BUENOS AIRES, OTRORA ADMIRABLE, HOY, INAGUANTABLE, testimonio de un francés de principios del siglo XX

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Por Cosme Beccar Varela

INTRODUCCIÓN: El Sr. Patricio Shaw tuvo la amabilidad de mandarme un trecho de un libro escrito por un francés luego de su viaje a la Argentina, a principios del siglo XX. Es muy interesante y muy triste leer el testimonio de ese francés que elogia enormemente a Buenos Aires y lo describe de una manera maravillosa. Es interesante porque vemos cómo era la ciudad en ese entonces y muy triste porque quienes vivimos en esta era del peronismo, análogo al marxismo, y de la ordinariez macrista y sufrimos la profundidad de nuestra caída desde aquella cumbre a esta sentina maloliente en que se ha convertido Buenos Aires y la argentina en general. Y lo que es peor, con la certeza casi absoluta de que nunca más seremos como éramos sino que, por el contrario, la caída continuará.

Cosme Beccar Varela

22/11/2019

Estimado Dr. Cosme:

Adjunto traducción castellana mía del libro “En Argentine — De Buenos-Aires au Gran Chaco”, de Jules Huret, editado en París en 1911. El autor y visitante se deslumbra ante la exquisitez de edificios, trajes y modales del Buenos Aires hace más de un siglo. Parece un sueño o una leyenda… El francés nos llamaba más elegantes que sus compatriotas, dotados de un insólitamente alto grado de corrección británica, y con una capital que era una combinación y a veces hasta potenciación de las perfecciones europeas, con calles limpias cual aquellas de la Alemania del Kaiser Guillermo…
El original francés puede descargarse de la Biblioteca Nacional de Francia desde este enlace:

https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k679789?rk=21459;2

COMIENZA EL FRAGMENTO TRADUCIDO
Desde el muelle donde atraca el buque hasta el centro de la ciudad, impacta la atmósfera viva y la actividad alegre que reina por doquier. No me exceptué de la sorpresa general —que enseguida verifiqué entre los recién desembarcados— ante esta ciudad enorme, ante esta gran desconocida que desde hace veinte años se desarrolla en silencio, sin que sus hermanas latinas se dignen apercibirse. Este gran puerto, con sus muelles impecables como los de un puerto alemán, hormigueante de buques anclados a tres o cuatro filas, el orden del desembarque, la cortesía de los funcionarios, la amplitud y comodidad de los locales de la aduana, estos automóviles lujosos que llevan a las mansiones a través de las vías centrales, el movimiento de las calles de tiendas, de esta estrecha calle Florida con sus tiendas de París, la aglomeración de las calles vecinas —25 de Mayo, Bartolomé Mitre, Reconquista—, las oficinas de negocios y los bancos pululantes de gente, ilustrados con placas con letras de porcelana blanca, que transportan de inmediato a pleno centro de la ciudad de Londres o de Hamburgo, todo esto, por separado y en conjunto, es la gran ciudad europea, mezcla de las capitales y de las metrópolis comerciales de Europa.

Nada indígena altera esta impresión. ¿Dónde están los gauchos llegando del campo, los mendigos a caballo, las Carmen empolvadas y maquilladas que esperaba ver? ¿A qué lejano barrio habrá que ir para escuchar, por la noche, serenatas en balcones? Lo único que veo por todas partes son mujeres elegantes, cuyas vestimentas llegan directamente de la Rue de la Paix, y jóvenes vestidos en Piccadilly, echados sobre los cojines de los automóviles.

Una sensación de riqueza se añade pronto a la de actividad. El lujo de los carruajes y de los autos que pasan volando por las avenidas, el aspecto de los transeúntes, elegantes, untados de pomada, embetunados, pulidos, con corbatas de última moda, casi todos calzados con botines barnizados chispeantes como trozos de cristal al sol, fortalecen la impresión de prosperidad que un momento antes daba el movimiento del puerto y de las calles de tiendas.

Pero trato en vano de buscar gente con corbata roja, con botones grandes de camisa adiamantados, y con dijes llamativos. Veo gente como Usted y yo, incluso un poco más elegante, de una corrección británica quizá exagerada, si lo que va a los ingleses que afectan rigidez y flema, no siempre conviene a los latinos vivaces, gesticulantes y espontáneos. Ciertamente hay más calzado laqueado aquí que en el resto de Europa. Es visible el gusto de lo que brilla, y los pies lustrados o encerados me recuerdan, por su nitidez, los pies de los atenienses y de los españoles.

Esta sensación de prosperidad y de lujo aumenta aún más si se va hacia los barrios del oeste, barrios espléndidos que son nuestro Passy o nuestra Plaine-Monceau, con más variedad, y palacetes privados algunos de los cuales son de un gusto excelente. En algunos lugares, es Berlín, o más bien Charlottenburg, Schoeneberg, Wilmersdorf, en sus nuevas calles de residencia, pero con más estilo y elegancia.

La limpieza de las calles, la regularidad e insistencia del servicio de limpieza, recuerdan también las ciudades alemanas. Hombres provistos de escobas y palas se celebran están en forma permanente en las arterias más transitadas y raspan y barren todo el día.

 


PrisioneroEnArgentina.com

Noviembre 26, 2019


 

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