Cada 2 de abril los argentinos recordamos que, en pleno siglo XXI, el país sufre el tener territorios ocupados. Ese sentimiento atraviesa a casi todos por igual, sin distinción de clase, credo o bandería política. En menor medida los ciudadanos de este país mantienen en el podio de sus mayores y endémicos males a la inflación, a la inseguridad y a la corrupción.
Propio de los años electorales, los espacios se colman de críticas, protestas, anuncios y promesas. Tramas gastadas y repetidas. Relatos y puestas en escena refritados una y otra vez. Personalidades y personajes se reinventan. Algunos, como para disimular el paso del tiempo, se retocan estéticamente. Otros se reciclan en sus hijos, en una sociedad que ya se ha acostumbrado a esta suerte de dinastías modernas y endógenas.
Pocos son los que reparan en el núcleo de nuestros males: la ausencia de Justicia. No ya sólo su lentitud, sus anacronismos burocráticos, sus anticuados códigos. No se trata sólo de las sedes de juzgados abarrotadas de cajas y más cajas con expedientes imposibles de leer aunque más no sea someramente. Un veterano hombre del derecho observaba no hace mucho:”… la informática ha sido una herramienta de ayuda invalorable para el sistema judicial argentino…, pero también tiene su lado oscuro…, ahora se copian y pegan folios y más folios de sentencias poco sustanciosas…, cuando hace cincuenta años los sólidos fundamentos de una sentencia de Cámara no ocupaban
más que una carilla y media…”
En realidad, la ausencia de Justicia se manifiesta en causas más profundas. Ha quedado atrás el tiempo en que los magistrados hablaban a través de sus sentencias. Hoy en día el “copiar y pegar” les deja más tiempo libre para mostrarse obscenamente en cuanto espacio – si de televisión mejor – se les ofrezca. La crisis es tan profunda que se necesitaría comenzar por lo más elemental: reafirmar que todos los habitantes de este suelo son iguales ante la Ley; que nadie puede ser juzgado con leyes posteriores a los hechos que se le imputan; que deben respetarse las garantías de una justa defensa; que no se puede declarar culpable a persona alguna sin un juicio previo; que los jueces y fiscales no deben mostrar parcialidad, simpatía o adherir públicamente a las posiciones políticas o ideológicas de las partes; que todo el sistema debe bregar por la economía procesal, transparencia y eficacia.
Si el sistema Judicial argentino escapara a la decadencia integral de la República es muy probable que la inflación no nos asfixiase, o por lo menos sus guarismos fuesen marcadamente menores. La inseguridad no asolaría las calles, con la impunidad de los últimos años. La corrupción estaría acotada a los índices que reflejan las sociedades verdaderamente progresistas del mundo.
Es la Justicia el punto de apoyo donde nacerá nuestra recuperación como República. Si no lo es, será su deformación actual la que nos terminará de hundir en la más oscura noche de la adversidad.
Cada 2 de abril los argentinos recordamos que, en pleno siglo XXI, el país sufre el tener territorios ocupados. Ese sentimiento atraviesa a casi todos por igual, sin distinción de clase, credo o bandería política. En menor medida los ciudadanos de este país mantienen en el podio de sus mayores y endémicos males a la inflación, a la inseguridad y a la corrupción.
Propio de los años electorales, los espacios se colman de críticas, protestas, anuncios y promesas. Tramas gastadas y repetidas. Relatos y puestas en escena refritados una y otra vez. Personalidades y personajes se reinventan. Algunos, como para disimular el paso del tiempo, se retocan estéticamente. Otros se reciclan en sus hijos, en una sociedad que ya se ha acostumbrado a esta suerte de dinastías modernas y endógenas.
Pocos son los que reparan en el núcleo de nuestros males: la ausencia de Justicia. No ya sólo su lentitud, sus anacronismos burocráticos, sus anticuados códigos. No se trata sólo de las sedes de juzgados abarrotadas de cajas y más cajas con expedientes imposibles de leer aunque más no sea someramente. Un veterano hombre del derecho observaba no hace mucho:”… la informática ha sido una herramienta de ayuda invalorable para el sistema judicial argentino…, pero también tiene su lado oscuro…, ahora se copian y pegan folios y más folios de sentencias poco sustanciosas…, cuando hace cincuenta años los sólidos fundamentos de una sentencia de Cámara no ocupaban
más que una carilla y media…”
En realidad, la ausencia de Justicia se manifiesta en causas más profundas. Ha quedado atrás el tiempo en que los magistrados hablaban a través de sus sentencias. Hoy en día el “copiar y pegar” les deja más tiempo libre para mostrarse obscenamente en cuanto espacio – si de televisión mejor – se les ofrezca. La crisis es tan profunda que se necesitaría comenzar por lo más elemental: reafirmar que todos los habitantes de este suelo son iguales ante la Ley; que nadie puede ser juzgado con leyes posteriores a los hechos que se le imputan; que deben respetarse las garantías de una justa defensa; que no se puede declarar culpable a persona alguna sin un juicio previo; que los jueces y fiscales no deben mostrar parcialidad, simpatía o adherir públicamente a las posiciones políticas o ideológicas de las partes; que todo el sistema debe bregar por la economía procesal, transparencia y eficacia.
Si el sistema Judicial argentino escapara a la decadencia integral de la República es muy probable que la inflación no nos asfixiase, o por lo menos sus guarismos fuesen marcadamente menores. La inseguridad no asolaría las calles, con la impunidad de los últimos años. La corrupción estaría acotada a los índices que reflejan las sociedades verdaderamente progresistas del mundo.
Es la Justicia el punto de apoyo donde nacerá nuestra recuperación como República. Si no lo es, será su deformación actual la que nos terminará de hundir en la más oscura noche de la adversidad.
Envío: DRA. ANDREA PALOMAS ALARCÓN
PrisioneroEnArgentina.com
Abril 9, 2019
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