Los Servidores Públicos secuestran el derecho a la palabra o como castrarla.
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El problema de la libertad de expresión suele estar mal proferido. No hay solo un derecho de la persona a hablar, sino un derecho de los demás a escuchar. Esto debe ser interpretado con cuidado. No soy comunista, pero no por ello me privé de la satisfacción de leer El Capital de Marx, El Manifiesto Comunista del mismo autor y Engels o biografías tendenciosas u objetivas de Castro o Mao. Mi libertad sin prejuicios de escuchar Yo tengo un sueño, pronunciado por el reverendo King o El Primer Discurso de Hitler como Canciller, chaplinescamente interpretado en febrero de 1933. Luego si, discutiremos admiración o monstruosidades.
Cuando comienzan las prohibiciones el resultado es importante. Cambia la historia privada de los ciudadanos. De hecho, tomemos el ejemplo de cuándo los gobiernos censuran los medios de comunicación. Es un temor de los políticos. No es lo que los periodistas escriben sino lo que los lectores leen. En Camboya, por ejemplo, los periódicos de habla inglesa tienen carta blanca y pueden escribir prácticamente lo que quieren sobre el gobierno y la política porque, según las estimaciones de los mandatarios, pocos camboyanos leen estas publicaciones. La prensa de lengua khmer no goza de tal libertad. Esa libertad que deberíamos -equivocados o no- tener todos. La libertad para dudar la existencia del Rey David sin ser acusado de blasfemo, la rebeldía de descreer que Mohamed ascendió a los cielos en un caballo alado sin que un musulmán ponga precio a mi cabeza, la autonomía para pensar que Lee Harvey Oswald actuó solo, el albedrío de exponer que no hubo treinta mil desaparecidos en Argentina.
Salman Rushdie tiene dos frases maravillosas. Una señala que Uno de los problemas con defender la libertad de expresión es que a menudo tienes que defender personas que opinas son indignantes, desagradables y repugnantes. Es decir, sin estar de acuerdo, debemos respetar los pensamientos de Cecilia Moreau o Nilda Garré, impulsoras de cortar -precisamente- la libertad de expresión. Sin ser un contrasentido, es desfilar en un laberinto falto de oxígeno. El segundo de sus enunciados nos da más aire: “La libertad de expresión es un bien escaso. Sería terrible dejar a los fanáticos marcar los límites”. Es decir, la autorización para atacar malas ideas.
Cuando Garré o Moreau prohíben un pensamiento distinto a sus conveniencias, afectan a la sociedad toda. Allí comienzan los problemas y se divisan sus consecuencias. El ciudadano está siendo castigado por tener una mente propia. John Stuart Mills en su excelente trabajo Sobre la Libertad, subrayaba la imperiosa urgencia de que la sociedad respetara la libertad de expresión ya que ello permite tomar conciencia y un concomitante comportamiento de sus integrantes con el fin de entender la verdad, la opinión sobre la verdad y el sano debate.
Los ciudadanos de Corea del Norte viven en el territorio más censurado del planeta. No hay periodismo independiente, internet ha sido bloqueada y las repetidoras de televisión extranjeras no tienen espacio allí. El gobierno de Kim Jong-un tiene el control de la información y su propaganda tiene ejemplos tales como documentales que muestran la existencia en Occidente setenta años atrás como si fuera actual, para pregonar un retraso u ocaso de su sistema de vida. Burma, Turkmenistán, Guinea Ecuatorial y Libia respiran el mismo clima de opresión. Eritrea, Cuba, Uzbekistán, Venezuela, Siria y Bielorrusia -como observará, todos países súper desarrollados– sufren estos sistemas asfixiantes. Todo comenzó con una prohibición como las que proponen las legisladoras Moreau y Garré, apoyadas por algunos jueces federales, quienes deberían ser los primeros en defendernos de estas imposiciones totalitarias. La gente en estos países mencionados está prácticamente aislada del resto del mundo por gobernantes autoritarios que acosan a quienes consideran sus súbditos y mantienen un control sobre ellos a través del miedo, la intimidación y claro, leyes restrictivas.
Ahora, si esto es lo que la sociedad quiere, podemos mirar a esa amada Cuba. La Constitución cubana otorga al Partido Comunista el derecho de controlar la prensa; Reconoce “la libertad de expresión y la prensa de acuerdo con los objetivos de la sociedad socialista”. El gobierno posee y controla todos los medios de comunicación y restringe el acceso a Internet. Se transmiten cuatro canales de televisión, dos agencias de noticias, decenas de estaciones de radio, al menos cuatro sitios web de noticias y tres periódicos principales que representan las opiniones del Partido Comunista y otras organizaciones de masas controladas por el gobierno. Los medios de comunicación operan bajo el ojo celoso del Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista, que desarrolla y coordina estrategias de propaganda. Cuba sigue siendo uno de los principales carceleros mundiales de periodistas, después de China, con reporteros independientes tras las rejas. Aquellos que tratan de trabajar como periodistas independientes son acosados, detenidos, amenazados con procesamiento o encarcelamiento, o se les prohíbe viajar. Un pequeño número de corresponsales extranjeros informan desde y sobre La Habana, pero los cubanos no ven sus informes. Informes que no vemos nosotros, ya que el gobierno, a través del extraño agente Claudio Avruj -quién se adjudica saber qué es lo mejor para el pueblo- esconde importantes datos sobre las personas beneficiadas por retribuciones económicas a familiares de desaparecidos durante el último gobierno de facto. ¿Por qué no se puede hablar de esto? Y aquí retomamos la discrepancia sobre el número de víctimas. Usted dirá que treinta mil es un símbolo. Yo diré que es una herramienta para seguir arrestando y enjuiciando gente gracias a esos veintidós mil o más amigos imaginarios cuyos nombres sin familiares, ni amistades, son desconocidos. ¿Por qué Garré y Moreau quieren imponer estas restricciones? Porque el miedo domina a los pueblos, estos -que en China o Cuba- deben profesar su pasión por el comunismo, mientras sus dirigentes -como Garré o Moreau- viven rodeados de toda clase de privilegios.
Escribe Fabian Kussman.
Los Servidores Públicos secuestran el derecho a la palabra o como castrarla.
El problema de la libertad de expresión suele estar mal proferido. No hay solo un derecho de la persona a hablar, sino un derecho de los demás a escuchar. Esto debe ser interpretado con cuidado. No soy comunista, pero no por ello me privé de la satisfacción de leer El Capital de Marx, El Manifiesto Comunista del mismo autor y Engels o biografías tendenciosas u objetivas de Castro o Mao. Mi libertad sin prejuicios de escuchar Yo tengo un sueño, pronunciado por el reverendo King o El Primer Discurso de Hitler como Canciller, chaplinescamente interpretado en febrero de 1933. Luego si, discutiremos admiración o monstruosidades.
Cuando comienzan las prohibiciones el resultado es importante. Cambia la historia privada de los ciudadanos. De hecho, tomemos el ejemplo de cuándo los gobiernos censuran los medios de comunicación. Es un temor de los políticos. No es lo que los periodistas escriben sino lo que los lectores leen. En Camboya, por ejemplo, los periódicos de habla inglesa tienen carta blanca y pueden escribir prácticamente lo que quieren sobre el gobierno y la política porque, según las estimaciones de los mandatarios, pocos camboyanos leen estas publicaciones. La prensa de lengua khmer no goza de tal libertad. Esa libertad que deberíamos -equivocados o no- tener todos. La libertad para dudar la existencia del Rey David sin ser acusado de blasfemo, la rebeldía de descreer que Mohamed ascendió a los cielos en un caballo alado sin que un musulmán ponga precio a mi cabeza, la autonomía para pensar que Lee Harvey Oswald actuó solo, el albedrío de exponer que no hubo treinta mil desaparecidos en Argentina.
Salman Rushdie tiene dos frases maravillosas. Una señala que Uno de los problemas con defender la libertad de expresión es que a menudo tienes que defender personas que opinas son indignantes, desagradables y repugnantes. Es decir, sin estar de acuerdo, debemos respetar los pensamientos de Cecilia Moreau o Nilda Garré, impulsoras de cortar -precisamente- la libertad de expresión. Sin ser un contrasentido, es desfilar en un laberinto falto de oxígeno. El segundo de sus enunciados nos da más aire: “La libertad de expresión es un bien escaso. Sería terrible dejar a los fanáticos marcar los límites”. Es decir, la autorización para atacar malas ideas.
Cuando Garré o Moreau prohíben un pensamiento distinto a sus conveniencias, afectan a la sociedad toda. Allí comienzan los problemas y se divisan sus consecuencias. El ciudadano está siendo castigado por tener una mente propia. John Stuart Mills en su excelente trabajo Sobre la Libertad, subrayaba la imperiosa urgencia de que la sociedad respetara la libertad de expresión ya que ello permite tomar conciencia y un concomitante comportamiento de sus integrantes con el fin de entender la verdad, la opinión sobre la verdad y el sano debate.
Los ciudadanos de Corea del Norte viven en el territorio más censurado del planeta. No hay periodismo independiente, internet ha sido bloqueada y las repetidoras de televisión extranjeras no tienen espacio allí. El gobierno de Kim Jong-un tiene el control de la información y su propaganda tiene ejemplos tales como documentales que muestran la existencia en Occidente setenta años atrás como si fuera actual, para pregonar un retraso u ocaso de su sistema de vida. Burma, Turkmenistán, Guinea Ecuatorial y Libia respiran el mismo clima de opresión. Eritrea, Cuba, Uzbekistán, Venezuela, Siria y Bielorrusia -como observará, todos países súper desarrollados– sufren estos sistemas asfixiantes. Todo comenzó con una prohibición como las que proponen las legisladoras Moreau y Garré, apoyadas por algunos jueces federales, quienes deberían ser los primeros en defendernos de estas imposiciones totalitarias. La gente en estos países mencionados está prácticamente aislada del resto del mundo por gobernantes autoritarios que acosan a quienes consideran sus súbditos y mantienen un control sobre ellos a través del miedo, la intimidación y claro, leyes restrictivas.
Ahora, si esto es lo que la sociedad quiere, podemos mirar a esa amada Cuba. La Constitución cubana otorga al Partido Comunista el derecho de controlar la prensa; Reconoce “la libertad de expresión y la prensa de acuerdo con los objetivos de la sociedad socialista”. El gobierno posee y controla todos los medios de comunicación y restringe el acceso a Internet. Se transmiten cuatro canales de televisión, dos agencias de noticias, decenas de estaciones de radio, al menos cuatro sitios web de noticias y tres periódicos principales que representan las opiniones del Partido Comunista y otras organizaciones de masas controladas por el gobierno. Los medios de comunicación operan bajo el ojo celoso del Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista, que desarrolla y coordina estrategias de propaganda. Cuba sigue siendo uno de los principales carceleros mundiales de periodistas, después de China, con reporteros independientes tras las rejas. Aquellos que tratan de trabajar como periodistas independientes son acosados, detenidos, amenazados con procesamiento o encarcelamiento, o se les prohíbe viajar. Un pequeño número de corresponsales extranjeros informan desde y sobre La Habana, pero los cubanos no ven sus informes. Informes que no vemos nosotros, ya que el gobierno, a través del extraño agente Claudio Avruj -quién se adjudica saber qué es lo mejor para el pueblo- esconde importantes datos sobre las personas beneficiadas por retribuciones económicas a familiares de desaparecidos durante el último gobierno de facto. ¿Por qué no se puede hablar de esto? Y aquí retomamos la discrepancia sobre el número de víctimas. Usted dirá que treinta mil es un símbolo. Yo diré que es una herramienta para seguir arrestando y enjuiciando gente gracias a esos veintidós mil o más amigos imaginarios cuyos nombres sin familiares, ni amistades, son desconocidos. ¿Por qué Garré y Moreau quieren imponer estas restricciones? Porque el miedo domina a los pueblos, estos -que en China o Cuba- deben profesar su pasión por el comunismo, mientras sus dirigentes -como Garré o Moreau- viven rodeados de toda clase de privilegios.
Nilda Garré y la libertad de castración.
Fabian Kussman
PrisioneroEnArgentina.com
Febrero 14, 2017
Tags: Aberraciones jurídicas en Argentina, Cecilia Moreau, Claudio Bernardo Avruj, Fabian Kussman, Fidel Castro, John Stuart Mills, Karl Marx, Kim Jong-un, Nilda Garré
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