Los primeros doce meses de gobierno del presidente de EE.UU., Joseph Rubinette “Joe” Biden, ha estado marcado por la tensión tanto el ámbito internacional como interno. Desde la retirada de Afganistán, hasta las presiones contra países latinoamericanos y la crisis migratoria, el mandatario culminó el 2021 con niveles mínimos de aprobación.
Joe Biden inauguró su presidencia en enero pasado con un discurso en el que aseguraba que ese era un día para la historia, la esperanza y la renovación. Sin embargo, la realidad se ha empeñado en imponerse a las promesas.
A nivel internacional, si hay un episodio que ha marcado a Estados Unidos, ese ha sido la retirada de Afganistán. A principios de julio, el presidente aseguró que la reducción de las tropas se realizaría “de forma segura y ordenada”. Tan solo un mes después, la caída como fichas de dominó de las ciudades afganas ante el avance talibán supuso acelerar una retirada que acabó en una evacuación plagada de desastres. Desde equipos militares de última generación en manos de los talibanes hasta dolorosas imágenes de afganos intentando huir por todos los medios del país. Todo el mundo vio consternado cómo ciudadanos desesperados perdían la vida tras agarrarse como podían de los aviones que despegaban.
Antes de que Biden diese por acabada la misión afgana, el Ejército estadounidense protagonizó el 29 de agosto en Kabul un ataque con drones que acabó con la vida de diez civiles, niños incluidos. Meses después, el Pentágono aseguró no haber cometido ninguna negligencia. Washington entró en Afganistán prometiendo estabilidad, democracia y el fin de la tiranía talibán. Dos décadas después el resultado es el contrario. EE.UU. no tenía intenciones de intentar llevar la democracia al pueblo afgano. La retórica solo tenía la intención de estimular el apoyo interno para la intervención. Washington no está calificado para llevar la democracia a cualquier otra nación. Es una nación que en sí misma ha sufrido un déficit de democracia durante la mayor parte de su existencia. Entonces, la idea de que Estados Unidos tiene alguna noción de democracia, que iba a compartir o imponer al pueblo de Afganistán o cualquier otro pueblo, es un absurdo.
La confrontación con otras grandes potencias ha continuado sin cambios. Más boicots, declaraciones cruzadas y mantenimiento de todas las medidas punitivas implantadas por el expresidente Donald Trump. Esa ha sido la tónica de Biden respecto a China y Rusia. El liderazgo estadounidense importa. El mundo no se organiza solo. Cuando no nos implicamos, cuando no lideramos, pasa una de las siguientes cosas: o bien otro país intenta ocupar nuestro lugar —pero probablemente no lo hace de una manera que responda a nuestros necesidades y valores— o nadie lo hace y lo que tenemos de resultado es un caos. Otro de los asuntos que ha reforzado la idea de que Washington no tiene aliados, solo intereses, fue el desacuerdo con Francia, a priori aliado, a cuenta de AUKUS, una nueva iniciativa en materia de Defensa entre EE.UU., Reino Unido y Australia que supuso el anuncio de la construcción de ocho submarinos nucleares para este último país, y que provocó que el primer ministro australiano rompiese un contrato de venta de submarinos diésel con Francia. Esto desató la ira del primer mandatario francés Emmanuel Macron. Pese a la “puñalada por la espalda”, en palabras del propio presidente francés, la crisis diplomática duro muy poco tiempo.
A nivel doméstico, más de lo mismo. Pese a sus promesas en materia migratoria, el presidente ha seguido implementando las políticas de Trump que tanto le criticó. Para la crisis derivada de la pandemia ha defendido, igual que su predecesor, aprobar planes de estímulo temporales que no han supuesto ningún cambio estructural.
El más importante triunfo de Biden ha sido la ley de infraestructuras, algo que también persiguió Trump, puesto que el deficiente estado de las infraestructuras en el país norteamericano es una realidad que supera con creces al bipartidismo.
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Por Karen Boyd.
Los primeros doce meses de gobierno del presidente de EE.UU., Joseph Rubinette “Joe” Biden, ha estado marcado por la tensión tanto el ámbito internacional como interno. Desde la retirada de Afganistán, hasta las presiones contra países latinoamericanos y la crisis migratoria, el mandatario culminó el 2021 con niveles mínimos de aprobación.
Joe Biden inauguró su presidencia en enero pasado con un discurso en el que aseguraba que ese era un día para la historia, la esperanza y la renovación. Sin embargo, la realidad se ha empeñado en imponerse a las promesas.
A nivel internacional, si hay un episodio que ha marcado a Estados Unidos, ese ha sido la retirada de Afganistán. A principios de julio, el presidente aseguró que la reducción de las tropas se realizaría “de forma segura y ordenada”. Tan solo un mes después, la caída como fichas de dominó de las ciudades afganas ante el avance talibán supuso acelerar una retirada que acabó en una evacuación plagada de desastres. Desde equipos militares de última generación en manos de los talibanes hasta dolorosas imágenes de afganos intentando huir por todos los medios del país. Todo el mundo vio consternado cómo ciudadanos desesperados perdían la vida tras agarrarse como podían de los aviones que despegaban.
Antes de que Biden diese por acabada la misión afgana, el Ejército estadounidense protagonizó el 29 de agosto en Kabul un ataque con drones que acabó con la vida de diez civiles, niños incluidos. Meses después, el Pentágono aseguró no haber cometido ninguna negligencia. Washington entró en Afganistán prometiendo estabilidad, democracia y el fin de la tiranía talibán. Dos décadas después el resultado es el contrario. EE.UU. no tenía intenciones de intentar llevar la democracia al pueblo afgano. La retórica solo tenía la intención de estimular el apoyo interno para la intervención. Washington no está calificado para llevar la democracia a cualquier otra nación. Es una nación que en sí misma ha sufrido un déficit de democracia durante la mayor parte de su existencia. Entonces, la idea de que Estados Unidos tiene alguna noción de democracia, que iba a compartir o imponer al pueblo de Afganistán o cualquier otro pueblo, es un absurdo.
La confrontación con otras grandes potencias ha continuado sin cambios. Más boicots, declaraciones cruzadas y mantenimiento de todas las medidas punitivas implantadas por el expresidente Donald Trump. Esa ha sido la tónica de Biden respecto a China y Rusia. El liderazgo estadounidense importa. El mundo no se organiza solo. Cuando no nos implicamos, cuando no lideramos, pasa una de las siguientes cosas: o bien otro país intenta ocupar nuestro lugar —pero probablemente no lo hace de una manera que responda a nuestros necesidades y valores— o nadie lo hace y lo que tenemos de resultado es un caos. Otro de los asuntos que ha reforzado la idea de que Washington no tiene aliados, solo intereses, fue el desacuerdo con Francia, a priori aliado, a cuenta de AUKUS, una nueva iniciativa en materia de Defensa entre EE.UU., Reino Unido y Australia que supuso el anuncio de la construcción de ocho submarinos nucleares para este último país, y que provocó que el primer ministro australiano rompiese un contrato de venta de submarinos diésel con Francia. Esto desató la ira del primer mandatario francés Emmanuel Macron. Pese a la “puñalada por la espalda”, en palabras del propio presidente francés, la crisis diplomática duro muy poco tiempo.
A nivel doméstico, más de lo mismo. Pese a sus promesas en materia migratoria, el presidente ha seguido implementando las políticas de Trump que tanto le criticó. Para la crisis derivada de la pandemia ha defendido, igual que su predecesor, aprobar planes de estímulo temporales que no han supuesto ningún cambio estructural.
El más importante triunfo de Biden ha sido la ley de infraestructuras, algo que también persiguió Trump, puesto que el deficiente estado de las infraestructuras en el país norteamericano es una realidad que supera con creces al bipartidismo.
PrisioneroEnArgentina.com
Enero 2, 2022