de Goebbels ni tampoco se preguntan qué quedó de él y el gobierno del que fue Ministro de Propaganda.
No dudo que los políticos siempre han mentido. La frase atribuida a Goebbels, pertenecería a Medion de Larisa y ya existía 5 siglos antes de Cristo pero en la actualidad, en la Argentina, el culto a la mentira es tan regio que nos hace dudar de la salud mental de mentidores y mentidos.
Cuando el mentiroso nos dice algo que sabe falso, y que sabe que lo sabemos, ¿estamos todos locos? La mentira de los 30.000, por ejemplo, que se repitió por décadas hasta que a alguien se le ocurrió ir a la fuente. Descubierto el fiasco, el origen, el creador, el motivo sus mentores luchan y patalean, se indignan y se enrojecen ante la pálida mención de la verdad. Una mentira que fue documentada por las propias “víctimas” y sus familiares, sus camaradas y simpatizantes, que alcanzó un tope de denuncias (muchas de las cuáles sucumbieron vergonzosamente) pero que resisten como si fuera un conjunto de platos que hay que mantener en el aire a como dé lugar: malabarismo sentenciado a dar por tierra más tarde o más temprano.
Aunque no es monopolio del actual gobierno, la mentira sistemática ha alcanzado límites delirantes. No hay más que tomar cualquier diario de cualquier día para encontrar mentiras formidables. Un negacionismo de la realidad que la psiquiatría debiera estudiar profundamente y que muchas veces nos hace dudar si realmente creen en lo que dicen aunque sabemos que no es así. Unos y otros deberíamos ser estudiados: los mentirosos y los crédulos.
Dar por ganador a Scioli por una amplia diferencia cuando en realidad había perdido; el “crimen” de Maldonado, refutado por 55 forenses; echarle la culpa a Larreta de los barrabravas que saltaron la reja de la Rosada; discurrir sobre “discursos de odio” con las imágenes de Montoneros en las espaldas; el “Lawfare” contra políticos millonarios que nunca han trabajado; la culpa de los “runners” en diseminar COVID-19; la “solidaridad” de la política que no se ha rebajado ni un centavo de sus fastuosos sueldos; el “suicidio” de un fiscal dos días antes de declarar contra la Presidente ante el Congreso; un presidente que ha dicho barbaridades de su vicepresidente pero ahora dice todo lo contrario y agrega que no va a permitir que los vuelvan a hacer pelear son sólo algunos ejemplos por no empalagar al lector,
Todos alguna vez hemos mentido pero el “yo no fui” con el cuchillo ensangrentado en la mano es un fenómeno extraordinario que no podemos dejar pasar. Ya sea por dignidad, ya sea por sentido común, la mentira suele tener un límite, pero nuestros políticos parecen no haberlo encontrado todavía.
Peor que ello, sentimos (comprobamos) que hay mentiras masivas que los políticos lanzan simultáneamente como si un silbato silencioso les diera la orden. No hay más que ver sus publicaciones de Twitter sobre todos estos temas.
¿QUE SE BUSCA?
¿Qué se busca con este despropósito? Porque las mentiras duran cada vez menos y la credibilidad de aquellos que las repiten ya no existe. Parece que nunca escucharon el cuento infantil “Pedro y el lobo”.
¿Se busca lo que dice la frase del falso autor Goebbels? ¿Que algo quede? Repito, ¿qué quedó del mundo de Goebbels y del mismo Goebbels? Repetir una mentira no parece ser el mejor camino para convertirla en realidad.
El mentiroso cree que la mentira es una máscara que protege su interior oscuro de miradas fisgonas. Mientras esté la máscara, aunque desafíe nuestro sentido común con absurdidades evidentes, no se podría ver la verdad. Cree que todos mienten de la misma manera. Que la moral es alimento para mascotas y que sólo los pícaros son libres y dominan. PrisioneroEnArgentina.com
¿Se busca ganar tiempo? ¿Engañar a algunos? ¿volvernos locos como ellos?
No he podido encontrar una respuesta satisfactoria pero, tal vez, habría que plantearse una verdad contrafáctica ¿qué pasaría si no dijeran las mentiras que dicen? Aunque dure poco es menos mala que la fea desnudez que esconde. Raul Zaffaroni, gran pervertidor de la verdad, ha aconsejado muchas veces a sus acólitos que aguanten las críticas que la gente olvida fácilmente.
Lanzar una mentira descocada para desviar la atención. Patear la pelota fuera de la cancha. Correr el eje de la discusión. ¿Es eso?
Tal vez sean varios los motivos. Lamento tirar esta inquietud sin alcanzar a dar una respuesta aceptable, pero, por ahí, entre todos, podamos desentrañar este fenómeno miserable que aqueja a nuestra Nación.
Llegar al fondo de este meollo es algo que excede mis capacidades y mi paciencia. Ya no puedo soportar a un político diciendo cualquier cosa. Me rebela, me indigna. Me indigna mucho más cuando alguien les explica, pacientemente, que está equivocado cuando todos podemos observar que nos toma el pelo. “Mirá, Maldonado se ahogó, lo dicen 55 peritos entre los que estaban los de la familia”.
El interlocutor se enfrasca en explicaciones obvias, largas, se extenúa en un esfuerzo infecundo, aclarando azorado, sorprendido por la acusación. El que mucho explica parece deber explicaciones. Cuando la mentira es obscena explicar no sólo es indigno sino inútil.
El que es desleal con los argumentos no merece nuestra lealtad. Explicar como si creyera su mentira es un insulto a nuestra inteligencia que no podemos permitir.
Ante la evidente hipocresía sólo queda la estrategia de ruptura, no permitir que nos lleve a su terreno pantanoso. Partir de la base de que miente y que él lo sabe, no convalidar una “buena fe” que a todas luces no existe. En segundo lugar, hay que negarse a explicar por enésima vez algo que finge no conocer, como si tuviera anteojeras ante la realidad y anduviera por la vida con los ojos bien cerrados.
Sostengo que en estos casos hay que salir de la encerrona. Personalmente prefiero un simple “usted es un imbécil!” pero entiendo que no a todos les sienta bien el enfrentamiento directo.
“Mi tía patea calefones” se suele decir ante una afirmación ridícula. Ante una afirmación ridícula sólo cabe otra afirmación más ridícula aun y eso también es ruptura.
Pero otros han entendido que a la mentira desvergonzada sólo se le opone el sarcasmo. En un programa de televisión el Veterano de la Guerra de Malvinas Juan José Gómez Centurión le contesta a un presentador amañado “no son lo mismo ocho mil verdades que veintidós mil mentiras”. Hablaban de la mentira de los 30.000 y, por supuesto, los repudios y llantos hasta el paroxismo no se hicieron esperar. Gómez Centurión no se amilanó, les contestó por Twitter a los que reprochaban sus palabras “Estos sí son 30.000” (se refería a que había llegado a 30,000 seguidores en Twitter). PrisioneroEnArgentina.com
Me gustó la refriega porque se tomó en broma a los que fingen tomarse muy en serio y no son más que mercachifles de los Derechos Humanos.
El sarcasmo es una salida elegante a lo que no es más que mugre y violencia.
El título de estas pobres palabras refiere a una frase de la intendente de Quilmes, Mayra Mendoza, una de las grandes cínicas de nuestra política, que pidió “sacarse las anteojeras religiosas y morales” para tratar el aborto.
Les dejo un video que describe lo que son la anteojeras morales de nuestros políticos. Que lo disfruten.
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Diciembre 7, 2020
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